Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)

ADVIENTO

Bibliografía

Obras Completas, S. Juan de la Cruz. Obras Completas, S. Agustín. Plegarias y elevaciones, Sta Catalina de Siena. Teología de S. Pablo, P. José Bover SJ. Año Cristiano, P. Juan Croisset SJ. Homilía, 2-12-2006, Benedicto XVI. Intimidad Divina, P. Gabriel de Santa María Magdalena OCD. La Palabra de Cristo, Mons. Ángel Herrera Oria.

«Mientras no se trasciende el deseo de Convertirse, uno no se Convierte. Reconozco que tengo absoluta necesidad de Convertirme: mi vida, mi conciencia, todo está gritando que me es necesaria la Conversión, que me es indispensable la Reforma. Hábitos viciosos, costumbres pecaminosas arraigadas, confesiones mal hechas, frecuentes recaídas, todo hace que vea la necesidad urgente de un regreso definitivo a Dios con un Cambio radical de mi pensamiento y de mi obrar» (P. Croisset).

Sabemos que todos estos pensamientos son movimientos efectivos de la Gracia, y si la Gracia produce esos sentimientos en mí, ¿puedo creer, acaso, que no viene ella, unida a la Fortaleza para que ese Cambio sea efectivo en mi vida? Pensar así, sería desconocer cómo Obra Dios en las almas.

En cuanto a que Dios Quiere nuestra Conversión, lo Dice Él mismo a través del Profeta Ezequiel: «Yo no Quiero la Muerte del pecador, sino que se Convierta de su camino y Viva» (33, 11). En 2 de Pedro (3, 9), el Apóstol escribe: «El Señor...es Paciente para con vosotros; no Quiere que nadie Perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento». Y S. Pablo a los romanos escribe: «¿Desconoces que la Bondad de Dios te guiará a la Conversión?» (2, 4). «Porque Él, escribe S. Agustín, por Su Acción, comienza Haciendo que nosotros queramos; y termina Cooperando con nuestra voluntad ya Convertida...pues ciertamente  nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que Trabaja. Porque Su Misericordia se nos adelantó para que fuésemos Curados; nos sigue todavía para que, una vez Sanados, seamos Vivificados; se nos adelanta para que seamos Llamados, nos sigue para que seamos Glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la Piedad, nos sigue para que vivamos por Siempre con Dios, pues sin Él no podemos hacer nada».

«Muchas veces, sigue diciendo el P. Croisset, hemos pensado en dar este paso, pero no lo hago, o lo hago por un reducido espacio de tiempo. En lo que nunca pienso, es que cuanto más lo dilate, más me costará, pues mayores dificultades tendré que vencer. Se multiplicarán los lazos de seducción y se harán más difíciles de romper».

De hecho, ya tenemos esa experiencia.

Sin embargo, en mi mano está romperlos, pues ya sabemos que la Gracia no nos faltará.
Si no considero este Tiempo, o este mismo día, como día de Salvación, ¿quién me puede asegurar que lo será otro? ¿Quién puede asegurarme siquiera que habrá otro? Más aún: ¿quién puede asegurarme que no será este mi último Adviento? ¿Mi último día? Este puede ser el día de mi Salvación...o de mi Condenación.

«Considera, dice el P. Croisset, que para Convertirnos, tenemos en el presente, unos medios que quizá no volveremos a tener. Para la Conversión es preciso tener tiempo, Gracia y voluntad de alcanzarla.

Ahora tengo este tiempo; tengo esta Gracia, pues Dios me la está ofreciendo. Estas Inspiraciones que me Da; estas mismas reflexiones que estoy leyendo; estas Verdades que estoy meditando. Sólo me faltan las ganas, pero las ganas sinceras, verdaderas, aquellas que hacen que avance sin importar nada ni nadie».

¿Cuánto se preocupan los hombres por el éxito de sus negocios? Y esos negocios no le proveen más que de cosas temporales, caducas, que solo llenan el corazón de felicidad o seguridad efímera, pues la vida no es una constante invariable, sino que está llena de altibajos.

«Todo une Dios para que alcance mi Conversión», nos dice el P. Croisset y nos advierte: «sólo yo me resisto: la prosperidad y la adversidad, la salud y la falta de ella, las honras y los desprecios, todo me conduce igualmente a la Conversión. El Señor me colma de bienes, ¡y yo sigo ofendiéndole! El Señor me Castiga, ¿y yo continúo Irritándolo! Tengo salud, y dilato el tiempo porque pienso que nunca se va a detener para mí. Tengo una enfermedad ¿y voy a aguardar la muerte para hacer penitencia?»

Detengámonos un momento y digamos a Dios con el Salmista: «A Ti elevo mi alma, Yahveh, mi Dios. En Ti confío, no sea confundido...No, quien Espera en Ti, no es confundido...Muéstrame, Yahveh, Tus caminos, Adiéstrame en Tus sendas. Guíame en Tu Verdad y Enséñame, porque Tú eres mi Dios, mi Salvador» (Sal 25, 1-5).

Podemos también decirle con Charles de Foucauld:

«Enséñame, Señor, no sólo lo que Quieres de mí, sino también lo que Tú Eres, porque cuanto más Te conozca, tanto más Te amaré, y amarte es mi primer deber, lo que Tú sobre todo Exiges de mí, y mi mayor necesidad... Y con la Luz Dame también la Fuerza para seguirla, ¡oh Dios mío!, porque no basta amarte y conocer Tu Voluntad, sino que es necesario tener la Fuerza de servirte con las obras y cumplir todo lo que Quieres de mí...

Cúrame, Señor, que soy ciego, y no veo Tu Voluntad ni conozco en mil cosas lo que Deseas de mí; no veo Tu Belleza y así no Te amo como debiera... Alumbra mis ojos, Dios mío, Cura mi ceguera, Hazme ver Tu Voluntad y Tu Belleza...

Soy también cojo. Dios mío; Fortalece mis débiles pies, pues no tengo fuerza para ir a Ti cuando Tú me Llamas, para caminar en Tus sendas, para hacer lo que Tú me haces ver, para cumplir Tu Voluntad cuando me la das a conocer; yo arrastro el pie y cojeo miserablemente mientras Te sigo... ¡Oh Dios mío!, Cúrame de esta cojera, Haz que yo Te siga al olor de Tus perfumes, en vez de arrastrarme cojeando en pos Tuyo.

¡Oh Dios mío!, Ayúdame y dame la Fuerza de llevar Tu Cruz y de seguirte, cumpliendo todo lo que Quieres de mí... Y luego Haz que yo Te adore con todas las fuerzas de mi corazón...Haz que yo me consuma y me sumerja en Tu adoración, ¡oh mi amado Señor! Estas son las Gracias que Derramas a manos llenas en torno Tuyo; Haz que yo participe abundantemente de ellas. Bien conoces Tú; ¡oh Dios mío!, cuánta necesidad tiene de ellas este pobre siervo Tuyo, tan ciego, tan impedido para caminar, y tan frío».

«Es ya Hora de levantaros del sueño; que la Salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la Fe. La Noche está avanzada. El Día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las Tinieblas y Revistámonos de las Armas de la Luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rom 13, 11-14)

Notemos que el Apóstol habla de "la Hora", no del día, o del año. El tiempo es muy breve. «Vosotros, advierte el Apóstol Santiago, los que decís: "Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí el año, negociaremos y ganaremos"; vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana... ¡Sois vapor que aparece un momento y después desaparece!» (4, 13-14).

¿Hora de qué? "De levantarnos del sueño". Con la primera advertencia quiere sacudir nuestra funesta modorra espiritual. ¿Pero qué es esto del sueño? Sueño es lo que parece real para el que duerme, lo que le preocupa, le agita, le asusta o le alegra, pero que no existe, puesto que cuando amanece, esos sueños se disipan y desaparecen. El que vive de sueños no vive de la realidad ni en la realidad. ¿Qué significa sueño en este pasaje? Así como el que sueña se mueve y emprende cosas que en realidad no existen, también cuando estoy dormido espiritualmente creo vivir en medio de triunfos o desgracias que en sí no son más que espejismos, pues «en todo Interviene Dios para el Bien de los que lo aman» (Rom 8, 8). ¿Cuántas veces, al irnos bien con nuestro trabajo, nuestra salud, nuestros afectos, nuestras relaciones, olvidamos a Dios? Y por el contrario, ¿cuando todo eso se ve afectado, nos enojamos, nos enfriamos en nuestro amor a Dios o recurrimos a Él como último recurso? Y no nos damos cuenta que todo eso, bueno y adverso, son sólo vehículos para alcanzar la Meta, que es la Vida Eterna, que es Dios.

A la hora de Vísperas, el primer Domingo de Adviento, se lee la Antífona: «Anunciad a los pueblos y decidles: Mirad, que Viene Dios, nuestro Salvador». Benedicto XVI hace notar que «no usa el pasado —Dios ha Venido— ni el futuro, —Dios Vendrá—, sino el presente: "Dios Viene". Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento "Dios Viene"...Es un Padre que nunca deja de Pensar en nosotros y, Respetando totalmente nuestra libertad, Desea encontrarse con nosotros y Visitarnos; Quiere Venir, Vivir en medio de nosotros, Permanecer en nosotros. Viene porque Desea Liberarnos del Mal y de la Muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera Felicidad, Dios Viene a Salvarnos».

S. Pablo nos dice que hemos de dejar las obras de las Tinieblas hablando de banquetes y borracheras, refiriendo con ellos en general a todos los pecados, de los cuales, enumera como enlazados entre sí, cuatro: de la gula sale la lujuria, de las rivalidades las envidias, y de ellos, otros muchos. Son los mismos pecados de los que nuestro Señor Jesucristo Aconseja que nos limpiemos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida». Y nos Advierte que puede llegar «aquel Día (el del Juicio particular en primer término) de improviso sobre vosotros, como un lazo» (Lc 21, 34-35). Y el Apóstol, en otro lugar, llama obras de la carne, opuestas al espíritu, a la impureza, envidia, cólera, discordias, embriagueces, etc...(Gal 5, 19-21).

Así como cuando uno se levanta de la cama, lo primero que hace es vestirse, S. Pablo continúa diciendo que, una vez "despiertos", hemos de Revestirnos con las Armas de la Luz, hemos de Revestirnos de Jesucristo. En la Carta a los Efesios mencionará estas Armas: «Ceñíos vuestros lomos, dice, con la Verdad, revestida la coraza de la Justicia...el escudo de la Fe...el yelmo de la Salud y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios...» (Ef 6, 10-17).

«Ser Revestido, explica el P. Bover, no significa recibir algo sobrepuesto y exterior a manera de vestido -como enseñaba Lutero-, sino que significa ser interiormente compenetrado, impregnado y como empapado, así como la esponja al ser sumergida en el agua, o mejor aún, como el cristal expuesto a los rayos solares»

Esto lleva al Apóstol a decir: «No ya yo, sino Cristo Vive en mí» (Gal 2, 19-20). ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? Pero qué poco hemos meditado en ella. Es verdad que habla S. Pablo de compenetración, fusión, identificación de dos vidas, de dos existencias, de dos personas, pero es mucho más: «él siente que su vida ha sido absorbida por otra Vida, que su existencia ha dado lugar a otra Existencia, que su personalidad ha quedado sustituida por otra Personalidad» (P. Bover). Por eso, cuando dice que hemos de Revestirnos de Cristo, no se refiere a que hemos simplemente de hacer Buenas obras, es mucho más: debemos ser OTROS CRISTOS. Se trata de una absorción que NO DESPERSONALIZA, sino que aúna voluntades, de forma que yo no quiero ya más que lo que Él Quiere. Esto puede parecer utópico, irrealizable, pero los innumerables Santos que la Iglesia venera, comenzando por el propio S. Pablo que lo propone, son ejemplos ciertos, reales, de que es posible alcanzar esa Meta. Y yo estoy llamado a ella. Y a eso nos invita este Tiempo de Adviento.

Una vez más podemos decir con el Beato Foucauld: «Dios mío, estoy espantado, quisiera decir: «Aléjate de mí, ¡oh Señor!, porque soy un hombre pecador», pero no lo digo, no, sino más bien lo contrario: «Quédate con nosotros, Señor, porque anochece». Yo estoy en la noche del pecado, y la Luz de la Salvación no puede venir sino de Ti; Quédate, ¡oh Señor! porque soy pecador y estoy asustado viendo las innumerables imperfecciones que en cualquier hora y en cualquier instante cometo delante de ti... Tú Estás dentro de mí; y delante de Ti y en Ti yo cometo desde la mañana a la noche, a cada momento, imperfecciones, faltas sin cuento, de pensamiento, palabra y obra... Esta ha sido una de las cosas que me han impedido por tanto tiempo buscarte en mí para adorarte y postrarme a Tus pies; estaba asustado de sentirte tan dentro de mí, tan cerca de mis miserias y de mis innumerables imperfecciones».

Pero «Compasivo es Dios para con los que Le Temen» (sal 103, 13). Digamos al Padre, junto con Sta Isabel de la Trinidad: ¡Oh, Dios mío, Trinidad a Quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme inmutable y plácidamente en Ti como si mi alma viviera ya en la Eternidad. Que nada pueda alterar mi Paz, ni apartarme de Ti, sino que, cada momento de mi vida, me sumerja más profundamente en Tu Divino Misterio. Pacífica mi alma. Establece en ella Tu Cielo, Tu Morada Predilecta, Tu Lugar de Descanso. Que nunca Te deje solo, sino que, vivificado por la Fe, permanezca con todo mi ser en Tu Compañía, en completa adoración y entregado sin reservas a Tu Acción Creadora».

«Yo, Yahvé, tu Dios, Fortaleceré tu diestra, y Yo te Digo: No temas, Yo Voy en Tu ayuda» (Is 41, l3). Así aseguraba Dios a Israel Su continua Protección y Ayuda. Si aquel Pueblo tenía motivos para confiar en el Señor, ¿cuánto más los tendré yo?, siendo que no sólo Está a mi lado y me Guía y Cuida con Su Providencia Paterna, sino que conmigo, Bautizado, ha ido más allá y se ha Establecido dentro mío, en lo más profundo de mi ser: «¿No sabéis, interroga S. Pablo, que sois Templo de Dios y que el Espíritu de Dios Habita en vosotros?» (1 Cor 3, 16). Y el mismo Señor Jesucristo nos Dice y Asegura: «Si alguno Me ama...Vendremos a él y en él Haremos Morada» (Jn 14, 23).

Pero si Él está en mí, ¿por qué no lo siento, por qué no me doy cuenta de ello? Es más, ¿por qué actúo como si no Estuviera? S. Juan de la Cruz nos da una respuesta: «Es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, Esencial y Presencialmente Está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto el alma que le ha de hallar conviene salir de todas las cosas según la afición y voluntad, y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen». Es decir que para hallarlo «hay que desasirse, privarse, renunciar, aniquilarse, morir espiritualmente a sí mismos y a todas las cosas, no tanto y no sólo separándose de ellas materialmente, cuanto y sobre todo desasiéndose de ellas con el afecto y la voluntad. Es el camino de la nada, del total desasimiento; es la muerte del hombre viejo, condición indispensable para Revestirse de Cristo y vivir en Dios» (P. Gabriel De Santa Magdalena). Todo lo cual, lo expresa el Apóstol: «Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3, 3).

Como objetivo para este Tiempo, tengamos presente esta premisa: La búsqueda amorosa de Dios escondido en nosotros responde en intensidad y grado a esta muerte al mundo y a nosotros mismos. Cuanto más morimos, más encontramos a Dios.

En unas semanas celebraremos el Misterio del Nacimiento de Dios Encarnado y Hecho Hombre. Lo veremos en un pesebre como cuna; pero vayamos más allá de la ternura que esa imagen nos puede inspirar. Él no Nació allí porque las circunstancias lo obligaron. Nació allí porque Quiso hacerlo. Y entre las muchas razones, una de las más evidentes es que desde el principio Quiso el Señor compartir con nosotros el luminoso camino de la Humildad. ¡Cuánto nos asusta, muchas veces, no alcanzar, incluso, las cosas básicas para vivir! ¡Y cuántas otras deseamos tener, sólo por el placer de poseer! Pero Jesús nos invita a ver más allá. Miramos el pesebre y no vemos lujos; ni siquiera eso mismo básico para cualquier niño recién nacido. Quiere que posemos la mirada de nuestro corazón, no en el alrededor –que es lo que generalmente hacemos-, sino en Su Persona, que aunque pequeñita, «en Él Reside toda la Plenitud de la Divinidad Corporalmente» (Col 2, 9). Jesucristo no Quiso en Su Primera Venida a este mundo, comodidades, para enseñarme que, como dice S. Juan de la Cruz, «si el alma fuese a buscar en Dios suavidad y gusto propio, ya no amaría a Dios puramente sobre todas las cosas, pues juntamente con Él amaría también su propia satisfacción, y en consecuencia tendría dividido el corazón entre el Amor de Dios y el amor de sí mismo, y no sería ya capaz de poner toda la fuerza de la voluntad en Él…(por lo que) para acertar el alma a ir a Dios y juntarse, con Él, ha de estarse con esa hambre y sed de solo Dios, sin quererse satisfacer de otra cosa».

¿Qué veía María Santísima? No veía la suciedad de la paja, no sentía el frío de la noche, no percibía la presencia de los animales. Ella veía sólo a Su Amadísimo Hijo y a Su Dios.

El Verbo Divino se Encarnó Desdeñando todo confort, pero con Su Humano Corazón rebosante de Amor al Padre Eterno y a mí, pobre criatura y hasta ese momento, enemigo Suyo por el pecado Original, para enseñarme que «el alma que en todo momento y en todas sus acciones no busca más que cumplir la Voluntad de Dios, ama realmente a Dios y vive unida verdaderamente con Él, aunque no sienta ninguna suavidad» (S. Juan de la Cruz). Dios, por mi amor, no tuvo a menos aceptar incomodidades extremas –recordemos que el pesebre era habitación de animales, con todo lo que esto conlleva-, y «¿cuál fue la causa de esto?, se pregunta Sta Catalina de Siena: El Amor. Porque nos Amaste antes que fuésemos, ¡oh Bondad, oh Eterna Grandeza! Te Rebajaste y Te Hiciste pequeño para Hacer grande al hombre. A cualquier parte donde me vuelo, no encuentro más que abismo y fuego de Tu Caridad… ¡Oh Jesús! Déjame que Te diga en un arranque de gratitud que Tu Amor raya en locura. ¿Cómo Quieres que ante esta locura mi corazón no se lance hacia Ti? ¿Cómo habría de tener límites mi confianza?»

El Niño en el pesebre duerme, pero no temamos, Dios no duerme. El Niño se alimenta de los pechos de Su Santísima Madre; pronto, Él mismo, se nos Dará como Alimento para la Vida Eterna. No tenemos oro para regalarle, pero no debemos preocuparnos, porque no quiso recibir primero la adoración de los poderosos, sino de los pobres en la persona de aquellos pastores. Nació durante la noche, Él, que Habita una Luz Inaccesible y que Es la Luz del mundo, para mostrarnos que las Tinieblas no tienen ningún poder sobre Él, y tampoco sobre nosotros, si estamos unidos a Su Divina Humanidad. Vino a este mundo en el frío de la noche, porque el mundo estaba sumergido en la fría oscuridad del pecado; pero Él ha «Venido a arrojar un Fuego sobre la tierra» (Lc 12, 49), Fuego que principia en Su Caridad y Fructifica en la Cruz. El Niño ríe en los brazos de Su Tiernísima Madre: así Quiere, la Trinidad Divina, regocijarse en nuestro corazón, pues está Escrito: «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios» (Ef 4, 30). Cuando miremos el pesebre, no nos perdamos en los detalles, centrémonos en Aquel que al ser Introducido por el Padre al mundo, Éste Ordenó que fuera Adorado por todos los Ángeles (Hb 1, 6), y que Dijo: «¡He aquí que Vengo…a Hacer, oh Dios, Tu Voluntad!» (Hb 10, 7).

Repitamos con S. Juan XXIII: «Jesús, Te Espero; los malos Te rehúsan; afuera sopla un viento glacial... ven a mi corazón; soy pobre, pero Te calentaré todo lo que pueda; a lo menos quiero que Te Complazcas de los Buenos deseos que tengo de hacerte una buena acogida, de amarte, de sacrificarme por Ti…Ven, Jesús, tengo tantas cosas que decirte... ¡tantas penas que confiarte! tantos deseos, tantas promesas, tantas esperanzas. Deseo adorarte, besar Tu frente, pequeño Jesús, darme a Ti de nuevo, para Siempre. Ven, Jesús, no tardes ya más, Acepta mi invitación y ven».


PARA MAYOR GLORIA DE DIOS

SEMPER MARIAM IN CORDIS TUO