ADVIENTO
Bibliografía
Obras Completas, S. Juan de
la Cruz. Obras Completas, S. Agustín. Plegarias y elevaciones, Sta Catalina de
Siena. Teología de S. Pablo, P. José Bover SJ. Año Cristiano, P. Juan Croisset
SJ. Homilía, 2-12-2006, Benedicto XVI. Intimidad Divina, P. Gabriel de Santa
María Magdalena OCD. La Palabra de Cristo, Mons. Ángel Herrera Oria.
«Mientras no se
trasciende el deseo de Convertirse, uno no se Convierte. Reconozco que tengo
absoluta necesidad de Convertirme: mi vida, mi conciencia, todo está gritando
que me es necesaria la Conversión, que me es indispensable la Reforma. Hábitos
viciosos, costumbres pecaminosas arraigadas, confesiones mal hechas, frecuentes
recaídas, todo hace que vea la necesidad urgente de un regreso definitivo a
Dios con un Cambio radical de mi pensamiento y de mi obrar» (P. Croisset).
Sabemos que todos estos pensamientos son movimientos
efectivos de la Gracia, y si la Gracia produce esos sentimientos en mí, ¿puedo
creer, acaso, que no viene ella, unida a la Fortaleza para que ese Cambio sea
efectivo en mi vida? Pensar así, sería desconocer cómo Obra Dios en las almas.
En cuanto a que Dios Quiere nuestra Conversión, lo Dice
Él mismo a través del Profeta Ezequiel: «Yo
no Quiero la Muerte del pecador, sino que se Convierta de su camino y Viva»
(33, 11). En 2 de Pedro (3, 9), el Apóstol escribe: «El Señor...es Paciente para con vosotros; no Quiere que nadie
Perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento». Y S. Pablo a los
romanos escribe: «¿Desconoces que la Bondad
de Dios te guiará a la Conversión?» (2, 4). «Porque Él, escribe S. Agustín, por
Su Acción, comienza Haciendo que nosotros queramos; y termina Cooperando con
nuestra voluntad ya Convertida...pues ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos
más que trabajar con Dios que Trabaja. Porque Su Misericordia se nos adelantó
para que fuésemos Curados; nos sigue todavía para que, una vez Sanados, seamos
Vivificados; se nos adelanta para que seamos Llamados, nos sigue para que
seamos Glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la Piedad, nos
sigue para que vivamos por Siempre con Dios, pues sin Él no podemos hacer nada».
«Muchas veces,
sigue diciendo el P. Croisset, hemos
pensado en dar este paso, pero no lo hago, o lo hago por un reducido espacio de
tiempo. En lo que nunca pienso, es que cuanto más lo dilate, más me costará,
pues mayores dificultades tendré que vencer. Se multiplicarán los lazos de
seducción y se harán más difíciles de romper».
De hecho, ya tenemos esa experiencia.
Sin embargo, en mi mano está romperlos, pues ya sabemos
que la Gracia no nos faltará.
Si no considero este Tiempo, o este mismo día, como día
de Salvación, ¿quién me puede asegurar que lo será otro? ¿Quién puede
asegurarme siquiera que habrá otro? Más aún: ¿quién puede asegurarme que no
será este mi último Adviento? ¿Mi último día? Este puede ser el día de mi
Salvación...o de mi Condenación.
«Considera,
dice el P. Croisset, que para
Convertirnos, tenemos en el presente, unos medios que quizá no volveremos a
tener. Para la Conversión es preciso tener tiempo, Gracia y voluntad de
alcanzarla.
Ahora tengo este
tiempo; tengo esta Gracia, pues Dios me la está ofreciendo. Estas Inspiraciones
que me Da; estas mismas reflexiones que estoy leyendo; estas Verdades que estoy
meditando. Sólo me faltan las ganas, pero las ganas sinceras, verdaderas,
aquellas que hacen que avance sin importar nada ni nadie».
¿Cuánto se preocupan los hombres por el éxito de sus
negocios? Y esos negocios no le proveen más que de cosas temporales, caducas,
que solo llenan el corazón de felicidad o seguridad efímera, pues la vida no es
una constante invariable, sino que está llena de altibajos.
«Todo une Dios para
que alcance mi Conversión», nos dice el P. Croisset y nos advierte: «sólo yo me resisto: la prosperidad y la
adversidad, la salud y la falta de ella, las honras y los desprecios, todo me
conduce igualmente a la Conversión. El Señor me colma de bienes, ¡y yo sigo
ofendiéndole! El Señor me Castiga, ¿y yo continúo Irritándolo! Tengo salud, y
dilato el tiempo porque pienso que nunca se va a detener para mí. Tengo una
enfermedad ¿y voy a aguardar la muerte para hacer penitencia?»
Detengámonos un momento y digamos a Dios con el Salmista:
«A Ti elevo mi alma, Yahveh, mi Dios. En
Ti confío, no sea confundido...No, quien Espera en Ti, no es
confundido...Muéstrame, Yahveh, Tus caminos, Adiéstrame en Tus sendas. Guíame
en Tu Verdad y Enséñame, porque Tú eres mi Dios, mi Salvador» (Sal 25,
1-5).
Podemos también decirle con Charles de Foucauld:
«Enséñame, Señor,
no sólo lo que Quieres de mí, sino también lo que Tú Eres, porque cuanto más Te
conozca, tanto más Te amaré, y amarte es mi primer deber, lo que Tú sobre todo
Exiges de mí, y mi mayor necesidad... Y con la Luz Dame también la Fuerza para
seguirla, ¡oh Dios mío!, porque no basta amarte y conocer Tu Voluntad, sino que
es necesario tener la Fuerza de servirte con las obras y cumplir todo lo que
Quieres de mí...
Cúrame, Señor, que
soy ciego, y no veo Tu Voluntad ni conozco en mil cosas lo que Deseas de mí; no
veo Tu Belleza y así no Te amo como debiera... Alumbra mis ojos, Dios mío, Cura
mi ceguera, Hazme ver Tu Voluntad y Tu Belleza...
Soy también cojo.
Dios mío; Fortalece mis débiles pies, pues no tengo fuerza para ir a Ti cuando
Tú me Llamas, para caminar en Tus sendas, para hacer lo que Tú me haces ver,
para cumplir Tu Voluntad cuando me la das a conocer; yo arrastro el pie y cojeo
miserablemente mientras Te sigo... ¡Oh Dios mío!, Cúrame de esta cojera, Haz
que yo Te siga al olor de Tus perfumes, en vez de arrastrarme cojeando en pos
Tuyo.
¡Oh Dios mío!,
Ayúdame y dame la Fuerza de llevar Tu Cruz y de seguirte, cumpliendo todo lo
que Quieres de mí... Y luego Haz que yo Te adore con todas las fuerzas de mi
corazón...Haz que yo me consuma y me sumerja en Tu adoración, ¡oh mi amado
Señor! Estas son las Gracias que Derramas a manos llenas en torno Tuyo; Haz que
yo participe abundantemente de ellas. Bien conoces Tú; ¡oh Dios mío!, cuánta
necesidad tiene de ellas este pobre siervo Tuyo, tan ciego, tan impedido para
caminar, y tan frío».
«Es ya Hora de
levantaros del sueño; que la Salvación está más cerca de nosotros que cuando
abrazamos la Fe. La Noche está avanzada. El Día se avecina. Despojémonos, pues,
de las obras de las Tinieblas y Revistámonos de las Armas de la Luz. Como en
pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de
lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del
Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias»
(Rom 13, 11-14)
Notemos que el Apóstol habla de "la Hora", no
del día, o del año. El tiempo es muy breve. «Vosotros, advierte el Apóstol Santiago, los que decís: "Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí
el año, negociaremos y ganaremos"; vosotros que no sabéis qué será de
vuestra vida el día de mañana... ¡Sois vapor que aparece un momento y después
desaparece!» (4, 13-14).
¿Hora de qué? "De levantarnos del sueño". Con
la primera advertencia quiere sacudir nuestra funesta modorra espiritual. ¿Pero
qué es esto del sueño? Sueño es lo que parece real para el que duerme, lo que
le preocupa, le agita, le asusta o le alegra, pero que no existe, puesto que
cuando amanece, esos sueños se disipan y desaparecen. El que vive de sueños no
vive de la realidad ni en la realidad. ¿Qué significa sueño en este pasaje? Así
como el que sueña se mueve y emprende cosas que en realidad no existen, también
cuando estoy dormido espiritualmente creo vivir en medio de triunfos o
desgracias que en sí no son más que espejismos, pues «en todo Interviene Dios para el Bien de los que lo aman» (Rom 8,
8). ¿Cuántas veces, al irnos bien con nuestro trabajo, nuestra salud, nuestros
afectos, nuestras relaciones, olvidamos a Dios? Y por el contrario, ¿cuando
todo eso se ve afectado, nos enojamos, nos enfriamos en nuestro amor a Dios o
recurrimos a Él como último recurso? Y no nos damos cuenta que todo eso, bueno
y adverso, son sólo vehículos para alcanzar la Meta, que es la Vida Eterna, que
es Dios.
A la hora de Vísperas, el primer Domingo de Adviento, se
lee la Antífona: «Anunciad a los pueblos
y decidles: Mirad, que Viene Dios, nuestro Salvador». Benedicto XVI hace
notar que «no usa el pasado —Dios ha
Venido— ni el futuro, —Dios Vendrá—, sino el presente: "Dios Viene".
Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción
que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el
futuro. En todo momento "Dios Viene"...Es un Padre que nunca deja de
Pensar en nosotros y, Respetando totalmente nuestra libertad, Desea encontrarse
con nosotros y Visitarnos; Quiere Venir, Vivir en medio de nosotros, Permanecer
en nosotros. Viene porque Desea Liberarnos del Mal y de la Muerte, de todo lo
que impide nuestra verdadera Felicidad, Dios Viene a Salvarnos».
S. Pablo nos dice que hemos de dejar las obras de las
Tinieblas hablando de banquetes y borracheras, refiriendo con ellos en general
a todos los pecados, de los cuales, enumera como enlazados entre sí, cuatro: de
la gula sale la lujuria, de las rivalidades las envidias, y de ellos, otros
muchos. Son los mismos pecados de los que nuestro Señor Jesucristo Aconseja que
nos limpiemos: «Guardaos de que no se
hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por
las preocupaciones de la vida». Y nos Advierte que puede llegar «aquel Día (el del Juicio particular
en primer término) de improviso sobre
vosotros, como un lazo» (Lc 21, 34-35). Y el Apóstol, en otro lugar, llama
obras de la carne, opuestas al espíritu, a la impureza, envidia, cólera,
discordias, embriagueces, etc...(Gal 5, 19-21).
Así como cuando uno se levanta de la cama, lo primero que
hace es vestirse, S. Pablo continúa diciendo que, una vez
"despiertos", hemos de Revestirnos con las Armas de la Luz, hemos de
Revestirnos de Jesucristo. En la Carta a los Efesios mencionará estas Armas: «Ceñíos vuestros lomos, dice, con la Verdad, revestida la coraza de la
Justicia...el escudo de la Fe...el yelmo de la Salud y la espada del Espíritu,
que es la Palabra de Dios...» (Ef 6, 10-17).
«Ser Revestido,
explica el P. Bover, no significa recibir
algo sobrepuesto y exterior a manera de vestido -como enseñaba Lutero-, sino
que significa ser interiormente compenetrado, impregnado y como empapado, así
como la esponja al ser sumergida en el agua, o mejor aún, como el cristal
expuesto a los rayos solares»
Esto lleva al Apóstol a decir: «No ya yo, sino Cristo Vive en mí» (Gal 2, 19-20). ¿Cuántas veces
hemos escuchado esta frase? Pero qué poco hemos meditado en ella. Es verdad que
habla S. Pablo de compenetración, fusión, identificación de dos vidas, de dos
existencias, de dos personas, pero es mucho más: «él siente que su vida ha sido absorbida por otra Vida, que su
existencia ha dado lugar a otra Existencia, que su personalidad ha quedado
sustituida por otra Personalidad» (P. Bover). Por eso, cuando dice que
hemos de Revestirnos de Cristo, no se refiere a que hemos simplemente de hacer
Buenas obras, es mucho más: debemos ser OTROS CRISTOS. Se trata de una
absorción que NO DESPERSONALIZA, sino que aúna voluntades, de forma que yo no
quiero ya más que lo que Él Quiere. Esto puede parecer utópico, irrealizable,
pero los innumerables Santos que la Iglesia venera, comenzando por el propio S.
Pablo que lo propone, son ejemplos ciertos, reales, de que es posible alcanzar
esa Meta. Y yo estoy llamado a ella. Y a eso nos invita este Tiempo de
Adviento.
Una vez más podemos decir con el Beato Foucauld: «Dios mío, estoy espantado, quisiera decir: «Aléjate de mí, ¡oh Señor!, porque soy un hombre pecador», pero no lo digo, no, sino más bien lo contrario: «Quédate con nosotros, Señor, porque anochece». Yo estoy en la noche del pecado, y la Luz de la Salvación no puede venir sino de Ti; Quédate, ¡oh Señor! porque soy pecador y estoy asustado viendo las innumerables imperfecciones que en cualquier hora y en cualquier instante cometo delante de ti... Tú Estás dentro de mí; y delante de Ti y en Ti yo cometo desde la mañana a la noche, a cada momento, imperfecciones, faltas sin cuento, de pensamiento, palabra y obra... Esta ha sido una de las cosas que me han impedido por tanto tiempo buscarte en mí para adorarte y postrarme a Tus pies; estaba asustado de sentirte tan dentro de mí, tan cerca de mis miserias y de mis innumerables imperfecciones».
Pero «Compasivo es
Dios para con los que Le Temen»
(sal 103, 13). Digamos al Padre, junto con Sta Isabel de la Trinidad: ¡Oh, Dios mío, Trinidad a Quien adoro!
Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme inmutable y plácidamente
en Ti como si mi alma viviera ya en la Eternidad. Que nada pueda alterar mi
Paz, ni apartarme de Ti, sino que, cada momento de mi vida, me sumerja más
profundamente en Tu Divino Misterio. Pacífica mi alma. Establece en ella Tu
Cielo, Tu Morada Predilecta, Tu Lugar de Descanso. Que nunca Te deje solo, sino
que, vivificado por la Fe, permanezca con todo mi ser en Tu Compañía, en
completa adoración y entregado sin reservas a Tu Acción Creadora».
«Yo, Yahvé, tu
Dios, Fortaleceré tu diestra, y Yo te Digo: No temas, Yo Voy en Tu ayuda»
(Is 41, l3). Así aseguraba Dios a Israel Su continua Protección y Ayuda. Si
aquel Pueblo tenía motivos para confiar en el Señor, ¿cuánto más los tendré
yo?, siendo que no sólo Está a mi lado y me Guía y Cuida con Su Providencia
Paterna, sino que conmigo, Bautizado, ha ido más allá y se ha Establecido
dentro mío, en lo más profundo de mi ser: «¿No
sabéis, interroga S. Pablo, que sois
Templo de Dios y que el Espíritu de Dios Habita en vosotros?» (1 Cor 3,
16). Y el mismo Señor Jesucristo nos Dice y Asegura: «Si alguno Me ama...Vendremos a él y en él Haremos Morada» (Jn 14,
23).
Pero si Él está en mí, ¿por qué no lo siento, por qué no
me doy cuenta de ello? Es más, ¿por qué actúo como si no Estuviera? S. Juan de
la Cruz nos da una respuesta: «Es de notar que el Verbo Hijo
de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, Esencial y
Presencialmente Está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto el alma que
le ha de hallar conviene salir de todas las cosas según la afición y voluntad,
y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas
como si no fuesen». Es decir que para hallarlo «hay que desasirse, privarse, renunciar, aniquilarse, morir
espiritualmente a sí mismos y a todas las cosas, no tanto y no sólo separándose
de ellas materialmente, cuanto y sobre todo desasiéndose de ellas con el afecto
y la voluntad. Es el camino de la nada, del total desasimiento; es la muerte
del hombre viejo, condición indispensable para Revestirse de Cristo y vivir en
Dios» (P. Gabriel De Santa Magdalena). Todo lo cual, lo expresa el Apóstol:
«Estáis muertos, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios» (Col 3, 3).
Como objetivo para este Tiempo, tengamos presente esta
premisa: La
búsqueda amorosa de Dios escondido en nosotros responde en intensidad y grado a
esta muerte al mundo y a nosotros mismos. Cuanto más morimos, más encontramos a
Dios.
En unas semanas celebraremos el Misterio del Nacimiento
de Dios Encarnado y Hecho Hombre. Lo veremos en un pesebre como cuna; pero
vayamos más allá de la ternura que esa imagen nos puede inspirar. Él no Nació
allí porque las circunstancias lo obligaron. Nació allí porque Quiso hacerlo. Y
entre las muchas razones, una de las más evidentes es que desde el principio
Quiso el Señor compartir con nosotros el luminoso camino de la Humildad.
¡Cuánto nos asusta, muchas veces, no alcanzar, incluso, las cosas básicas para
vivir! ¡Y cuántas otras deseamos tener, sólo por el placer de poseer! Pero
Jesús nos invita a ver más allá. Miramos el pesebre y no vemos lujos; ni
siquiera eso mismo básico para cualquier niño recién nacido. Quiere que posemos
la mirada de nuestro corazón, no en el alrededor –que es lo que generalmente
hacemos-, sino en Su Persona, que aunque pequeñita, «en Él Reside toda la Plenitud de la Divinidad Corporalmente» (Col
2, 9). Jesucristo no Quiso en Su Primera Venida a este mundo, comodidades, para
enseñarme que, como dice S. Juan de la Cruz, «si el alma fuese a buscar en Dios suavidad y gusto propio, ya no
amaría a Dios puramente sobre todas las cosas, pues juntamente con Él amaría
también su propia satisfacción, y en consecuencia tendría dividido el corazón
entre el Amor de Dios y el amor de sí mismo, y no sería ya capaz de poner toda
la fuerza de la voluntad en Él…(por lo que) para acertar el alma a ir a Dios y juntarse, con Él, ha de estarse con
esa hambre y sed de solo Dios, sin quererse satisfacer de otra cosa».
¿Qué veía María Santísima? No veía la suciedad de la
paja, no sentía el frío de la noche, no percibía la presencia de los animales.
Ella veía sólo a Su Amadísimo Hijo y a Su Dios.
El Verbo Divino se Encarnó Desdeñando todo confort, pero
con Su Humano Corazón rebosante de Amor al Padre Eterno y a mí, pobre criatura
y hasta ese momento, enemigo Suyo por el pecado Original, para enseñarme que «el alma que en todo momento y en todas sus
acciones no busca más que cumplir la Voluntad de Dios, ama realmente a Dios y
vive unida verdaderamente con Él, aunque no sienta ninguna suavidad» (S.
Juan de la Cruz). Dios, por mi amor, no tuvo a menos aceptar incomodidades
extremas –recordemos que el pesebre era habitación de animales, con todo lo que
esto conlleva-, y «¿cuál fue la causa de
esto?, se pregunta Sta Catalina de Siena: El Amor. Porque nos Amaste antes que fuésemos, ¡oh Bondad, oh Eterna
Grandeza! Te Rebajaste y Te Hiciste pequeño para Hacer grande al hombre. A cualquier
parte donde me vuelo, no encuentro más que abismo y fuego de Tu Caridad… ¡Oh Jesús! Déjame que Te diga en un arranque
de gratitud que Tu Amor raya en locura. ¿Cómo Quieres que ante esta locura mi
corazón no se lance hacia Ti? ¿Cómo habría de tener límites mi confianza?»
El Niño en el pesebre duerme, pero no temamos, Dios no
duerme. El Niño se alimenta de los pechos de Su Santísima Madre; pronto, Él
mismo, se nos Dará como Alimento para la Vida Eterna. No tenemos oro para
regalarle, pero no debemos preocuparnos, porque no quiso recibir primero la
adoración de los poderosos, sino de los pobres en la persona de aquellos
pastores. Nació durante la noche, Él, que Habita una Luz Inaccesible y que Es
la Luz del mundo, para mostrarnos que las Tinieblas no tienen ningún poder
sobre Él, y tampoco sobre nosotros, si estamos unidos a Su Divina Humanidad.
Vino a este mundo en el frío de la noche, porque el mundo estaba sumergido en
la fría oscuridad del pecado; pero Él ha «Venido
a arrojar un Fuego sobre la tierra» (Lc 12, 49), Fuego que principia en Su
Caridad y Fructifica en la Cruz. El Niño ríe en los brazos de Su Tiernísima
Madre: así Quiere, la Trinidad Divina, regocijarse en nuestro corazón, pues
está Escrito: «No entristezcáis al
Espíritu Santo de Dios» (Ef 4, 30). Cuando miremos el pesebre, no nos
perdamos en los detalles, centrémonos en Aquel que al ser Introducido por el
Padre al mundo, Éste Ordenó que fuera Adorado por todos los Ángeles (Hb 1, 6),
y que Dijo: «¡He aquí que Vengo…a Hacer,
oh Dios, Tu Voluntad!» (Hb 10, 7).
Repitamos con S. Juan XXIII: «Jesús, Te Espero; los malos Te rehúsan; afuera sopla un viento glacial... ven a mi corazón; soy pobre, pero Te calentaré todo lo que pueda; a lo menos quiero que Te Complazcas de los Buenos deseos que tengo de hacerte una buena acogida, de amarte, de sacrificarme por Ti…Ven, Jesús, tengo tantas cosas que decirte... ¡tantas penas que confiarte! tantos deseos, tantas promesas, tantas esperanzas. Deseo adorarte, besar Tu frente, pequeño Jesús, darme a Ti de nuevo, para Siempre. Ven, Jesús, no tardes ya más, Acepta mi invitación y ven».
Repitamos con S. Juan XXIII: «Jesús, Te Espero; los malos Te rehúsan; afuera sopla un viento glacial... ven a mi corazón; soy pobre, pero Te calentaré todo lo que pueda; a lo menos quiero que Te Complazcas de los Buenos deseos que tengo de hacerte una buena acogida, de amarte, de sacrificarme por Ti…Ven, Jesús, tengo tantas cosas que decirte... ¡tantas penas que confiarte! tantos deseos, tantas promesas, tantas esperanzas. Deseo adorarte, besar Tu frente, pequeño Jesús, darme a Ti de nuevo, para Siempre. Ven, Jesús, no tardes ya más, Acepta mi invitación y ven».
PARA MAYOR GLORIA DE DIOS
SEMPER MARIAM IN CORDIS TUO