Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
DONDE ESTÉ TU TESORO, 
ALLÍ ESTARÁ TAMBIÉN TU CORAZÓN 
(Mt 6, 21)

«El primer efecto que causa el amor, o acaso es mejor decir, la primera forma bajo la cual el amor mismo se presenta, es el deseo: desear al objeto o a la persona amada, desear noticias o historias suyas, hablar de él, pensar en él.

Esto es lo que ocurre con el amor de Dios, que en cuanto prende en el alma, causa esa ansia, esa especie de curiosidad para buscar dónde se halla Dios y cómo poder más íntimamente conocerle. Es la inquietud y el afán con que Santo Tomás de Aquino, muy niño aun, insistía los monjes de Montecasino, sus preceptores, preguntándoles: "¿Quién es Dios?...¿Pero no me dicen más de Quién es Dios?

Es el deseo incontenible con que las almas que comienzan a marchar por las Vías del Espíritu buscan incansables la Palabra Divina. Es la prisa con que corrió Magdalena a postrarse a los pies de Jesús, cuando indiferente a todo lo demás, oyó que decían: "Ahí está el Maestro".

El pensamiento sigue a la voluntad como la llama al fuego; y la voluntad anda por donde anda el objeto de su amor. Cuando Dios es el Objeto de nuestro amor, sentimos esa especie de atracción hacia Él, una especie de inmantación como la brújula hacia el polo. Un ansia, un hambre, una sed irresistible, un interés creciente por todo lo Divino.

¿Sientes de esta manera el amor de Dios?

Es verdad que al comienzo de la vida espiritual, cuando es sincero nuestro esfuerzo, suele ser difícil el sentir el amor de ese modo, y muchas veces apenas nos atrevemos a decirle a dios que le amamos. Pero no por esforzado, es menos meritorio.

Y como la voluntad ya va hacia Dios, comienza a buscarle en la oración, y a dirigir hacia Él, aunque con igual esfuerzo, el pensamiento; porque la oración, propiamente no es más que eso: poner en Dios el pensamiento, levantar la mente a Dios. Cuando nuestro corazón está puesto en Él brota en nosotros el deseo de oración, que es el medio de entrar en trato íntimo con el Señor.

La oración es efecto y es causa del amor juntamente: es efecto porque nadie se pone en oración sino por amor; y causa, a su vez, porque de la oración sale siempre el amor fortalecido y acrecentado. Por otra parte, es un excelente ejercicio de amor por las dificultades no pequeñas que consigo trae, pues ¿cuántas distracciones nos alejan del interés primero que es Dios, y cuánto esfuerzo nos cuesta encausar nuestra mente y atención a Él?
Si nos preguntan en  qué nos distraemos, diremos seguramente: "nada, en tonterías". Pero si queremos examinarnos a fondo, veremos que hay mucho que nos interesa en "esas tonterías" fuera de Dios. Cuando algo nos distrae, de alguna manera es para nosotros objeto de alguna forma de amor, es algo que nos halaga o que nos satisface; o que nos duele o contraría, lo cual también es parte del amor propio. Por eso, rechazar distracciones, luchar por fijar en Dios el pensamiento, ampliando los conocimiento sobre Él, oyendo, hablando de Él, fijando la atención en Él, es engendrar amor hacia Él y acrecentar más y más ese amor" (Fr. Menéndez Reigada OP).

Semper Mariam In Cordis Tuo.

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