Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
SEMBRANDO GOMINOLAS

Comparto contigo, un interesante artículo del P. José González Guadalix:
«Estábamos en cierta ocasión un grupo de sacerdotes reflexionando sobre la parábola del sembrador que leeremos en la liturgia de este domingo. La conclusión era que tenemos que sembrar, sembrar y sembrar, hartarnos de esparcir la semilla, y que luego ya sabemos que los frutos serán más bien escasos, o incluso, muchas veces, aparentemente estériles. Quién sabe, repetía una vez un buen sacerdote, si los frutos los recogerán otros dentro de mucho tiempo. Como ven, nada original.
Hasta que uno tomó la palabra y exclamó: el problema es que, a lo mejor, en lugar de sembrar la Palabra, estamos sembrando gominolas.
Llevamos años, muchos años, convencidos en la práctica de que la gente es incapaz de aceptar la Palabra de Dios en su totalidad, tal y como nos la ha transmitido la Iglesia, y en consecuencia lo que andamos haciendo es “adaptar”, “acercar”, “acomodar” su fuerza a los tiempos de hoy. Para empezar, hemos suprimido palabras que pudieran hoy causar el mínimo enfado, como son pecado personal, pecado mortal, conversión, juicio final, inmortalidad, purgatorio o infierno. Imaginen en qué se nos queda una predicación que no llame a la conversión.
Después hemos edulcorado el credo por si acaso hay gente que tiene dificultades en creer. Por ejemplo, cambiar transustanciación por presencia simbólica, o resurrección de Cristo por un “lo sentían vivo”. Nuestra fe, para que no nos llamen fundamentalistas o intolerantes, la hemos puesto a la misma altura que cualquier otra religión, filosofía o sentimiento. La moral cristiana ha dejado de existir. Abajo la normas, porque lo importante es quererse y respetarse, y ayudar los pobres.
Eso es hoy nuestra predicación. Y si no están de acuerdo, lo piensan en las homilías de cualquier domingo. ¿Otras formas de predicar? Claro. Una liturgia descuidada, oración escasa o nula, porque uno ya hace oración su respiración cotidiana, confesionarios desaparecidos y una catequesis del compartir.
Es decir, que en lugar de sembrar la Palabra, estamos sembrando gominolas. Vienen los niños a catequesis, los jóvenes a confirmación, los adultos a sus misas, y se llevan a casa un puñadito de gominolas. Contentos, porque estos curas son buena gente, modernos, actuales, nada traumáticos y comprensivos. Es verdad que en lugar de ofrecer la doctrina de Cristo ofrecemos gominolas, pero lo importante es que la gente quede contenta. Aunque no se encuentren con Cristo. Pero contentos.
Las gominolas no dan fruto. Producen un instante agradable al paladar que acaba dando una sed de miedo al poco rato.
La auténtica siembra es dura. Hay que hacerla bajo el sol, a tiempo y a destiempo, escogiendo la mejor semilla, regando, cuidando, quitando hasta el último de los hierbajos. Mucho más cómodo entregar las gominolas. Mucho más gratificante. Pero completamente inútil». (Fuente: infocatólica.com)
Semper Mariam In Cordis Tuo.



HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

¿Cómo podemos darnos cuenta de que lo que deseamos está de acuerdo con lo más importante: la Voluntad de Dios?
El Padre Garrigou-Lagrange, en su obra “Las tres edades de la vida interior”, refiriéndose a las señales del espíritu según Dios, escribe
«El espíritu según Dios inspira la Humildad que no nos deja preferirnos a otros, que no teme el menosprecio.
Nos hace fieles escuchas de la Palabra de Dios y de la Iglesia.
Aviva la Esperanza…nos hace desear la oración, recordándonos que a ella debemos llegar por el camino de la Humildad y el renunciamiento de la Cruz. Nos hace santamente indiferentes para con los éxitos en las cosas humanas.
Acrecienta el fervor de la Caridad, el celo por la Gloria de Dios y el olvido propio. Nos lleva a pensar siempre en Dios primero sobre nuestros propios intereses y abandonar estos a su cuidado –trabajando como si todo dependiera de nosotros-.
Reanima nuestro amor al prójimo y nos hace ver en esto el índice de nuestro amor a Él.
El espíritu según Dios nos da Paciencia en las pruebas, amor a la Cruz y Caridad con los enemigos.
Nos da paz y a menudo, alegría interior. En la caída, nos da confianza en la Divina Misericordia y Perdón».
Aquí tenemos una breve guía para discernir si nuestro espíritu es movido según Dios. Con esto, también podemos descubrir cuándo es nuestra carne o el enemigo de las almas quien nos inspira. Si así fuera, tampoco debemos temer nada. En ese caso hemos de redoblar nuestros esfuerzos por subir por estos peldaños, confiando siempre en Dios, en Su Amor por nosotros, en Su Bondad y en Su Misericordia. Sabemos que el tiempo de este Destierro es tiempo de Salvación, tiempo de espera por parte de Dios, que no cesa de darnos todas las Gracias necesarias para alcanzar el último Fin, que es el Cielo. El deseo de Santidad, pues, es un llamado de Dios a alcanzar ese Fin. Porque la Santidad implica todo lo expuesto más arriba, y mientras la carne es naturalmente contraria a todo esfuerzo y sacrificio, sabemos, a su vez, que el enemigo de las almas nunca podría inspirarnos el deseo de ser Santos.
Semper Mariam In Cordis Tuo.
«EL QUE ES DE DIOS, 
ESCUCHA LAS PALABRAS DE DIOS»
(Jn. 8, 47)

Todos convenimos que cuando abrimos la Biblia sabemos que no vamos a leer las alocuciones de hombres más o menos sabios, sino que nos aprestamos a escuchar al mismo Dios que nos Habla a través de esos hombres. Por esa razón, al finalizar las Lecturas durante la Santa Misa, el Sacerdote y los lectores anuncian “Palabra de Dios”, a lo cual, todos a un tiempo, respondemos, “Te alabamos Señor”.
Cabe preguntar entonces: ¿se cumple ya en nosotros esto que leemos en San Juan? ¿Somos hombres y mujeres de Dios porque lo acabamos de escuchar, incluso con gusto, o porque terminamos nuestra lectura personal de algún Pasaje Bíblico?
Una pista para encontrar la respuesta, nos lo da el mismo Jesús al decir: “Si Digo la Verdad, ¿por qué no me creéis?” (Jn. 8; 45). Yo creo que Jesús es Dios Verdadero y como Tal no puede engañarse ni engañarnos, porque Dios Es la Verdad. En consecuencia creo que Su Palabra Es Veraz, sin matices. Pero cuántas veces nuestra naturaleza caída, herida por el pecado, choca contra esa Verdad que nos propone, y al ser criaturas libres, y respetando Dios esa libertad que Él mismo nos regaló decidimos en nuestro corazón no dar crédito a lo que escuchamos.
Afirmamos con los labios creer que aquello es Palabra de Dios Veraz, pero la mente, corazón o el cuerpo se empecinan en ahogar el eco de esa Palabra en nuestro interior.
Porque “escuchar”, aquí, no es solo oír sensiblemente. Escuchar, implica poner por obra lo oído. Dirás herman@ mí@, “Esto ya lo sabía”. Y es cierto, lo sabemos, pero hoy Dios te invita a que hagas un examen, breve, sin miedo, con confianza en Su Misericordia, y seas sincer@ con Él y contigo: ¿Lees el Evangelio, o escuchas a Dios en estos Libros Sagrados? Jesús nos dice a ti y a mí: “Si alguno guarda Mi Palabra, no verá la Muerte jamás” (Jn. 8; 51). ¿Crees que esto es así? No te habla, por supuesto, de la muerte física. Nos dice que guardando, llevando a la vida cotidiana Su Palabra, nuestra alma Vivirá para siempre junto a Él en el Cielo.
Los Apóstoles ya lo creían y por eso Pedro responde algo que habrá sido de gran consuelo para el Dulce Corazón de Cristo, abandonado en ese momento por muchos: “¿Dónde quién vamos a ir?, Tú Tienes Palabras de Vida Eterna” (Jn. 6; 68). Una Profesión de Fe, y muestra de amor, que en este mundo de creencias tan diluidas y mezcladas, donde en un alma, la Santa Comunión muchas veces se ve forzada a convivir triste y equivocadamente con el yoga y el reiki, ha de ser para el Corazón de Jesús un verdadero motivo de alegría. ¡Y qué pocas veces pensamos en la Alegría de Jesús!
Sé tú, y pide para mí, la Gracia de ser para Él este consuelo en un mundo tan olvidado de Su Amor y Su Bondad. San Vicente de Paul decía que las Obras de Dios las realizan los hombres de Dios. Y esta es la respuesta a nuestra pregunta del comienzo: somos de Dios, cuando movidos por Su Gracia escuchamos y libremente ponemos por obra Su Palabra.
«El que cree en Mí, aunque muera Vivirá;
y todo el que vive y cree en Mí, no Morirá jamás».
(Jn. 11; 25-26)
Semper Mariam In Cordis Tuo.
¿CÓMO VIVIMOS LA EUCARISTÍA?

«¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a Misa el domingo? ¿Es sólo un momento de fiesta, una tradición consolidada, una ocasión para encontrarse o para sentirse bien, o es Algo más?

Hay señales muy concretas para comprender cómo vivimos la Eucaristía.

La primera pista es nuestra manera de ver y considerar a los otros. En la Eucaristía, Cristo siempre lleva a cabo nuevamente el Don de Sí mismo que ha realizado en la Cruz. Toda Su Vida Es un Acto de total Entrega de Sí mismo por Amor; por eso Él Amaba estar con Sus discípulos y con las personas que tenía ocasión de conocer. Esto significaba para Él Compartir sus deseos, sus problemas, lo que agitaba sus almas y sus vidas.

Ahora, cuando participamos en la Santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todas las clases: jóvenes, ancianos, niños; pobres y acomodados; originarios del lugar y forasteros; acompañados por sus familiares y solos... Pero la Eucaristía que celebro, ¿me lleva a sentirlos a todos, realmente, como hermanos? ¿Hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y de llorar con el que llora? ¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?

Todos vamos a Misa porque amamos a Jesús y queremos compartir Su Pasión y Su Resurrección en la Eucaristía. Pero, ¿amamos como Jesús Quiere que amemos a aquellos hermanos y hermanas más necesitados? Por ejemplo, en Roma, estos días hemos visto tantos problemas sociales…la falta de trabajo, provocada por esta crisis social en todo el mundo... Me pregunto y cada uno de nosotros preguntémonos: yo que voy a Misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupa ayudar? ¿Me acerco? ¿Rezo por ellos que tienen este problema? O soy un poco indiferente... O quizá me preocupo de charlar: '¿Pero has visto cómo estaba vestida aquella o cómo estaba vestido aquel?' A veces se hace esto, ¿no? Después de Misa, ¿o no? ¡Se hace! ¿Eh? ¡Y eso no se tiene que hacer!

Tenemos que preocuparnos por nuestros hermanos y hermanas que tienen una necesidad, una enfermedad, un problema... Pidamos a Jesús, a este Jesús que recibimos en la Eucaristía, que nos Ayude a ayudar.

«Un segundo indicio, muy importante, es la Gracia de sentirnos Perdonados y dispuestos a perdonar. A veces alguno pregunta: ‘¿Para qué se debería ir a la iglesia, dado que el que participa habitualmente en la Santa Misa es pecador como los demás?’ ¿Cuántas veces hemos escuchado esto? En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás, sino precisamente porque se reconoce siempre necesitado de ser acogido y regenerado por la Misericordia de Dios, Hecha Carne en Jesucristo.

Si cada uno de nosotros no se siente necesitado de la Misericordia de Dios, no se siente pecador, es mejor que no vaya a Misa, ¿eh? ¿Por qué? Nosotros vamos a Misa, porque somos pecadores y queremos recibir el Perdón de Jesucristo. Participar de Su Redención, de Su Perdón.
Ese ‘Yo confieso’ que decimos al principio no es un pro forma, ¡es un verdadero Acto de Penitencia! Soy pecador, me confieso. ¡Así empieza la Misa! No debemos nunca olvidar que la Ultima Cena de Jesús ha tenido lugar “en la noche en que iba a ser entregado” (1 Cor 11, 23). En ese pan y en ese vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el Don del Cuerpo y de la Sangre de Cristo para la Remisión de nuestros pecados.

Tenemos que ir a Misa humildemente, como pecadores. Y el Señor nos Reconcilia» (Papa Francisco,12-2-2014).

Semper Mariam In Cordis Tuo.
EL CAMINO DE CRISTO, 
CAMINO DE TERNA FELICIDAD


"El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad...Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho de ser reconocido y hacer ruido en el mundo, ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo...

El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la Catequesis Apostólica nos describen los caminos que Conducen al Reino de los Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día sostenidos por la Gracia del Espíritu Santo" (Catecismo nº 1723-1724).

Jesucristo "en Quien se Realiza cada una de las Bienaventuranzas, Es el Camino a la Plenitud de la Vida y a la vida verdaderamente Plena. Quien sigue el Camino que Cristo Señala, quien recorre el Camino que es Él mismo, quien en respuesta a la Gracia procura en su vida asemejarse a Él, encontrará la única Felicidad humana. El Señor la Promete a aquellos que creen en Él y a aquellos que aman como Él: "Si guardáis Mis Mandamientos permaneceréis en Mi Amor, como Yo he Guardado los Mandamientos de Mi Padre y Permanezco en su Amor. Os he Dicho ésto para que Mi Gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea Colmado" (Jn 15, 10-11)" (P. Jurgen Daum).

"Quien lee atentamente el Texto de las Bienaventuranzas, descubre que son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de Su Figura. Él, que no tiene dónde reclinar la cabeza (Mt. 8, 20), es el auténtico Pobre; Él, que puede Decir de Sí mismo: Venid a Mí, porque Soy Sencillo y Humilde de Corazón (Mt. 11, 29), es el realmente Humilde; Él es verdaderamente Puro de Corazón y por eso Contempla a Dios sin cesar. Es Constructor de Paz, es Aquel que Sufre por Amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el Misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en Comunión con Él" (Benedicto XVI, Obispo Emérito de Roma).

Semper Mariam In Cordis Tuo.

«EL HIJO DE DIOS SE MANIFESTÓ PARA DESHACER LAS OBRAS DEL DIABLO»

(1 Jn 3, 8)


«Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. NO ES MÁS QUE UNA CRIATURA, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo...» (Catecismo Católico, nº 395).

Quise apuntar este texto, pues hoy en día, con tanta confusión y medias tintas, el mismo enemigo
quiere hacernos creer que su "poder" es irrefrenable, ayudado para ello de "brujos", "hechizos", cadenas que juran desgracias para quienes las rompen y de tantas películas que lo tienen por protagonista "invencible".

«¿Crees en Dios, pregunta el Apóstol Santiago, haces bien; el diablo también cree y tiembla» (Sant. 2, 19). Parafraseando al Apóstol Pablo que decía, «¿Dónde esta Muerte tu victoria» (1 Cor. 15, 55), pues ya había advertido que ella -la muerte- «había sido devorada» (V. 54), podríamos preguntar también a nuestro adversario: ¿dónde está tu valor...dónde está tu poder? No para vanagloriarnos, pues nuestra carne nos hace débiles a sus insidias, sino porque al Nombre del Señor muestra su verdadera naturaleza cobarde, al Nombre del Señor, queda clara la mentira con que quiere engañarnos de que su reino es poderoso e invencible, que nada podemos hacer contra él. Y es verdad que solos nada podemos, pero «si Dios Está conmigo, ¿quién contra mí?» (Rom 8, 31).

Él fue Creado libre, y en su libertad pecó y se Perdió Eternamente. También yo fui Creado libre, y libremente he dado muchas veces la espalda a Dios; pero Dios, que «es Compasivo y Clemente, lento para la Ira y Rico en Misericordia» (Sal. 103, 8), Sabe y QUIERE Perdonarme, por lo que jamás me niega la Gracia del sincero arrepentimiento si se la pido, y Su Perdón cuando me acerco al Sacramento de la Reconciliación. Y una vez vuelto a la unión con el Señor por el Amor y la Obediencia a Su Voluntad, reflejada en la lucha diaria por vivir el Evangelio, «viviendo al Amparo del Altísimo y residiendo a la Sombra del Todopoderoso» (Sal. 90, 1), puedo escuchar consolado que el mismo Señor me dirá: «Él se entregó a Mí, por eso, Yo lo Libraré; lo Protegeré, porque conoce Mi Nombre; Me invocará, y Yo le Responderé. Estaré con él en el peligro, lo Defenderé y lo Glorificaré» (Sal. 90, 14-15).

¿Te asaltan las tentaciones? ¿Sientes tu debilidad? Dile al Señor: ««Mi refugio y mi baluarte eres Tú, mi Dios, en Quien confío» (Sal. 90, 2). No hay magia, hechicería o brujería a qué temer. Puede el adversario unir las fuerzas del mundo para mi perdición, pero si «El Señor es mi Luz y mi Salvación; ¿a quién temeré? El Señor es la Fortaleza de mi vida, ¿de quién tendré temor?» (Sal. 27, 1).

El enemigo no tiene más poder que el que nosotros, libremente, le otorgamos cuando preferimos dejarnos seducir por sus espejismos, pero «no le demos oportunidad» (Ef. 4, 7). Él siempre tratará de hacer tambalear nuestra Fe por medio de las vicisitudes de la vida: «Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche, mientras me dicen todo el día: ¿Dónde está tu Dios?» (Sal. 42, 3); pero «resistamos al diablo y huirá de nosotros. Acerquémonos a Dios, y Él se Acercará a nosotros» (Sant. 4, 7-8). «Humillémonos, bajo la Poderosa mano de Dios, para que Él nos Exalte a su debido tiempo» (1 Pe 5, 6). 

Que María, la Inmaculada, la Perpetua Vencedora del enemigo de las almas, nos Ilumine, Acompañe y Fortalezca.

Que nos Ilumine ayudándonos a comprender que esto es un Combate real, no contra el prójimo -aunque sea muchas veces el instrumento, voluntario o involuntario-, sino «contra los poderes de este mundo de Tinieblas» (Ef. 6, 12).

Que nos Acompañe en esta Lucha, pues Ella es la que no conoció el pecado, la primera Redimida, la Sin Mancha, y con ello, el mismo Dios ha Querido ponerla al frente de los Vencedores, de los que unidos a la Cruz de Cristo, aplastan los avances del infierno con su Fe, su confianza, su oración y su sacrificio de cada día.

Que nos Fortalezca, para que sepamos vencer la desilusión y el desánimo, que también son tentaciones del adversario, pues, así como intentó engañar descaradamente a Cristo, diciéndole que era el dueño de todos los reinos de la tierra (Lc. 4, 6), así también nos quiere engañar a nosotros, haciéndonos creer que ante el mal que hoy existe en el mundo, nada o poco podemos hacer, por mucha oración, servicio al prójimo, Comunión Sacramental o Misa que participemos. Una falacia propia del padre de la mentira (Jn. 8, 44). Su poder, como nos lo enseña la Iglesia, no es infinito; el que pueda tener sobre mí, lo ejerce sólo porque yo se lo estoy permitiendo, porque estoy priorizando mi debilidad, mi gusto o mi capricho, aún sabiendo que con ello estoy ofendiendo a Dios. Como recordaba en una entrada anterior, San Agustín decía que el enemigo es como un perro rabioso, el cual nos muerde sólo si nos acercamos. Con mi "sí" a Dios, sin embargo, este perro no puede hacer otra cosa que irse con la cola entre las patas.

Pide a María Bendita -y pídelo, por favor, para mí también-, que nos alcance de Su Divino Esposo la Gracia de imitar Su "Sí", Su "Hágase", para que también en ti y en mí, Dios Obre, Convierta nuestro corazón de piedra en corazón de carne (Ez. 11, 19), y esta no sea una Cuaresma más, sino el comienzo de un Camino definitivo hacia el Señor.

Ad maiorem Dei gloriam.

Semper Mariam In Cordis Tuo.
UNA PÁGINA MÁS 
EN EL LIBRO DE LA VIDA


«Muchas otras Señales Hizo también Jesús en presencia de Sus discípulos, que no están escritas en este Libro» (Jn. 20, 30).

«En este último versículo, se habla, en fin, de un Libro: es el Evangelio, en el que no están escritos muchos otros Signos que hizo Jesús. Después del gran Signo de Su Misericordia —podemos pensar—, ya no se ha necesitado añadir nada más. Pero queda todavía un desafío, queda espacio para los signos que podemos hacer nosotros, que hemos recibido el Espíritu del Amor y estamos llamados a difundir la Misericordia.

Se puede decir que el Evangelio, Libro Vivo de la Misericordia de Dios, que hay que leer y releer continuamente, todavía tiene al final páginas en blanco: es un libro abierto, que estamos llamados a escribir con el mismo estilo, es decir, realizando Obras de Misericordia.

Os pregunto, queridos hermanos y hermanas: ¿Cómo están las páginas del Libro de cada uno de vosotros? ¿Se escriben cada día? ¿Están escritas sólo en parte? ¿Están en blanco?

Que la Madre de Dios nos Ayude en ello: que Ella, que ha Acogido plenamente la Palabra de Dios en Su vida (Lc 8,20-21), nos de la Gracia de ser escritores Vivos del Evangelio; que nuestra Madre de Misericordia nos Enseñe a curar concretamente las Llagas de Jesús en nuestros hermanos necesitados, de los cercanos y de los lejanos, del enfermo y del emigrante, porque sirviendo a quien sufre se honra a la Carne de Cristo. Que la Virgen María nos ayude a entregarnos hasta el final por el Bien de los fieles (..) y a sostenernos los unos a los otros, como verdaderos hermanos en la Comunión de la Iglesia, nuestra Santa Madre» (Papa Francisco, 30-7-2016).


Semper Mariam In Cordis Tuo.
¿QUIÉN ES EL SEÑOR DE MI VIDA?

Cada Tiempo de Cuaresma comienza el Ciclo dominical con el Relato de las tentaciones a nuestro Señor en el desierto. Sin embargo, lejos de ser un “cuentito”, o de un Texto ceñido al Tiempo Litúrgico Cuaresmal, es una Palabra que, con la Gracia de Dios, debemos reflexionar periódicamente y mirar desde ella nuestra propia vida.

«Reflexionar sobre las tentaciones a las que es sometido Jesús en el desierto (Mt. 4, 1-11)  es una invitación a cada uno de nosotros para responder a una pregunta fundamental: ¿qué cuenta de verdad en mi vida?

En la primera tentación el diablo propone a Jesús que cambie una piedra en pan para satisfacer el hambre. Jesús Rebate que el hombre vive también de pan, pero no sólo de pan: sin una respuesta al hambre de Verdad, al hambre de Dios, el hombre no se puede Salvar (cf. vv. 3-4).

En la segunda tentación, el diablo propone a Jesús el camino del poder: le conduce a lo alto y le ofrece el dominio del mundo; pero no es éste el Camino de Dios: Jesús tiene bien claro que no es el poder mundano lo que salva al mundo, sino el Poder de la Cruz, de la Humildad, del Amor (cf. vv. 5-8).

 En la tercera tentación, el diablo propone a Jesús que se arroje del alero del templo de Jerusalén y que haga que le salve Dios mediante Sus Ángeles, o sea, que realice algo sensacional para poner a prueba a Dios mismo; pero la respuesta es que Dios no es un objeto al que imponer nuestras condiciones: Es el Señor de todo (cf. vv. 9-12).

¿Cuál es el núcleo de las tres tentaciones que sufre Jesús?

Es la propuesta de instrumentalizar a Dios, de utilizarle para los propios intereses, para la propia gloria y el propio éxito. Y por lo tanto, en sustancia, de ponerse uno mismo en el lugar de Dios, suprimiéndole de la propia existencia y haciéndole parecer superfluo.

Cada uno debería preguntarse: ¿qué puesto tiene Dios en mi vida? ¿Es Él el Señor o lo soy yo?
Superar la tentación de someter a Dios a uno mismo y a los propios intereses, o de ponerle en un rincón, y convertirse al orden justo de prioridades, dar a Dios el primer lugar, es un camino que cada cristiano debe recorrer siempre de nuevo.

«Convertirse», significa seguir a Jesús de manera que Su Evangelio sea Guía concreta de la vida; significa dejar que Dios nos Transforme, dejar de pensar que somos nosotros los únicos constructores de nuestra existencia; significa reconocer que somos creaturas, que dependemos de Dios, de Su Amor, y sólo «perdiendo» nuestra vida en Él podemos Ganarla. Esto exige tomar nuestras decisiones a la Luz de la Palabra de Dios. 

Actualmente ya no se puede ser cristiano como simple consecuencia del hecho de vivir en una sociedad que tiene raíces cristianas: también quien nace en una familia cristiana y es formado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser cristiano, dar a Dios el primer lugar, frente a las tentaciones que una cultura secularizada le propone continuamente, frente al juicio crítico de muchos contemporáneos.

No es fácil ser fieles al Matrimonio cristiano, practicar la Misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio interior; no es fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consideran obvias, como el aborto en caso de embarazo indeseado, la eutanasia en caso de enfermedades graves, o la selección de embriones para prevenir enfermedades hereditarias. La tentación de dejar de lado la propia Fe está siempre presente y la Conversión es una respuesta a Dios que debe ser confirmada varias veces en la vida.

En el Libro del Apocalipsis leemos: «Mira, Estoy de pie a la puerta y Llamo. Si alguien escucha Mi voz y abre la puerta, Entraré en su casa y Cenaré con él y él Conmigo» (3, 20). Nuestro hombre interior debe prepararse para ser Visitado por Dios, y precisamente por esto no debe dejarse invadir por los espejismos, las apariencias, las cosas materiales.
Convertirse significa no encerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de la propia posición, sino hacer que cada día, en las pequeñas cosas, la verdad, la fe en Dios y el amor se transformen en la cosa más importante» (Benedicto XVI, Obispo Emérito de Roma, 13-2-2013).


Semper Mariam In Cordis Tuo.
CONFIADOS, COMO MARÍA

Son pocos los datos Evangélicos que tenemos y algunos testimonios que aporta la Sagrada Tradición, pero su sustancia es de rico contenido, y merece meditarse, aunque se sucintamente.

Sabemos que José tenía por profesión la carpintería, trabajo manual despreciado por esos tiempos.
Sabemos que junto a María, eran una pareja pobre, porque al ofrendar en el Templo, lo hacen con 2 tórtolas, la ofrenda de los pobres (Lc. 2, 24)

VISITACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA

Embarazada, María se pone en camino de la casa de Isabel, donde ayuda a Su prima, también embarazada.
¿Cómo comienza Su Cántico? (Lc. 1; 46-55) 
«Magnifica Mi alma al Señor, Mi espíritu se alegra en Dios, Mi Salvador».
¿Por qué?
«Porque ha puesto los ojos en la Humildad de Su esclava»
Por segunda vez, así se proclama la Madre de Dios. La primera como recordarás, fue durante el Anuncio del Ángel: «He aquí la esclava de Señor». Y sabemos que la vida del esclavo ya no le pertenecía, sino que estaba en posesión de su amo. Así era la relación de María para con Dios.

Por aquellas épocas, todo israelita conocía a la perfección las Profecías que hablaban sobre la virgen que concebiría al Mesías, al Emmanuel. De ahí la costumbre de casar a sus hijas a tan temprana edad y de que la esterilidad fuera un oprobio.
Sin embargo, nos cuenta una piadosa tradición, que en María existían sentimientos diferentes. No habitaba en Ella el deseo de ser la Madre del Mesías, sino el de poder algún día ser su servidora.
Dice la primer Bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres de espíritu»(Mt. 5; 3). María era ya, aun cuando no se había promulgado todavía la Ley Evangélica, el Modelo de Pobreza que luego anunciaría Cristo. Lo máximo para la mujer israelita era ser Madre del Mesías; María apenas quisiera ser la servidora de esta mujer. La pobreza espiritual de la que habla Cristo, no es no tener nada, sino que, aun cuando tengamos bienes, hemos de vivir desapegados de todo eso, indiferentes al tener o no tener.
Contrapongamos ya, los movimientos de nuestro corazón, que vive en un mundo elitista, seducido por la fama, los títulos, el poder y los bienes. ¿Cuántas veces nos sentimos mejor que los demás?
Midámonos dentro del Corazón de María, pero ¡ojo con los dientes del lobo!, que no nos agarre el desaliento, sino que nos envuelva la Esperanza, pues ya comenzamos a vislumbrar el camino. 

REGRESO DE MARÍA

María está tres meses con Isabel y regresa a Su casa. Nos cuenta el Evangelio un hecho tremendo: José descubre el embarazo de la Virgen y decide repudiarla en secreto.
Sabemos que José no acompañó a María en Su viaje a casa de Isabel, aunque algunos artistas lo incluyan en la escena de la Visitación. Esto queda evidente en el regreso de María tres meses después. O sea, que su embarazo bien podía ya notarse, y su ausencia ayudó al tormento de José.
Esto muestra que desconocía la visita del Arcángel Gabriel y por tanto, el maravilloso Milagro de la Concepción Virginal.

¿Cuál fue la actitud de María?

Guardó silencio.

Esto es claro, puesto que «un Ángel del Señor» (Mt. 1; 20-23) es quien le revela la Obra de la Acción Divina. ¿Te das cuenta hasta qué extremo llega la Humildad y la Confianza de la Virgen en Dios?
Con cuanto celo guardamos nosotros nuestro honor, nuestro puesto, y sin embargo…

S. Vicente de Paúl, contaba que en cierta oportunidad le habían acusado de un robo que él no había cometido. Inmediatamente se sentó a escribir una carta en su defensa. Cuando lo hacía, se detuvo a meditar, y se dio cuenta de la falta de confianza que aquello implicaba, pues si él no lo había hecho, ¿acaso Dios no lo defendería de las calumnias que se levantaban? Y su confianza no se vio defraudada, porque poco tiempo después, el ladrón fue descubierto.
S. Gerardo Majella, acusado de haber embarazado una chica, guarda silencio, en rigurosa observancia de la Regla de la Orden, hasta que Dios hace confesar a la muchacha.
Me pueden decir, “ambos eran religiosos”, y es verdad. Pero lo que importa aquí es el espíritu que los movía, y María Santísima es el mejor Modelo. Y digo que es importante el espíritu de la acción, pues ese espíritu está a tu alcance y al mío. Ese espíritu lo reviste la Fe, la confianza, el Amor a Dios. Y ahí no hay excusa. Todos podemos alcanzarlo, y todos podemos amar a Dios hasta ser, por fin, Sus esclavos.

Si el Señor ha dicho: «Sed Santos, porque Yo, Yahveh, vuestro Dios, Soy Santo» (Lev. 19;2), es porque la Perfección que lleva a la Santidad es posible, entendiendo esta Perfección en la medida de cada cual.
De otra forma, Dios habría propuesto algo que llevaría al hombre irremediablemente a la frustración. Y María, Maestra y Modelo de todos los discípulos, y los Santos que nombramos, son pauta de que sí se puede a pesar de nuestra condición de criaturas. Realzo esto último, para comenzar a aplastar de una vez, la tentación que el enemigo pone en nuestra mente: “Bueno, sí, pero Jesús era Dios”. María no es diosa, ni los Santos tienen poderes divinos; son criaturas de carne y hueso, simples, como tú y como yo.

III

María soportó con extraordinaria Paciencia la duda de quién iba a ser Su esposo, que era «varón justo» (Mt. 1, 19), es decir, con una conducta recta delante de Dios y de los hombres. Ella conocía el secreto, ¿por qué no se lo reveló? Porque confiaba en Dios y se unía a Su Voluntad.
El Hijo de Dios estaba ya en Su vientre. ¿Pudo librar a Su Madre del oprobio? ¡Claro que sí! Pero no lo hizo. Como tampoco se libró a Sí mismo de él, porque no solo el honor de Su Madre estaba golpeado; Él, el Unigénito del Padre Celestial, aparecía como fruto de pecado.

¿Ves qué profundo misterio? Es que la Cruz no sólo eran dos maderos cruzados. Ya había comenzado a llevar la Cruz.
Midámonos nuevamente dentro del Corazón de María. ¡Qué insoportables se nos hacen las calumnias y los chimentos en que nos vemos envueltos!

No sufriría María solo por Su honor, y creo que ni tanto por eso, sino por Su Niño. Ella sabía a Quién estaba Gestando en Su vientre. ¿Cómo iba a ser posible que Dios no defendiera Su causa? Así nosotros, no porque seamos naturalmente buenos, sino precisamente por lo opuesto, porque estamos indefensos ante el mal de los hombres y del mismo enemigo de las almas. Por tanto, cuanto más crezca nuestra confianza y nuestra Fe, más se inclinará el Señor hacia nosotros. Y si por razón válida, como la Caridad, fuera necesario defendernos, siempre confiados que el resultado no será otro que el que Dios Desee.

NACIMIENTO DEL DIVINO NIÑO

Llega el momento del empadronamiento por orden de Roma. Marchan María y José hacia Belén, pues ambos eran descendencia de David. Cuando llegan, resulta que no tienen oportunidad de hospedarse. Se discute un poco sobre este hecho, pues para los judíos es sagrada la hospitalidad, y parece no ser posible ante la situación de María, se pudiesen negar a recibirla. Algunos autores ven en este suceso una consecuencia de la pobreza de aquella Familia, pues de tener bienes, podían haber pagado un lugar digno donde quedarse.
Sea como fuere, pobreza o misteriosa Permisión Divina, terminan en un pesebre, lugar de habitación para los animales. El pesebre, propiamente, eran unas piedras apiladas junto a la pared, donde se coloca el forraje para el ganado.
Y aquí tenemos que detenernos a meditar.

Causa un tremendo impacto la escena: el Niño, verdaderamente Humano, al tiempo que verdaderamente Dios, acaba de Nacer en un lugar preparado para los animales, y acaba de ser recostado, envuelto en pobres pañales, sobre la paja destinada al alimento de estos.
Aquí choca nuestra soberbia, nuestra vanidad, nuestro deseo de figurar; nuestro afán por la imagen, por los aplausos…
¿Pudo el Hijo de Dios nacer en otro lugar y circunstancias? ¡Claro que podía! Pero NO QUISO.
¿Acaso no podía venir a este mundo en una familia apoderada? No solo podía, sino que ni siquiera tenía que nacer de una mujer, bien podía aparecer en este mundo siendo hombre ya maduro. Pero NO QUISO.

Y llegamos, finalmente, al argumento más profundo sobre todo lo que venimos diciendo. Escribe S. Pablo a los filipenses: «Siendo de Condición Divina, no retuvo ávidamente el ser Igual a Dios. Sino que Se despojó de Sí mismo Tomando condición de siervo, Haciéndose semejante a los hombres y Apareciendo en Su porte como Hombre; y se Humilló a Sí mismo, Obedeciendo hasta la muerte, y muerte de Cruz» (Flp. 2; 7-8) Testimonio preciso sobre las dos Naturalezas de Jesús: Divina y Humana.
“Se despojó de Sí mismo” y “se humilló a Sí mismo”, es decir, haciendo uso libre de Su Voluntad. Y en otro lugar, el Apóstol escribe a los Hebreos: «Debió en todo ser asemejado a Sus hermanos, para ser Compasivo y Fiel Pontífice en las cosas que miran a Dios» (Hb. 2; 17).

¿Ves por qué es una tentación pensar que Jesús pudo soportar todo porque tenía la ventaja de ser Dios? No guardó para Sí como un tesoro el ser Todopoderoso, porque entonces, ¿dónde estaría el valor de Sus palabras? Él, que criticaba tan severamente a los fariseos por poner sobre el pueblo prácticas legales que ellos luego no cumplían, ¿podía hablarnos de paciencia y perseverancia ante las adversidades y la cruz, si luego, al recibir los azotes romanos, con Su Poder hacía insensible Su Cuerpo al dolor? Si así lo hubiera hecho, mentiría el Apóstol al decir que era en todo semejante a los hombres, y convierte la Pasión en una parodia del sufrimiento.
¿Qué diríamos si alguien saliera al mundo a enseñar tales cosas? Le llamaríamos blasfemo. Pues así, de manera solapada, quiere satanás tranquilizar nuestra conciencia cuando queremos escaparle a la cruz. Es hábil, pero no lo suficiente.
La Obediencia, cuando es Virtud, implica la negación propia ante la orden recibida. Y Jesús fue Obediente hasta la misma muerte, y no cualquier clase de muerte, sino muerte de Cruz, forma de ejecución no sólo dolorosa, sino oprobiosa, pues de esa forma se castigaba a los malhechores, y Él fue crucificado entre dos. Es decir, que a la terrible tortura física, hay que sumarle el ataque a Su Honor y al de Su Madre.

IV

¿Podía, Jesús, inspirar a José, que fuera directo al pesebre? Sí, podía. Pero no se ahorró el sufrimiento del rechazo, ni se lo ahorró a Sus padres. Quiso Nacer en una gruta oscura y fría, y ser envuelto apenas por unas pobres fajas. Allí había animales, así que no faltarían los aromas característicos de la suciedad natural.
¿Ves, entonces, por qué se contrapone el espíritu del mundo, al espíritu de Dios? No está mal aspirar a las cosas lícitas de esta vida, pero cuando el afán por todo eso nos hace perder la paz del corazón, y el rumbo en la vida cristiana, entonces ahí, lo que es neutro en esta vida, de suyo, ni bueno ni malo, lo convertimos en algo malo pues nos aleja de nuestro centro que es Cristo.
El Evangelio nos cuenta cómo las muchedumbres decían que Jesús Enseñaba con Autoridad y no como sus escribas y fariseos. Todos los intérpretes coinciden que esa “Autoridad” se la daba el Ejemplo. Jesús predicaba lo que Él antes vivía, y eso es lo que daba fuerza a todas Sus Argumentaciones.
Entonces, ¿por qué tener miedo a vivir la vida que Él vivió? ¿Por qué sentir que en esta vida no tenemos nada, sólo porque no tenemos lo que el mundo tilda como vida exitosa y plena?
¿Es ser conformista aceptar los caminos por donde Dios nos va llevando?
«Buscad el Reino de Dios y Su Justicia». ¿Y lo demás? Si no trabajo no como, no tengo casa…Pues «lo demás se les dará por añadidura…Mirad cómo las aves del cielo no siembran ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?» (Mt. 6; 33) ‘Se les dará’, no implica sentarse a esperar que todo caiga del Cielo. No. Significa caminar por los caminos que Dios va abriendo, y Él irá proveyendo de todo eso que es necesario, mientras Él sea siempre nuestro norte, nuestra prioridad.

V
HUIDA A EGIPTO

Luego tendríamos el episodio de la huida y estadía en Egipto, del cual el Evangelio no nos da más que detalles. “Huye”, le dice el Ángel a José, quien «levantándose de noche, tomó al Niño y a la Madre, y partió» (Mt. 2, 13-14). El término “huye”, nos deja ver que no hubo Milagros que hicieran más fáciles las cosas para la Sagrada Familia.
Por breves comentarios extra bíblicos, podemos creer piadosamente, además, que tanto José como María, hacían pequeños trabajos para subsistir. Egipto era provincia romana, y allí habitaban numerosas colonias judías, así que puede suponerse como cierto.
Vemos, pues, que la Cruz, para Jesús, no consistió sólo en la del Calvario, y que no le fue sencillo cargarla ya desde el vientre de Su Madre.
Escribe S. Pablo a los Hebreos, lo que entiendo es la mejor resolución a todo lo escrito: «Teniendo, pues, tal Sumo Pontífice que Penetró los Cielos –Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos firmes la Fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, CONFIADOS al Trono de la Gracia, a fin de alcanzar Misericordia y hallar Gracia para una ayuda oportuna» (4; 14-16).
Confiados como María.
Semper Mariam In Cordis Tuo.