Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
DIVINAS LÁGRIMAS

«No te imagines, dice S. Juan Crisóstomo, que la Inmolación del Divino Cordero haya sido la última Acción de Su vida. Porque si es allí donde Quiso acabar, fue también por allí por donde Quiso comenzar, es decir, que si acabó Su Sacrificio sobre la Cruz, Consagró Sus Primicias en el pesebre».

Sí. Fue en Su Santo Nacimiento en donde el Verbo Hecho Carne comienza el Sacrificio que debía Consumar en el Calvario. Un Deseo Divino que con ardor manifestó a Sus discípulos: "Con un Bautismo tengo que Ser Bautizado y ¡qué Angustiado Estoy hasta que se Cumpla!" (Lc. 12, 50). Era el Bautismo Doloroso de Su Pasión, pero como nota S. Ambrosio, esa Angustia no podía referirse mejor que al Misterio del pesebre en que toda la Majestad de Dios se hallaba como encerrada en la pequeñez de un Niño...Sentía estos Santos Deseos, y no esperó que Su Sangre fuese enteramente formada en Sus venas para Entregarse como una Víctima.

¿En qué Piensa, este Dios Nacido, desde el momento de Su Nacimiento? Meditemos en esta Verdad tan llena de Divina Misericordia. ¿Qué Hacía Jesucristo en el pesebre? Reparaba por Sus Humillaciones todos los ultrajes que la soberbia de los hombres había hecho ya, o todavía debían de hacer a Dios; Restablecía el Reino de Dios, y a Él Daba toda la Gloria que le había quitado el pecado.


¿Qué Hacía Jesucristo en el pesebre? Apaciguaba a Dios, Desarmaba la Cólera de Dios, y traía sobre los hombres ingratos la Misericordia del Padre.

¿Qué Hacía Jesucristo en el pesebre? Purgaba todos los delitos en que se hallaban los hombres y de los que algún día nosotros mismos cometeríamos en Presencia de Dios con nuestros pecados, ingratitudes y rebeliones a Su Amor. Pagaba las Deudas infinitas que debíamos a la Justicia Divina.

"Esto os servirá de Señal: encontraréis un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc. 2, 12). Así dijeron los Ángeles a los pastores: tendrían un signo, una señal.
¿Y qué otra cosa nos enseña este estado Pobre a que un Dios se reduce, este estado Humilde en que Se muestra, el estado de Sufrimiento en que Nace, sino que viene a Hacer Penitencia por nosotros y a Enseñarnos a hacerla?

Quiere, hermanos míos, que meditando este Signo Celestial, alcancemos una idea justa de tal Virtud. "Reclinado en el pesebre hacía Penitencia por nosotros, escribe el Crisóstomo, porque Sabía que nuestra penitencia sin la Suya hubiera sido absolutamente inútil". Y nos enseñaba a hacerla, porque Quería que conociésemos la indispensable necesidad que tenemos de ser penitentes.

Profundicemos más. Su Divina Majestad llora nuestros pecados, esos, que nosotros no lloramos, y lo hace doblemente, precisamente porque nosotros no lo hacemos. ¿No es este un Misterio adorable? "No llora, dice S. Bernardo, como lo hacen los otros niños, por debilidad, sino que llora por Amor, por Compasión; aquellos lloran por sus propias miserias, Él lo hace por las nuestras; los otros lloran porque cargan la pena del pecado original, Él, porque Viene a Destruir el pecado y a Borrarlo con Sus lágrimas. Y cuando esto medito, las lágrimas de Dios me causan juntamente dolor y vergüenza".

Dolor, porque pienso que después de haber hecho llorar a Jesucristo desde Su cuna, le doy todavía, todos los días, nuevos motivos; que pudiendo consolarle reformando mi vida, desprecio, por decirlo así, Sus lágrimas con mis desórdenes. Y que habiendo Destruido el pecado, yo lo hago revivir en mí, y no sólo revivir, sino que aún lo dejo reinar en mi corazón.

Vergüenza, cuando considero que el Único Hijo de Dios ha Tenido Compasión de mis males y ha sido tan Vivamente Movido de ellos, y yo soy tan insensible; cuando reflexiono que un Dios ha llorado por mí, y yo no lloro, sino que antes, por el contrario, mantengo indolente mi vida de pasión, debilidad y pecado, justificándome, incluso, ante mi conciencia y ante los demás.

"Quitaré de su carne el corazón de piedra y les Daré un corazón de carne", ha Dicho el Señor por el Profeta (Ez. 11, 19), y eso le pido, y te invito a que tú lo hagas también.

Miremos todos los días al Niño de Belén: es Dios Nacido para Salvarnos. Meditemos en Sus Divinas e infantiles lágrimas. Ellas nos lavaron, y si queremos, nos lavarán cada día hasta que por fin alcancemos nuestra Pascua y desde este mundo pasemos a estar con Él Eternamente" (P. Luis Burdalue SJ).

Semper Mariam In Cordis Tuo.

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