Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
SÁBADO SANTO


María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, en la historia de Su Vida Revelada por Ella misma a la Venerable Madre Sor María de Jesús de Ágreda, Religiosa de la Orden de la Inmaculada Concepción (O.I.C), y contenida en el libro Mística Ciudad de Dios, dice que quedando sola en Su retiro, soltó la corriente impetuosa de Sus Afectos Dolorosos y Se dejó poseer interior y exteriormente de la Amargura de Su Alma, renovando todos los Misterios y la Muerte afrentosa de Su Hijo Jesús, de los Misterios de Su Vida, Predicación y Milagros. Del Valor Infinito de la Redención humana; de la nueva Iglesia que dejaba Fundada con la inmensa Riqueza de los Sacramentos y de la Gracia; del inestimable Fin de los Justos y la Desdicha de los Condenados.
En la digna Consideración de estos y otros Misterios pasó la noche del Viernes y el día Sábado: llorando, suspirando y agradeciendo las Obras de Su Divino Hijo, Su Pasión y Sus Ocultísimos Juicios, aumentando todas y cada una de estas Consideraciones Su Dolor incomparable.

Vertió lágrimas sin cesar.

No tomó, por la vehemencia de Su Dolor, corporal sustento, y sólo se alimentó por Su continuo y amargo Llanto. «Son Mis Lágrimas Mi pan, de día y de noche» (Sal 41, 4). Copioso y ardiente, al punto que se ensangrentaron Sus ojos y entumecieron Sus mejillas por lo continuo y ardiente del Llanto.
No hubo quien la consolara.

«Es verdad, dice S. Agustín, que hubo quien lloró y se contristó con la Madre Dolorosa, pero no lo hacía por el principal Motivo que Ella». Había quien Le acompañaba en llorar penas, pero no en Llorar Culpas. Había quien lo hiciera por la muerte de Su Hijo, pero no por la abominable ingratitud y olvido de los mortales a tan Soberano y apreciable Beneficio. Habría quien la acompañase en la soledad, pero no, en la que Le dejan innumerables cristianos e hijos adoptivos.

Atendamos hoy a nuestra conciencia. Miremos nuestras costumbres, nuestras obras, nuestras palabras, nuestra vida.

«Señora y Madre nuestra: Tú estabas Serena y Fuerte junto a la Cruz de Jesús. Ofrecías Tu Hijo al Padre para la Redención del mundo.
Lo perdías, en cierto sentido, porque Él tenía que estar en las Cosas del Padre, pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo, en el Amigo que da la Vida por Sus amigos.

María, ¡qué hermoso es escuchar desde la Cruz las Palabras de Jesús: "Ahí tienes a Tu hijo", "ahí tienes a Tu Madre".
¡Qué bueno si Te recibimos en nuestra casa como Juan! Queremos llevarte siempre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos. Pero nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la Trinidad Santísima. Amén» (
Hermandad de Jesús Nazareno de la Caída)
Este Dolor Santo de María, no acaba en esos estremecedores días de la Pasión. En la historia del mundo, en nuestra misma vida, existe un incremento que Le hace más Doloroso el sacrificio de Jesús: la Soledad más amarga en que la dejamos cuando vamos tras una vida cómoda, una vida según las máximas del mundo, olvidando nuestra alma y lo mucho que Costó a Cristo y al Corazón de nuestra Madre. 

Ella vio cómo Su Hijo utilizaba una Cruz por lecho, una corona de espinas por almohada, la Sangre por cobija. 

Ayer viernes nos acercamos a adorar la Cruz del Señor, pero ¿abrazamos nuestra Cruz de cada día con el mismo fervor con que Él la llevó por ti y por mí? «¿Qué voy a decir?, dice el Señor, ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he Venido! ¡Padre, Glorifica Tu Nombre!» (Jn. 12, 27). 
¿Cómo Glorifica al Padre nuestra Cruz? En la Paciencia, en la Paz, en la Alegría. Cuando el otro ve mi sufrimiento y ve que así lo vivo, no porque soy “fuerte”, “valiente”, sino, porque soy cristiano.

Pero el Padre no se Glorifica simplemente con eso. Su Gloria resplandece igualmente, cuando nuestra alma, mediante la Cruz vivida cristianamente, alcanza la Gloria para la que Él nos ha Destinado.

Por ello, incremento de este Dolor en el Corazón de María, es la falsa devoción, los abusos litúrgicos, la práctica de la Religión sin Fe, sin reverencia, sacrílegamente, en pecado mortal, no sólo cometido sino también admitido. 

«Los que desean conseguir el Amor y la Gracia de la Santísima Virgen, dice S. Ambrosio, imiten cuanto puedan Sus Ejemplos».

La dejan sola aquellas almas que ya han cerrado sus cuentas con Dios, y se niegan irreversiblemente a reconocer su pecado, a pedir el Perdón Divino y a Repararlo con la penitencia. «El que esté muy seguro, tenga cuidado de no caer» (1 Cor. 10, 12): esta advertencia del Apóstol se nos hace guía segura en el camino, pues así como cómodamente no nos falta perspicacia para ver el pecado del prójimo, hemos de tener siempre presente lo que enseña S. Agustín: «Todos los hombres somos capaces, de todos los pecados de todos los hombres».

La dejan sola quienes nunca la acompañan a meditar, llorar y agradecer la Dolorosísima Pasión de nuestro Señor. Este es mucho Sufrimiento, pues la sequedad y falta de reflexión de nuestra alma sobre el Misterio Cruento y Amoroso de la Pasión de Jesús, es la causa principal de que nos entreguemos fácilmente a los vicios y a la tibieza.

Pero no sienta nuestra alma la tentación de sentirse perdida, que aún falta recorrer una estación más.

«Dame Tu mano, María; clávame Tus siete Espadas en esta carne baldía.
Quiero ir Contigo en la impía tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla, quiero ver si se retrata esa lividez de plata, esa lágrima que brilla.

¿Dónde está ya el mediodía luminoso en que Gabriel, desde el marco del dintel, Te Saludó: "Ave, María"? Virgen ya de la Agonía, Tu Hijo es el que cruza ahí.

Déjame hacer junto a Ti este augusto Itinerario.
Para ir al Monte Calvario cítame en Getsemaní
.
A Ti Doncella Graciosa, hoy Maestra de dolores, Playa de los pecadores, Nido en que el alma reposa, a Ti Te ofrezco, Pulcra rosa, las jornadas de esta vía.
A Ti, Madre, a Quién quería cumplir mi humilde promesa.
A Ti, Celestial Princesa, Virgen Sagrada María. Amén»
(Gerardo Diego, poeta y escritor).
Miro el Crucifijo y escucho a Jesús que dice: «Yo he Venido para echar Fuego sobre la tierra; y ¡cómo Quisiera que ya estuviera Encendido!» (Lc. 12, 49).
Ese Fuego ya estaba Encendido en un Corazón: el Corazón de la Santísima Virgen. 
Quemaba el Corazón de María, por eso ardían Sus Lágrimas; ardían con el Fuego ardiente de la Caridad. Y he aquí dos Remedios para sanar los incrementos que antes vimos:

.- Todavía Jesús está en el sepulcro. Traigamos a nuestra mente el recuerdo del Camino de Dolor que recorrió por nosotros, y que nuestro corazón, si no puede sentir la profundidad de dolor que el Sacrificio de Infinito Amor de Jesús merece, sí llenémonos de agradecimiento, y cogiendo nuestra Biblia, repitamos cada paso de aquel lastimoso Itinerario, y sólo digamos: “gracias, Señor”. Que finalicemos este Tiempo Litúrgico de Penitencia, habiendo aprendido al menos a darle gracias al Señor por Sus Beneficios. ¡Y qué mayor Beneficio que habernos Abierto la Puerta del Cielo! Con esto habremos dado un enorme paso en el camino de nuestra Salvación, y aliviaremos grandemente Su Corazón.

.- El siguiente Remedio, es una devoción especialísima a María. Y digo “especialísima”, no en cuanto a implementar formas nuevas de oración, sino, que sea especial en nuestro corazón. María, al igual que Jesús, no son simplemente “solucionadores de problemas”: Ella es nuestra Madre, y Quiere ardientemente ejercer ese Privilegio ayudándonos a amar cada vez a Su Hijo.

«A Jesús por María». ¡Qué triste es ver a tantos hermanos nuestros e hijos Suyos, que la desprecian, que la abandonan! Tú y yo podemos Reparar eso, podemos ser consuelo para Su Corazón Dolorido. ¿Cómo? Cogiendo nuestro Rosario con el corazón inflamado de agradecimiento. La Santa Iglesia de Cristo nos enseña que Ella es Corredentora, pues María Aceptó y Ofreció el Sacrificio de Su Hijo al Padre. ¿Y eso no es algo que debamos agradecerle? Ha de arder nuestro corazón de agradecimiento, y este nos ha de llevar al ardor de amor.

¿Cómo no amar a Madre tan Generosa? En la mente de Pedro no podía pasar la idea del Sacrificio del Maestro (Mc. 8, 32-33). ¿Qué decir, pues, del Corazón de una Madre? Pero María era la «Esclava del Señor» (Lc. 1, 38), y aquella Esclavitud no era mero formalismo, era una Entrega incondicional de Su vida a la Voluntad de Dios.

En estas horas se halla sin consuelo. La puerta de Su Corazón, sin embargo, está abierta. 

¡Entremos!

«¡Ay dolor, Dolor, Dolor, por Mi Hijo y Mi Señor!
Yo soy aquella María del linaje de David:
¡Oíd, hermano, oíd la gran desventura mía!

Decid, hombres que corréis por la vía mundanal,
decidme si visto habéis igual dolor que Mi Mal.

Y vosotras que tenéis padres, hijos y maridos,
ayudadme con Mis Gemidos, si es que mejor no podéis.

Llore Conmigo la gente, alegres y atribulados,
por Lavar los pecados mataron a un Inocente.

¡Mataron a mi Señor, Mi Redentor Verdadero!
¿Cómo no muero con tan extremo dolor?

Señora, Santa María, déjame llorar Contigo,
pues Muere Dios y mi Amigo,
y muerta esta mi alegría»
(Himno de Vísperas a la Virgen de los Dolores)

Semper Mariam In Cordis Tuo.

SOY OBRA DE SUS MANOS
(Sal 137, 8)

                                                                             
Bibliografía

El Padre Revelado por Jesucristo, P. Ángel Fuentes IVE. Audiencia General del Papa S. Juan Pablo II, 23-10-85;  3-3-1999; 24-3-1999. Mensaje para la cuaresma, S. Juan Pablo II, 1999. Encíclica Dives In Misericordia, S. Juan Pablo II, 30-11-1980. Encíclica “Deus Caritas Est”, Benedicto XVI, 25-12-2005. Lectio Divina del Papa Benedicto XVI, 11-6-2012. El Diario de mi alma, S. Juan XXIII. Entrevista al Cardenal Joseph Sarah, 20-2-2018.  Noticias comentadas, P. Santiago Martín FM, 11-1-2016. El Sacramento del Bautismo. Catecismo de la Iglesia Católica. El Bautismo, Catecismo del Concilio de Trento (conocido como Catecismo Romano). Confesiones, S. Agustín. Forja, S. José María Escrivá de Balaguer.

En el escrito anterior vimos brevemente el tema del pecado, su esencia y consecuencias.
Cuando iniciamos nuestra oración, comenzamos siempre realizando el llamado Acto de Contrición: Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido, etc…

Sin embargo, podemos preguntarnos si comprendemos la profundidad de lo que estamos diciendo. Sabemos que es a Dios a Quien nos dirigimos, y eso puede inspirarnos cierto respeto; pero cuando le digo que me arrepiento porque habiendo pecado “ofendí a un Dios tan Bueno y tan Grande”, ¿de qué Bondad, o de qué Grandeza hablo?

En esta meditación vamos a ver nuestra relación con la Primera Persona de la Santísima Trinidad: Dios Padre.

«Me levantaré e iré a mi padre»
(Lc 15, 18)

«¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha merecido tener tan grande Redentor!» Estas palabras del Misal Romano, nos recuerdan dos cosas: el Valor Infinito de la Redención, y de que ella se Realizó por mí, excepcionalidad reflejada con el singular “el hombre”, que aunque genérico e indicador de toda la raza humana, también es particular para indicar “por cada uno”.

Hubo necesidad de Redención, porque hubo una pérdida irreparable: perdí el Amor de Dios por mi pecado, una vez en Adán, e incontables veces en cada decisión personal de poner mi corazón en lo que no es Dios.

La primera Pérdida Movió al Corazón de ese Dios Infinitamente Ofendido, a Restaurar el Mal cometido con una Reparación también Infinita: los Méritos de la Sangre de Su Hijo Hecho Hombre, y Muerto en la Cruz por mi pecado.

La segunda Pérdida, hizo que Dios, en Su Infinita Sabiduría, Dispusiera para mí, un Medio de Perdón: el Sacramento de la Reconciliación, de la Confesión.

S. Juan Pablo II, explicando la Parábola del hijo pródigo (Lc 15), establece tres momentos importantes:

«El primer momento, dice, es el alejamiento.  El pecado es siempre un despilfarro de nuestra humanidad, despilfarro de valores muy preciosos, como la dignidad de la persona y la herencia de la Gracia Divina.

El segundo momento es el proceso de Conversión. El hombre, que con el pecado se ha alejado voluntariamente de la Casa Paterna, al comprobar lo que ha perdido, madura el paso decisivo de volver en sí: «Me levantaré e iré a mi padre» (Lc 15, 18). La certeza de que Dios «Es Bueno y me Ama» es más fuerte que la vergüenza y que el desaliento: ilumina con una Luz Nueva el sentido de la culpa…».

¿Qué caminos propone Jesús en esta Parábola para mi regreso a Dios?

 El examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito firme de Conversión. Aquí marca el Santo Papa, el tercer momento:
«En el hombre, sostenido por la Gracia, surge la necesidad apremiante de reencontrarse a sí mismo y su propia dignidad de hijo en el abrazo del Padre».
S. Juan Pablo II marca otro rasgo maravilloso que se desprende de la Parábola, y que en definitiva, es el motivo, incomprensible para nuestra debilidad, de la Misericordia de Dios: «El padre del hijo pródigo, escribe, es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo».

Dios Es absolutamente Fiel (Dogma de Fe), e imagen de esta Fidelidad Divina, es aquella del padre que aguarda a su hijo cada día en el camino, esperando verlo regresar. Se expresa en la alegría que manifiesta ante su regreso, en la fiesta que realiza. En la devolución de su dignidad de hijo, simbolizada en aquellas prendas y en aquel anillo, con que le viste.

Aunque hoy día se habla de una especie de misericordia que parece justificar todo y que nada exige al que se alejó, Jesucristo, de forma muy diferente, Enseña cuán importante es ese primer paso que yo he de dar, ejemplificado en las actitudes del hijo pródigo: se estremeció ante las consecuencias de su abandono de la casa  paterna: «Deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba» (Lc 15, 16); reconoció el mal cometido: «Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado…» (Lc 15, 18); y finalmente dio el paso necesario para la Reconciliación definitiva: «Levantándose, partió hacia su padre» (Lc 15, 20). «Primero el retorno a sí mismo, dirá S. Agustín, luego al Padre».

¿Qué me falta a mí para alcanzar esta Reconciliación? Quizá conocerme a mí mismo en profundidad, es decir, reconocer que en mí sólo hay debilidad e ignorancia. Para esto se necesita Humildad y ese tal vez sea el otro problema, que aún carezco de ella.

Otro problema, es que quizá aún no conozco realmente a Dios y por tanto no soy capaz de comprender las palabras del Apóstol S. Juan cuando dice que «Dios Es Amor» (1 Jn 4, 8). 
«No se comienza a ser cristiano, escribe Benedicto XVI, por una decisión o una gran idea, sino por el encuentro (…) con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

Esa Persona, bien sabemos, es Jesucristo.

Por el momento, digámosle con S. Juan XXIII:

«Verdaderamente soy, Señor, ese hijo pródigo. He disipado Tus bienes, naturales y Sobrenaturales, y me he reducido a la más miserable de las condiciones, porque hui lejos de Ti. Y Tú Eres el Padre Amorosísimo que Me Acogiste con Alegría, cuando enmendando mis errores, volví a Tu Casa, cuando busqué de nuevo el Refugio a la sombra de Tu Amor y de Tu abrazo. Tú volviste a tenerme por hijo, me Admitiste de nuevo a Tu Mesa, me Hiciste otra vez partícipe de Tus Alegrías...¡Heme aquí, en Tu Corazón! Dime, ¿qué Quieres que haga?»

«Nadie conoce (...) bien al Padre sino el Hijo»
(Mt 11, 27)

«Conócete a ti mismo, escribe S. Hilario, reconociendo al Dios que te Hizo» «Renuncias a saber quién eres, cuando desconoces al Dios que te Hizo. Y no conoces al Dios que te Hizo mientras tengas de Él un conocimiento abstracto, frío y lejano, ignorando Su Presencia Viva en el fondo de tu alma y mientras carezcas de un contacto vivo y filial con Él» (P. Ángel Fuentes).

¿Cuánto conocemos a Dios Padre?

Comencemos por confesar nuestra Fe con las palabras de S. Juan Pablo II:
«El Padre es Aquel que Eternamente Engendra al Verbo, al Hijo Consustancial con Él. En Unión con el Hijo, el Padre Eternamente "Espira" al Espíritu Santo, que Es el Amor con el que el Padre y el Hijo recíprocamente Permanecen Unidos (Jn 14, 10).
El Padre, pues, es en el Misterio Trinitario el "Principio-sin principio". El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. Es por Sí solo el Principio de la Vida, que Dios tiene en Sí mismo. Esta Vida —es decir, la misma Divinidad— la Posee el Padre en la absoluta Comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo, que son Consustanciales con Él».
«A veces, escribe el P. Fuentes, entendemos esa Paternidad, confundiéndola con Su condición de Creador; lo vemos como Padre, en el sentido de que es Causa de todas las cosas.

Pero no es el modo de Paternidad al que alude Jesucristo. Él ha Dicho: «Nadie conoce (...) bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo Quiera Revelar» (Mt 11, 27). Si sólo puede conocerlo aquel a quien el Hijo lo Revela, entonces se trata de una Paternidad absolutamente Trascendente, Misteriosa, no accesible a la razón humana.

¿Qué puede tener de distinto esa Paternidad Divina? Ante todo, una Comunicación de Vida totalmente especial: no es la donación del ser, sino de la misma Vida Personal de Dios. Dios Diviniza al hombre, le participa Su propia Vida Íntima.

Además, Dios, como Padre, Quiere Intimidad con Sus hijos, con cada  uno en particular.

Su Amor es también totalmente único, al punto de "Sacrificarse" por Sus hijos, no solamente como cualquier padre terrenal lo haría por los suyos, sino de un modo tal que ningún padre de la Tierra es capaz de hacer, y eso lo vemos patente en la Muerte de Cristo en la Cruz.

La Capacidad de Perdón de este Padre supera la comprensión humana. Los paganos hablan de un "padre común", pero al que hay que aplacar con continuos sacrificios, pues ellos no conocen la idea de Misericordia en un Dios».

«"Aquel día -ha Dicho nuestro Señor-, comprenderéis que Yo Estoy en Mi Padre y vosotros en Mí y Yo en vosotros. El que tiene Mis Mandamientos y los guarda, ese es el que Me Ama; y el que Me ame, será Amado de Mi Padre: y Yo le amaré y Me Manifestaré a él". Le dice Judas -no el Iscariote-: "Señor, ¿por qué te vas a Manifestar a nosotros y no al mundo?" Jesús le Respondió: "Si alguno Me ama, guardará Mi Palabra, y Mi Padre le Amará, y Vendremos a él, y Haremos Morada en él"» (Jn 14, 20-23).

«Yo Te buscaba fuera, escribe S. Agustín, pero Tú estabas dentro»

«Tanto Amó Dios al mundo que le envió a Su Hijo Único para Salvarlo»
(Jn 3, 16).

El Apóstol S. Judas, en su Carta, nos llama: «los que han sido Amados de Dios Padre» (v. 1)
¿Me juzgo así? ¿Percibo el Corazón del Padre y Su Actitud Amorosa hacia mí? ¿Vivo confiado en esa Mirada Paternal?

«Si la medida del amor, escribe el P. Fuentes, se pone de manifiesto en el don que se hace a quien ama (pues el amor se manifiesta en dones, y la medida del amor en la medida de los dones) entonces deberíamos concluir, siguiendo esta lógica, que Dios ha Amado a los hombres tanto cuanto a Su Hijo Unigénito, pues ha sido capaz de Entregarlo por nosotros. Esto es posible porque Dios Padre ha grabado la propia Imagen del Hijo en el corazón de cada ser humano. Por este motivo el Padre puede Amar a cada hombre con un Amor semejante al que Tiene por el Hijo.

Por tanto, todo hombre en quien se encuentra la imborrable Imagen de Dios (…) puede aplicarse la expresión "Amado del Padre". Lo confirma el mismo Jesús en la Última Cena: «El Padre mismo os Quiere, porque me queréis y creéis que Salí de Dios» (Jn 16, 27).

Somos hijos de Dios, porque Dios Padre ha Querido que seamos Sus hijos. Hay una Voluntad expresa de parte del Padre de Hacernos hijos. Dice S. Pablo: «Dios Envió a Su Hijo al mundo para que recibiéramos la adopción» (Gal 4, 4), «Eligiéndonos de antemano para ser Sus hijos por medio de Jesucristo» (Ef. 1, 5), y «los Predestinó a ser Imagen de Su Hijo» (Rom 8, 29).

«Mirad qué Amor nos ha Tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1).

Dios Habita mi corazón, y sin embargo, ¿con cuántas miserias no ha debido convivir durante los años de mi vida? Egoísmo, ira, maledicencia, impureza...pero Él, calla. Y muchas veces hemos confundido ese silencio de Dios con lejanía, falta de interés de Él por mí, o incluso, con inexistencia, porque con nuestros labios confesamos Fe en Dios, y con las obras actuamos como si Él no existiera.

«Sed Perfectos como vuestro Padre Celestial Es Perfecto»
(Mt 5, 48)

¡Imitar a Dios! ¿Cuántas burlas provocan en muchos estas palabras? Cuántos ojos no se abren grandes, como diciendo, "¿te estás escuchando? ¡Es imposible lo que estás proponiendo!" Y nosotros mismos comenzamos a alegar un cúmulo de límites que en nuestro concepto, no nos van a dejar alcanzar nunca tales alturas de Perfección.

Y sin embargo, es el propio Jesucristo, no sólo Quien lo dice, lo Manda: "¡Sean!" Son Sus palabras y son Imperativas.

¿Qué es lo primero que nos enseña, entonces? Que esas Alturas son alcanzables; que si no hemos volado hasta ellas es por el peso que nosotros mismos nos hemos impuesto: ignorancia, debilidades, pecados. No son otros los lastres. Al comienzo de la historia de la aviación, el desconocimiento, y quizás también el miedo, hacía decir a muchos: "Si Dios hubiera querido que el hombre volara, le hubiera puesto alas". Y lo cierto es que Dios Sí Quiere que Vueles, y lo cierto es que Dios sí te Puso Alas. ¿A dónde debes Volar? A donde Dios Habita: el Cielo. ¿Con qué Alas? Con la Humildad y con la Caridad. 

«Perfección del Padre, escribe el P. Fuentes, es, ante todo, Ser Espíritu; imitar Su Perfección es, pues, espiritualizarse tanto cuanto sea posible por el desasimiento de todo lo creado, hasta alcanzar la libertad».

Sobre esta libertad hablaba S. Luis María Grignion de Montfort: «Libres: almas elevadas de la tierra y llenas de Celestial Rocío, que, sin obstáculo vuelen por todos lados, movidos por el Soplo del Espíritu Santo. En parte, fue de ellas que habló el Profeta cuando dijo: "¿Quiénes son estos que vuelan como nubes?" (Is. 60, 8). Donde estaba el Ímpetu del Espíritu, allí iban».  

«La Perfección del Padre, sigue escribiendo el P. Fuentes, es Ser Dios. Imitar tal Perfección, es dejarse Divinizar por Él tanto cuanto sea posible, -lo que se logra a través de la Gracia Santificante que se infunde en nuestro corazón-. La Perfección del Padre es Darse todo entero. Imitar Su Perfección, es encaminarme al don total de mí mismo»

S. Agustín nos cuenta su experiencia, que en parte o en todo, es la nuestra: «Tarde Te amé, Belleza, tan Antigua y tan Nueva, ¡tarde Te amé! Estabas dentro mío, y yo Te buscaba por fuera...Me lanzaba como una bestia sobre las cosas hermosas que habías Creado. Estabas a mi lado, pero yo estaba muy lejos de Ti. Esas cosas...me tenían esclavizado. Me llamabas, me gritabas, y al fin, venciste mi sordera. Brillaste ante mí y me libraste de mi ceguera...Aspiré Tu perfume y Te deseé. Te gusté, Te comí, Te bebí. Me tocaste y me abrasé en Tu Paz».
Que el Padre nos Conceda también a nosotros la Gracia de una sordera y una ceguera vencida.

Me advierte el Espíritu Santo: «Quien ama al mundo, el Amor del Padre no está en él» (1 Jn 2, 15). Es un examen sencillo: todos los días he de mirar en mi interior, y ver qué encuentro allí: si no encuentro a Dios, si no soy capaz de sentir Su Amor y Cuidado Paterno, y no alcanzo con ello la Paz, es porque mi corazón está invadido por otros amores, por otros intereses, por otras búsquedas, que no tienen por qué ser pecaminosas, pueden ser perfectamente lícitas y hasta buenas, pero no son Dios. ¿Qué cosas me distraen en la oración? ¿Qué cosas alejan mi pensamiento durante ese momento de intimidad con Dios? Jesús Dijo: «Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 21). También en el tenor de esas distracciones podemos hallar una orientación de dónde están puestos nuestros amores o intereses. Y Dios lo Permite: por un lado, como correctivo a nuestra vida dispersa, y por otro, como medio de crecimiento espiritual, si es que luchamos por vencernos en esos momentos de distracción.

Arriba decíamos que una de las Alas para volar hacia Él, es la Caridad, el Amor. Dice el Espíritu Santo: «Quien permanece en el Amor, permanece en Dios, y Dios en él» (1 Jn 4, 16). No se encuentra en el ruido, en la calle, en el tumulto, en la ostentación.


«Tu Padre Sabe lo que necesitas antes que Se lo pidas»
(Mt 6, 8).

«Nadie puede saber de antemano qué necesitamos, a menos que nos conozca muy bien y esté atentísimo a los menores movimientos de nuestra alma.

El silencio de Dios (¡terrible prueba para nosotros!), no debe ser interpretado como ignorancia, desatención, indiferencia, despreocupación. Las Palabras de Jesucristo no nos dejan siquiera pensarlo sin manchar nuestros labios con la blasfemia. Por eso, de mi parte, debe haber, y hemos de luchar para que así sea, confianza, seguridad, paz, tranquilidad.

Dios Sabe qué necesitamos, lo que no siempre coincide con lo que nosotros pensamos necesitar. Él Conoce sin posibilidad de error nuestras verdaderas necesidades, algunas de las cuales nosotros mismos desconocemos o no sabemos expresar, mientras que cuando digo "necesito", con frecuencia esta expresión realmente quiere decir: "creo necesitar", o, "deseo", o, "me gustaría". Dios no siempre responde a eso que creemos y manifestamos necesitar, pero SIEMPRE lo hace con nuestras verdaderas necesidades» (P. Ángel Fuentes).

Vale recordar aquí, lo que sucedió cierto día en que el Seminario presidido por S. Vicente de Paul, se quedó sin sustento alimenticio. «¡Bendito sea Dios -respondió el Santo-, que nos Permite ver si realmente creemos en Su Providencia!».

«La Escritura, enseña S. Juan Pablo II, nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando narra que Abraham había aceptado sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la Fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: «Dios Proveerá» (Gen 22, 8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la Benévola Providencia de Dios, que salva al niño y Premia su Fe, colmándolo de Bendición»

La certeza del Amor de Dios nos lleva a confiar en Su Providencia Paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre Providente, incluso en medio de las adversidades: “Nada te turbe, nada te espante; todo pasa. Dios no Se muda. La Paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”».

«Debemos ser solícitos enseña el Catecismo, sobre todo en la búsqueda de los Bienes Celestiales. Éstos deben ocupar el primer lugar, como nos Pide Jesús: «Buscad primero el Reino de Dios y Su Justicia» (Mt 6, 33). Los demás bienes no deben ser objeto de preocupaciones excesivas, porque nuestro Padre Celestial Conoce cuáles son nuestras necesidades; nos lo Enseña Jesús cuando Exhorta a Sus discípulos a «un abandono filial en la Providencia del Padre Celestial que Cuida de las más pequeñas necesidades de Sus hijos» (n. 305): “Vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que por todas esas cosas se afanan las gentes del mundo; y ya Sabe vuestro Padre que tenéis de ellas necesidad» (Lc 12, 29-30)».

«Cuando oréis, decid: Padre nuestro...»
(Mt 6, 9-13).

Observemos con atención la oración del Padrenuestro, y veremos cómo nos educa en el orden del Amor.

Nos enseña:
1- A recordar que somos hijos de Dios, pero «es necesario, dice S. Cipriano de Cartago, acordarnos, que cuando llamemos a Dios “Padre nuestro”, debemos comportarnos como hijos de Dios». Y «orar a nuestro Padre, enseña el Catecismo, debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales: el deseo y la voluntad de asemejarnos a Él» (n. 2784).
No puso Jesús el Título de “Padre” al comienzo de la oración como mera fórmula, o como simple aviso de a Quien hay que dirigirse. La intención de Cristo, de dirigirnos al Padre, es la de llenarnos de confianza: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que Está en los Cielos Dará cosas Buenas a los que se las pidan!» (Mt.  7, 11); y motivarnos al amor: «Yo amo a los que me aman» (Prov. 8, 17) «Porque, ¿qué cosa de mayor consuelo que el Nombre de Padre, dice el Catecismo Romano, el cual rebosa de Ternura y Caridad?» (n. 1082)
Saber que Dios es mi Padre me llena de confianza, pues «no puede agotarse Su Amor por los pecados de los hombres»; no se agota Su amor por Mí, por muchos y terribles que hayan sido mis pecados.
«¿Encerrará acaso Dios, pregunta el Salmista, en Su Ira Sus Misericordias?» (Sal 86 [85], 10). Esto mismo manifestó el Profeta Habacuc hablando con Dios, cuando dijo: «Cuando estuvieres Airado, Te Acordarás de la Misericordia» (Hab 3, 2). Y Miqueas lo explicó de este modo: «¿Qué Dios semejante a Ti? Que Quitas la maldad y Perdonas el pecado del resto de Tu pueblo. Ya no Descargará más Su Furor, porque Ama la Misericordia» (Miq 7, 18). «Cuando nos juzgamos más privados y más desamparados del Socorro de Dios, nos recuerda el Catecismo Romano, entonces es cuando nos Busca y Cuida de nosotros por Su Bondad Inmensa. Porque entre Sus Iras suspende el golpe de la espada de la Justicia, y no cesa de Derramar los Tesoros Inagotables de Su Misericordia» (n. 1092)
El Padrenuestro nos enseña también que:

«- Somos DE Dios y PARA Dios, Creados para Glorificar a Dios: Santificado sea Tu Nombre.
- Que las Cosas de Dios nos deben importar más que las cosas de la tierra: Venga a nosotros Tu Reino.
- Que lo primordial es la Voluntad de Dios: Hágase Tu Voluntad.
- Que nuestras necesidades materiales vienen después de Dios: Danos hoy nuestro pan"
- Que el Perdón Divino SÓLO se obtiene perdonando el mal ajeno que recibimos: Perdona nuestras culpas.
- Que sólo con Su Ayuda, esto es, con la  fidelidad a la Gracia, podemos vencer nuestra debilidad: No nos dejes caer en la tentación
- Y sólo unidos a Él, podemos derrotar al propio satanás: y Líbranos del Maligno» (P. Ángel fuentes).

¿Por qué Dios no escucha mis oraciones si sólo pido cosas buenas?" Y ciertamente lo hacemos, pero no siempre estamos interesados verdaderamente en las Cosas de Dios. ¿Pido a Dios que Su Voluntad se Haga en mí? A veces sí; pero ¿cómo reacciono cuando esa Voluntad no parece condecir con lo que yo creo necesito o lo que supongo "bueno" para mi vida?

Hijos en el Hijo

Es habitual escuchar la frase: “todos somos hijos de Dios”. ¿Es esto cierto? Todos los hombres que habitan la tierra, ¿son hijos de Dios?

Veamos qué nos enseña el Catecismo Católico:

«Por el Bautismo somos Liberados del pecado y Regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo» (n. 1213) «El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro» (n. 1243) «Hecho hijo de Dios…recibe el Alimento de la Vida Nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo» (n. 1244). «Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el Nuevo Nacimiento en el Bautismo… Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la Gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento» (n. 1250). «Los bautizados Renacidos [por el Bautismo] como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la Fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia» (n. 1270). «El Fruto del Bautismo, o Gracia Bautismal, es una Realidad rica que comprende (…) el Nacimiento a la Vida Nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, Templo del Espíritu Santo» (n. 1279).

¿Qué nos dice la Palabra de Dios?

«El que está en Cristo, es una Nueva creación» (2 Cor. 5, 17). «Pero, al llegar la Plenitud de los tiempos, Envió Dios a Su Hijo (…) para Rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la Filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha Enviado a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo» (Gal 4, 4-7); hechos «partícipes de la Naturaleza Divina» (II Pe 1, 4). «Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rom 8, 17) Y finalmente, «Templos del Espíritu Santo» (1 Cor 6, 9).

Explica el P. Santiago Martín: «Es verdad que TODOS somos Amados por Dios, y es así, porque todos somos criaturas de Dios, Creadas a Su Imagen y Semejanza. Pero, no todos somos hijos de Dios. Sólo hay Un Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y es EL BAUTISMO, el que nos hace hijos en el Hijo; el Sacramento es el que nos concede el Don extraordinario e inmerecido de transformarnos en hijos adoptivos de Dios. TODOS, criaturas Amadas, pero sólo algunos, por la Gracia del Bautismo, sin mérito de nuestra parte, hemos sido Hechos hijos adoptivos de Dios».

Esto, además de ser una respuesta para todos aquellos que nos suponen blasfemos –incluso entre los mismos católicos-, cuando decimos que no todos son hijos de Dios, debe llevarnos a una meditación personal profunda de dos aspectos básicos en nuestra Fe Católica: primero, que no todas las Religiones son iguales. No da lo mismo, pertenecer aquí o allá; y segundo, y esta es la que nos interesa en este momento meditar, y es el valor real le hemos dado a nuestro Bautismo. Solemos celebrar el día de nuestro nacimiento a este mundo, ¿pero qué sucede con el día en que hemos Nacido para el Cielo? ¿Lo recordamos? ¿Damos gracias a Dios, al menos, de vez en cuando, por tamaño Don, inmerecido, como ya hemos dicho?

Meditando sobre el capítulo 28 del Evangelio según S. Mateo: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, Bautizándolos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (v. 19), el Papa Benedicto XVI señala la importancia de las palabras elegidas por el Señor: «Si leemos atentamente, dice, la elección de la palabra "en el Nombre del Padre", es algo muy importante: no dice EN Nombre del Padre, como nosotros decimos que un embajador habla "en nombre" de un gobierno. No. Él Dice: "EN EL Nombre", es decir, una inmersión en el Nombre de la Trinidad, somos insertados en el Nombre de la Trinidad, es una inter-penetración del Ser de Dios y de nuestro ser. Como en el Matrimonio, por ejemplo, donde dos personas llegan a ser una única carne».










 El Bautismo nos introduce, nos inserta en la Divina Trinidad, nos pone “dentro” de Dios, y a su vez, hace que esa misma Trinidad nos penetre, Habite en nosotros.
El Bautismo no es mera fórmula o trámite para pertenecer a un grupo religioso. Es una realidad profunda que no meditamos.


El mismo Benedicto XVI nos presenta tres consecuencias de esta Verdad inefable:

1) «Para nosotros, Dios, ya no es un Dios lejano, no es una realidad a discutir, si existe o no existe, sino que nosotros estamos en Dios, y Dios Está en nosotros. Por ello, la prioridad de Dios en nuestra vida es la primera consecuencia del Bautismo.

2) En la decisión de ser cristiano ciertamente participa mi libertad, pero no es una decisión independiente, "yo ahora me hago cristiano”; es, sobre todo, una Acción de Dios conmigo: no soy yo quien se hace cristiano, sino que soy Asumido por Dios, tomado de la mano por Dios. Y este ser hecho cristiano por Dios, implica ya un poco el Misterio de la Cruz: sólo puedo ser cristiano muriendo a mi egoísmo, saliendo de mí mismo.

3) Al estar inmerso en Dios, estoy unido a los hermanos, porque todos los Bautizados están también en Dios».

Por ello, en la oración no decimos: “Padre mío que estás en el Cielo”, sino, “Padre nuestro”.
Y así como estoy unido a todos los Bautizados como hermanos, también tengo una obligación de Caridad para quienes no han recibido todavía el Sacramento, como, por ejemplo, los miembros de otras religiones, pues, como criaturas de Dios, a ellos también alcanza el Sacrificio de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, y Dios «Quiere que todos los hombres se Salven» (1 Tim 2, 4).


«Si guardáis Mis Mandamientos permaneceréis en Mi amor, como Yo he Guardado los Mandamientos de Mi Padre y Permanezco en su Amor»
(Jn 15, 10)

"Dios nos Ama como somos", se oye decir a muchos, incluso Sacerdotes. Sin embargo, el Señor ha Dicho: «Vosotros sois Mis amigos si hacéis lo que os Mando» (Jn 15, 14): el Señor mismo es Quien Condiciona Su Amistad. Y perder la Amistad de Cristo, significa perder la Vida Eterna. Pero Dios no deja de Amarnos, pues si así fuera, debería entonces abandonar a los pecadores, debería abandonarme a mí. Y Él me Ama: me Ama a pesar de cómo soy. Me Amaba cuando faltaban aún siglos y miles y millones de años para darme el ser en esta tierra. Me Amaba cuando sólo estaba en Su Pensamiento Eterno. Y esto lo sabemos, porque así lo dice el Apóstol S. Juan, cuando afirma: «Él nos Amó primero» (1 Jn 4, 19). Nos Amó, aun cuando en Su Ciencia Infalible Sabía todos los pasos, decisiones y rebeldías que iba a vivir, y de cuántas veces iba a rechazar a ese Amor.



«Tú los Amaste, como Me has Amado a Mí»
(Jn 17, 23)

«Con estas impresionantes palabras, escribe el P. Ángel Fuentes, la Revelación de Jesús sobre Su Padre y Su relación con nosotros llega a su cumbre. El Padre nos ha Amado del mismo modo que Amó a Jesús. Con razón, cuando el Señor ha Resucitado, puede Decir a la Magdalena: «Ve a Mis hermanos y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20, 17). Por ello, como enseña S. Pablo, podemos llamar a Dios «Abba, Padre» (Rom 8, 15).

¿Cómo podemos vivir una espiritualidad centrada en la devoción a nuestro Padre del Cielo?

1) Trabajando para alcanzar el silencio interior: no se puede hallar al Padre en el ruido. Él «Está Presente en lo secreto» (Mt 6, 6).

2) En la humildad, teniendo siempre presentes las palabras del Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4, 7).

3) El cuidado de vivir en estado de Gracia, pues sólo este estado asegura la Presencia de la Divina Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, en mi alma. Sería un sinsentido pretender amar al Padre y no apreciar Su presencia en mi alma como lo más valioso de la vida. El estado de pecado, cierra las puertas del corazón al Padre.

4) Vivir intensamente las tres Virtudes Teologales: la Fe, la Esperanza  y la Caridad.

5) Trabajar día a día por ser dócil a la Voluntad de Dios: «No todo el que Me dice 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la Voluntad de Mi Padre» (Mt 7, 21).

¿Qué Frutos trae esta unión devota con el Padre Celestial?

1) La libertad, pues, como dice S. Pablo, toda la Creación aspira a «participar de la Libertad Gloriosa de los hijos de Dios» (Rom 8, 21). Nos liberamos del egoísmo, de la dependencia y esclavitud de las realidades creadas, pues aprendemos a encontrar la felicidad suprema sólo en Dios.

2) La Paz: «Que la Gracia y la Paz de Dios nuestro Padre, y de Jesucristo, nuestro Señor, sea con vosotros», reza el Apóstol (Ef 1, 2). Paz con nuestro pasado, pues nos sabemos Perdonados por Su verdadera Misericordia Paterna; Paz respecto del porvenir, pues sabemos lo que Él nos Prepara en Su Reino; Paz en el presente, porque nos confiamos a Su Cuidado Providente.

3) La Alegría: «Que vuestra sociedad sea con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Y nosotros os escribimos estas cosas, a fin de que vuestra Alegría sea completa» (1 Jn 1, 4). Es el Gozo de saberme Amado y Habitado por Él».

«Recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar:
¡Abbá, Padre!" 
(Rom 8, 15)

«Adelantándose un poco, caía –el Señor- en tierra y Suplicaba que a ser posible pasara de Él aquella Hora. Y Decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para Ti…» (Mc 8, 35-36).  Abbá es una palabra aramea que significa “papá”, “papito”; y es una «expresión del lenguaje infantil, que se usaba a diario en el ambiente de Jesús» (S. Juan Pablo II).  Es importante notar esto, puesto que Jesús, en su Humanidad ya madura, es Quien utiliza tal expresión. Jesús se Dirige al Padre con Ternura de niño, algo inaudito en su tiempo. Y eso nos enseña a nosotros. Nos enseña a dirigirnos de la misma manera al Padre. Por eso, para que comprendamos que no es privativo del Señor, el Apóstol nos lo recuerda: por el Bautismo, TODOS, como hijos adoptivos de Dios, podemos llamarle con el título amoroso de Papá; y aún con una ternura más afectuosa: Papito.

Ese es el espíritu que ha de animarnos al decirle Padre nuestro.

Vale recordar aquí, la imagen del niño que con los brazos abiertos corre hacia el papá, alegre por el reencuentro, decidido a subirse en sus brazos. Pues eso somos cuando rezamos esta oración: niños que corren a los brazos de su Papá del Cielo. Está bien, y es de necesidad, no perder el respeto hacia la Persona de Dios; pero si nos quedamos sólo en el respeto, nunca lograremos trascender la figura seria y cuando no, severa, del Padre, corriendo el riesgo de hacer de Él, Alguien lejano. Y eso es lo que muchas veces sentimos y de lo que el enemigo se aprovecha.
Recordar que Dios es mi Papá, que es mi Papito, como lo llamaba Jesús, nos hace trascender esa lejanía y nos ayuda a comprender que Él realmente se interesa por mí, porque me Ama, lo que me lleva automáticamente a la confianza en tan Inmenso y Tierno Amor.

Esa es la relación que de aquí en adelante ha de animarme para con Dios.

CONCLUSIÓN

Todo lo que aquí te he escrito y se puede decir, es poco y pobre, cuando uno se refiere a Dios, pues es El Inabarcable. Pero podemos hacer nuestras las palabras de S. Agustín:

«Dios mío de mi vida y Dulzura de mi alma, ¿qué es todo esto que acabo de decir respecto de lo que Tú Eres?; ¿y qué es cuanto puede decir cualquiera que hable de Ti? Pues aun los que hablan mucho de Ti, se quedan cortos como si fueran mudos. Pero aun así, infelices y desgraciados aquellos que de Ti no hablan»  

Hemos dado un primer paso para comprender la profundidad de nuestro Acto de Contrición, para que sea un verdadero Acto de Contrición. No hemos ofendido con nuestro pecado, nuestro olvido, nuestras dudas, a un Dios como esencia etérea, lejana. Hemos tocado el Corazón de un Dios, que Es Personal, qué está tan cercano al punto de Habitar en mí mismo, que Siente, que Ama, y que es Padre.

Finalicemos esta meditación con el siguiente examen de conciencia:

(Invoquemos primero, la Asistencia del Espíritu Santo: Ven, Espíritu Santo, Ven por Medio de la Poderosa Intercesión del Inmaculado Corazón de María, Tu Santísima Esposa…)

¿Es Dios realmente un "Padre" para mí? ¿Tengo dificultades para dirigirme a Dios como mi Padre? ¿Reflejan mis palabras a Dios, la ternura de un hijo? ¿De dónde pienso que proviene mi dificultad de hablar con Dios Padre como un niño lo hace con su padre de la tierra?

¿Cuál es mi conciencia de ser hijo de Dios? ¿Cuál es mi intimidad y mi confianza con Dios Padre? ¿Agradezco el Don del Bautismo?

¿Entiendo la obediencia a Dios, como un acto de amor filial? ¿Busco imitar a Dios, es decir, obrar como Él me Da ejemplo?

¿Cómo es mi sencillez, mi humildad para con Dios? ¡Cómo es mi pureza, mi pudor, mi modestia, mi Castidad, sin la que no puedo ser un verdadero niño ante Dios?

La imagen que tengo de Dios Padre, ¿se parece al padre que describe Jesús en Su Parábola del hijo pródigo?

¿Reconozco la Acción de la Providencia Divina en mi vida diaria? ¿Tengo "ojos" para la Providencia, es decir, soy capaz de descubrirla? ¿Soy agradecido con Dios?

¿Dónde están mis preocupaciones? ¿Qué es lo que más busco? ¿En qué medida confío en la Divina Providencia?

¿Cómo es mi abandono en las manos de Dios? ¿Por qué miras y proyectos me guío: por los míos o por los de Dios? ¿Hasta dónde me urge el buscar la Voluntad de Dios? ¿Discuto a Dios cuando manifiesta Su Voluntad? ¿Siento dolor o desánimo cuando debo aceptar la Voluntad del Padre?

¿De qué manera, si es que lo hago, le demuestro mi entrega? ¿Soy capaz de adorar en silencio los Planes Divinos que no puedo comprender?

¿He pensado que Dios no se interesa por mí? ¿Veo en Dios sólo un Juez?

¿Miro este mundo como un peregrino y desterrado?

«Si en la vida diaria, notas que no puedes, por el motivo que sea, abandónate en el Señor y dile: "Señor, confío en Ti, me abandono en Ti, ¡pero Ayuda mi debilidad!" Y lleno de confianza, repítele: "¡Mírame, Jesús! Soy un trapo sucio; la experiencia de mi vida es tan triste, no merezco ser hijo Tuyo". Díselo, y díselo muchas veces. No tardarás en oír Su voz: "¡No temas! ¡Levántate y anda!"» (Escrivá de Balaguer)


Semper Mariam In Cordis Tuo.