Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
¿QUÉ PUEDO HACER?

«El Señor Es Poderoso en Obras y en Palabras», por eso el pueblo quedó admirado de Su Doctrina y de que no Enseñaba como sus escribas y fariseos (Mc. 1, 28). Jesús no solamente hablaba sino que también Obraba Milagros con Su Poder; más aún, no sólo en esto estaba esa “Autoridad”, sino que a diferencia de aquellos «que imponían cargas intolerables al pueblo y que ellos no tocaban ni siquiera con un dedo» (Lc. 11, 46), Jesús Bendito daba primero Ejemplo y luego Proponía el Camino. ¿Quién mayor que Él, a la hora de Perdonar a los enemigos, de Soportar todo con Paciencia y Humildad, de mostrar Misericordia para con el pecador, Caridad con el enfermo y con los mismos que ya habían partido de este mundo? Y este es sólo un pobre resumen. ¿Quién fue el primero, si no Jesús, en Entregar Su vida por Obediencia y por Amor Gratuito a tantas almas ingratas, como la tuya y la mía?

“¿Qué obras puedo hacer yo?”, dirás. Mi edad, mi salud, el poco tiempo…Podemos hacer una Obra, la más grande, de la cual nadie está exento: AMAR.

Todos podemos hacer cada una de nuestras cosas, diarias, pequeñas, desconocidas, con AMOR. El Amor era el signo por el cual los paganos reconocían a los cristianos de la Iglesia de los primeros años.
¿Y eso cómo se hace? El Apóstol Pablo nos lo dice: «La Caridad es Paciente…servicial…no es envidiosa…no es jactanciosa…no se engríe…es decorosa…no busca el propio interés…no se irrita…no toma en cuenta el Mal…se alegra de la Justicia…se alegra con la Verdad…todo lo excusa…todo lo cree…todo lo espera…todo lo soporta» (1 Cor. 13, 4-7).
Cuando nos esforzamos por vivirlo, entonces nuestras palabras adquieren un verdadero poder de Consuelo para los demás. Allí nos convertimos en «Sal de la tierra» (Mt. 5, 13).

Haz Jesús mío, que todo el mundo piense en Ti, que toda la Tierra Te conozca, y que mi alma sea inundada por Tu amor Misericordioso. Arroja de mi corazón todo lo que no sea Tuyo. Y que no me apropie de lo que Te pertenece, pues «Tuyo es el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos». Amén.

Semper Mariam In Cordis Tuo.
DONDE ESTÉ TU TESORO, 
ALLÍ ESTARÁ TAMBIÉN TU CORAZÓN 
(Mt 6, 21)

«El primer efecto que causa el amor, o acaso es mejor decir, la primera forma bajo la cual el amor mismo se presenta, es el deseo: desear al objeto o a la persona amada, desear noticias o historias suyas, hablar de él, pensar en él.

Esto es lo que ocurre con el amor de Dios, que en cuanto prende en el alma, causa esa ansia, esa especie de curiosidad para buscar dónde se halla Dios y cómo poder más íntimamente conocerle. Es la inquietud y el afán con que Santo Tomás de Aquino, muy niño aun, insistía los monjes de Montecasino, sus preceptores, preguntándoles: "¿Quién es Dios?...¿Pero no me dicen más de Quién es Dios?

Es el deseo incontenible con que las almas que comienzan a marchar por las Vías del Espíritu buscan incansables la Palabra Divina. Es la prisa con que corrió Magdalena a postrarse a los pies de Jesús, cuando indiferente a todo lo demás, oyó que decían: "Ahí está el Maestro".

El pensamiento sigue a la voluntad como la llama al fuego; y la voluntad anda por donde anda el objeto de su amor. Cuando Dios es el Objeto de nuestro amor, sentimos esa especie de atracción hacia Él, una especie de inmantación como la brújula hacia el polo. Un ansia, un hambre, una sed irresistible, un interés creciente por todo lo Divino.

¿Sientes de esta manera el amor de Dios?

Es verdad que al comienzo de la vida espiritual, cuando es sincero nuestro esfuerzo, suele ser difícil el sentir el amor de ese modo, y muchas veces apenas nos atrevemos a decirle a dios que le amamos. Pero no por esforzado, es menos meritorio.

Y como la voluntad ya va hacia Dios, comienza a buscarle en la oración, y a dirigir hacia Él, aunque con igual esfuerzo, el pensamiento; porque la oración, propiamente no es más que eso: poner en Dios el pensamiento, levantar la mente a Dios. Cuando nuestro corazón está puesto en Él brota en nosotros el deseo de oración, que es el medio de entrar en trato íntimo con el Señor.

La oración es efecto y es causa del amor juntamente: es efecto porque nadie se pone en oración sino por amor; y causa, a su vez, porque de la oración sale siempre el amor fortalecido y acrecentado. Por otra parte, es un excelente ejercicio de amor por las dificultades no pequeñas que consigo trae, pues ¿cuántas distracciones nos alejan del interés primero que es Dios, y cuánto esfuerzo nos cuesta encausar nuestra mente y atención a Él?
Si nos preguntan en  qué nos distraemos, diremos seguramente: "nada, en tonterías". Pero si queremos examinarnos a fondo, veremos que hay mucho que nos interesa en "esas tonterías" fuera de Dios. Cuando algo nos distrae, de alguna manera es para nosotros objeto de alguna forma de amor, es algo que nos halaga o que nos satisface; o que nos duele o contraría, lo cual también es parte del amor propio. Por eso, rechazar distracciones, luchar por fijar en Dios el pensamiento, ampliando los conocimiento sobre Él, oyendo, hablando de Él, fijando la atención en Él, es engendrar amor hacia Él y acrecentar más y más ese amor" (Fr. Menéndez Reigada OP).

Semper Mariam In Cordis Tuo.
¿DE QUÉ ME CONOCES?

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según S. Juan   (1, 45-51).

«Felipe se encuentra con Natanael y le dice: “Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los Profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”. Le respondió Natanael: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?” Le dice Felipe: “Ven y lo verás”.
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Le dice Natanael: “¿De qué me conoces?” Le respondió Jesús: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Le respondió Natanael: “Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Jesús le contestó: “¿Por haberte dicho que te Vi bajo la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”. Y le añadió: “En Verdad, en Verdad os Digo: veréis el Cielo abierto y a los Ángeles de Dios subir  y bajar sobre el Hijo del hombre”.

1. En la Liturgia, la Iglesia recuerda a Natanael, el día 24 de agosto, llamada Fiesta de San Bartolomé, Apóstol, y el día 5 de enero, durante el Tiempo Litúrgico de Navidad. Mencionar esto es importante, puesto que en la lista de nombres de los Apóstoles  que los evangelistas dan, no aparece como Natanael, sino, como Bartolomé: Mt. 10, 2-4; Mc 3, 16-19; Lc 6, 13-16. Y el mismo S. Lucas, en su Libro de los Hechos (1, 13), lo nombra de la misma forma, aunque con la leve diferencia que en el Evangelio aparece inmediatamente después de Felipe, y en Hechos, a Felipe lo sigue Tomás, y luego, Bartolomé.
Bartolomé no es nombre propio. La partícula “bar”, significa “hijo de”, lo que en este caso sería “Bartolomé, hijo de Tolomé, o Tolomeo”. Funcionaría, como en nosotros funciona el apellido. Aplicado al Apóstol, su nombre completo sería: Natanael Bartolomé; Natanael hijo de Tolomeo. Por ello no hay contradicción al considerar ambos nombres para identificar a la misma persona.

Primera parte

2. El contexto anterior es claro: estamos en una etapa de Llamado al discipulado. Los primeros discípulos siguen a Jesús, por la predicación de Juan el Bautista (Jn  1, 32-37). Simón sigue a Jesús a instancias de Andrés (vv. 40-42). Jesús encuentra a Felipe y le Llama (v. 43).
2.1 Finalmente, es Felipe quien va en busca de Natanael, para hacerle  la primera proclamación: encontramos al que Moisés y los Profetas han Anunciado. Jesucristo ya comenzó a formar Su Iglesia, no como una organización meramente religiosa, sino como organismo vivo de Anuncio. Y no de un anuncio simplemente doctrinal. De un Anuncio absolutamente personal: la Iglesia no señala o enseña doctrinas; la Iglesia señala  y enseña una Persona: Jesucristo.
El Bautista señaló a Cristo: "Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios” (Jn 1, 36).
Los discípulos que siguieron al Maestro ante este Anuncio, le preguntaron dónde vivía (v. 38), y Él les dijo: “Vengan y vean” (v. 39).
Andrés –uno de los dos que lo había seguido- va en busca de su hermano Pedro, y lo lleva a Jesús, le presenta a Jesús (vv. 40-42).
Felipe tiene la Bendición de ser convocado cara a cara por el mismo Señor. Y cuando llega el momento de presentárselo a Natanael, no se contenta con palabras, sino que lo lleva a la presencia del mismo Señor, para que lo vea por sí mismo.
La presentación del Bautista y de Andrés, fue por medio de palabras. Pero a las palabras siguió la inmediata experiencia de la Compañía de Jesús.

2.1 ¿En qué se aplica esto a mi vida? Que en mi anuncio cristiano no tiene el lugar más importante la palabra, que es necesaria, sí, pero no tiene el privilegio. Que cuando en el mundo me proclamo cristiano, no necesito acompañar esto con grandes discursos y menos con la intención de que se vea cuánto sé de religión. Decía el Papa Benedicto XVI: “los cristianos no creemos en algo, creemos en Alguien”;  y el Beato Pablo VI: “El mundo no necesita predicadores, necesita Testigos”.  Andrés y Felipe, si se quiere, los primeros Anunciadores, fueron muy escuetos en sus argumentos: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 41), fue lo único que Andrés le dijo a Simón; y Felipe le dijo a Natanael que había “encontrado a Aquel de quien había escrito Moisés y los Profetas” (V. 45). Una simple  frase cada uno. Pero ambas  frases no son opiniones, son profesiones de Fe. Ninguno dijo “me parece que aquí hay algo”; ambos fueron decididos en su aseveración: lo encontramos. Y esa seguridad no parte de conocimientos intelectuales, parte de la experiencia del encuentro con Jesucristo, del trato personal que han tenido con Jesucristo.

2.2 Entonces, para discernir cómo es mi Anuncio ante el mundo, primero debo descubrir cuál es mi experiencia personal con Jesús; cómo es mi trato personal con Él. Y esto puede medirse, por ejemplo, en mi oración: ¿tengo oración diariamente? ¿Mi oración es concentrada? ¿Si me disperso –a veces Permite Dios esto para corregirme por la dispersión general en que suelo vivir-, lucho constantemente por mejorar? ¿Cuándo puedo, dedico tiempo a la oración, o simplemente es algo a hacer entre otras tantas cosas? ¿Soy consciente que la importancia de la oración la define, entre otras palabras de Jesús, cuando dice, “Sin Mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5)? En la oración, ¿Dios es Alguien cercano, o es un ente que vive en la lejanía? Cuando rezo, ¿sé que Dios se interesa por mí y por lo que le estoy planteando? Estas preguntas me ayudan a descubrir, primero si tengo un encuentro real con el Señor –la oración es un diálogo,  por eso es pausada y no atropellada o para cumplir-, y si me mueve el deseo de su cercanía, o lo tengo como un “solucionador de problemas”. Y eso me lleva a otra consideración: ¿busco a Dios por Dios, o por las cosas de Dios? Aquellos primeros cinco discípulos no habían visto aún los Signos, que luego serían los Milagros, y sin embargo, el trato personal con Jesucristo, les confirmó sin más maravillas, la Verdad Revelada en el Antiguo Testamento, la Sagrada Escritura en que ellos creían.

2.3 También puedo preguntarme: ¿qué grado de gusto tengo al estar en presencia de Jesús cuando me encuentro con Él ante el Sagrario? Mi Fe me enseña que está allí, pero ¿lo vivo como una Presencia real? ¿Alguien cercano que me está mirando y escuchando, y con Quien puedo hablar, incluso sin palabras, sólo con un movimiento de mi corazón? ¿Pienso en eso? Porque aunque parezca que hablo yo solo, Él no solamente me escucha, sino que también habla a mi corazón aunque mis oídos no escuchen. Puede hablarme con una inspiración o llenando mi corazón de Su Gracia, o regalándome Su Paz, que no es la paz que el mundo da (Jn 14, 27). Cuando le preguntaron al Santo Cura de Ars qué hacía durante tanto tiempo sentado frente al Sagrario, respondió: “Nada. Lo miro y me mira”.

2.4 Lo segundo que me sirve para discernir el grado de mi encuentro personal con Dios, es la escucha de Su Palabra. Dios me Habla, y me Habla cada día y muchas veces al día, si yo lo deseo. Y lo hace a través de Su Palabra contenida en la Sagrada Escritura. ¿Busco diariamente esta Palabra? ¿Sé y creo, que “Su Palabra es Viva y Eficaz” (Hb. 4, 12)? Viva porque tiene el Poder de Dar la Vida: “¿Dónde vamos a ir, si sólo Tú tienes Palabra de Vida Eterna?” (Jn. 6, 68). Y Eficaz, porque tiene el Poder, si yo lo quiero y me esfuerzo, de cambiar mi corazón: “Mi Palabra que Sale de Mi Boca, no volverá a Mí vacía sin haber Realizado lo que Deseo” (Is. 55, 11). Dice el Salmista: “Para mis pies, Antorcha es Tu Palabra; Luz para mi sendero” (Sal 118, 105): Su Palabra me descubre el Camino que debo seguir, y es una Guía segura, especialmente en este mundo que nos toca vivir. ¿Veo la Palabra de Dios con todas estas connotaciones? ¿Tiene esa importancia para mí? ¿Dedico tiempo? ¿Lo hago con la alegría de un encuentro entre personas? Si busco interpretarla, ¿lo hago para conocer la Voluntad de Dios y el modo cómo puedo yo vivirla? ¿Lo hago con la disposición de dejarme guiar, corregir, y cambiar por Dios?

2.5 Es muy importante este breve examen sobre mi oración y sobre mi escucha, pues la unión de ambas actividades tienen que ver con el diálogo: en la oración hablo yo; en la escucha me Habla Él. Y discernir cómo es este diálogo en mi vida, me indica cómo es mi relación personal con Jesucristo. El no verlo cara a cara, como lo vieron aquellos hombres, no disminuye en nada la calidad de mi comunión de vida con Él. Y el crecimiento de la misma, sólo depende de mi disposición personal y de mi esfuerzo de cada día, pues la Gracia de Dios, jamás falta.
Dice el Catecismo:
“La preparación del hombre para acoger la Gracia es ya una obra de la Gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración…”
Y en el mismo número, refiere una enseñanza de S. Agustín:
“Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que Trabaja. Porque Su Misericordia se nos adelantó para que fuésemos Curados; nos sigue todavía para que, una vez Sanados, seamos Vivificados; se nos adelanta para que seamos Llamados, nos sigue para que seamos Glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la Piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin Él no podemos hacer nada» (Catecismo Católico, n. 2001).
Lo hablado hasta aquí sobre nuestro encuentro con Cristo en Su Palabra, no implica todavía la interpretación de la misma, aunque se mencionó algo brevemente en función del examen de conciencia.

Segunda Parte

1. Natanael pregunta a Felipe: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46).  La primera característica que podemos encontrar en Natanael, se nos presenta en el encuentro que tiene con Felipe. Éste le anuncia que ha encontrado a Aquel del que Moisés y los Profetas habían escrito. La reacción de Natanael ante testimonio tan contundente fue de escepticismo. Escéptico porque conocía la Sagrada Escritura – quizá más profundamente que los otros, como veremos en el punto siguiente- y sabía que Aquel de quien había escrito los Profetas y Moisés, es decir, el Mesías, tenía un origen distinto de Nazaret, debía Nacer en la ciudad de David, Belén.
1.1 Este escepticismo, que a priori parece algo negativo, tiene, sin embargo, una connotación positiva, pues no es la actitud que niega porque no entiende, o niega porque va en contra de su parecer o entender, sino que es la actitud de quien busca la Verdad aunque no la entienda en un principio, o aunque vaya en contra de sus conceptos personales. Felipe lo exhortó: “Ven y lo verás”, y él no se niega, sino que lo sigue.

1.2 Jesús recibe a Natanael, pues Jesús no rechaza al escéptico, siempre y cuando, ese buscador de la Verdad, sea sincero en su intención, es decir, cuando admito en mi vida la Verdad, cuando abro mi vida a la Verdad encontrada, cuando estoy dispuesto a cambiar, y efectivamente lo hago.
Esta es una invitación para nosotros, pues el cristiano no es un hombre de Fe ciega, el cristiano ha de madurar su Fe con la búsqueda que se da en la meditación –continua de ser posible-, de la Verdad que Dios Revela en Su Palabra. “Bienaventurado el varón que no acepta el consejo de los impíos…sino que su voluntad está en la Ley de Yahveh que medita día y noche” (Sal 1,1).

2. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay dolo”. Sabemos que Jesús hablaba arameo, y en arameo el adjetivo israelita casi no se usaba. “Normalmente se usa el mismo nombre ‘Israel’, o ‘hijo de Israel’, con lo cual, el sentido de la frase de Cristo es: “He aquí un hombre digno de llamarse Israel”  (P. Manuel de Tuyá SJ). Aunque parezca que esto no es importante para nosotros, tiene una lección: recibir el nombre Israel equivale a reconocer a Yahveh como único Dios y a ser fiel a Su Ley. Recordemos que Israel es el nombre del pueblo Elegido, el cual, para obtener y mantener la Protección Divina, ha de ser fiel a la Ley de Dios. Yo soy cristiano, y los cristianos, como enseña el Catecismo,  “son llamados a llevar en adelante una “vida digna del Evangelio de Cristo”. “Sus discípulos son invitados a vivir bajo la Mirada del Padre “que Ve en lo secreto” (Mt 6,6) para ser “Perfectos como el Padre Celestial Es Perfecto” (Mt 5,48).

Incorporados a Cristo por el Bautismo (Rom 6,5), los cristianos están “muertos al pecado y Vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6,11), participando así en la Vida del Resucitado (Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con Él (Jn 15,5), los cristianos pueden ser “imitadores de Dios, como hijos Queridos y vivir en el Amor” (Ef 5,1.), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con “los Sentimientos que tuvo Cristo” (Fil 2,5.) y siguiendo Sus ejemplos (Jn 13,12-16)” (nn. 1692-1694).
¿Puede Jesús decir de mí: he ahí un verdadero cristiano?

2.1 Se dice que en Natanael no había engaño. “En el vocabulario de los Profetas, la infidelidad religiosa a Yahvé es llamada frecuentemente falsedad o mentira” (P. Manuel de Tuyá SJ), con lo cual se quiere decir que Natanael es un hombre verdaderamente leal a Dios y fiel a Su Ley.

Según esto: ¿puede Jesús decir de mí, que soy hombre en quién no hay engaño?


3. “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te Vi”.  Sentarse bajo una higuera, o bajo un árbol  frondoso, era costumbre judía para descansar. Pero también lo hacían los maestros de religión para dar sus clases. Y no es un dato menor, pues con toda probabilidad, Natanael pertenecía al grupo de escribas, es decir, al grupo de los doctores intérpretes de la Ley. Y siendo así, es muy interesante y una primera lección para nosotros, esta Elección de nuestro Señor. Fijémonos en lo que luego será el Colegio Apostólico, la Iglesia: gente sencilla representada en los pescadores, un escriba, un publicano e incluso un zelote, un sedicioso contra el poder de Roma. ¿Por qué es importante para mí? Porque me enseña que más allá de mi condición, de mi formación, de mi capacidad, nadie queda excluido de la Misión, de ser y de dar Testimonio de Cristo. Dios no deja a nadie por fuera de la Salvación y del Anuncio. El Beato Pablo VI, escribe: “Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia”. (Evangelii Nuntiandi, nº 24).

3.1 Ver a Pedro, pescador como su hermano y los hijos de Zebedeo, no nos exime, ni nos da excusa, sin embargo, de la responsabilidad de prepararnos, pues aunque contrastados con Natanael, eran hombres sencillos, todos necesitaron de Cristo para conocer la Persona del Mesías, la Salvación del Redentor, la Divinidad del Hijo Hecho Hombre.

Esto, en nuestra vida, se traduce en las dos Voces de Cristo: la Propia, es decir, y como vimos arriba, la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura; y Su Palabra a través de Su Cuerpo Místico, la Iglesia: “El que a vosotros escucha, a Mí Me escucha” (Lc 10, 16).

 Los Apóstoles escuchan la Palabra de Vida Eterna (Jn 6, 68) directamente de labios de Cristo. Nosotros tenemos la misma Bendición cada vez que abrimos la Biblia. A los Apóstoles, Jesucristo les Explicaba Sus Enseñanzas: “…lo Explicaba todo en privado a Sus propios discípulos” (Mc 4, 34); nosotros tenemos la misma Bendición, pues, “El Oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios Escrita o Transmitida ha sido confiado exclusivamente al Magisterio Vivo de la Iglesia, cuya Autoridad se ejercita en Nombre de Jesucristo” (Concilio de Trento).

3.2 “Cuando estabas debajo de la higuera te Vi”, es decir, te Conozco antes de conocerte. Este encuentro tiene lugar cerca de la Pascua, tiempo en que la higuera no tiene hojas, lo que significa que aquel “te Vi”, por parte de Jesús se remonta a bastante tiempo atrás, y por la reacción de Natanael, no al mero hecho material de verlo sentado, sino a un Sondeo de su interior, un “Ver” el corazón. ¿Qué meditaba el Apóstol en ese entonces? No se dice, pero queda en evidencia que debía ser algo muy íntimo, algo que Jesús puro hombre no podía conocer por sí. Y esta Penetración por parte del Señor, es lo que provoca la Confesión de Natanael: “Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”.

3.3 Aunque le llama Hijo de Dios, no es ésta una Confesión de la Divinidad de Jesucristo, sino que aquí es una Confesión de la Mesianidad del Señor. Jesús no devela de forma instantánea Su Condición Divina, sino que lo hace paulatinamente.

3.4 ¿Qué lección puede dejarme este hecho? Que mi corazón está desnudo ante Dios. Que cuando intento tranquilizar mi conciencia haciendo lo mínimo necesario, dejo de ser un cristiano en quien no hay engaño, para ser un  cristiano engañado y engañador: engañado por mi carne y por el enemigo que me hacen ver Virtudes que no tengo, y engañador del prójimo a quien muestro una vida espiritual inexistente. “No hay engaño, dice S. Agustín, cuando el pecador confiesa serlo. Pero si siendo pecador, se presenta como justo, hay engaño en su boca”. Porque “todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a Quien hemos de dar cuenta” (Hb. 4, 13). Debo esforzarme cada día por ser más auténtico a los ojos de Dios, es decir, a trabajar sin desánimo y con confianza para crecer en el Amor a Él y en la Virtud, que es la consecuencia del amor. 

No somos más virtuosos, porque nuestro amor a Dios es deficiente.

3.5 La Confesión de Natanael y la delicadeza de Jesucristo para con Sus discípulos, elevándolos poco a poco a la Verdad de Su Divinidad, han de ser para mí motivación a la confianza. La vida espiritual es un proceso, pero que tiene por Iniciador y Sostenedor  a Dios: “El que Comenzó en vosotros la Buena obra, la Perfeccionará” (Fil 1,6). Esto debe llenarme de consuelo, confianza, fuerza y valor. No estoy solo en la lucha y “si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?” (Rom 8, 31). Yo he de poner lo que está de mi parte: oración, Sagrada Escritura, búsqueda de la Verdad…Y el Señor me irá dando las Luces en la medida de mi esfuerzo y de Su Plan para mí. ¿Hago mucho y no parece haber resultado? Pues he de humillarme ante Dios, recordando tantos llamados Suyos que quizá cayeron en el vacío, tantas Palabras suyas que quizá escuché sólo como un murmullo sin relevancia para mi vida, tantas invitaciones de Su Amor y que yo terminé desdeñando en favor de intereses o amores humanos, tantas Ayudas de Su Providencia Amorosa a las que me cerré convencido de mi autosuficiencia. El Amor de Dios por mí no ha disminuido un ápice, pero todo camino hacia la cima, desde el fondo de mi miseria, cuesta. Por eso he de pedir al Señor cada día el Don de la Perseverancia, pues “sólo el que persevere hasta el final se Salvará” (Mt. 24, 13).

4. “En Verdad, en Verdad os Digo: veréis el Cielo abierto y a los Ángeles de Dios subir  y bajar sobre el Hijo del hombre”. Jesús alude al sueño de Jacob: “soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los Ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella” (Gen. 28, 12-13). “En este caso, el Hijo de hombre, no está en lugar de la escala, sino que es Soporte de la Gloria Divina. El movimiento de los Ángeles simboliza la Manifestación de la Gloria de Dios” (P. Manuel de Tuyá SJ). ¿Cuándo se manifiesta esta Gloria? En primer lugar, en los Milagros, “pero, finalmente, por el Misterio del Hijo del hombre, «Elevado» a la Diestra del Padre en la Gloria de la Resurrección» (P. Manuel de Tuyá SJ).

4.1 La primera  parte ya se cumple, en el relato del Evangelio según S. Juan, durante las Bodas de Caná, donde luego de convertir el agua en vino, dice el Apóstol que así “dio Jesús comienzo a Sus Señales. Y Manifestó Su Gloria y Sus discípulos creyeron en Él” (2, 11). Pero el gran Signo de lo que Él Es y de Su Misión, es el Milagro de la Resurrección.

4.2 Visto todo esto, puedo preguntarme: ¿creo que los Milagros que el Señor Realizó, se agotaron con los que el Evangelio hace referencia? Si no se han agotado, es decir, si Jesucristo continúa aun hoy Realizando Milagros, ¿creo que los Puede y los Quiere hacer en mi vida? “En Verdad os Digo que cualquiera que diga a este monte: ``Quítate y arrójate al mar, y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, le será concedido.  Por eso os Digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán Concedidas” (Mc 11, 23-24): ¿esta es mi Fe?

4.3 Refiriendo lo sucedido en la Boda de Caná, es de notar que el Apóstol no llama “Milagro” al Milagro, sino que le llama “Signo”, “Señal”. ¿Es esto una negación del Milagro como tal? ¿Es lo mismo? La respuesta es negativa a ambas preguntas.
La conversión del agua en vino es ciertamente un Milagro, una Maravilla, un Portento. Pero S. Juan lo llama “Signo” para invitarnos a ir más lejos, más profundo del hecho material en sí. Hay que fijarse que este Signo trajo como consecuencia que Sus discípulos creyeran en Él. Los discípulos, que deben haberse maravillado, y mucho, no se quedaron con el hecho concreto, sino que supieron ir más a fondo.

Enseña S. Juan Pablo II: “Se puede, pues, decir que los Milagros de Cristo, Manifestación de la Omnipotencia Divina respecto de la Creación, que se Revela en Su Poder Mesiánico sobre hombres y cosas, son, al mismo tiempo, las "Señales" mediante las cuales se Revela la Obra Divina de la Salvación…La gente, viendo los Milagros de Cristo, se pregunta: "¿Quién será Éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mc 4,41), mediante estas "Señales", queda preparada para acoger la Salvación Que Dios Ofrece al hombre en Su Hijo” (2-12-87).
Entonces, cuando leo sobre los Milagros Realizados por el Señor, ¿soy capaz de ir más allá del hecho histórico y material, para verlo como una Señal de Jesucristo para mi vida, donde, por ejemplo, me anima a la confianza en Su Providencia cuando multiplica los panes (Mt 14, 13-21), o en Su Poder cuando calma la tempestad (Mc. 4, 35-41)?

4.4 El gran Milagro, es la Resurrección de Jesucristo. Creo en ella, pues “si Jesucristo no Resucitó, vana es nuestra Fe” (1 Cor 15, 14). Pero siguiendo lo que hemos visto, la Resurrección de Jesús, ¿es un Signo de Dios en mi vida?: “En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final (…) los muertos Resucitarán incorruptibles” (1 Cor. 15, 52). “Y Él (Jesucristo), separará a los unos de los otros…Pondrá las ovejas a Su derecha, y los cabritos a Su izquierda…Y Dirá a los de Su derecha: ‘Venid, Benditos de Mi Padre, recibid la Herencia del Reino Preparado para vosotros desde la Creación del mundo (…) En Verdad os Digo: cuánto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a Mí Me lo hicisteis’. Entonces Dirá también a los de Su izquierda: ‘Apartaos de Mí, Malditos, al Fuego Eterno, Preparado para el diablo y sus ángeles (…) En Verdad os digo: todo cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también Conmigo dejasteis de hacerlo’. E irán estos a un Castigo Eterno, y los Justo a una Vida Eterna” (Mt. 25, 31.46).
La Resurrección de Jesucristo, ¿es sólo un hecho Litúrgico que celebro una vez al año? Si creo en Su Resurrección, y por tanto en la mía, ¿es hacia dónde se orienta mi vida de cada día, consciente de que cada obra que realizo o dejo de realizar, me pondrá en el lugar de las ovejas o en el de los cabritos, con las consecuencias ya Advertidas por el propio Dios?

Conclusión

5. La Misa que se celebra en la Fiesta de S. Natanael Bartolomé se inicia con una Antífona tomada del Salmo 95: “Anunciad día tras día que la Salvación Viene de Dios, y proclamad Sus Maravillas a todas las naciones”. Que el Señor nos Ayude a recordar que no somos autosuficientes, que “en todo Interviene para el Bien de los que lo aman” (Rom 8, 38), y que la proclamación de esas Maravillas Divinas no se realiza sólo con palabras, sino con el ejemplo de una vida cristiana cimentada en la Palabra de Dios y sostenida por la oración. Porque ¿qué valor tendría llenar mi boca de palabras admirables para referirme al Señor, y cuando la adversidad me golpea, mi familia, mi entorno, me ven desanimado, desesperado, alejado del Dios que digo amar? ¿Qué testimonio doy, cuándo dejo con facilidad, por ejemplo, la Santa Misa?

Hagamos nuestra, en primera persona, la oración que la Iglesia dirige a Dios en la Fiesta del Apóstol:


“Fortalece, Señor, mi Fe, para que siga a Cristo con la misma sinceridad de San Bartolomé Apóstol, y Concédeme, por su intercesión, que sea un Instrumento eficaz de Salvación para todos los hombres. Amén.” (Misal Romano).

Semper Mariam In Cordis Tuo.