Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)

ADVIENTO

Bibliografía

Obras Completas, S. Juan de la Cruz. Obras Completas, S. Agustín. Plegarias y elevaciones, Sta Catalina de Siena. Teología de S. Pablo, P. José Bover SJ. Año Cristiano, P. Juan Croisset SJ. Homilía, 2-12-2006, Benedicto XVI. Intimidad Divina, P. Gabriel de Santa María Magdalena OCD. La Palabra de Cristo, Mons. Ángel Herrera Oria.

«Mientras no se trasciende el deseo de Convertirse, uno no se Convierte. Reconozco que tengo absoluta necesidad de Convertirme: mi vida, mi conciencia, todo está gritando que me es necesaria la Conversión, que me es indispensable la Reforma. Hábitos viciosos, costumbres pecaminosas arraigadas, confesiones mal hechas, frecuentes recaídas, todo hace que vea la necesidad urgente de un regreso definitivo a Dios con un Cambio radical de mi pensamiento y de mi obrar» (P. Croisset).

Sabemos que todos estos pensamientos son movimientos efectivos de la Gracia, y si la Gracia produce esos sentimientos en mí, ¿puedo creer, acaso, que no viene ella, unida a la Fortaleza para que ese Cambio sea efectivo en mi vida? Pensar así, sería desconocer cómo Obra Dios en las almas.

En cuanto a que Dios Quiere nuestra Conversión, lo Dice Él mismo a través del Profeta Ezequiel: «Yo no Quiero la Muerte del pecador, sino que se Convierta de su camino y Viva» (33, 11). En 2 de Pedro (3, 9), el Apóstol escribe: «El Señor...es Paciente para con vosotros; no Quiere que nadie Perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento». Y S. Pablo a los romanos escribe: «¿Desconoces que la Bondad de Dios te guiará a la Conversión?» (2, 4). «Porque Él, escribe S. Agustín, por Su Acción, comienza Haciendo que nosotros queramos; y termina Cooperando con nuestra voluntad ya Convertida...pues ciertamente  nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que Trabaja. Porque Su Misericordia se nos adelantó para que fuésemos Curados; nos sigue todavía para que, una vez Sanados, seamos Vivificados; se nos adelanta para que seamos Llamados, nos sigue para que seamos Glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la Piedad, nos sigue para que vivamos por Siempre con Dios, pues sin Él no podemos hacer nada».

«Muchas veces, sigue diciendo el P. Croisset, hemos pensado en dar este paso, pero no lo hago, o lo hago por un reducido espacio de tiempo. En lo que nunca pienso, es que cuanto más lo dilate, más me costará, pues mayores dificultades tendré que vencer. Se multiplicarán los lazos de seducción y se harán más difíciles de romper».

De hecho, ya tenemos esa experiencia.

Sin embargo, en mi mano está romperlos, pues ya sabemos que la Gracia no nos faltará.
Si no considero este Tiempo, o este mismo día, como día de Salvación, ¿quién me puede asegurar que lo será otro? ¿Quién puede asegurarme siquiera que habrá otro? Más aún: ¿quién puede asegurarme que no será este mi último Adviento? ¿Mi último día? Este puede ser el día de mi Salvación...o de mi Condenación.

«Considera, dice el P. Croisset, que para Convertirnos, tenemos en el presente, unos medios que quizá no volveremos a tener. Para la Conversión es preciso tener tiempo, Gracia y voluntad de alcanzarla.

Ahora tengo este tiempo; tengo esta Gracia, pues Dios me la está ofreciendo. Estas Inspiraciones que me Da; estas mismas reflexiones que estoy leyendo; estas Verdades que estoy meditando. Sólo me faltan las ganas, pero las ganas sinceras, verdaderas, aquellas que hacen que avance sin importar nada ni nadie».

¿Cuánto se preocupan los hombres por el éxito de sus negocios? Y esos negocios no le proveen más que de cosas temporales, caducas, que solo llenan el corazón de felicidad o seguridad efímera, pues la vida no es una constante invariable, sino que está llena de altibajos.

«Todo une Dios para que alcance mi Conversión», nos dice el P. Croisset y nos advierte: «sólo yo me resisto: la prosperidad y la adversidad, la salud y la falta de ella, las honras y los desprecios, todo me conduce igualmente a la Conversión. El Señor me colma de bienes, ¡y yo sigo ofendiéndole! El Señor me Castiga, ¿y yo continúo Irritándolo! Tengo salud, y dilato el tiempo porque pienso que nunca se va a detener para mí. Tengo una enfermedad ¿y voy a aguardar la muerte para hacer penitencia?»

Detengámonos un momento y digamos a Dios con el Salmista: «A Ti elevo mi alma, Yahveh, mi Dios. En Ti confío, no sea confundido...No, quien Espera en Ti, no es confundido...Muéstrame, Yahveh, Tus caminos, Adiéstrame en Tus sendas. Guíame en Tu Verdad y Enséñame, porque Tú eres mi Dios, mi Salvador» (Sal 25, 1-5).

Podemos también decirle con Charles de Foucauld:

«Enséñame, Señor, no sólo lo que Quieres de mí, sino también lo que Tú Eres, porque cuanto más Te conozca, tanto más Te amaré, y amarte es mi primer deber, lo que Tú sobre todo Exiges de mí, y mi mayor necesidad... Y con la Luz Dame también la Fuerza para seguirla, ¡oh Dios mío!, porque no basta amarte y conocer Tu Voluntad, sino que es necesario tener la Fuerza de servirte con las obras y cumplir todo lo que Quieres de mí...

Cúrame, Señor, que soy ciego, y no veo Tu Voluntad ni conozco en mil cosas lo que Deseas de mí; no veo Tu Belleza y así no Te amo como debiera... Alumbra mis ojos, Dios mío, Cura mi ceguera, Hazme ver Tu Voluntad y Tu Belleza...

Soy también cojo. Dios mío; Fortalece mis débiles pies, pues no tengo fuerza para ir a Ti cuando Tú me Llamas, para caminar en Tus sendas, para hacer lo que Tú me haces ver, para cumplir Tu Voluntad cuando me la das a conocer; yo arrastro el pie y cojeo miserablemente mientras Te sigo... ¡Oh Dios mío!, Cúrame de esta cojera, Haz que yo Te siga al olor de Tus perfumes, en vez de arrastrarme cojeando en pos Tuyo.

¡Oh Dios mío!, Ayúdame y dame la Fuerza de llevar Tu Cruz y de seguirte, cumpliendo todo lo que Quieres de mí... Y luego Haz que yo Te adore con todas las fuerzas de mi corazón...Haz que yo me consuma y me sumerja en Tu adoración, ¡oh mi amado Señor! Estas son las Gracias que Derramas a manos llenas en torno Tuyo; Haz que yo participe abundantemente de ellas. Bien conoces Tú; ¡oh Dios mío!, cuánta necesidad tiene de ellas este pobre siervo Tuyo, tan ciego, tan impedido para caminar, y tan frío».

«Es ya Hora de levantaros del sueño; que la Salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la Fe. La Noche está avanzada. El Día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las Tinieblas y Revistámonos de las Armas de la Luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rom 13, 11-14)

Notemos que el Apóstol habla de "la Hora", no del día, o del año. El tiempo es muy breve. «Vosotros, advierte el Apóstol Santiago, los que decís: "Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí el año, negociaremos y ganaremos"; vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana... ¡Sois vapor que aparece un momento y después desaparece!» (4, 13-14).

¿Hora de qué? "De levantarnos del sueño". Con la primera advertencia quiere sacudir nuestra funesta modorra espiritual. ¿Pero qué es esto del sueño? Sueño es lo que parece real para el que duerme, lo que le preocupa, le agita, le asusta o le alegra, pero que no existe, puesto que cuando amanece, esos sueños se disipan y desaparecen. El que vive de sueños no vive de la realidad ni en la realidad. ¿Qué significa sueño en este pasaje? Así como el que sueña se mueve y emprende cosas que en realidad no existen, también cuando estoy dormido espiritualmente creo vivir en medio de triunfos o desgracias que en sí no son más que espejismos, pues «en todo Interviene Dios para el Bien de los que lo aman» (Rom 8, 8). ¿Cuántas veces, al irnos bien con nuestro trabajo, nuestra salud, nuestros afectos, nuestras relaciones, olvidamos a Dios? Y por el contrario, ¿cuando todo eso se ve afectado, nos enojamos, nos enfriamos en nuestro amor a Dios o recurrimos a Él como último recurso? Y no nos damos cuenta que todo eso, bueno y adverso, son sólo vehículos para alcanzar la Meta, que es la Vida Eterna, que es Dios.

A la hora de Vísperas, el primer Domingo de Adviento, se lee la Antífona: «Anunciad a los pueblos y decidles: Mirad, que Viene Dios, nuestro Salvador». Benedicto XVI hace notar que «no usa el pasado —Dios ha Venido— ni el futuro, —Dios Vendrá—, sino el presente: "Dios Viene". Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento "Dios Viene"...Es un Padre que nunca deja de Pensar en nosotros y, Respetando totalmente nuestra libertad, Desea encontrarse con nosotros y Visitarnos; Quiere Venir, Vivir en medio de nosotros, Permanecer en nosotros. Viene porque Desea Liberarnos del Mal y de la Muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera Felicidad, Dios Viene a Salvarnos».

S. Pablo nos dice que hemos de dejar las obras de las Tinieblas hablando de banquetes y borracheras, refiriendo con ellos en general a todos los pecados, de los cuales, enumera como enlazados entre sí, cuatro: de la gula sale la lujuria, de las rivalidades las envidias, y de ellos, otros muchos. Son los mismos pecados de los que nuestro Señor Jesucristo Aconseja que nos limpiemos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida». Y nos Advierte que puede llegar «aquel Día (el del Juicio particular en primer término) de improviso sobre vosotros, como un lazo» (Lc 21, 34-35). Y el Apóstol, en otro lugar, llama obras de la carne, opuestas al espíritu, a la impureza, envidia, cólera, discordias, embriagueces, etc...(Gal 5, 19-21).

Así como cuando uno se levanta de la cama, lo primero que hace es vestirse, S. Pablo continúa diciendo que, una vez "despiertos", hemos de Revestirnos con las Armas de la Luz, hemos de Revestirnos de Jesucristo. En la Carta a los Efesios mencionará estas Armas: «Ceñíos vuestros lomos, dice, con la Verdad, revestida la coraza de la Justicia...el escudo de la Fe...el yelmo de la Salud y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios...» (Ef 6, 10-17).

«Ser Revestido, explica el P. Bover, no significa recibir algo sobrepuesto y exterior a manera de vestido -como enseñaba Lutero-, sino que significa ser interiormente compenetrado, impregnado y como empapado, así como la esponja al ser sumergida en el agua, o mejor aún, como el cristal expuesto a los rayos solares»

Esto lleva al Apóstol a decir: «No ya yo, sino Cristo Vive en mí» (Gal 2, 19-20). ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? Pero qué poco hemos meditado en ella. Es verdad que habla S. Pablo de compenetración, fusión, identificación de dos vidas, de dos existencias, de dos personas, pero es mucho más: «él siente que su vida ha sido absorbida por otra Vida, que su existencia ha dado lugar a otra Existencia, que su personalidad ha quedado sustituida por otra Personalidad» (P. Bover). Por eso, cuando dice que hemos de Revestirnos de Cristo, no se refiere a que hemos simplemente de hacer Buenas obras, es mucho más: debemos ser OTROS CRISTOS. Se trata de una absorción que NO DESPERSONALIZA, sino que aúna voluntades, de forma que yo no quiero ya más que lo que Él Quiere. Esto puede parecer utópico, irrealizable, pero los innumerables Santos que la Iglesia venera, comenzando por el propio S. Pablo que lo propone, son ejemplos ciertos, reales, de que es posible alcanzar esa Meta. Y yo estoy llamado a ella. Y a eso nos invita este Tiempo de Adviento.

Una vez más podemos decir con el Beato Foucauld: «Dios mío, estoy espantado, quisiera decir: «Aléjate de mí, ¡oh Señor!, porque soy un hombre pecador», pero no lo digo, no, sino más bien lo contrario: «Quédate con nosotros, Señor, porque anochece». Yo estoy en la noche del pecado, y la Luz de la Salvación no puede venir sino de Ti; Quédate, ¡oh Señor! porque soy pecador y estoy asustado viendo las innumerables imperfecciones que en cualquier hora y en cualquier instante cometo delante de ti... Tú Estás dentro de mí; y delante de Ti y en Ti yo cometo desde la mañana a la noche, a cada momento, imperfecciones, faltas sin cuento, de pensamiento, palabra y obra... Esta ha sido una de las cosas que me han impedido por tanto tiempo buscarte en mí para adorarte y postrarme a Tus pies; estaba asustado de sentirte tan dentro de mí, tan cerca de mis miserias y de mis innumerables imperfecciones».

Pero «Compasivo es Dios para con los que Le Temen» (sal 103, 13). Digamos al Padre, junto con Sta Isabel de la Trinidad: ¡Oh, Dios mío, Trinidad a Quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme inmutable y plácidamente en Ti como si mi alma viviera ya en la Eternidad. Que nada pueda alterar mi Paz, ni apartarme de Ti, sino que, cada momento de mi vida, me sumerja más profundamente en Tu Divino Misterio. Pacífica mi alma. Establece en ella Tu Cielo, Tu Morada Predilecta, Tu Lugar de Descanso. Que nunca Te deje solo, sino que, vivificado por la Fe, permanezca con todo mi ser en Tu Compañía, en completa adoración y entregado sin reservas a Tu Acción Creadora».

«Yo, Yahvé, tu Dios, Fortaleceré tu diestra, y Yo te Digo: No temas, Yo Voy en Tu ayuda» (Is 41, l3). Así aseguraba Dios a Israel Su continua Protección y Ayuda. Si aquel Pueblo tenía motivos para confiar en el Señor, ¿cuánto más los tendré yo?, siendo que no sólo Está a mi lado y me Guía y Cuida con Su Providencia Paterna, sino que conmigo, Bautizado, ha ido más allá y se ha Establecido dentro mío, en lo más profundo de mi ser: «¿No sabéis, interroga S. Pablo, que sois Templo de Dios y que el Espíritu de Dios Habita en vosotros?» (1 Cor 3, 16). Y el mismo Señor Jesucristo nos Dice y Asegura: «Si alguno Me ama...Vendremos a él y en él Haremos Morada» (Jn 14, 23).

Pero si Él está en mí, ¿por qué no lo siento, por qué no me doy cuenta de ello? Es más, ¿por qué actúo como si no Estuviera? S. Juan de la Cruz nos da una respuesta: «Es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, Esencial y Presencialmente Está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto el alma que le ha de hallar conviene salir de todas las cosas según la afición y voluntad, y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen». Es decir que para hallarlo «hay que desasirse, privarse, renunciar, aniquilarse, morir espiritualmente a sí mismos y a todas las cosas, no tanto y no sólo separándose de ellas materialmente, cuanto y sobre todo desasiéndose de ellas con el afecto y la voluntad. Es el camino de la nada, del total desasimiento; es la muerte del hombre viejo, condición indispensable para Revestirse de Cristo y vivir en Dios» (P. Gabriel De Santa Magdalena). Todo lo cual, lo expresa el Apóstol: «Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3, 3).

Como objetivo para este Tiempo, tengamos presente esta premisa: La búsqueda amorosa de Dios escondido en nosotros responde en intensidad y grado a esta muerte al mundo y a nosotros mismos. Cuanto más morimos, más encontramos a Dios.

En unas semanas celebraremos el Misterio del Nacimiento de Dios Encarnado y Hecho Hombre. Lo veremos en un pesebre como cuna; pero vayamos más allá de la ternura que esa imagen nos puede inspirar. Él no Nació allí porque las circunstancias lo obligaron. Nació allí porque Quiso hacerlo. Y entre las muchas razones, una de las más evidentes es que desde el principio Quiso el Señor compartir con nosotros el luminoso camino de la Humildad. ¡Cuánto nos asusta, muchas veces, no alcanzar, incluso, las cosas básicas para vivir! ¡Y cuántas otras deseamos tener, sólo por el placer de poseer! Pero Jesús nos invita a ver más allá. Miramos el pesebre y no vemos lujos; ni siquiera eso mismo básico para cualquier niño recién nacido. Quiere que posemos la mirada de nuestro corazón, no en el alrededor –que es lo que generalmente hacemos-, sino en Su Persona, que aunque pequeñita, «en Él Reside toda la Plenitud de la Divinidad Corporalmente» (Col 2, 9). Jesucristo no Quiso en Su Primera Venida a este mundo, comodidades, para enseñarme que, como dice S. Juan de la Cruz, «si el alma fuese a buscar en Dios suavidad y gusto propio, ya no amaría a Dios puramente sobre todas las cosas, pues juntamente con Él amaría también su propia satisfacción, y en consecuencia tendría dividido el corazón entre el Amor de Dios y el amor de sí mismo, y no sería ya capaz de poner toda la fuerza de la voluntad en Él…(por lo que) para acertar el alma a ir a Dios y juntarse, con Él, ha de estarse con esa hambre y sed de solo Dios, sin quererse satisfacer de otra cosa».

¿Qué veía María Santísima? No veía la suciedad de la paja, no sentía el frío de la noche, no percibía la presencia de los animales. Ella veía sólo a Su Amadísimo Hijo y a Su Dios.

El Verbo Divino se Encarnó Desdeñando todo confort, pero con Su Humano Corazón rebosante de Amor al Padre Eterno y a mí, pobre criatura y hasta ese momento, enemigo Suyo por el pecado Original, para enseñarme que «el alma que en todo momento y en todas sus acciones no busca más que cumplir la Voluntad de Dios, ama realmente a Dios y vive unida verdaderamente con Él, aunque no sienta ninguna suavidad» (S. Juan de la Cruz). Dios, por mi amor, no tuvo a menos aceptar incomodidades extremas –recordemos que el pesebre era habitación de animales, con todo lo que esto conlleva-, y «¿cuál fue la causa de esto?, se pregunta Sta Catalina de Siena: El Amor. Porque nos Amaste antes que fuésemos, ¡oh Bondad, oh Eterna Grandeza! Te Rebajaste y Te Hiciste pequeño para Hacer grande al hombre. A cualquier parte donde me vuelo, no encuentro más que abismo y fuego de Tu Caridad… ¡Oh Jesús! Déjame que Te diga en un arranque de gratitud que Tu Amor raya en locura. ¿Cómo Quieres que ante esta locura mi corazón no se lance hacia Ti? ¿Cómo habría de tener límites mi confianza?»

El Niño en el pesebre duerme, pero no temamos, Dios no duerme. El Niño se alimenta de los pechos de Su Santísima Madre; pronto, Él mismo, se nos Dará como Alimento para la Vida Eterna. No tenemos oro para regalarle, pero no debemos preocuparnos, porque no quiso recibir primero la adoración de los poderosos, sino de los pobres en la persona de aquellos pastores. Nació durante la noche, Él, que Habita una Luz Inaccesible y que Es la Luz del mundo, para mostrarnos que las Tinieblas no tienen ningún poder sobre Él, y tampoco sobre nosotros, si estamos unidos a Su Divina Humanidad. Vino a este mundo en el frío de la noche, porque el mundo estaba sumergido en la fría oscuridad del pecado; pero Él ha «Venido a arrojar un Fuego sobre la tierra» (Lc 12, 49), Fuego que principia en Su Caridad y Fructifica en la Cruz. El Niño ríe en los brazos de Su Tiernísima Madre: así Quiere, la Trinidad Divina, regocijarse en nuestro corazón, pues está Escrito: «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios» (Ef 4, 30). Cuando miremos el pesebre, no nos perdamos en los detalles, centrémonos en Aquel que al ser Introducido por el Padre al mundo, Éste Ordenó que fuera Adorado por todos los Ángeles (Hb 1, 6), y que Dijo: «¡He aquí que Vengo…a Hacer, oh Dios, Tu Voluntad!» (Hb 10, 7).

Repitamos con S. Juan XXIII: «Jesús, Te Espero; los malos Te rehúsan; afuera sopla un viento glacial... ven a mi corazón; soy pobre, pero Te calentaré todo lo que pueda; a lo menos quiero que Te Complazcas de los Buenos deseos que tengo de hacerte una buena acogida, de amarte, de sacrificarme por Ti…Ven, Jesús, tengo tantas cosas que decirte... ¡tantas penas que confiarte! tantos deseos, tantas promesas, tantas esperanzas. Deseo adorarte, besar Tu frente, pequeño Jesús, darme a Ti de nuevo, para Siempre. Ven, Jesús, no tardes ya más, Acepta mi invitación y ven».


PARA MAYOR GLORIA DE DIOS

SEMPER MARIAM IN CORDIS TUO

Toda dádiva Buena 
y todo Don perfecto viene de lo alto


«Toda dádiva Buena y todo Don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las Luces, pues ni el que planta es algo, ni el que el que riega, sino Dios que Hace crecer» (Sant. 1, 19; 1 Cor 3, 7)

Oración apremiante: no hay cosa más frecuente que ofender a la Majestad de Dios, en vez de honrarla, en la oración. La oración que carece de la cualidad y condición necesaria, ahuyenta Su Misericordia, y nada muestra mejor nuestra indolencia que pedirle con negligencia y languidez. Cuando los deseos son vivos, los gritos son violentos, y si a estos deseos falta la viveza, no es otra la causa sino que no estamos verdaderamente deseosos de aquello que al Señor estamos pidiendo. ¿Y puede haber mayor indignidad a los ojos de Dios que pedirle Gracias a las que luego ningún caso hacemos? Estos hacen definitivamente inútiles e infructuosas las santas oraciones y súplicas.

«Si alguno está falto de Sabiduría, que la pida a Dios…y se la Dará. Pero que la pida con Fe, sin vacilar; porque el que vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una parte a otra. Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como este, un hombre irresoluto e inconstante en su camino» (Sant 1, 5-8).

Si hay algo que puede conservarnos en el Santo Temor de Dios, es pensar que nos Separó del número de Sus enemigos para colocarnos entre Sus hijos: «Si cuando éramos enemigos, fuimos Reconciliados con Dios por la Muerte de Su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya Reconciliados seremos Salvos por Su Vida!» (Rom 5, 10). Esto Costó nada menos que la Sangre de Su Hijo: «El que no perdonó ni a Su propio Hijo, antes bien, lo Entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos Dará con Él Graciosamente todas las cosas?» (Rom 8, 32). Por ello debemos hacer uso Santo de todas las Gracias recibidas de la Bondad de Dios: trabajos según nuestro estado, soledad, estudio, lecturas, oraciones, ayunos, adversidades…Son Operaciones y Dones del Espíritu Santo y efecto de Su Infinita Liberalidad.

En todo tiempo: porque si nuestra Obediencia se interrumpe, se destruirá nuestra fidelidad y constancia; se perderá lo que quizás edificamos con algunas obras de desprendimiento. Dios es el mismo en todas partes, y no hay lugar ni momento en que no se le deba Obediencia profunda. «Quien se purifica del contacto de un muerto y lo vuelve a tocar, ¿qué ha ganado con su baño de purificación? Así el hombre que ayuna, y por sus pecados vuelve a hacer lo mismo, su oración ¿quién la escuchará?» (Eclo 34, 25-26).

Despertemos ya: «Teniendo en cuenta el momento en que vivimos…es ya hora de levantarnos del sueño; que la Salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la Fe» (Rom 13, 11).
¿Qué es la vida del hombre mundano, sino continuo y profundo adormecimiento? Buscan, unos la paz –según  la da el mundo, es decir, vivir sin ningún problema-, otros buscan bienes, otros honor, otros el aplauso, otros satisfacer sus pasiones…pero cuando durmieron su sueño, es decir, cuando llega el final de su vida y Dios los Llama, se despiertan del funesto letargo en que vivieron. Entonces reconocen, aunque tarde y sin poder volver atrás, que sus pasiones los engañaron y todo fue ilusión. «Será como cuando el hambriento sueña que está comiendo, pero despierta y tiene el estómago vacío; como cuando el sediento sueña que está bebiendo, pero se despierta cansado y sediento» (Is 29, 8). El que se preocupa por su Salvación, no siempre está exento de este sueño, pues muchas veces tropieza y cae, pero «Poderoso es Dios para colmaros de toda Gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda obra Buena» (2 Cor 9, 8).

«Si hoy escuchas Su Voz, no endurezcas tu corazón» (Sal 94, 8).

Semper Mariam In Cordis Tuo.

ABORTO Y EUTANASIA

«El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. Desde los orígenes de la Iglesia, la predicación Apostólica inculcó a los cristianos el deber de obedecer a las autoridades públicas legítimamente constituidas (cf. Rm 13,1-7, 1Pe 2,13-14), pero al mismo tiempo enseñó firmemente que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29). 

Ya en el Antiguo Testamento, precisamente en relación a las amenazas contra la vida, encontramos un ejemplo significativo de resistencia a la orden injusta de la autoridad. Las comadronas de los hebreos se opusieron al faraón, que había ordenado matar a todo recién nacido varón. Ellas «no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños» (Ex 1, 17). Pero es necesario señalar el motivo profundo de su comportamiento: «Las parteras Temían a Dios». 

Es precisamente de la obediencia a Dios —a quien sólo se debe aquel Temor que es reconocimiento de Su Absoluta Soberanía— de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las leyes injustas de los hombres. Es la fuerza y el valor de quien está dispuesto incluso a ir a prisión o a morir a espada, en la certeza de que «aquí se requiere la Paciencia y la Fe de los Santos» (Ap 13, 10)» (S. Juan Pablo II, Evangelium Vitae, nº 73).

Pidamos a María Santísima por las almas que hoy han de morir por el aborto y por la eutanasia, y supliquémosle que nos Alcance la Gracia de ser verdaderos Testigos de la Verdad.

Semper Mariam In Cordis Tuo.
CAMINAR

«Qué dispuestos estaríamos a recibir las Gracias de Dios si tuviéramos un juicio recto y exacto sobre nosotros mismos; sobre nuestras verdaderas cualidades, reconociéndolas sin exagerarlas y refiriéndolas a Dios; y sobre nuestros verdaderos defectos y nuestras miserias. sin exagerarlas tampoco, sino viéndolas a la Luz de Dios. El orgullo sería entonces imposible. Los Santos vivían bajo esta Luz. Pequeñas faltas que nosotros consideramos como naderías les parecían enormes a causa de su altísima idea de la Santidad de Dios y de su horror profundo por la menor imperfección. Y como estaban iluminados de una manera extraordinaria, la Humildad de abyección les confundía cuando contemplaban su miseria y les hacía pronunciar sobre sí mismos unos juicios que nos asombran.

Camina con la mirada fija en lo Alto. Elévate hacia Dios constantemente. Deja la tierra en la tierra. Da tu corazón a Jesús cada vez más. No esperes para eso ser Pefecto. No. Dáselo ahora. Dios, que te Conoce y que Vela sobre ti, te dará lo que necesites en tiempo oportuno» (P. Robert de Langeac)

«"Vosotros, como piedras Vivas, sois edificados como Casa espiritual para un Sacerdocio Santo, para ofrecer Sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo" (1 Pe 2, 5): todo esto no significa otra cosa que responder siempre y constantemente, con tenacidad y de manera consecuente, a esa única pregunta: ¿Tú amas? ¿Tú me amas? ¿Me amas cada vez más?» (S. Juan Pablo II).

Semper Mariam In Cordis Tuo.
 El Cristiano, ¿un conformista?

«No amen al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el Amor del Padre no está en él» (1 Jn 2; 15): lo que muchas veces hemos hablado, no poner nuestro corazón, posesión, interés, en las cosas de esta vida por sí mismas, fuera de Dios. Por eso dice “el Amor del Padre no está en él”, porque en el corazón no hay lugar para Dios.

S. Juan dice en otro lugar: «En esto está la confianza que tenemos en Él: en que si pedimos algo según Su Voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que le pedimos» (1 Jn 5; 14-15).

¿Cuál es la bisagra aquí?

Pedir según Su Voluntad.

Pero como de ordinario no tenemos manifiesta esa Voluntad, entonces seguimos el ejemplo del mismo Jesús: «Si es posible…pero no se haga como Yo Quiero, sino como Quieras Tú». Así lo entendieron los Santos y por eso eran felices. Ellos querían lo que Dios Quería, y no querían lo que Dios no quería. De esa forma, siempre veían cumplidos sus deseos.

Todo esto parece redundante, pero hoy día es necesario hacerlo materia de continua meditación, pues, ¿cuántas veces este mundo exitista nos ha hecho perder el rumbo?

El cristiano no es una persona conformista, sino conformada, es decir, hecha a la forma de su Modelo, que es Jesús. Esto era lo que hacía decir a S. Pablo: «No soy yo el que vive, sino que es Cristo el que vive en mí». Ver a Pablo, era ver a Cristo. Y este Bendito Señor, dijo: «¿De qué sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?» Y en otro lado: «El que ama su vida (según venimos diciendo), la pierde; y el que odia (es decir, el que ama menos) su vida en este mundo (que es pasajero) la guardará para una Vida Eterna» (Jn. 12; 25).

Luego dice: «Si alguno Me sirve, que Me siga, y donde Yo esté, allí estará también Mi servidor» (Jn 12; 26)

Si leemos los versículos anteriores y posteriores, tenemos el contexto de lo que se está refiriendo. Dice:

«En Verdad, en Verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto» (v24). «Ahora Mi alma está turbada. ¿Y qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! ¡Pero si he llegado a esta hora para esto!»(v.27).

Nos está hablando, pues, de la Cruz (He llegado a esta hora para esto). De la Cruz Redentora (Si el grano muere, da mucho fruto).

Por otro lado, la exhortación “que me siga”, recuerda inmediatamente aquella otra invitación: «El que quiera seguirme, tome su cruz cada día, y que Me siga». Hablando en singular, como decíamos una vez, porque en la práctica no son muchos los que aceptan voluntariamente esta forma de seguimiento.

Así vemos que ese estar donde Él está, es la Cruz que poco después abrazaría con amor Ardiente; Cruz que también nosotros debemos abrazar con el mismo ardiente querer. Y para que nadie crea que esto es locura, o sufrimiento inútil o masoquista, se nos hacen dos Promesas: este “morir” a nosotros mismos y al mundo por la Cruz que Dios Quiera darnos, «da mucho Fruto» (nótese que Jesús habla en presente); y luego dice que por servirle de ese modo, «el Padre nos honrará». ¿De qué manera? Con la Vida Eterna.

Algunos rechazan todo esto, porque quieren alegría, alivio, bonanza…todo ahora y no luego. Pero este es un razonamiento muy pobre. Un momento de renuncia, por una Eternidad de Alegría. Un momento de sufrimiento, por una Eternidad de alivio y salud.

No hay paciencia para aguardar, es ahora o ya no vale; como si no nos estuviéramos acercando rápidamente a esa Eternidad cada día y cada momento que pasa.

Por eso los cristianos, por eso tú y yo, ni somos conformistas, ni somos tristes. Vemos la vida con los ojos de la Fe; trascendemos lo sensible, lo material, y ponemos cada cosa en su justo lugar. «Pedís y no recibís, dice el Apóstol, porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones»(Sant. 4; 3).

Y nos advierte: «¿No sabías que la amistad con el mundo, es enemistad con Dios?» (Sant. 4; 4).


Semper Mariam In Cordis Tuo.



FE Y AMOR

Ambas cosas hacen falta para acercarnos al Sacramento del Altar.

Pero ¿cuál es la medida de nuestro amor? Sabemos que para que Jesús se haga Realmente Presente en la Eucaristía, no se necesita la Fe de los que participan, pero la Gracia que cada cual recibe, la recibe en la medida de su disponibilidad.


Dice S. Efrén: "Oh Señor, no podemos ir a la piscina de Siloé a la que enviaste al ciego. Pero tenemos el Cáliz de Tu Preciosa Sangre, llena de Vida y Luz. Cuanto más puros somos, más recibimos". El Crisóstomo decía también, que al bajar del Altar, deberíamos hacerlo "haciendo temblar al infierno". Tales fuerzas de la Gracia, están disponibles para todos nosotros. Pero las vamos alcanzando, cuando comenzamos a vivir nuestra relación con Jesús, de una manera más profunda, basados en el mutuo amor. Al amor llegamos por el conocimiento de Cristo, no se puede amar lo que no se conoce, pero en un momento del proceso, ya nos apartamos de los raciocinios y simplemente lo miramos. "Me mira y lo miro", decía el Santo Cura de Ars, haciendo realidad aquello de S. Cirilo de Jerusalén: "Así como dos pedazos de cera derretidos juntos no hacen más que uno, de igual modo el que comulga, de tal suerte está unido con Cristo, que él vive en Cristo y Cristo en él". Él se quedó en el Sagrario para que no nos sintiéramos solos, para decirnos cada día que no es un Dios lejano, perdido en algún punto del espacio. Se quedó ahí, para recordarnos que Su Sacrificio en la Cruz, no es un dato histórico. Nuestro proceso para comprender puede tardar, pero no importa cuánto, porque cada uno es diferente y Dios se "adapta" a esa diferencia; importa que cada día busquemos acercarnos más. Escribió la Beata Ángela Foligno: "Si tan solo nos detuviéramos por un momento para considerar con atención lo que ocurre en este Sacramento, estoy segura que pensar en el amor de Cristo por nosotros transformaría la frialdad de nuestros corazones en un fuego de amor y gratitud."

Semper Mariam In Cordis Tuo.
SÁBADO SANTO


María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, en la historia de Su Vida Revelada por Ella misma a la Venerable Madre Sor María de Jesús de Ágreda, Religiosa de la Orden de la Inmaculada Concepción (O.I.C), y contenida en el libro Mística Ciudad de Dios, dice que quedando sola en Su retiro, soltó la corriente impetuosa de Sus Afectos Dolorosos y Se dejó poseer interior y exteriormente de la Amargura de Su Alma, renovando todos los Misterios y la Muerte afrentosa de Su Hijo Jesús, de los Misterios de Su Vida, Predicación y Milagros. Del Valor Infinito de la Redención humana; de la nueva Iglesia que dejaba Fundada con la inmensa Riqueza de los Sacramentos y de la Gracia; del inestimable Fin de los Justos y la Desdicha de los Condenados.
En la digna Consideración de estos y otros Misterios pasó la noche del Viernes y el día Sábado: llorando, suspirando y agradeciendo las Obras de Su Divino Hijo, Su Pasión y Sus Ocultísimos Juicios, aumentando todas y cada una de estas Consideraciones Su Dolor incomparable.

Vertió lágrimas sin cesar.

No tomó, por la vehemencia de Su Dolor, corporal sustento, y sólo se alimentó por Su continuo y amargo Llanto. «Son Mis Lágrimas Mi pan, de día y de noche» (Sal 41, 4). Copioso y ardiente, al punto que se ensangrentaron Sus ojos y entumecieron Sus mejillas por lo continuo y ardiente del Llanto.
No hubo quien la consolara.

«Es verdad, dice S. Agustín, que hubo quien lloró y se contristó con la Madre Dolorosa, pero no lo hacía por el principal Motivo que Ella». Había quien Le acompañaba en llorar penas, pero no en Llorar Culpas. Había quien lo hiciera por la muerte de Su Hijo, pero no por la abominable ingratitud y olvido de los mortales a tan Soberano y apreciable Beneficio. Habría quien la acompañase en la soledad, pero no, en la que Le dejan innumerables cristianos e hijos adoptivos.

Atendamos hoy a nuestra conciencia. Miremos nuestras costumbres, nuestras obras, nuestras palabras, nuestra vida.

«Señora y Madre nuestra: Tú estabas Serena y Fuerte junto a la Cruz de Jesús. Ofrecías Tu Hijo al Padre para la Redención del mundo.
Lo perdías, en cierto sentido, porque Él tenía que estar en las Cosas del Padre, pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo, en el Amigo que da la Vida por Sus amigos.

María, ¡qué hermoso es escuchar desde la Cruz las Palabras de Jesús: "Ahí tienes a Tu hijo", "ahí tienes a Tu Madre".
¡Qué bueno si Te recibimos en nuestra casa como Juan! Queremos llevarte siempre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos. Pero nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la Trinidad Santísima. Amén» (
Hermandad de Jesús Nazareno de la Caída)
Este Dolor Santo de María, no acaba en esos estremecedores días de la Pasión. En la historia del mundo, en nuestra misma vida, existe un incremento que Le hace más Doloroso el sacrificio de Jesús: la Soledad más amarga en que la dejamos cuando vamos tras una vida cómoda, una vida según las máximas del mundo, olvidando nuestra alma y lo mucho que Costó a Cristo y al Corazón de nuestra Madre. 

Ella vio cómo Su Hijo utilizaba una Cruz por lecho, una corona de espinas por almohada, la Sangre por cobija. 

Ayer viernes nos acercamos a adorar la Cruz del Señor, pero ¿abrazamos nuestra Cruz de cada día con el mismo fervor con que Él la llevó por ti y por mí? «¿Qué voy a decir?, dice el Señor, ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he Venido! ¡Padre, Glorifica Tu Nombre!» (Jn. 12, 27). 
¿Cómo Glorifica al Padre nuestra Cruz? En la Paciencia, en la Paz, en la Alegría. Cuando el otro ve mi sufrimiento y ve que así lo vivo, no porque soy “fuerte”, “valiente”, sino, porque soy cristiano.

Pero el Padre no se Glorifica simplemente con eso. Su Gloria resplandece igualmente, cuando nuestra alma, mediante la Cruz vivida cristianamente, alcanza la Gloria para la que Él nos ha Destinado.

Por ello, incremento de este Dolor en el Corazón de María, es la falsa devoción, los abusos litúrgicos, la práctica de la Religión sin Fe, sin reverencia, sacrílegamente, en pecado mortal, no sólo cometido sino también admitido. 

«Los que desean conseguir el Amor y la Gracia de la Santísima Virgen, dice S. Ambrosio, imiten cuanto puedan Sus Ejemplos».

La dejan sola aquellas almas que ya han cerrado sus cuentas con Dios, y se niegan irreversiblemente a reconocer su pecado, a pedir el Perdón Divino y a Repararlo con la penitencia. «El que esté muy seguro, tenga cuidado de no caer» (1 Cor. 10, 12): esta advertencia del Apóstol se nos hace guía segura en el camino, pues así como cómodamente no nos falta perspicacia para ver el pecado del prójimo, hemos de tener siempre presente lo que enseña S. Agustín: «Todos los hombres somos capaces, de todos los pecados de todos los hombres».

La dejan sola quienes nunca la acompañan a meditar, llorar y agradecer la Dolorosísima Pasión de nuestro Señor. Este es mucho Sufrimiento, pues la sequedad y falta de reflexión de nuestra alma sobre el Misterio Cruento y Amoroso de la Pasión de Jesús, es la causa principal de que nos entreguemos fácilmente a los vicios y a la tibieza.

Pero no sienta nuestra alma la tentación de sentirse perdida, que aún falta recorrer una estación más.

«Dame Tu mano, María; clávame Tus siete Espadas en esta carne baldía.
Quiero ir Contigo en la impía tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla, quiero ver si se retrata esa lividez de plata, esa lágrima que brilla.

¿Dónde está ya el mediodía luminoso en que Gabriel, desde el marco del dintel, Te Saludó: "Ave, María"? Virgen ya de la Agonía, Tu Hijo es el que cruza ahí.

Déjame hacer junto a Ti este augusto Itinerario.
Para ir al Monte Calvario cítame en Getsemaní
.
A Ti Doncella Graciosa, hoy Maestra de dolores, Playa de los pecadores, Nido en que el alma reposa, a Ti Te ofrezco, Pulcra rosa, las jornadas de esta vía.
A Ti, Madre, a Quién quería cumplir mi humilde promesa.
A Ti, Celestial Princesa, Virgen Sagrada María. Amén»
(Gerardo Diego, poeta y escritor).
Miro el Crucifijo y escucho a Jesús que dice: «Yo he Venido para echar Fuego sobre la tierra; y ¡cómo Quisiera que ya estuviera Encendido!» (Lc. 12, 49).
Ese Fuego ya estaba Encendido en un Corazón: el Corazón de la Santísima Virgen. 
Quemaba el Corazón de María, por eso ardían Sus Lágrimas; ardían con el Fuego ardiente de la Caridad. Y he aquí dos Remedios para sanar los incrementos que antes vimos:

.- Todavía Jesús está en el sepulcro. Traigamos a nuestra mente el recuerdo del Camino de Dolor que recorrió por nosotros, y que nuestro corazón, si no puede sentir la profundidad de dolor que el Sacrificio de Infinito Amor de Jesús merece, sí llenémonos de agradecimiento, y cogiendo nuestra Biblia, repitamos cada paso de aquel lastimoso Itinerario, y sólo digamos: “gracias, Señor”. Que finalicemos este Tiempo Litúrgico de Penitencia, habiendo aprendido al menos a darle gracias al Señor por Sus Beneficios. ¡Y qué mayor Beneficio que habernos Abierto la Puerta del Cielo! Con esto habremos dado un enorme paso en el camino de nuestra Salvación, y aliviaremos grandemente Su Corazón.

.- El siguiente Remedio, es una devoción especialísima a María. Y digo “especialísima”, no en cuanto a implementar formas nuevas de oración, sino, que sea especial en nuestro corazón. María, al igual que Jesús, no son simplemente “solucionadores de problemas”: Ella es nuestra Madre, y Quiere ardientemente ejercer ese Privilegio ayudándonos a amar cada vez a Su Hijo.

«A Jesús por María». ¡Qué triste es ver a tantos hermanos nuestros e hijos Suyos, que la desprecian, que la abandonan! Tú y yo podemos Reparar eso, podemos ser consuelo para Su Corazón Dolorido. ¿Cómo? Cogiendo nuestro Rosario con el corazón inflamado de agradecimiento. La Santa Iglesia de Cristo nos enseña que Ella es Corredentora, pues María Aceptó y Ofreció el Sacrificio de Su Hijo al Padre. ¿Y eso no es algo que debamos agradecerle? Ha de arder nuestro corazón de agradecimiento, y este nos ha de llevar al ardor de amor.

¿Cómo no amar a Madre tan Generosa? En la mente de Pedro no podía pasar la idea del Sacrificio del Maestro (Mc. 8, 32-33). ¿Qué decir, pues, del Corazón de una Madre? Pero María era la «Esclava del Señor» (Lc. 1, 38), y aquella Esclavitud no era mero formalismo, era una Entrega incondicional de Su vida a la Voluntad de Dios.

En estas horas se halla sin consuelo. La puerta de Su Corazón, sin embargo, está abierta. 

¡Entremos!

«¡Ay dolor, Dolor, Dolor, por Mi Hijo y Mi Señor!
Yo soy aquella María del linaje de David:
¡Oíd, hermano, oíd la gran desventura mía!

Decid, hombres que corréis por la vía mundanal,
decidme si visto habéis igual dolor que Mi Mal.

Y vosotras que tenéis padres, hijos y maridos,
ayudadme con Mis Gemidos, si es que mejor no podéis.

Llore Conmigo la gente, alegres y atribulados,
por Lavar los pecados mataron a un Inocente.

¡Mataron a mi Señor, Mi Redentor Verdadero!
¿Cómo no muero con tan extremo dolor?

Señora, Santa María, déjame llorar Contigo,
pues Muere Dios y mi Amigo,
y muerta esta mi alegría»
(Himno de Vísperas a la Virgen de los Dolores)

Semper Mariam In Cordis Tuo.

SOY OBRA DE SUS MANOS
(Sal 137, 8)

                                                                             
Bibliografía

El Padre Revelado por Jesucristo, P. Ángel Fuentes IVE. Audiencia General del Papa S. Juan Pablo II, 23-10-85;  3-3-1999; 24-3-1999. Mensaje para la cuaresma, S. Juan Pablo II, 1999. Encíclica Dives In Misericordia, S. Juan Pablo II, 30-11-1980. Encíclica “Deus Caritas Est”, Benedicto XVI, 25-12-2005. Lectio Divina del Papa Benedicto XVI, 11-6-2012. El Diario de mi alma, S. Juan XXIII. Entrevista al Cardenal Joseph Sarah, 20-2-2018.  Noticias comentadas, P. Santiago Martín FM, 11-1-2016. El Sacramento del Bautismo. Catecismo de la Iglesia Católica. El Bautismo, Catecismo del Concilio de Trento (conocido como Catecismo Romano). Confesiones, S. Agustín. Forja, S. José María Escrivá de Balaguer.

En el escrito anterior vimos brevemente el tema del pecado, su esencia y consecuencias.
Cuando iniciamos nuestra oración, comenzamos siempre realizando el llamado Acto de Contrición: Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido, etc…

Sin embargo, podemos preguntarnos si comprendemos la profundidad de lo que estamos diciendo. Sabemos que es a Dios a Quien nos dirigimos, y eso puede inspirarnos cierto respeto; pero cuando le digo que me arrepiento porque habiendo pecado “ofendí a un Dios tan Bueno y tan Grande”, ¿de qué Bondad, o de qué Grandeza hablo?

En esta meditación vamos a ver nuestra relación con la Primera Persona de la Santísima Trinidad: Dios Padre.

«Me levantaré e iré a mi padre»
(Lc 15, 18)

«¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha merecido tener tan grande Redentor!» Estas palabras del Misal Romano, nos recuerdan dos cosas: el Valor Infinito de la Redención, y de que ella se Realizó por mí, excepcionalidad reflejada con el singular “el hombre”, que aunque genérico e indicador de toda la raza humana, también es particular para indicar “por cada uno”.

Hubo necesidad de Redención, porque hubo una pérdida irreparable: perdí el Amor de Dios por mi pecado, una vez en Adán, e incontables veces en cada decisión personal de poner mi corazón en lo que no es Dios.

La primera Pérdida Movió al Corazón de ese Dios Infinitamente Ofendido, a Restaurar el Mal cometido con una Reparación también Infinita: los Méritos de la Sangre de Su Hijo Hecho Hombre, y Muerto en la Cruz por mi pecado.

La segunda Pérdida, hizo que Dios, en Su Infinita Sabiduría, Dispusiera para mí, un Medio de Perdón: el Sacramento de la Reconciliación, de la Confesión.

S. Juan Pablo II, explicando la Parábola del hijo pródigo (Lc 15), establece tres momentos importantes:

«El primer momento, dice, es el alejamiento.  El pecado es siempre un despilfarro de nuestra humanidad, despilfarro de valores muy preciosos, como la dignidad de la persona y la herencia de la Gracia Divina.

El segundo momento es el proceso de Conversión. El hombre, que con el pecado se ha alejado voluntariamente de la Casa Paterna, al comprobar lo que ha perdido, madura el paso decisivo de volver en sí: «Me levantaré e iré a mi padre» (Lc 15, 18). La certeza de que Dios «Es Bueno y me Ama» es más fuerte que la vergüenza y que el desaliento: ilumina con una Luz Nueva el sentido de la culpa…».

¿Qué caminos propone Jesús en esta Parábola para mi regreso a Dios?

 El examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito firme de Conversión. Aquí marca el Santo Papa, el tercer momento:
«En el hombre, sostenido por la Gracia, surge la necesidad apremiante de reencontrarse a sí mismo y su propia dignidad de hijo en el abrazo del Padre».
S. Juan Pablo II marca otro rasgo maravilloso que se desprende de la Parábola, y que en definitiva, es el motivo, incomprensible para nuestra debilidad, de la Misericordia de Dios: «El padre del hijo pródigo, escribe, es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo».

Dios Es absolutamente Fiel (Dogma de Fe), e imagen de esta Fidelidad Divina, es aquella del padre que aguarda a su hijo cada día en el camino, esperando verlo regresar. Se expresa en la alegría que manifiesta ante su regreso, en la fiesta que realiza. En la devolución de su dignidad de hijo, simbolizada en aquellas prendas y en aquel anillo, con que le viste.

Aunque hoy día se habla de una especie de misericordia que parece justificar todo y que nada exige al que se alejó, Jesucristo, de forma muy diferente, Enseña cuán importante es ese primer paso que yo he de dar, ejemplificado en las actitudes del hijo pródigo: se estremeció ante las consecuencias de su abandono de la casa  paterna: «Deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba» (Lc 15, 16); reconoció el mal cometido: «Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado…» (Lc 15, 18); y finalmente dio el paso necesario para la Reconciliación definitiva: «Levantándose, partió hacia su padre» (Lc 15, 20). «Primero el retorno a sí mismo, dirá S. Agustín, luego al Padre».

¿Qué me falta a mí para alcanzar esta Reconciliación? Quizá conocerme a mí mismo en profundidad, es decir, reconocer que en mí sólo hay debilidad e ignorancia. Para esto se necesita Humildad y ese tal vez sea el otro problema, que aún carezco de ella.

Otro problema, es que quizá aún no conozco realmente a Dios y por tanto no soy capaz de comprender las palabras del Apóstol S. Juan cuando dice que «Dios Es Amor» (1 Jn 4, 8). 
«No se comienza a ser cristiano, escribe Benedicto XVI, por una decisión o una gran idea, sino por el encuentro (…) con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

Esa Persona, bien sabemos, es Jesucristo.

Por el momento, digámosle con S. Juan XXIII:

«Verdaderamente soy, Señor, ese hijo pródigo. He disipado Tus bienes, naturales y Sobrenaturales, y me he reducido a la más miserable de las condiciones, porque hui lejos de Ti. Y Tú Eres el Padre Amorosísimo que Me Acogiste con Alegría, cuando enmendando mis errores, volví a Tu Casa, cuando busqué de nuevo el Refugio a la sombra de Tu Amor y de Tu abrazo. Tú volviste a tenerme por hijo, me Admitiste de nuevo a Tu Mesa, me Hiciste otra vez partícipe de Tus Alegrías...¡Heme aquí, en Tu Corazón! Dime, ¿qué Quieres que haga?»

«Nadie conoce (...) bien al Padre sino el Hijo»
(Mt 11, 27)

«Conócete a ti mismo, escribe S. Hilario, reconociendo al Dios que te Hizo» «Renuncias a saber quién eres, cuando desconoces al Dios que te Hizo. Y no conoces al Dios que te Hizo mientras tengas de Él un conocimiento abstracto, frío y lejano, ignorando Su Presencia Viva en el fondo de tu alma y mientras carezcas de un contacto vivo y filial con Él» (P. Ángel Fuentes).

¿Cuánto conocemos a Dios Padre?

Comencemos por confesar nuestra Fe con las palabras de S. Juan Pablo II:
«El Padre es Aquel que Eternamente Engendra al Verbo, al Hijo Consustancial con Él. En Unión con el Hijo, el Padre Eternamente "Espira" al Espíritu Santo, que Es el Amor con el que el Padre y el Hijo recíprocamente Permanecen Unidos (Jn 14, 10).
El Padre, pues, es en el Misterio Trinitario el "Principio-sin principio". El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. Es por Sí solo el Principio de la Vida, que Dios tiene en Sí mismo. Esta Vida —es decir, la misma Divinidad— la Posee el Padre en la absoluta Comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo, que son Consustanciales con Él».
«A veces, escribe el P. Fuentes, entendemos esa Paternidad, confundiéndola con Su condición de Creador; lo vemos como Padre, en el sentido de que es Causa de todas las cosas.

Pero no es el modo de Paternidad al que alude Jesucristo. Él ha Dicho: «Nadie conoce (...) bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo Quiera Revelar» (Mt 11, 27). Si sólo puede conocerlo aquel a quien el Hijo lo Revela, entonces se trata de una Paternidad absolutamente Trascendente, Misteriosa, no accesible a la razón humana.

¿Qué puede tener de distinto esa Paternidad Divina? Ante todo, una Comunicación de Vida totalmente especial: no es la donación del ser, sino de la misma Vida Personal de Dios. Dios Diviniza al hombre, le participa Su propia Vida Íntima.

Además, Dios, como Padre, Quiere Intimidad con Sus hijos, con cada  uno en particular.

Su Amor es también totalmente único, al punto de "Sacrificarse" por Sus hijos, no solamente como cualquier padre terrenal lo haría por los suyos, sino de un modo tal que ningún padre de la Tierra es capaz de hacer, y eso lo vemos patente en la Muerte de Cristo en la Cruz.

La Capacidad de Perdón de este Padre supera la comprensión humana. Los paganos hablan de un "padre común", pero al que hay que aplacar con continuos sacrificios, pues ellos no conocen la idea de Misericordia en un Dios».

«"Aquel día -ha Dicho nuestro Señor-, comprenderéis que Yo Estoy en Mi Padre y vosotros en Mí y Yo en vosotros. El que tiene Mis Mandamientos y los guarda, ese es el que Me Ama; y el que Me ame, será Amado de Mi Padre: y Yo le amaré y Me Manifestaré a él". Le dice Judas -no el Iscariote-: "Señor, ¿por qué te vas a Manifestar a nosotros y no al mundo?" Jesús le Respondió: "Si alguno Me ama, guardará Mi Palabra, y Mi Padre le Amará, y Vendremos a él, y Haremos Morada en él"» (Jn 14, 20-23).

«Yo Te buscaba fuera, escribe S. Agustín, pero Tú estabas dentro»

«Tanto Amó Dios al mundo que le envió a Su Hijo Único para Salvarlo»
(Jn 3, 16).

El Apóstol S. Judas, en su Carta, nos llama: «los que han sido Amados de Dios Padre» (v. 1)
¿Me juzgo así? ¿Percibo el Corazón del Padre y Su Actitud Amorosa hacia mí? ¿Vivo confiado en esa Mirada Paternal?

«Si la medida del amor, escribe el P. Fuentes, se pone de manifiesto en el don que se hace a quien ama (pues el amor se manifiesta en dones, y la medida del amor en la medida de los dones) entonces deberíamos concluir, siguiendo esta lógica, que Dios ha Amado a los hombres tanto cuanto a Su Hijo Unigénito, pues ha sido capaz de Entregarlo por nosotros. Esto es posible porque Dios Padre ha grabado la propia Imagen del Hijo en el corazón de cada ser humano. Por este motivo el Padre puede Amar a cada hombre con un Amor semejante al que Tiene por el Hijo.

Por tanto, todo hombre en quien se encuentra la imborrable Imagen de Dios (…) puede aplicarse la expresión "Amado del Padre". Lo confirma el mismo Jesús en la Última Cena: «El Padre mismo os Quiere, porque me queréis y creéis que Salí de Dios» (Jn 16, 27).

Somos hijos de Dios, porque Dios Padre ha Querido que seamos Sus hijos. Hay una Voluntad expresa de parte del Padre de Hacernos hijos. Dice S. Pablo: «Dios Envió a Su Hijo al mundo para que recibiéramos la adopción» (Gal 4, 4), «Eligiéndonos de antemano para ser Sus hijos por medio de Jesucristo» (Ef. 1, 5), y «los Predestinó a ser Imagen de Su Hijo» (Rom 8, 29).

«Mirad qué Amor nos ha Tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1).

Dios Habita mi corazón, y sin embargo, ¿con cuántas miserias no ha debido convivir durante los años de mi vida? Egoísmo, ira, maledicencia, impureza...pero Él, calla. Y muchas veces hemos confundido ese silencio de Dios con lejanía, falta de interés de Él por mí, o incluso, con inexistencia, porque con nuestros labios confesamos Fe en Dios, y con las obras actuamos como si Él no existiera.

«Sed Perfectos como vuestro Padre Celestial Es Perfecto»
(Mt 5, 48)

¡Imitar a Dios! ¿Cuántas burlas provocan en muchos estas palabras? Cuántos ojos no se abren grandes, como diciendo, "¿te estás escuchando? ¡Es imposible lo que estás proponiendo!" Y nosotros mismos comenzamos a alegar un cúmulo de límites que en nuestro concepto, no nos van a dejar alcanzar nunca tales alturas de Perfección.

Y sin embargo, es el propio Jesucristo, no sólo Quien lo dice, lo Manda: "¡Sean!" Son Sus palabras y son Imperativas.

¿Qué es lo primero que nos enseña, entonces? Que esas Alturas son alcanzables; que si no hemos volado hasta ellas es por el peso que nosotros mismos nos hemos impuesto: ignorancia, debilidades, pecados. No son otros los lastres. Al comienzo de la historia de la aviación, el desconocimiento, y quizás también el miedo, hacía decir a muchos: "Si Dios hubiera querido que el hombre volara, le hubiera puesto alas". Y lo cierto es que Dios Sí Quiere que Vueles, y lo cierto es que Dios sí te Puso Alas. ¿A dónde debes Volar? A donde Dios Habita: el Cielo. ¿Con qué Alas? Con la Humildad y con la Caridad. 

«Perfección del Padre, escribe el P. Fuentes, es, ante todo, Ser Espíritu; imitar Su Perfección es, pues, espiritualizarse tanto cuanto sea posible por el desasimiento de todo lo creado, hasta alcanzar la libertad».

Sobre esta libertad hablaba S. Luis María Grignion de Montfort: «Libres: almas elevadas de la tierra y llenas de Celestial Rocío, que, sin obstáculo vuelen por todos lados, movidos por el Soplo del Espíritu Santo. En parte, fue de ellas que habló el Profeta cuando dijo: "¿Quiénes son estos que vuelan como nubes?" (Is. 60, 8). Donde estaba el Ímpetu del Espíritu, allí iban».  

«La Perfección del Padre, sigue escribiendo el P. Fuentes, es Ser Dios. Imitar tal Perfección, es dejarse Divinizar por Él tanto cuanto sea posible, -lo que se logra a través de la Gracia Santificante que se infunde en nuestro corazón-. La Perfección del Padre es Darse todo entero. Imitar Su Perfección, es encaminarme al don total de mí mismo»

S. Agustín nos cuenta su experiencia, que en parte o en todo, es la nuestra: «Tarde Te amé, Belleza, tan Antigua y tan Nueva, ¡tarde Te amé! Estabas dentro mío, y yo Te buscaba por fuera...Me lanzaba como una bestia sobre las cosas hermosas que habías Creado. Estabas a mi lado, pero yo estaba muy lejos de Ti. Esas cosas...me tenían esclavizado. Me llamabas, me gritabas, y al fin, venciste mi sordera. Brillaste ante mí y me libraste de mi ceguera...Aspiré Tu perfume y Te deseé. Te gusté, Te comí, Te bebí. Me tocaste y me abrasé en Tu Paz».
Que el Padre nos Conceda también a nosotros la Gracia de una sordera y una ceguera vencida.

Me advierte el Espíritu Santo: «Quien ama al mundo, el Amor del Padre no está en él» (1 Jn 2, 15). Es un examen sencillo: todos los días he de mirar en mi interior, y ver qué encuentro allí: si no encuentro a Dios, si no soy capaz de sentir Su Amor y Cuidado Paterno, y no alcanzo con ello la Paz, es porque mi corazón está invadido por otros amores, por otros intereses, por otras búsquedas, que no tienen por qué ser pecaminosas, pueden ser perfectamente lícitas y hasta buenas, pero no son Dios. ¿Qué cosas me distraen en la oración? ¿Qué cosas alejan mi pensamiento durante ese momento de intimidad con Dios? Jesús Dijo: «Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 21). También en el tenor de esas distracciones podemos hallar una orientación de dónde están puestos nuestros amores o intereses. Y Dios lo Permite: por un lado, como correctivo a nuestra vida dispersa, y por otro, como medio de crecimiento espiritual, si es que luchamos por vencernos en esos momentos de distracción.

Arriba decíamos que una de las Alas para volar hacia Él, es la Caridad, el Amor. Dice el Espíritu Santo: «Quien permanece en el Amor, permanece en Dios, y Dios en él» (1 Jn 4, 16). No se encuentra en el ruido, en la calle, en el tumulto, en la ostentación.


«Tu Padre Sabe lo que necesitas antes que Se lo pidas»
(Mt 6, 8).

«Nadie puede saber de antemano qué necesitamos, a menos que nos conozca muy bien y esté atentísimo a los menores movimientos de nuestra alma.

El silencio de Dios (¡terrible prueba para nosotros!), no debe ser interpretado como ignorancia, desatención, indiferencia, despreocupación. Las Palabras de Jesucristo no nos dejan siquiera pensarlo sin manchar nuestros labios con la blasfemia. Por eso, de mi parte, debe haber, y hemos de luchar para que así sea, confianza, seguridad, paz, tranquilidad.

Dios Sabe qué necesitamos, lo que no siempre coincide con lo que nosotros pensamos necesitar. Él Conoce sin posibilidad de error nuestras verdaderas necesidades, algunas de las cuales nosotros mismos desconocemos o no sabemos expresar, mientras que cuando digo "necesito", con frecuencia esta expresión realmente quiere decir: "creo necesitar", o, "deseo", o, "me gustaría". Dios no siempre responde a eso que creemos y manifestamos necesitar, pero SIEMPRE lo hace con nuestras verdaderas necesidades» (P. Ángel Fuentes).

Vale recordar aquí, lo que sucedió cierto día en que el Seminario presidido por S. Vicente de Paul, se quedó sin sustento alimenticio. «¡Bendito sea Dios -respondió el Santo-, que nos Permite ver si realmente creemos en Su Providencia!».

«La Escritura, enseña S. Juan Pablo II, nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando narra que Abraham había aceptado sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la Fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: «Dios Proveerá» (Gen 22, 8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la Benévola Providencia de Dios, que salva al niño y Premia su Fe, colmándolo de Bendición»

La certeza del Amor de Dios nos lleva a confiar en Su Providencia Paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre Providente, incluso en medio de las adversidades: “Nada te turbe, nada te espante; todo pasa. Dios no Se muda. La Paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”».

«Debemos ser solícitos enseña el Catecismo, sobre todo en la búsqueda de los Bienes Celestiales. Éstos deben ocupar el primer lugar, como nos Pide Jesús: «Buscad primero el Reino de Dios y Su Justicia» (Mt 6, 33). Los demás bienes no deben ser objeto de preocupaciones excesivas, porque nuestro Padre Celestial Conoce cuáles son nuestras necesidades; nos lo Enseña Jesús cuando Exhorta a Sus discípulos a «un abandono filial en la Providencia del Padre Celestial que Cuida de las más pequeñas necesidades de Sus hijos» (n. 305): “Vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que por todas esas cosas se afanan las gentes del mundo; y ya Sabe vuestro Padre que tenéis de ellas necesidad» (Lc 12, 29-30)».

«Cuando oréis, decid: Padre nuestro...»
(Mt 6, 9-13).

Observemos con atención la oración del Padrenuestro, y veremos cómo nos educa en el orden del Amor.

Nos enseña:
1- A recordar que somos hijos de Dios, pero «es necesario, dice S. Cipriano de Cartago, acordarnos, que cuando llamemos a Dios “Padre nuestro”, debemos comportarnos como hijos de Dios». Y «orar a nuestro Padre, enseña el Catecismo, debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales: el deseo y la voluntad de asemejarnos a Él» (n. 2784).
No puso Jesús el Título de “Padre” al comienzo de la oración como mera fórmula, o como simple aviso de a Quien hay que dirigirse. La intención de Cristo, de dirigirnos al Padre, es la de llenarnos de confianza: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que Está en los Cielos Dará cosas Buenas a los que se las pidan!» (Mt.  7, 11); y motivarnos al amor: «Yo amo a los que me aman» (Prov. 8, 17) «Porque, ¿qué cosa de mayor consuelo que el Nombre de Padre, dice el Catecismo Romano, el cual rebosa de Ternura y Caridad?» (n. 1082)
Saber que Dios es mi Padre me llena de confianza, pues «no puede agotarse Su Amor por los pecados de los hombres»; no se agota Su amor por Mí, por muchos y terribles que hayan sido mis pecados.
«¿Encerrará acaso Dios, pregunta el Salmista, en Su Ira Sus Misericordias?» (Sal 86 [85], 10). Esto mismo manifestó el Profeta Habacuc hablando con Dios, cuando dijo: «Cuando estuvieres Airado, Te Acordarás de la Misericordia» (Hab 3, 2). Y Miqueas lo explicó de este modo: «¿Qué Dios semejante a Ti? Que Quitas la maldad y Perdonas el pecado del resto de Tu pueblo. Ya no Descargará más Su Furor, porque Ama la Misericordia» (Miq 7, 18). «Cuando nos juzgamos más privados y más desamparados del Socorro de Dios, nos recuerda el Catecismo Romano, entonces es cuando nos Busca y Cuida de nosotros por Su Bondad Inmensa. Porque entre Sus Iras suspende el golpe de la espada de la Justicia, y no cesa de Derramar los Tesoros Inagotables de Su Misericordia» (n. 1092)
El Padrenuestro nos enseña también que:

«- Somos DE Dios y PARA Dios, Creados para Glorificar a Dios: Santificado sea Tu Nombre.
- Que las Cosas de Dios nos deben importar más que las cosas de la tierra: Venga a nosotros Tu Reino.
- Que lo primordial es la Voluntad de Dios: Hágase Tu Voluntad.
- Que nuestras necesidades materiales vienen después de Dios: Danos hoy nuestro pan"
- Que el Perdón Divino SÓLO se obtiene perdonando el mal ajeno que recibimos: Perdona nuestras culpas.
- Que sólo con Su Ayuda, esto es, con la  fidelidad a la Gracia, podemos vencer nuestra debilidad: No nos dejes caer en la tentación
- Y sólo unidos a Él, podemos derrotar al propio satanás: y Líbranos del Maligno» (P. Ángel fuentes).

¿Por qué Dios no escucha mis oraciones si sólo pido cosas buenas?" Y ciertamente lo hacemos, pero no siempre estamos interesados verdaderamente en las Cosas de Dios. ¿Pido a Dios que Su Voluntad se Haga en mí? A veces sí; pero ¿cómo reacciono cuando esa Voluntad no parece condecir con lo que yo creo necesito o lo que supongo "bueno" para mi vida?

Hijos en el Hijo

Es habitual escuchar la frase: “todos somos hijos de Dios”. ¿Es esto cierto? Todos los hombres que habitan la tierra, ¿son hijos de Dios?

Veamos qué nos enseña el Catecismo Católico:

«Por el Bautismo somos Liberados del pecado y Regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo» (n. 1213) «El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro» (n. 1243) «Hecho hijo de Dios…recibe el Alimento de la Vida Nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo» (n. 1244). «Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el Nuevo Nacimiento en el Bautismo… Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la Gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento» (n. 1250). «Los bautizados Renacidos [por el Bautismo] como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la Fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia» (n. 1270). «El Fruto del Bautismo, o Gracia Bautismal, es una Realidad rica que comprende (…) el Nacimiento a la Vida Nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, Templo del Espíritu Santo» (n. 1279).

¿Qué nos dice la Palabra de Dios?

«El que está en Cristo, es una Nueva creación» (2 Cor. 5, 17). «Pero, al llegar la Plenitud de los tiempos, Envió Dios a Su Hijo (…) para Rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la Filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha Enviado a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo» (Gal 4, 4-7); hechos «partícipes de la Naturaleza Divina» (II Pe 1, 4). «Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rom 8, 17) Y finalmente, «Templos del Espíritu Santo» (1 Cor 6, 9).

Explica el P. Santiago Martín: «Es verdad que TODOS somos Amados por Dios, y es así, porque todos somos criaturas de Dios, Creadas a Su Imagen y Semejanza. Pero, no todos somos hijos de Dios. Sólo hay Un Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y es EL BAUTISMO, el que nos hace hijos en el Hijo; el Sacramento es el que nos concede el Don extraordinario e inmerecido de transformarnos en hijos adoptivos de Dios. TODOS, criaturas Amadas, pero sólo algunos, por la Gracia del Bautismo, sin mérito de nuestra parte, hemos sido Hechos hijos adoptivos de Dios».

Esto, además de ser una respuesta para todos aquellos que nos suponen blasfemos –incluso entre los mismos católicos-, cuando decimos que no todos son hijos de Dios, debe llevarnos a una meditación personal profunda de dos aspectos básicos en nuestra Fe Católica: primero, que no todas las Religiones son iguales. No da lo mismo, pertenecer aquí o allá; y segundo, y esta es la que nos interesa en este momento meditar, y es el valor real le hemos dado a nuestro Bautismo. Solemos celebrar el día de nuestro nacimiento a este mundo, ¿pero qué sucede con el día en que hemos Nacido para el Cielo? ¿Lo recordamos? ¿Damos gracias a Dios, al menos, de vez en cuando, por tamaño Don, inmerecido, como ya hemos dicho?

Meditando sobre el capítulo 28 del Evangelio según S. Mateo: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, Bautizándolos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (v. 19), el Papa Benedicto XVI señala la importancia de las palabras elegidas por el Señor: «Si leemos atentamente, dice, la elección de la palabra "en el Nombre del Padre", es algo muy importante: no dice EN Nombre del Padre, como nosotros decimos que un embajador habla "en nombre" de un gobierno. No. Él Dice: "EN EL Nombre", es decir, una inmersión en el Nombre de la Trinidad, somos insertados en el Nombre de la Trinidad, es una inter-penetración del Ser de Dios y de nuestro ser. Como en el Matrimonio, por ejemplo, donde dos personas llegan a ser una única carne».










 El Bautismo nos introduce, nos inserta en la Divina Trinidad, nos pone “dentro” de Dios, y a su vez, hace que esa misma Trinidad nos penetre, Habite en nosotros.
El Bautismo no es mera fórmula o trámite para pertenecer a un grupo religioso. Es una realidad profunda que no meditamos.


El mismo Benedicto XVI nos presenta tres consecuencias de esta Verdad inefable:

1) «Para nosotros, Dios, ya no es un Dios lejano, no es una realidad a discutir, si existe o no existe, sino que nosotros estamos en Dios, y Dios Está en nosotros. Por ello, la prioridad de Dios en nuestra vida es la primera consecuencia del Bautismo.

2) En la decisión de ser cristiano ciertamente participa mi libertad, pero no es una decisión independiente, "yo ahora me hago cristiano”; es, sobre todo, una Acción de Dios conmigo: no soy yo quien se hace cristiano, sino que soy Asumido por Dios, tomado de la mano por Dios. Y este ser hecho cristiano por Dios, implica ya un poco el Misterio de la Cruz: sólo puedo ser cristiano muriendo a mi egoísmo, saliendo de mí mismo.

3) Al estar inmerso en Dios, estoy unido a los hermanos, porque todos los Bautizados están también en Dios».

Por ello, en la oración no decimos: “Padre mío que estás en el Cielo”, sino, “Padre nuestro”.
Y así como estoy unido a todos los Bautizados como hermanos, también tengo una obligación de Caridad para quienes no han recibido todavía el Sacramento, como, por ejemplo, los miembros de otras religiones, pues, como criaturas de Dios, a ellos también alcanza el Sacrificio de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, y Dios «Quiere que todos los hombres se Salven» (1 Tim 2, 4).


«Si guardáis Mis Mandamientos permaneceréis en Mi amor, como Yo he Guardado los Mandamientos de Mi Padre y Permanezco en su Amor»
(Jn 15, 10)

"Dios nos Ama como somos", se oye decir a muchos, incluso Sacerdotes. Sin embargo, el Señor ha Dicho: «Vosotros sois Mis amigos si hacéis lo que os Mando» (Jn 15, 14): el Señor mismo es Quien Condiciona Su Amistad. Y perder la Amistad de Cristo, significa perder la Vida Eterna. Pero Dios no deja de Amarnos, pues si así fuera, debería entonces abandonar a los pecadores, debería abandonarme a mí. Y Él me Ama: me Ama a pesar de cómo soy. Me Amaba cuando faltaban aún siglos y miles y millones de años para darme el ser en esta tierra. Me Amaba cuando sólo estaba en Su Pensamiento Eterno. Y esto lo sabemos, porque así lo dice el Apóstol S. Juan, cuando afirma: «Él nos Amó primero» (1 Jn 4, 19). Nos Amó, aun cuando en Su Ciencia Infalible Sabía todos los pasos, decisiones y rebeldías que iba a vivir, y de cuántas veces iba a rechazar a ese Amor.



«Tú los Amaste, como Me has Amado a Mí»
(Jn 17, 23)

«Con estas impresionantes palabras, escribe el P. Ángel Fuentes, la Revelación de Jesús sobre Su Padre y Su relación con nosotros llega a su cumbre. El Padre nos ha Amado del mismo modo que Amó a Jesús. Con razón, cuando el Señor ha Resucitado, puede Decir a la Magdalena: «Ve a Mis hermanos y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20, 17). Por ello, como enseña S. Pablo, podemos llamar a Dios «Abba, Padre» (Rom 8, 15).

¿Cómo podemos vivir una espiritualidad centrada en la devoción a nuestro Padre del Cielo?

1) Trabajando para alcanzar el silencio interior: no se puede hallar al Padre en el ruido. Él «Está Presente en lo secreto» (Mt 6, 6).

2) En la humildad, teniendo siempre presentes las palabras del Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4, 7).

3) El cuidado de vivir en estado de Gracia, pues sólo este estado asegura la Presencia de la Divina Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, en mi alma. Sería un sinsentido pretender amar al Padre y no apreciar Su presencia en mi alma como lo más valioso de la vida. El estado de pecado, cierra las puertas del corazón al Padre.

4) Vivir intensamente las tres Virtudes Teologales: la Fe, la Esperanza  y la Caridad.

5) Trabajar día a día por ser dócil a la Voluntad de Dios: «No todo el que Me dice 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la Voluntad de Mi Padre» (Mt 7, 21).

¿Qué Frutos trae esta unión devota con el Padre Celestial?

1) La libertad, pues, como dice S. Pablo, toda la Creación aspira a «participar de la Libertad Gloriosa de los hijos de Dios» (Rom 8, 21). Nos liberamos del egoísmo, de la dependencia y esclavitud de las realidades creadas, pues aprendemos a encontrar la felicidad suprema sólo en Dios.

2) La Paz: «Que la Gracia y la Paz de Dios nuestro Padre, y de Jesucristo, nuestro Señor, sea con vosotros», reza el Apóstol (Ef 1, 2). Paz con nuestro pasado, pues nos sabemos Perdonados por Su verdadera Misericordia Paterna; Paz respecto del porvenir, pues sabemos lo que Él nos Prepara en Su Reino; Paz en el presente, porque nos confiamos a Su Cuidado Providente.

3) La Alegría: «Que vuestra sociedad sea con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Y nosotros os escribimos estas cosas, a fin de que vuestra Alegría sea completa» (1 Jn 1, 4). Es el Gozo de saberme Amado y Habitado por Él».

«Recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar:
¡Abbá, Padre!" 
(Rom 8, 15)

«Adelantándose un poco, caía –el Señor- en tierra y Suplicaba que a ser posible pasara de Él aquella Hora. Y Decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para Ti…» (Mc 8, 35-36).  Abbá es una palabra aramea que significa “papá”, “papito”; y es una «expresión del lenguaje infantil, que se usaba a diario en el ambiente de Jesús» (S. Juan Pablo II).  Es importante notar esto, puesto que Jesús, en su Humanidad ya madura, es Quien utiliza tal expresión. Jesús se Dirige al Padre con Ternura de niño, algo inaudito en su tiempo. Y eso nos enseña a nosotros. Nos enseña a dirigirnos de la misma manera al Padre. Por eso, para que comprendamos que no es privativo del Señor, el Apóstol nos lo recuerda: por el Bautismo, TODOS, como hijos adoptivos de Dios, podemos llamarle con el título amoroso de Papá; y aún con una ternura más afectuosa: Papito.

Ese es el espíritu que ha de animarnos al decirle Padre nuestro.

Vale recordar aquí, la imagen del niño que con los brazos abiertos corre hacia el papá, alegre por el reencuentro, decidido a subirse en sus brazos. Pues eso somos cuando rezamos esta oración: niños que corren a los brazos de su Papá del Cielo. Está bien, y es de necesidad, no perder el respeto hacia la Persona de Dios; pero si nos quedamos sólo en el respeto, nunca lograremos trascender la figura seria y cuando no, severa, del Padre, corriendo el riesgo de hacer de Él, Alguien lejano. Y eso es lo que muchas veces sentimos y de lo que el enemigo se aprovecha.
Recordar que Dios es mi Papá, que es mi Papito, como lo llamaba Jesús, nos hace trascender esa lejanía y nos ayuda a comprender que Él realmente se interesa por mí, porque me Ama, lo que me lleva automáticamente a la confianza en tan Inmenso y Tierno Amor.

Esa es la relación que de aquí en adelante ha de animarme para con Dios.

CONCLUSIÓN

Todo lo que aquí te he escrito y se puede decir, es poco y pobre, cuando uno se refiere a Dios, pues es El Inabarcable. Pero podemos hacer nuestras las palabras de S. Agustín:

«Dios mío de mi vida y Dulzura de mi alma, ¿qué es todo esto que acabo de decir respecto de lo que Tú Eres?; ¿y qué es cuanto puede decir cualquiera que hable de Ti? Pues aun los que hablan mucho de Ti, se quedan cortos como si fueran mudos. Pero aun así, infelices y desgraciados aquellos que de Ti no hablan»  

Hemos dado un primer paso para comprender la profundidad de nuestro Acto de Contrición, para que sea un verdadero Acto de Contrición. No hemos ofendido con nuestro pecado, nuestro olvido, nuestras dudas, a un Dios como esencia etérea, lejana. Hemos tocado el Corazón de un Dios, que Es Personal, qué está tan cercano al punto de Habitar en mí mismo, que Siente, que Ama, y que es Padre.

Finalicemos esta meditación con el siguiente examen de conciencia:

(Invoquemos primero, la Asistencia del Espíritu Santo: Ven, Espíritu Santo, Ven por Medio de la Poderosa Intercesión del Inmaculado Corazón de María, Tu Santísima Esposa…)

¿Es Dios realmente un "Padre" para mí? ¿Tengo dificultades para dirigirme a Dios como mi Padre? ¿Reflejan mis palabras a Dios, la ternura de un hijo? ¿De dónde pienso que proviene mi dificultad de hablar con Dios Padre como un niño lo hace con su padre de la tierra?

¿Cuál es mi conciencia de ser hijo de Dios? ¿Cuál es mi intimidad y mi confianza con Dios Padre? ¿Agradezco el Don del Bautismo?

¿Entiendo la obediencia a Dios, como un acto de amor filial? ¿Busco imitar a Dios, es decir, obrar como Él me Da ejemplo?

¿Cómo es mi sencillez, mi humildad para con Dios? ¡Cómo es mi pureza, mi pudor, mi modestia, mi Castidad, sin la que no puedo ser un verdadero niño ante Dios?

La imagen que tengo de Dios Padre, ¿se parece al padre que describe Jesús en Su Parábola del hijo pródigo?

¿Reconozco la Acción de la Providencia Divina en mi vida diaria? ¿Tengo "ojos" para la Providencia, es decir, soy capaz de descubrirla? ¿Soy agradecido con Dios?

¿Dónde están mis preocupaciones? ¿Qué es lo que más busco? ¿En qué medida confío en la Divina Providencia?

¿Cómo es mi abandono en las manos de Dios? ¿Por qué miras y proyectos me guío: por los míos o por los de Dios? ¿Hasta dónde me urge el buscar la Voluntad de Dios? ¿Discuto a Dios cuando manifiesta Su Voluntad? ¿Siento dolor o desánimo cuando debo aceptar la Voluntad del Padre?

¿De qué manera, si es que lo hago, le demuestro mi entrega? ¿Soy capaz de adorar en silencio los Planes Divinos que no puedo comprender?

¿He pensado que Dios no se interesa por mí? ¿Veo en Dios sólo un Juez?

¿Miro este mundo como un peregrino y desterrado?

«Si en la vida diaria, notas que no puedes, por el motivo que sea, abandónate en el Señor y dile: "Señor, confío en Ti, me abandono en Ti, ¡pero Ayuda mi debilidad!" Y lleno de confianza, repítele: "¡Mírame, Jesús! Soy un trapo sucio; la experiencia de mi vida es tan triste, no merezco ser hijo Tuyo". Díselo, y díselo muchas veces. No tardarás en oír Su voz: "¡No temas! ¡Levántate y anda!"» (Escrivá de Balaguer)


Semper Mariam In Cordis Tuo.