Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
CONFESIÓN DE LOS PECADOS

Escucho en estos días, en la Iglesia, a algún Sacerdote decir que en el momento de la Confesión, basta con acercarse al Sacramento queriendo ser Reconciliado por Dios, razón, según explica, haría que presentar al Confesor la cantidad, especie, "lista" de pecados cometidos, no fuera necesaria, pues no pedimos Perdón a un "policía", sino al Dios Rico en Misericordia. Sobre esto último no hay discusión alguna: no existe pecado que Dios no Quiera o no Pueda Perdonar. No hay pecador, por muy miserable que sea, que tenga las puertas de la Misericordia Divina cerradas, si su arrepentimiento y su deseo de conversión son sinceros. Sin embargo, la condiciones para recibir ese Perdón, sí tiene en cuenta la necesidad de decir al Confesor cuáles han sido los pecados que nos han alejado de Dios.
Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica:
«La Confesión de los pecados hecha al Sacerdote constituye una parte esencial del Sacramento de la Penitencia: "En la confesión, los penitentes DEBEN ENUMERAR TODOS LOS PECADOS MORTALES DE QUE TIENEN CONCIENCIA tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos Mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos"
«Cuando los fieles de Cristo SE ESFUERZAN por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la Misericordia Divina para su Perdón todos los pecados que han cometido. "Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la Bondad Divina nada que pueda ser Perdonado por mediación del Sacerdote. Porque si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora"»
«Sin ser estrictamente necesaria, la Confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cf Concilio de Trento; Derecho Canónico, Canon 988, §2). En efecto, la Confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse Curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu.
«Quien Confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. DIOS REPRUEBA TUS PECADOS. SI TÚ HACES LO MISMO, te unes a Dios...»
¿Acaso Dios es menos Bueno por ello? La Parábola del Fariseo y el publicano (Lc. 18, 9-14), Enseñada por el mismo Dios Hecho Hombre, ¿no muestra al publicano, un traidor a su pueblo por causa de su oficio como recaudador de impuestos para el invasor, Confesando a Dios su miseria, antes de salir Justificado del Templo? Jesucristo no sólo nos habla aquí de la Infinita Misericordia de Dios, sino que además indica, en el ejemplo dado, que esa Misericordia tiene un orden.
El Derecho Canónico, en el numeral 1 del Canon mencionado arriba (988), dice: «El fiel está obligado a Confesar según su especie y número todos los pecados graves cometidos después del Bautismo y aún no perdonados directamente por la Potestad de las Llaves de la Iglesia ni acusados en Confesión individual, de los cuales tenga conciencia después de un examen diligente».
Que el Señor nos «Abra la mente para comprender» como Hizo con los discípulos de Emaús (Lc. 24, 45). Nos Dé la Luz de un buen discernimiento de nuestros pecados, y la Gracia de no dejar ni uno solo escondido en algún lugar de nuestra conciencia.
Aquí no juzgamos intención de quien predica, pues sólo Dios es Quien conoce el corazón de cada hombre. «Dejémonos Reconciliar por Dios» (2 Cor. 5, 20), ¡sí!; pero sirviendo plenamente al Dios «Vivo y Verdadero», que no es un policía ciertamente, pero sí es «Padre Providente y JUEZ JUSTO» (Catecismo Católico, nº 62), que cada día nos espera para Levantarnos de nuestras caídas y Ayudarnos a caminar, hasta llegar a nuestra Meta, que es el Cielo, del cual, viviendo en Estado de Gracia, ya somos Ciudadanos, como el Divino Espíritu nos los Enseña por boca del Apóstol: «vosotros sois Ciudadanos del Cielo» (Fil. 3, 20).
Semper Mariam In Cordis Tuo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario