Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
.CUARTO DOMINGO DE CUARESMA.
«Si analizamos con atención este Relato, podemos constatar que el momento crucial de la Parábola, en que se verifica un cambio radical de actitud en el hijo pródigo, está sintetizado en las siguientes palabras: "Entonces recapacitó y dijo" (Lc. 15, 17), que mejor sería traducirlo como "Volviendo entonces sobre sí mismo, se dijo..." Es el momento de la reflexión. El pecado nos da la ilusión de que los bienes exteriores de este mundo pueden saciar la sed Infinita de nuestro corazón; Dios Permite nuestra miseria para que, volviendo sobre nosotros mismos, experimentemos nuestra indigencia, sintamos la nostalgia de la Casa del Padre y retomemos al único Bien que puede apagar nuestra sed de Infinito. Vienen aquí al caso aquellas palabras de San Agustín, él también pecador, quien luego de haber buscado afanosamente por entre los bienes de este mundo aquello que pudiera saciar su ansia de felicidad, comprendió por fin dónde radicaba la Dicha verdadera: "Nos has Hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti".

Es, pues, la vida de oración, de diálogo profundo con el Señor en el seno del silencio, lo que nos permitirá conocemos mejor a la Luz de Dios, confesando así nuestra miseria. Entonces podremos decir con total sinceridad: “Señor, Ten Piedad de mi”. Exclamación que proviene de la Humildad de quien reconoce su propia indigencia, y que no puede quedar desoída por Aquel que Dijo: "Doy Mi Gracia a los humildes y Rechazo a los soberbios" (Sant. 4, 6). Santa Teresa de Jesús, maestra del diálogo entre el alma y Dios, decía que el primer paso de la vida de oración era conocerse a sí mismo a la Luz de Dios.

El Señor nos Dé a todos, queridos hermanos, esta Luz, pues tantas veces somos ciegos para ver nuestras propias miserias.

Que así sea.» (P. Alfredo Sáenz, SJ.).

Para la mayor Gloria de Dios.

Semper Mariam In Cordis Tuo.

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