Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
¿QUIÉN SOY PARA TI?


«El Señor nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los Artículos de la Fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida. 
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos Apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder» por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir al día» o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en Su Camino, no en nuestros caminos. Su Camino es el Camino de la Vida Nueva, de la Alegría y de la Resurrección, el Camino que pasa también por la Cruz y la persecución» (29-6-2017).
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt. 16, 15)
Semper Mariam In Cordis Tuo.

LA ALEGRÍA DE AMAR AL PAPA


Amamos al Papa. Le sabemos Representante de Cristo en la tierra, porque el mismo Jesucristo le ha Querido nombrar Su Vicario.

El problema surge, cuando, como producto de ese amor, uno se hace eco de la voz de aquel, que como Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, recibe también el Mandato de «Confirmar a sus hermanos en la Fe» (Lc. 22; 32). 

Allí comienzan los malentendidos y las invectivas, aún en el mismo ámbito cristiano. “Papista”, “Vaticanista”, y como he leído últimamente en cierta página de Internet: “Papólatra”. Con esos términos se quiere acallar tanto a los formadores como a los simples fieles, cuando escuchamos y difundimos la palabra del Sucesor de Pedro. Pero lejos de amilanarnos, como hijos de la Iglesia, no dejamos caer en el vacío sus palabras.

Enseña el concilio Vaticano II que un religioso respeto “de la voluntad y del entendimiento” debe prestarse «de modo particular al Magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su Magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se deduce principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo» (Lumen Gentium, nº 25). 

Escuchamos a Francisco, como escuchamos a Benedicto XVI, a S. Juan Pablo II; como habríamos amado y escuchado a Pío XII o al Beato Pío IX, si hubiéramos vivido en esos tiempos de este mundo y de la Iglesia. 

Mons. Héctor Aguer, Obispo argentino, decía en un programa de televisión de ese país, hablando sobre la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, llamado, Día del Papa: “Su autoridad es un servicio del cual todos los Católicos necesitamos, porque el Sucesor de Pedro es quien nos marca la orientación correcta en el orden de la Fe y el que anima la comunión de Caridad en la Iglesia toda.
Hoy es posible conocer en su integridad el pensamiento del Sumo Pontífice, que no es el pensamiento de un teólogo particular, sino que es la orientación que el Pastor Universal de la Iglesia nos da a todos, Pastores y fieles, para los cuales ejerce un servicio de Caridad y de Verdad que es imprescindible para conservar nuestra plena adhesión a Cristo y nuestra plena condición de Católicos”. (Revista AICA, 5 de agosto de 2009). 

Sabemos que Católico, no nos hace sólo el participar de la Misa o guardar alguna devoción particular. Para serlo plenamente, es necesario que como fieles permanezcamos unidos al Papa. Él no es un capricho de hombres religiosos. Él es la Piedra que el mismo Dios ha Querido poner, Piedra donde podamos afianzar nuestra Fe con confianza. 

Por eso sé, que no somos papistas, ni vaticanistas, y mucho menos papólatras. Podemos serlo en la mente de algunos que aún no entendieron que el lugar del Romano Pontífice no es un privilegio, sino un servicio. Aun cuando lo griten a los cuatro vientos, no disminuyen ni me quitan la alegría de escuchar y de amar al Papa.

Semper Mariam In Cordis Tuo.

SAN PEDRO Y SAN PABLO


Ejemplos de la Misericordia de Dios para ti y para mi. «Ved, en efecto, qué Misericordia han obtenido. Si interrogáis a San Pablo sobre este punto..., él os dirá de sí mismo: "Yo empecé siendo un blasfemo, un perseguidor; pero he obtenido Misericordia de Dios" (1Tm 1,13). En efecto, ¿quién no conoce todo el mal que hizo a los cristianos de Jerusalén...e incluso en toda Judea?... 

En lo que toca a San Pedro, tengo otra cosa que deciros, pero una cosa tan sublime, que es única. En efecto, si Pablo ha pecado, lo ha hecho sin saberlo, ya que no tenía la Fe; Pedro, por el contrario, tenía los ojos bien abiertos en el momento de su caída (Mt 26, 69s). "Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia» (Rm 5,20)... Si San Pedro ha podido ascender a un grado tal de Santidad después de haber sufrido una caída tan fuerte ¿quién podrá ahora desesperarse, si quiere salir también de sus pecados? Observad lo que dice el Evangelio: «Salió y lloró amargamente» (Lc. 22, 62). 

Habéis visto qué Misericordia obtuvieron los Apóstoles, y ahora ¿quién no será absuelto de sus faltas pasadas como lo fueron antes? ... Si has pecado, ¿Pablo no ha pecado antes? Si has tenido una caída, Pedro ¿no hizo una más profunda que tú? Sin embargo, uno y otro, haciendo penitencia, no sólo obtuvieron la Salvación sino que han llegado a ser grandes Santos, e incluso se han convertido en los Ministros de la Salvación, los Maestros de la Santidad. Haz tú del mismo modo» (S. Bernardo de Claraval, Abad y Doctor de la Iglesia).

«Dios nuestro, que Quisiste Confiar a Tus Santos Apóstoles, Pedro y Pablo, la Misión de Guiar y Proteger lo primeros pasos de Tu Iglesia, Concédenos, por su poderosa intercesión, la Ayuda necesaria para alcanzar la Salvación Eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén» (Misal Romano).

Semper Mariam In Cordis Tuo.

¿QUIÉN HABITARÁ EN SU SANTO MONTE?

«Si queremos habitar en la Morada de Su Reino, puesto que no se llega allí sino corriendo con obras Buenas, preguntemos al Señor con el Profeta diciéndole: "Señor, ¿quién habitará en Tu Morada, o quién descansará en Tu Monte Santo?" (Sal. 14, 1). Hecha esta pregunta, hermanos, oigamos al Señor que nos responde y nos Muestra el Camino de esta Morada diciendo: "El que anda sin pecado y practica la justicia; el que dice la verdad en su corazón y no tiene dolo en su lengua; el que no hizo mal a su prójimo ni admitió que se lo afrentara" (Sal 14, 2-3). El que apartó de la mirada de su corazón al maligno diablo tentador y a la misma tentación (Sal. 14, 4), y lo aniquiló, y tomó sus nacientes pensamientos y los estrelló contra Cristo. Estos son los que Temen al Señor y no se engríen de su buena observancia, antes bien, juzgan que aún lo bueno que ellos tienen, no es obra suya sino del Señor (Sal. 14, 4) y engrandecen al Señor que obra en ellos, diciendo con el Profeta: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a Tu Nombre Da la Gloria" (Sal. 115, 1).

«Ante todo pídele con una oración muy constante que lleve a su término toda obra Buena que comiences, para que Aquel que se Dignó contarnos en el número de Sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones. Levantémonos, pues, de una vez, ya que la Escritura nos exhorta y nos dice: "Ya es hora de Levantarnos del sueño" (Rom. 13, 11). Abramos los ojos a la Luz Divina, y oigamos con oído atento lo que diariamente nos amonesta la Voz de Dios que Clama diciendo: "Si oyeren hoy Su voz, no endurezcan sus corazones" (Sal. 94, 8). Y otra vez: "El que tenga oídos para oír, escuche lo que el Espíritu Dice a las iglesias" (Apoc. 2, 7). ¿Y qué dice? "Vengan, hijos, escúchenme, yo les Enseñaré el Temor del Señor" (Sal. 33, 12). "Corran mientras tienen la luz de la vida, para que no los sorprendan las tinieblas de la muerte" (Jn. 12, 35)». (S. Benito de Nursia, Monje y Fundador).


Semper Mariam In Cordis Tuo.
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, 
EN VOS CONFÍO


«¡Corazón Fuente de Dulzura, Corazón desbordante de Bondad, Corazón sobreabundante de Caridad, Corazón de donde Destila, gota a gota, la Benevolencia, Corazón Lleno de Misericordia..., Corazón muy amado, Te pido que absorbas mi corazón todo entero en Ti. Perla muy amada de mi corazón, invítame a Tu Banquete que Da la Vida; Derrama para mi el Vino de Tu Consolación...para que la ruindad de mi espíritu se llene de Tu Caridad Divina, y la abundancia de Tu Amor supla la pobreza y la miseria de mi alma.
Tú, que has Hecho por mí tan grandes y bellas Cosas, ¿qué Te voy a devolver por tantos Beneficios? ¿Qué alabanzas y acciones de gracias podré ofrecerte, aunque me ocupara en ello mil veces? ¿Qué soy yo, pobre criatura, en comparación a Ti, mi Abundante Redención?
Oh Corazón amado por encima de todo..., Ten Piedad de mi. Te suplico que la Dulzura de Tu Caridad vuelva valiente mi corazón. Hazme la Gracia de que las entrañas de Tu Misericordia se conmuevan en mi favor, porque desgraciadamente, mis bajezas son numerosas, mis méritos son nulos. Mi Jesús, que el Mérito de Tu Muerte Preciosa, me Perdone todo lo que he cometido de Mal...; que me atraiga hacia Ti tan fuertemente que Transformada totalmente por la fuerza de Tu Amor Divino, encuentre Gracia a Tus ojos... Y Dame, mi querido Jesús, amarte a Ti solo en todas las cosas y por encima de todas las cosas, me ligue a Ti con fervor, espere en Ti y no ponga ningún límite a mi Esperanza. Amén» (Sta Gertrudis de Helfta, Benedictina).
Semper Mariam In Cordis Tuo.

LOS ESCRÚPULOS

Qué significa

«La palabra “escrúpulo” viene del latín y significa “piedrita”: es la pequeña piedrita que tenemos en el zapato y nos dificulta caminar con comodidad. El diccionario nos lo define como una “duda o recelo que punza la conciencia sobre si algo es o no cierto, si es bueno o malo, si obliga o no obliga; lo que trae inquieto y desasosegado el ánimo.”
Los escrúpulos pueden llegar en determinados momentos de la vida (incluso son parte momentáneamente de los estadios más superiores de la vida espiritual) y con el transcurso del tiempo, y del trabajo personal, se van.
Hay quienes ven en el origen de esta conducta a la duda por no comprender exactamente el alcance de una ley o de la propia acción realizada. Otros dicen que parte de un temor frente a lo que uno realiza. Así se dice que puede ser una enfermedad del entendimiento o del sentimiento. Más allá de estas disquisiciones de eruditos, nosotros podemos encontrar en el escrupuloso una “duda temerosa” que le hace vivir con inquietud e inseguridad todas sus acciones. Una duda que toca lo más profundo de su ser cuando se relaciona con el poder pecar o el haber pecado, es decir, con la experiencia de una ofensa deliberada a Dios...
Un “problema” Sacramental
Un problema serio se le plantea al escrupuloso frente a la Confesión: ¿hice bien todas mis confesiones anteriores? ¿Dije todo o me olvide de algo? ¿El Sacerdote entendió lo que debía confesar o no dije las palabras correctas y aminoré así mi pecado? Esto sumerge a la persona en un estado angustioso del que solo va a salir con paciencia y obedeciendo a quién la dirige espiritualmente.
La tradición ha creado una serie de reglas para ayudar a los confesores a encaminar estas verdaderas torturas a que se someten algunas personas. Entre ellas sobresalen el lograr que el escrupuloso acepte, confíe y obedezca al confesor en las indicaciones concretas que este le da. También se debe evitar la confesión con una frecuencia obsesiva o repetir una y otra vez los pecados ya confesados.

El “problema” espiritual

Ahondemos ahora un poco más profundo en lo espiritual. San Juan de Ávila, en una carta a una señora, le explica de qué se tratan sus escrúpulos y le da remedios para afrontarlos:
“Los escrúpulos de las confesiones son tentaciones del demonio para atormentarte y quitarte la dulzura del corazón, y dejarte sin gusto de las cosas de Dios.
Porque el corazón escrupuloso no está bueno para amar ni para confiar, ni le parece bien el Camino de Dios; y luego se va a buscar otros caminos donde más se deleite, por no hallar en el de Dios lo que le contentaba; y tiene la culpa el escrupuloso que levanta trampillas donde hay paz, y no el Camino de Dios, que es muy suave y muy llano.
Hagan burla de ellos, y sujétense a lo que les dicen sus confesores, y no se dejen llevar del escrúpulo ni del propio parecer, sino digan: «Mi Señor Dios no es escrupuloso; yo hago lo que me mandan de Su parte; no tengo más que dar cuenta.»
Date, hermana, prisa en amar, y se te quitarán los escrúpulos, que nacen del corazón temeroso, y el amor Perfecto echa fuera el temor (1 Jn 4,13). Ora al Señor, y dile: “Dios mío, Ilumina mis tinieblas!” (Sal 17). Y confía en Su Misericordia, que sirviéndolo tú, Él la hará contigo, y te dará a entender cada día qué te falta, para que lo remedies.”
De esta manera aconseja confiar en el Señor y caminar por los Caminos de Dios. Es que cuando nos dejamos llevar por los escrúpulos perdemos la dulzura en el propio corazón (es decir, caemos en la amargura) y dejamos de gustar las cosas de Dios para caminar los caminos tortuosos que trazan nuestros temores. Son muy lindas las oraciones que invita a rezar.
El gran consejo de este Santo es dejar de mirarnos a nosotros mismos y poner nuestra confianza en la Presencia Paternal del un Dios Misericordioso que me Perdona. Desde allí parte todo crecimiento Sanador para el escrupuloso» (P. Fabián Castro).
Semper Mariam In Cordis Tuo.



DAR RAZONES DE NUESTRA FE


«Es la Iglesia de Dios Vivo, Columna y Fundamento de la Verdad» (1 Tim. 3, 15).

Es la tecnología, como otras tantas obras del hombre, esencialmente neutra, dependiendo de su uso, lo bueno o malo que se pueda sacar de ella. Con ella, podemos llevar la Luz de la Verdad a muchos, en su sólo instante. Y con ella, podemos también crear confusión y difundir mentiras. Llegan a nuestras redes infinidad de mensajes, algunos con buen contenido, algunos inocuos y otros que precisamente están dirigidos a crear -voluntariamente o no- esa confusión a nuestra Fe y vida cristiana. Invocando supuestas palabras de Santos y aún Santos Papas, se difunden pensamientos y doctrinas que no son ciertas y que muchas veces atentan contra las enseñanzas o normas de la misma Iglesia que dicen defender. Por eso es que para nosotros, cristianos católicos, existe un Faro fiable, querido por Dios mismo para nuestra guía segura de la vida cotidiana y en nuestro camino hacia ese mismo Dios, Padre Todopoderoso. Ese Faro es Su Santa Iglesia, Santa en Su Fundador, Jesucristo, y aunque pecadora en sus miembros, tú y yo, Depósito cierto de la Verdad. ¿Llegan a nuestro correo, a nuestro teléfono, a nuestras redes, supuestas enseñanzas que terminan poniendo en entredicho nuestra Fe, nuestra vida cristiana, nuestro sano Culto a Dios? Usemos de esa misma tecnología para buscar la Verdad que amamos. La Iglesia de Cristo, por ejemplo, tiene su página oficial, donde están publicados todos los Documentos que forman parte del Magisterio Auténtico. Dediquemos un tiempo, con la Gracia de Dios, a escudriñar allí nuestra Fe, y haciéndolo, encontraremos, sin lugar a dudas, un Tesoro de Sabiduría que no sólo nos acercará a Dios que lo Inspira, sino que también nos servirá como Luz en esta oscuridad de confusión y mentira que nos rodea.

Jesucristo Dijo a Sus Apóstoles, «quien a vosotros escucha, a Mí Me escucha». Escuchemos, amemos, cuidemos y defendamos a nuestra Madre, la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana.

Semper Mariam In Cordis Tuo.

DIOS NOS AGUARDA

«En 1937 varios exploradores rusos lograron pasar unos meses en las proximidades del Polo Norte, en el reino del hielo eterno, o, como solía decirse, de la “muerte eterna”. Hasta entonces, se creía realmente que allí no podía crecer ninguna planta. Por eso, la sorpresa de los exploradores fue enorme al encontrar en el mismo Polo Norte una flor. Era una especie de alga diminuta, del tamaño de la cabeza de un alfiler, de color azul. Quisieron descubrir su raíz y empezaron a cavar. Cavaron nueve metros de profundidad y todavía no dieron con el final de la raíz... Ciertamente, esa flor es un ejemplo para nosotros. Por todas partes, le rodeaban el hielo y la muerte y no se asustaba ni retrocedía. Iba taladrando el suelo y se lanzó, en el reino de la oscuridad y de las tinieblas, hacia arriba en busca de la luz, hasta que la encontró. No le importó, si tuvo que subir veinte metros. Valió la pena llegar a la luz y poder alegrar la vida de unos exploradores y alabar a Dios en las solitarias y heladas regiones del Polo Norte.

Por eso, tú no te desanimes, no importa cuántos metros estés bajo el peso de tus pecados.

Jesús te Espera en la Confesión y en la luz del Sagrario, sigue subiendo, Él Es la Luz del mundo y te está Esperando para Darte una Nueva vida»
 (P. Ángel Peña O.A.R).


Semper Mariam In Cordis Tuo.
DIVINAS LÁGRIMAS

«No te imagines, dice S. Juan Crisóstomo, que la Inmolación del Divino Cordero haya sido la última Acción de Su vida. Porque si es allí donde Quiso acabar, fue también por allí por donde Quiso comenzar, es decir, que si acabó Su Sacrificio sobre la Cruz, Consagró Sus Primicias en el pesebre».

Sí. Fue en Su Santo Nacimiento en donde el Verbo Hecho Carne comienza el Sacrificio que debía Consumar en el Calvario. Un Deseo Divino que con ardor manifestó a Sus discípulos: "Con un Bautismo tengo que Ser Bautizado y ¡qué Angustiado Estoy hasta que se Cumpla!" (Lc. 12, 50). Era el Bautismo Doloroso de Su Pasión, pero como nota S. Ambrosio, esa Angustia no podía referirse mejor que al Misterio del pesebre en que toda la Majestad de Dios se hallaba como encerrada en la pequeñez de un Niño...Sentía estos Santos Deseos, y no esperó que Su Sangre fuese enteramente formada en Sus venas para Entregarse como una Víctima.

¿En qué Piensa, este Dios Nacido, desde el momento de Su Nacimiento? Meditemos en esta Verdad tan llena de Divina Misericordia. ¿Qué Hacía Jesucristo en el pesebre? Reparaba por Sus Humillaciones todos los ultrajes que la soberbia de los hombres había hecho ya, o todavía debían de hacer a Dios; Restablecía el Reino de Dios, y a Él Daba toda la Gloria que le había quitado el pecado.


¿Qué Hacía Jesucristo en el pesebre? Apaciguaba a Dios, Desarmaba la Cólera de Dios, y traía sobre los hombres ingratos la Misericordia del Padre.

¿Qué Hacía Jesucristo en el pesebre? Purgaba todos los delitos en que se hallaban los hombres y de los que algún día nosotros mismos cometeríamos en Presencia de Dios con nuestros pecados, ingratitudes y rebeliones a Su Amor. Pagaba las Deudas infinitas que debíamos a la Justicia Divina.

"Esto os servirá de Señal: encontraréis un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc. 2, 12). Así dijeron los Ángeles a los pastores: tendrían un signo, una señal.
¿Y qué otra cosa nos enseña este estado Pobre a que un Dios se reduce, este estado Humilde en que Se muestra, el estado de Sufrimiento en que Nace, sino que viene a Hacer Penitencia por nosotros y a Enseñarnos a hacerla?

Quiere, hermanos míos, que meditando este Signo Celestial, alcancemos una idea justa de tal Virtud. "Reclinado en el pesebre hacía Penitencia por nosotros, escribe el Crisóstomo, porque Sabía que nuestra penitencia sin la Suya hubiera sido absolutamente inútil". Y nos enseñaba a hacerla, porque Quería que conociésemos la indispensable necesidad que tenemos de ser penitentes.

Profundicemos más. Su Divina Majestad llora nuestros pecados, esos, que nosotros no lloramos, y lo hace doblemente, precisamente porque nosotros no lo hacemos. ¿No es este un Misterio adorable? "No llora, dice S. Bernardo, como lo hacen los otros niños, por debilidad, sino que llora por Amor, por Compasión; aquellos lloran por sus propias miserias, Él lo hace por las nuestras; los otros lloran porque cargan la pena del pecado original, Él, porque Viene a Destruir el pecado y a Borrarlo con Sus lágrimas. Y cuando esto medito, las lágrimas de Dios me causan juntamente dolor y vergüenza".

Dolor, porque pienso que después de haber hecho llorar a Jesucristo desde Su cuna, le doy todavía, todos los días, nuevos motivos; que pudiendo consolarle reformando mi vida, desprecio, por decirlo así, Sus lágrimas con mis desórdenes. Y que habiendo Destruido el pecado, yo lo hago revivir en mí, y no sólo revivir, sino que aún lo dejo reinar en mi corazón.

Vergüenza, cuando considero que el Único Hijo de Dios ha Tenido Compasión de mis males y ha sido tan Vivamente Movido de ellos, y yo soy tan insensible; cuando reflexiono que un Dios ha llorado por mí, y yo no lloro, sino que antes, por el contrario, mantengo indolente mi vida de pasión, debilidad y pecado, justificándome, incluso, ante mi conciencia y ante los demás.

"Quitaré de su carne el corazón de piedra y les Daré un corazón de carne", ha Dicho el Señor por el Profeta (Ez. 11, 19), y eso le pido, y te invito a que tú lo hagas también.

Miremos todos los días al Niño de Belén: es Dios Nacido para Salvarnos. Meditemos en Sus Divinas e infantiles lágrimas. Ellas nos lavaron, y si queremos, nos lavarán cada día hasta que por fin alcancemos nuestra Pascua y desde este mundo pasemos a estar con Él Eternamente" (P. Luis Burdalue SJ).

Semper Mariam In Cordis Tuo.
ORACIÓN DE RECOGIMIENTO

«No poseo, como Tú, Bondadoso Señor y Maestro, una Ciencia Celeste o Angélica que sin cesar vele delante de Dios. No cuento para acordarme de Él, para hablarle, para rogarle, más que con una débil inteligencia y con mi Fe, igual de débil. ¡Que sepa, Jesús, al menos recogerme! Concédeme el amor al recogimiento, al silencio de los sentidos y a la soledad, en aquella medida que me lo permita esta vida.

Otórgame, sobre todo, el amor al silencio del alma. Dame, en las horas que dedico a la oración, el no estar, a Ejemplo Tuyo, ocupado más que en Dios: el estar solo delante de Dios. Con todo eso, no son mucho mi pobre inteligencia y todo mi corazón para abogar cerca de Vuestro Padre en favor de los intereses de las almas y ocuparme de Ti, Salvador mío, Soberanamente Amable y Adorable, que bastas para ocupar y arrebatar la atención y el Amor del Cielo. Amén» (P. Royo Marín OP).

Semper Mariam In Cordis Tuo.
AMEMOS A DIOS Y A SU IGLESIA

«Tras el amor de nuestro Señor, te recomiendo el de la iglesia, Su Esposa. Ella es de alguna manera la paloma que incuba y da lugar a la descendencia del Esposo. Da todos los días gracias a Dios por ser hija de la iglesia, a ejemplo de un gran número de almas que nos han precedido en esta ruta Bendita. Ten mucha compasión de todos los Pastores, predicadores y guías espirituales que se encuentran esparcidos por la superficie de la tierra... Ruega a Dios por ellos, para que se Salven, sean fecundos y proporcionen la Salvación a las almas.

Ruega por las personas infieles como por las fervientes, reza por el Santo Padre, por todas las necesidades espirituales y temporales de la Iglesia, porque ella es nuestra Madre».
(San Pío de Pietrelcina (1887-1968), Capuchino).

Semper Mariam In Cordis Tuo.
PENTECOSTÉS


«Considera lo que dice S. Lucas, cómo el Espíritu Santo se Manifestó "como una ráfaga de viento impetuoso" (Hch. 2, 1), porque como dice S. Ambrosio, no Quiere el Divino Espíritu tardanzas, ni tibiezas, ni flojedades en Su Santo servicio, sino que seas fervorosísimo, activo y presto en tus resoluciones y ejecuciones». ¡Si tuviésemos una centella de este Divino Espíritu que desterrase la tibieza de nuestra alma! Pidámoslo al Señor.
"Llenó toda la casa en que se encontraban", porque llena todas las potencias del alma de quien le recibe: el entendimiento, ilustrándolo con Su Ciencia; la memoria con la conciencia de Su Presencia; la voluntad Encendiéndola con Su Divino Fuego; y todos los sentidos Moviéndolos a lo Celestial, Espiritualizándolos para menospreciar lo terreno.
Espíritu Santo, que todo lo llenas, no dejes mi pobre casa vacía. Ven...Ven y Consuela a tu siervo, y no dejes rincón de mi pobre morada que no sea todo Tuyo.
Fuego Sagrado, Ven y Apodérate de mi alma, para que sea Esclarecida e Iluminada para caminar hacia mi verdadero Hogar, el Cielo. Que se encienda en el amor de mi Dios, y quede pura de todo vicio. Y despreciando lo terreno, aspire siempre a lo Celestial y Divino, quedando intimamente unida con mi Creador y enlazada con vículo de Perfecta Caridad con mi prójimo. Amén» (P. Alonso Andrade SJ).


Semper Mariam In Cordis Tuo.



APOYADO EN LA PIEDRA

Jesús, Rey y Señor de la Iglesia: renuevo en Tu Presencia mi adhesión a Tu Vicario en la tierra, el Papa. Creo y afirmo que él es Kepha, la Piedra en que Fundaste Tu Iglesia, y en quien Tú Quieres mostrarnos el Camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación, la inquietud y el desasosiego. Creo firmemente que, por medio suyo, Tú nos Gobiernas, Enseñas y Santificas, y bajo su cayado formamos la Verdadera Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica. Concédeme la Gracia de amar, vivir y difundir como hijo fiel sus enseñanzas. Cuida su vida, Ilumina su inteligencia, Fortalece su espíritu, Defiéndelo de las calumnias y de la maldad. Aplaca los vientos dañinos de la infidelidad y la desobediencia, y Concédenos que, en torno a él, Tu Iglesia se conserve Unida, Firme en el creer y el obrar, bajo «un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que Está sobre todos, por todos y en todos» (Ef. 4, 5-6), y así, sea Instrumento de Tu Redención.

María Santísima, Madre de la Iglesia, Ruega por el Sucesor de Pedro, por la Santa Iglesia de Cristo, y por nosotros. Amén.
Semper Mariam In Cordis Tuo.

HIJO Y SIERVO


«¡Madre mía Santísima! ¿Cómo es posible que teniendo una Madre tan Santa, sea yo tan malo? ¿Una Madre que toda Ella se Abrasa en Amor de Dios, y que yo haya de amar sólo a las criaturas? ¿Una Madre tan Rica de Virtud, y yo tan pobre de ellas? Amabilísima Madre, verdaderamente no merezco ya, ser hijo Tuyo, pues con mi vida me hice indigno de ello. Me contento hoy, con que me recibas como Tu siervo, y para ello, estoy pronto a renunciar a todos las riquezas de esta tierra. Riquezas no sólo materiales, sino también de los gozos, malas amistades, murmuraciones y de todas las pequeñas cosas que aunque parezcan sin valor, para mí son posesiones preciadas.
A todo deseo renunciar, pero no, a mi condición de hijo Tuyo. “Madre”, palabra que me llena de ternura y me anima a confiar en Ti.
Cuanto más me atemorizan mis pecados y la Divina Justicia, más animado me siento al pensar que Tú, María, eres mi Madre y mi Señora. Así te llamo y quiero llamarte siempre, pues luego de Dios, has de ser siempre mi Esperanza, mi Refugio y mi Amor en este valle de lágrimas.
Así confío morir: entregando en aquel último momento mi alma en Tus Santas manos diciendo: Madre mía, María, Ayúdame y Compadécete de mí. Amén» (S. Alfonso María de Ligorio, Obispo, Fundador y Doctor de la Iglesia).
Semper Mariam In Cordis Tuo.