Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
SANTOS INOCENTES

Hoy, el Espíritu Santo, a través del evangelio según S. Mateo, nos recuerda a los pequeños Mártires de Belén, víctimas de la crueldad de Herodes. Ellos «son, escribe Sta Teresa Benedicta de la Cruz, la imagen de la pobreza más extrema. No poseen más riqueza que su vida. Y ésta también se les quita, sin que ellos opongan resistencia. Ellos rodean el pesebre para indicarnos cuál es la mirra que hemos de ofrecer al Niño Dios: quien quiera pertenecerle totalmente, tiene que entregarse a Él sin reservas y abandonarse a la Voluntad Divina como esos niños». «Porque quien pierda su vida por causa de Mí, ha dicho el Señor, la Salvará» (Mt. 16, 25).
Tengamos en este día, presentes a todos los niños víctimas de la guerra, del abandono y del maltrato. Y especialmente, a las víctimas del genocidio silencioso del aborto. Pidamos al Señor, para que también conceda a sus padres la Gracia de descubrir el valor inmenso de la vida que se les está confiando: «El niño, decía Sta Teresa de Calcuta, es un regalo de Dios para la familia. Cada niño está Creado de manera especial a la Imagen y Semejanza de Dios para grandes cosas. Para amar y ser amado. Esta es la única manera en la que este mundo podrá sobrevivir, porque nuestros hijos son la única esperanza para el futuro».
Y pidamos también el arrepentimiento para aquellos que, engañados por la oscuridad de este mundo, cayeron en este pecado.
Dios, que Conoce «qué hay en el hombre» (Jn 2, 25), tenga Misericordia, y no les Castigue a ellos ni a nosotros como merecen nuestro pecados.
Semper Mariam In Cordis Tuo.
NAVIDAD

«¿Qué es el hombre para que de él te Acuerdes, el hijo de Adán para que de él te Cuides? (Sal 8, 5)

NAVIDAD ES AMOR DE DIOS EN ACCIÓN.

Un nuevo Tiempo Litúrgico de Navidad. Nuevamente diremos, y nos dirán: “¡Feliz Navidad!”. Examinémonos a nosotros mismos. ¿Qué estoy diciendo yo, cuando deseo a alguien “feliz Navidad”? Los slogans comerciales en general  no dicen “feliz Navidad”, sino, “felices fiestas”. ¿Un intento de reducir saludos navideños y de fin de año a un solo saludo, o una disolución sutil de una de las grandes Fiestas Cristianas, como es la Natividad del Señor?  Porque “Navidad” es “Natividad”, Nacimiento, y ciertamente que es una Fiesta.

A principios del siglo XX, el Papa S. Pío X publicó un Catecismo –al que se le conoce como Catecismo Mayor, y como era costumbre de la época, enseñaba la doctrina a base de preguntas y respuestas-, el cual comienza con este interrogante:

“¿Eres cristiano?”
“Sí. Soy cristiano por la Gracia de Dios”
“¿Por qué dices por la Gracia de Dios?”
“Porque el ser cristiano es un Don enteramente Gratuito de Dios nuestro Señor, que no hemos podido merecer”.

¿Qué digo pues al desear feliz Navidad? No deseo para mi prójimo otra cosa que lo que el Señor Vino a traernos Naciendo en Belén: la Salvación. Porque los cristianos, la Noche Buena, festejamos eso, nuestra Salvación. ¿Es así como yo lo vivo? ¿Es lo que deseo para mí, y para todo el que se acerca a saludarme? Probablemente, el otro sólo vea una ocasión de festejo más, festejo familiar o con amigos. ¿Es para mí también un festejo simplemente familiar? De hecho, se le llama “fiesta de la familia”. Pero no, es mucho más que eso.

«…Nos ha Elegido en Él (en Cristo), antes de la Fundación del mundo, para ser Santos e inmaculados en Su Presencia, en el Amor; Eligiéndonos de antemano para ser Sus hijos adoptivos por Medio de Jesucristo, según el Beneplácito de Su Voluntad» (Ef 1, 4-5).

¡Qué lejos sentimos a Dios a veces, y sin embargo, el mundo, el universo, la Creación toda no existía aún, y ya estábamos en Su Pensamiento! Y no como entes individuales lanzados a la vida porque sí: ¡Elegidos! Pero no nos perdamos en la cantidad: me Eligió a mí, de forma  personal. Es una Verdad de Fe, que en Dios no hay pasado ni futuro, sólo presente, y por ello, aunque aún faltaban miles de millones de años para que mi alma se uniera con mi cuerpo, en Él, yo ya estaba vivo. Él ya me veía, Él ya «me Escrutaba y Conocía» (Sal 139 [138], 1). Por eso dirá el Apóstol San Juan: «Él nos Amó primero» (1 Jn. 4, 19).

¿Y cómo nos Amó? No sólo Eligiéndonos, sino «que nos ha Bendecido con toda clase de Bendiciones espirituales» (Ef 1, 3). El primero: ser Sus hijos adoptivos. El segundo, consecuencia del anterior: ser Santos. Todo ello sin mérito de nuestra parte, sólo por el Deseo de Su Voluntad.

¿Y de qué forma Cumpliría Su Designio? Por Medio de Jesucristo, el Hijo Natural de Dios, porque sin Él, nuestra alma estaba destinada a la Muerte Eterna. Pero «de tal modo Amó Dios al mundo, que le Dio Su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no Perezca, sino que tenga la Vida Eterna» (Jn. 3, 16).

¡Cómo va cambiando nuestra visión de la Navidad! Para el mundo, un feriado en el almanaque. Para mi alma, un incomprensible movimiento de Amor Divino, porque podríamos nuevamente preguntar a Dios: ¿Qué es el hombre para que tanto de él te Ocupes, para que Pongas en él Tu Corazón? (Job 7, 17)

Por eso, Navidad es más que una fiesta de la familia; es un Invitación que el Señor renueva cada año para que piense, medite, me dé cuenta que no es un Dios lejano, que no me puso a caminar por este mundo abandonándome después. Dios Es Eterno, y Es Amor (1 Jn 4, 8), y si desde la Eternidad me ha Elegido, Su Elección y Su Amor por mí también es Eterno.

Aquí puedo detenerme un instante, y meditar cómo ha sido mi respuesta  a este amor.

Pero no nos quedemos en lo obvio. No nos quedemos sólo en la mezquindad de nuestro mal llamado “amor a Dios”; un amor que hoy se da y mañana se retira según los vaivenes de la vida cotidiana. Es fácil descubrir nuestra pequeñez, pero que no sean sólo palabras. Navidad es Amor de Dios en Acción por mí, pues me conoce por mi nombre: «A las ovejas propias llama por su nombre» (Jn 10, 3). No nos dediquemos, entonces, sólo a dar una lista de nuestros desamores, porque al mirar nuestra pequeñez, vemos lo que somos, una microscópica mota de polvo, flotando, no ya en el mundo, sino en el mismo universo, y aun así, todavía somos más pequeños ante el Amor Divino. Pero quedarse sólo aquí sería permanecer en la ingratitud.
Porque Él ya Sabía de esa pobreza de amor en mi alma, de las dificultades que tendría que afrontar para un día poder vencerme y «enderezar los Caminos del Señor» (Jn 1, 23). Conocía desde la Eternidad, los años pasados en tibieza. Ya se nos podía aplicar las palabras de S. José María Escrivá de Balaguer: «Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos».

Pero sería ingrato, digo, pues a pesar de eso, Él me Amaba; y a pesar de eso me Eligió entre infinita cantidad de criaturas posibles, y me llamó un día a ser Su hijo en el Hijo, a ser Su hijo por el Bautismo: «Mirad qué Amor nos ha Tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1), aunque por algún tiempo haya «Venido a nuestra casa, y no le hayamos recibido» (Jn 1, 11).

Puedo hacer aquí otro impasse, y volver a meditar en la pobreza de mi corazón, pero ahora, en silencio, rodeado, traspasado de un lado a otro por el Amor de Dios, que en un susurro me pide: «Dame, hijo Mío, tu corazón» (Prov. 23, 26).

Le doy a Dios mi corazón, se lo doy sin temor, pues «todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fil 4, 13). Este es mi primer fruto de la Navidad.

UN NIÑO NOS HA NACIDO (Is. 9, 5)

Dios me dice: «Escúchame tú, de duro corazón, que estás alejado de lo Justo. Yo Hago Acercarse Mi Victoria, no está lejos, Mi Salvación no tardará» (Is. 46, 12-13).

Pensemos en lo que sucede cada año en nuestras Navidades: gente corriendo de un lado a otro, compras, planes de reuniones, compras, acopio de comida y de bebida, música, baile, etc. Todo se repite cada vez, en mayor o menor grado.

Apartemos un momento nuestra mente del ruido. «No tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros, si queremos ser capaces de percibir no sólo la Voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro lado" (Cardenal Sarah, “La fuerza del silencio”, 13).

Trasladémonos al camino que preparaba la primera Navidad. ¿Cuántas veces lo hemos hecho?

En esos días, aunque por distintas causas, también como hoy había un tumulto: gente que iba y venía, llena de impaciencia y seguramente, al igual que nosotros mismos, cargadas de cosas. Puede uno imaginarse que por las distancias y dificultades del camino, en muchos casos los ánimos no serían los mejores. Igual que por estas fechas por nuestras calles.

Y entre ese tumulto, una pareja: San José y su Esposa Santísima, María. No sabemos la edad de él –aunque es de presumir que sí sería joven-; Ella, una adolescente de doce o trece años. Viajando como parte de alguna caravana, pasaron totalmente desapercibidos. ¡Cuánto contrasta la Paciencia de María, y la solicitud de José, con nuestra impaciencia y nuestra poca delicadeza para con Dios y con el prójimo! ¿He pensado en ello?

¿Cuántas veces nos quejamos también porque carecemos de tales o cuales comodidades, incluso, lícitas y necesarias? Sin embargo, «el Señor que Hizo el mundo y cuanto hay en él» (Hch 17, 24), en Quien nosotros «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28), El Dios inabarcable, Moraba, pequeño, en el reducido seno de María, y Sufría Pacientemente, junto con Su Madre, las incomodidades del viaje. ¡Cuánta Humildad nos enseña el Rey del cielo y de la tierra! No sin razón dirá después: «Aprended de Mí, que Soy Manso y Humilde de Corazón» (Mt 11, 29).

«¡La Voz de Mi Amado! Mi Amado ha tomado la palabra y Dice: Levántate ya, Amada Mía, Hermosa Mía, y Ven» (Cant. 2, 8.10). Pensemos ahora, cuál no sería el Coloquio entre la Madre y Su Hijo. 

«¡Madre querida! Tú que Llevaste a Jesús tan Dignamente, enséñame a llevarlo dentro de mí...Enséñame a llevarlo con Tu mismo Amor, con Tu Recogimiento, con Tu Contemplación y Adoración continua. Enséñame, Madre mía, a viajar como Tú viajabas, en el olvido completo de las cosas materiales y con la mirada del alma fija sólo en Jesús a Quien Llevabas dentro de Tu seno, Contemplándolo y Adorándolo, y en continua Admiración hacia Él, pasando por entre las criaturas como en sueño, viendo como niebla todo lo que no es Jesús, mientras Él solo Brillaba y Resplandecía en Tu alma como un sol, Abrasando Tu Corazón e Iluminando Tu espíritu» (B. Charles de Foucault).

«No rehúses, Jesús mío, que te acompañe también yo, miserable e ingrato en lo pasado, pero que ahora reconozco el agravio que Te hice...Cuando pienso, que tantas veces por seguir mis inclinaciones me separé de Ti, renunciando a Tu Amistad, quisiera morir de dolor; pero Viniste a Perdonarme; Perdóname pronto, que con toda mi alma me arrepiento de haberte tantas veces dado la espalda y abandonado. Mi alma quiere enamorarse de Ti, mi amable Dios Niño» (S. Alfonso María de Ligorio).
«No tenían sitio en el alojamiento» (Lc 2, 7). Cada Navidad, esta Sagrada Familia llega hasta las puertas de mis casas.

¿Casas? Sí, ellos golpean en más de una puerta: la puerta de la casa de mi corazón, y la puerta de la casa de mi Caridad.

Primero han golpeado un año tras otro a la puerta de mi corazón. Quizás unas veces les di cobijo, quizás otras, entre tanto ruido externo e interno, les dejé entrar pero sin prestarles mucha atención, y posiblemente alguna vez desoí el llamado.

En otras ocasiones han golpeado a la puerta de mi Caridad. Como el mismo Señor lo Enseña luego: «Todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos Míos más pequeños, Conmigo lo hicisteis» (Mt. 25, 40). Y como en la ocasión anterior, tal vez alguna vez les abrí la puerta y en otras quizá no.

«El mismo Señor –reza el tercer Prefacio de Adviento- que se nos Mostrará entonces Lleno de Gloria, Viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la Fe, y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de Su Reino» (Misal Romano).

Otras veces, habrá Querido la Misericordia que yo mismo fuese como la Sagrada Familia peregrina, y en mi necesidad Permitió Su Providencia que tampoco hubiera sitio para mí en el alojamiento, y alguna vez, tampoco «tuviera donde reclinar mi cabeza» (Mt 8, 20).

La miseria de aquel aposento, la presencia de los animales, el frío, nada les inquietó. Ellos conocían la Palabra de Dios, y la Fidelidad de Aquel que dijo: «Yo Digo: Mis Planes se Realizarán y Mis deseos Llevaré a cabo…Tal como lo he Dicho, así se Cumplirá, como lo he Planeado, así lo Haré» (Is. 46, 10.11).

«Jesús, Te espero; los malos te rehúsan; afuera sopla un viento glacial; soy muy pobre, pero Te calentaré todo lo que pueda...A lo menos quiero que Te complazcas de los buenos deseos que tengo de hacerte una buena acogida, de amarte, de sacrificarme por Ti» (S. Juan XXIII, “Diario del alma”)

Nuevamente me detengo un momento para meditar cómo he vivido estas tres etapas: cómo he respondido al llamado a la puerta de mi corazón, al llamado a la puerta de mi Caridad y cómo he vivido, si Dios lo ha Querido, la dureza de mi camino peregrino, de aquellos momentos en que nada depende de mí, en que no tengo el control y en que parece cerrarse toda posibilidad a los deseos de mi corazón.

La Sagrada Familia Confiaba plenamente en el Amor del Padre: ¿cómo es mi confianza?
«Fiel Es Dios» (1 Cor. 1, 9), y aún «si somos infieles, Él Permanece Fiel, pues no puede negarse a Sí mismo» (2 Tim 2, 13). Si Dios, pues, Es Fiel, y ha Dicho: «Buscad primero el Reino de Dios y Su Justicia, y lo demás se les Dará por añadidura» (Mt. 6, 33), ¿creo en el Poder Amoroso de Su Providencia? ¿Confío en Él, especialmente cuando la adversidad me avasalla?

Está a punto de suceder el Hecho más grande, más inefable de la historia: el Nacimiento del Hijo de Dios, Hecho que maravilla a los mismos Ángeles, y va a acontecer, no en un palacio, va a suceder en una miserable gruta. Pero ni María, ni José se perturban. No hay quejas. No hay dudas o reclamos al Cielo. Están llenos de Fe, son Humildes, y Confían. Pues «Así Dice el Excelso y Sublime, el que Mora por siempre y cuyo Nombre Es Santo: En lo Excelso y Sagrado Yo Moro y Estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados» (Is. 57, 15).

«Ven, Jesús, tengo tantas cosas que decirte...¡tantas penas que confiarte!, tantos deseos, tantas promesas, tantas esperanzas. Deseo adorarte, besar Tu frente...Oh pequeño Jesús, darme a Ti de nuevo, para siempre....» (S. Juan XXIII, "Diario del alma").

Mi corazón es como la gruta de Belén: cuántas Navidades ha pasado en la frialdad de la falta de amor, en la oscuridad de la ignorancia, y aún lleno de inmundicias, mis pecados. Pero nada de esto tiene que desanimarme o desesperarme, porque el mismo Niño que no tuvo a menos Venir a este mundo en semejante lugar, tampoco rechaza hacerlo a mi corazón, aunque hoy esté todavía en esas condiciones, si yo quiero.

«Despiértate, te dice S. Agustín, Dios se ha Hecho Hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu Luz. Por ti, precisamente, Dios se ha Hecho Hombre». «Pues Él acepta la pobreza de tu condición humana, agrega S. Gregorio Nacianceno, para que Tú puedas conseguir las Riquezas de Su Divinidad».

¿Cuál es esta Riqueza? El mismo S. Gregorio te lo dice: “la inmortalidad de tu alma para la Vida Eterna”.

Una vez más: desearle Feliz Navidad al prójimo, es desearle la Vida Eterna, pues no para otra cosa el Verbo se Hizo Carne. ¿Lleva mi saludo este deseo?

El único sentido cristiano de celebrar la Navidad, es celebrar al Autor de la Vida, y la búsqueda de esa misma Vida. «Hubieses muerto para siempre, dice S. Agustín, si Él no hubiera Nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si Él no hubiera Aceptado la semejanza de la carne del pecado. Nunca hubieras vuelto a la Vida, si Él no hubiera Venido al encuentro de tu Muerte. Hubieras Perecido, si Él no hubiera Venido» ¿Recuerdo eso? ¿Lo deseo? ¿Pongo constantemente todo de mí, para que la Navidad trascienda ese sólo día, y cuando el Niño viene a mi corazón en cada Comunión Eucarística, entre, no ya, en una gruta fría y sombría, sino en un verdadero hogar, cada vez más lleno de amor?

El deseo ferviente de la Vida Eterna, y el amor ardiente al Autor de la Vida. Este es mi segundo fruto de la Navidad.

ENCONTRARÉIS UN NIÑO ENVUELTO EN PAÑALES (Lc 2, 12)

El  Espíritu Santo me dice: «No vivas ya, como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la Vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza, los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas» (Ef 4, 17-19).

¿Por qué Navidad es un llamado a la Pureza? Porque sólo «los puros de corazón verán a Dios» (Mt. 5, 8). Y como enseña el Catecismo, «los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la Santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la Caridad, la Castidad o rectitud sexual, el amor de la Verdad y la Ortodoxia de la Fe. Existe un vínculo entre la Pureza del corazón, la del cuerpo y la de la Fe» (Cat. 2518).

Muchos ven la Navidad como una excusa para celebrar de forma mundana, pues es una fecha en la que ni siquiera creen. Otros, aunque conserven un cierto sentido religioso, no llegan, sin embargo, a traspasar lo meramente exterior, porque si bien creen, como las semillas «caídas entre abrojos, oyen la Palabra de Dios, pero las preocupaciones del mundo ahogan la Palabra y queda sin fruto» (Mt. 13, 22).

Pero Dios nos llama a ir más allá de las apariencias.

«Os Anuncio una gran Alegría –dijo el Ángel a los pastores-…ha Nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2, 11).

¿De qué cosas se alegra el mundo en esta fecha? ¿De qué me alegro yo, cuando llega Navidad? El Cielo me anuncia un motivo de Alegría que va más allá de la comprensión humana: Nace un Salvador…Nació mi Salvador. ¿Vivo el Tiempo Litúrgico de Adviento con esta expectativa? ¿Me alegra, hoy, el Cumplimiento de la Promesa por parte de Dios? ¿Me motiva saber que ese Dios, no es una Divinidad lejana, sino que es un verdadero «Dios con nosotros» (Is. 7, 14), y por tanto, no estoy solo ante las adversidades de la vida, ni abandonado a la profundidad de mis miserias?

Dice S. Alfonso María de Ligorio: «El día de Navidad debiera llamarse 'día de fuego', pues es un Dios Hecho Niño el que Viene a encender el Fuego del Amor en los corazones de los hombres: "Fuego Vine a Echar sobre la tierra", como dirá luego Jesucristo (Lc 24, 49), y así fue en realidad. Antes de la Venida del Mesías, ¿quién amaba a Dios sobre la tierra? Apenas era conocido en un rinconcito del mundo, es decir, en Judea. En el resto del mundo, unos adoraban al sol, otros a los animales, otros a las piedras y otros a las más despreciables criaturas. Pero después de la Venida de Jesucristo fue el Nombre de Dios conocido por todas partes y amado por muchos hombres". (El Amor de Dios en la Encarnación).

¿Cuántas Navidades me han encontrado, quizá, adorando también ídolos: deseo de bienes, impurezas, mi propia voluntad. Pero Jesús también Quiere echar en mi corazón ese Fuego que todo lo consume. «Consideremos, sigue diciendo S. Alfonso, este primer día que el Verbo Eterno se Hizo Hombre para inflamarnos en Su Divino Amor. Pidamos Luz a Jesucristo y a Su Santísima Madre, y comencemos».

Dios Quiere, con el Fuego de Su Eterno Amor, Consumir el Mal y el pecado que pueda existir en mi corazón ¡Este es el gran motivo de Alegría para mi alma!
Esto os servirá de Señal: encontraréis un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc. 2, 12).

«Éste es un signo de reconocimiento, una descripción de lo que se podía constatar a simple vista…el verdadero signo es la Pobreza de Dios» (Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”).

«En la gruta de Belén Dios se nos muestra «Niño» Humilde para vencer nuestra soberbia. Tal vez nos habríamos rendido más fácilmente frente al poder, frente a la sabiduría; pero Él no Quiere nuestra rendición; más bien apela a nuestro corazón y a nuestra decisión libre de aceptar Su Amor. Se ha Hecho pequeño para liberarnos de la pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia; se ha encarnado libremente para hacernos a nosotros verdaderamente libres, libres para amarlo» (Benedicto XVI, 17-12-2008). «Quien no ha entendido el Misterio de la Navidad, no ha entendido el elemento decisivo de la existencia cristiana: quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el Reino de los Cielos» (Benedicto XVI, 23-12-2009). ¿Ves por qué es necesaria la Pureza del corazón para ver a Dios? El mundo sólo distingue y venera la fastuosidad, la grandeza, los bienes, el poder. Dios Obra en la pobreza y en la debilidad: la pobreza de un pesebre; la debilidad de una Cruz.

«Cuando escuchamos y pronunciamos, en las celebraciones litúrgicas, la frase «hoy nos ha Nacido el Salvador», no estamos utilizando una expresión convencional vacía, sino que queremos decir que Dios nos Ofrece «hoy», ahora, a mí, la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores en Belén, para que Él Nazca también en mi  vida y la Renueve, la Ilumine, la Transforme con Su Gracia, con su Presencia» (Benedicto XVI, 21-12-2011)

«Busco Tu Rostro, Señor –dile con S. Anselmo-; anhelo ver Tu Rostro. Si estás por doquier, ¿cómo no descubro Tu Presencia? Cierto es que Habitas una Claridad inaccesible, pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? ¿Qué hará éste Tu desterrado tan lejos de Ti? ¿Qué hará Tu servidor, ansioso de Tu amor y tan lejos de Tu Rostro?
Ten Piedad de mis trabajos y esfuerzos para llegar a Ti, porque sin Ti nada puedo.
Enséñame a buscarte, y Muéstrate a quien te busca, pues no puedo ir en Tu busca a menos que Tú me Enseñes, y no puedo encontrarte si Tú no Te manifiestas. Deseando Te buscaré, amando Te hallaré y hallándote Te amaré».

La Pureza es, entonces, mi tercer fruto de Navidad

NO RETUVO ÁVIDAMENTE SER IGUAL A DIOS.

Dice el Espíritu Santo:

«Siendo de Condición Divina, no retuvo ávidamente ser Igual a Dios. Sino que Se Despojó de Sí mismo Tomando condición de Siervo Haciéndose semejante a los hombres y Apareciendo en Su porte como hombre; y Se Humilló a Sí mismo, Obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz» (Fil 2, 6-8).

Una vez más nos estremece la Humildad del Dios Todopoderoso, y nos muestra la miseria de nuestro ser. María «le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). Comienza aquí el abajamiento de Dios y ¡cómo nos cuesta despojarnos de lo más mínimo! Ni hablar, si se trata de nuestros gustos y voluntad.

Por otro lado, «el Acontecimiento de Belén se debe considerar a la luz del Misterio Pascual: tanto uno como otro forman parte de la única Obra Redentora de Cristo. La Encarnación y el Nacimiento de Jesús nos invitan ya a dirigir nuestra mirada hacia Su Muerte y Su Resurrección. Tanto la Navidad como la Pascua son Fiestas de la Redención… Dios Se Hace Hombre, Nace Niño como nosotros, Toma nuestra carne para Vencer la Muerte y el pecado» (Benedicto XVI, 21-12-2011).

Por eso, el signo de la Navidad no es sólo el amor. El mensaje queda incompleto si sólo hacemos hincapié en ello, olvidando que «tanto Amó Dios al mundo, que Dio a Su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no Perezca, sino que tenga Vida Eterna» (Jn 3, 16).  El Verbo Se Hizo Carne, Obedeciendo el Eterno Decreto de Salvación, para Dar Su Vida por ti. Y no la Dio de cualquier forma: subió libremente al patíbulo cruel de la Cruz.

«El modo de humillarse, escribe Sto Tomás de Aquino, y el distintivo de la Humildad es la Obediencia; porque lo propio de los soberbios es seguir su propia voluntad, ya que los soberbios buscan lo elevado, y lo elevado no se deja gobernar...y por eso la Obediencia es contraria a la soberbia».

¿Cuántas veces hemos sido obedientes a regañadientes? Hicimos, sin duda, lo mandado, pero dejando los méritos perdidos por el camino.

El Dios Todopoderoso Se Humilla y Se Hace Obediente, ¿y pretendo yo  alcanzar la Vida Eterna, el Reino Eterno, abrazado a mis voluntades y caprichos?
«Por eso, al Entrar en este mundo, [Cristo] dice: No Quisiste sacrificio y oblación; pero Me has Formado un Cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no Te agradaron. Entonces Dije: ¡He aquí que Vengo [...] a Hacer, oh Dios, Tu Voluntad!» (Hb 10, 5-7): ¿cuál es la Voluntad del Padre? «Que todos los hombres se Salven» (1 Tim 2, 4). Para ello, Dios Se Forma un cuerpo, y Jesucristo lo Ofrece al Padre sin reserva alguna, siendo la Cruz el Altar del nuevo Sacrificio.

Navidad, no es, entonces, sólo Tiempo de recibir, es también Tiempo de entregar: la entrega de todo mi ser a la Voluntad de Dios. Una entrega libre, amorosa y confiada.

  «Más Quiere Dios tu Obediencia, me recuerda S. Juan de la Cruz, que todos esos servicios que piensas hacerle».

La Obediencia es mi cuarto fruto de Navidad.

Un ejemplo más, podemos todavía contemplar de ese Divino Niño recostado en el pesebre. Él también se ha confiado, con una Humilde Confianza, a los brazos de una Criatura, Excelsa, sí, sobre toda criatura, aún Angélica, pero humana. Y a Sus brazos, los brazos de María, se entrega todo un Dios. Y si Dios se ha Confiado a Ella de manera tan plena, ¿cómo no he de hacerlo igualmente yo? Y para que no tenga dudas, el mismo Señor nos la Regala por Madre nuestra desde la Cruz, diciéndonos como al Apóstol S. Juan: «Hijo, he ahí a tu Madre» (Jn 19, 26).

Digámosle con Sta Catalina de Siena: «¡Cuánto me agrada contemplarte así, oh María, profundamente recogida en la Adoración del Misterio que se Obra en Ti! Tú eres el primer Templo de la Santísima Trinidad, Tú la primera Adoradora del Verbo Encarnado, Tú el primer Tabernáculo de Su Santa Humanidad.

¡María, Templo de la Trinidad! María, Portadora del Fuego Divino, Madre de la Misericordia, de Ti ha Brotado el Fruto de la Vida, Jesús. Tú eres la Nueva planta de la cual hemos recibido la flor olorosa del Verbo. ¡María, Carro de fuego! Tú llevaste el Fuego escondido y oculto bajo la ceniza de Tu humanidad» .

CONCLUSIÓN

«¡Glorioso San José!, fuiste verdaderamente hombre bueno y fiel, con quien se Desposó la Madre del Salvador. Fuiste siervo fiel y prudente, a quien Constituyó Dios consuelo de Su Madre...Verdaderamente descendiste de la Casa de David y fuiste verdaderamente hijo de David...Como a otro David, Dios te halló según Su Divino Corazón, para Encomendarte con seguridad el secretísimo y sacratísimo Misterio de Su Corazón; a ti te Manifestó los Secretos y Misterios de Su Sabiduría y te Dio el conocimiento de aquel Misterio que ninguno de los príncipes de este mundo conoció. A ti, en fin, te concedió ver y oír al que muchos reyes y Profetas queriéndole ver no le vieron y queriéndole oír no le oyeron, y no sólo verle y oírle, sino tenerle en tus brazos, llevarle de la mano, abrazarle, besarle, alimentarle y guardarle» (S. Bernardo). Ayúdame San José Castísimo a guardar la Pureza como tú lo hiciste, y a crecer en la intimidad de amor con Jesús como tú la viviste.

«¡Amor Sumo y Transformador! ¿Cuándo, Jesús, me harás comprender que Naciste por mí?» (B. Ángela Foligno).

«¡Jesús! Déjame que Te diga en un arranque de gratitud que Tu Amor raya en locura. ¿Cómo quieres que ante esta locura mi corazón no se lance hacia Ti? ¿Cómo habría de tener límites mi confianza? (Sta Teresita de Lisieux).

«Dios está verdaderamente cerca de cada uno de nosotros y Quiere encontrarnos, Quiere Llevarnos a él. Él Es la Verdadera Luz, que disipa y disuelve las Tinieblas que envuelven nuestra vida y la humanidad. Vivamos el Nacimiento del Señor contemplando el Camino del Inmenso Amor de Dios que nos la Elevado hasta Él a través del Misterio de Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Su Hijo, pues, como afirma S. Agustín, «en [Cristo] la Divinidad del Unigénito se Hizo partícipe de nuestra mortalidad, para que nosotros fuéramos partícipes de Su Inmortalidad». Sobre todo contemplemos y vivamos este Misterio en la Celebración de la Eucaristía, centro de la Santa Navidad; en ella se hace Presente de modo Real Jesús, Verdadero Pan Bajado del Cielo, Verdadero Cordero Sacrificado por nuestra Salvación» (Benedicto XVI, 21-12-2011).

«Señor, tengo sed! ¡Fuente de Vida, sáciame! ¡Ven, Señor!, no tardes. Ven, Señor Jesús; Ven a visitarme en la Paz. Ven y Libra a este prisionero de la cárcel del pecado, para que me alegre de todo corazón delante de Ti. ¡Ven, Salvador mío!» (S. Agustín).


TODO PARA LA MAYOR GLORIA DE DIOS

Semper Mariam In Cordis Tuo
VINO DE AMOR

Ten presente, hermano querido, que todo, absolutamente todo lo que pasa en esta vida, no es más que por el Bien de los que Dios tanto Ama. Dios Es Perfecto y Misericordioso y todo, todo lo ha hecho muy bien.

Se oye decir, “no hay mal que por bien no venga”, así que si algo te alegra, molesta, te disgusta o te hace sufrir en tu vida, siempre, siempre, siempre, bendice y alaba a Dios y dale gracias todos los días que Él te permita vivir. 

Por todo lo bueno y por todo lo que aparentemente es malo dile, Señor que no se haga mi voluntad sino la Tuya, ayúdame a aceptar aquello que no puedo aceptar o comprender y a cambiar lo que debe cambiar, por mi bien y el de los demás; ayúdame a amarte con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, sentidos y potencias; que mi vida sea bendecirte, alabarte y glorificarte, siempre y en todo momento, porque ni mi vida ni nada de lo que tengo es mío, Señor, sino Tuyo. 

Sin nada vine y sin nada me iré, porque si Tú no me sostienes a la Nada regresaría. Quiero ser un instrumento Tuyo; haz que yo dé fruto y fruto en abundancia para Tu Reino; ayúdame a sembrar siempre las semillas de Tu Reino, sin esperar nunca ver la cosecha, porque como está Escrito, “unos son los que siembran y otros los que recogen”.

Dile a la Virgen María: Madre Santa y Buena, se me está acabando el Vino del amor, dile a Tu Amado Hijo, que por favor llene de nuevo mi tinaja de Su fuente de Agua Viva, para que yo pueda seguir repartiendo a todos los que me rodean, el Vino Santo del Amor Divino. Y verás como Ellos, siempre, siempre, siempre te van a regalar ese Amor, y nunca te olvides de repartirlo, como hizo San José, en lo escondido, sin figurar, sin que nadie lo vea, para Dios que es el que Ve en lo escondido, riegue esos frutos con abundancia.

Espero que estas sencillas palabras que el Señor me inspiró escribirte, te sirvan para la Salvación de tu alma.

Dios te Bendiga.

(Gracias a Mi amiga Marta por compartir esta preciosa meditación).

Semper Mariam In Cordis Tuo.