Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)

.Parábola del pobre Lázaro y el rico.


Jesús nos Narra la historia del pobre Lázaro y del rico avaro a quien tradicionalmente se le da el nombre de Epulón (Lc. 16, 19-31). Muchos comentaristas modernos -Sacerdotes, algunos de ellos- hablan de cierta Caridad que mostraba este hombre rico en medio de los tormentos del infierno -incluso, muchos de esos mismos comentaristas evitan nombrar ese lugar o niegan directamente su existencia, aunque el Señor lo haya Revelado-. Sin embargo, el mismo Dios, a través de Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, nos Enseña cómo los condenados no puede desear Bien alguno:
«Es tan grande el odio que tienen los condenados, que no pueden querer y desear algún Bien, pues siempre están blasfemando de Mí. ¿Y sabes por qué no pueden desear el Bien? Porque acabada la vida del hombre queda ligado el libre albedrío, por lo cual no pueden merecer, habiéndoseles pasado el tiempo. Por lo cual si ellos mueren en Mi odio con la culpa del pecado mortal, está siempre ligada el alma por Mi Justicia Divina con la Cadena del aborrecimiento, y siempre está obstinada en aquel Mal que tiene, royéndose y consumiéndose en sí misma. Por lo cual siempre se le aumentan las Penas, y especialmente por algunos, de cuya Condenación fue causa.
Como puedes conocer por aquel rico avariento que estaba en el Infierno, cuando pedía que fuese Lázaro a sus hermanos que estaban en el mundo, a noticiarles las Penas que padecía; y esto no lo hacía por Caridad ni por compasión de sus hermanos, porque estaba privado de la Caridad, y no podía desearles el Bien, ni por Honor Mío, ni por Bien de ellos, porque ya te dije que no pueden hacer Bien alguno al prójimo, y Me blasfeman, porque acabó su vida en odio Mío y de la Virtud. Entonces, ¿por qué lo hacía? Lo hacía porque era el mayor de sus hermanos y los había educado en sus vicios y maldades, las mismas en las que él había vivido. Así que era causa de Condenación, por lo que veía que había de sufrir nueva Pena cuando ellos llegaran a padecer los mismos Tormentos en su compañía, si allí fuesen, donde se roen en perpetuo odio, porque en este acabó su vida» (Diálogos, Cap. 40).
Dios incurriría en una especie de injusticia, si en el condenado existiera algún movimiento de la Caridad y aún permaneciera eternamente en el Infierno; o no debería ser el infierno eterno, pudiéndolo cambiar la Caridad. Lo primero es una blasfemia, y lo segundo es contrario a nuestra Fe.
«En ningún sitio condena Cristo la mera posesión de bienes terrenos en cuanto tal. En cambio Pronuncia palabras muy duras contra los que utilizan los bienes egoístamente, sin fijarse en las necesidades de los demás» (S. Juan Pablo II).
Este es el pecado del hombre rico, y es lo que debemos evitar nosotros. Por ello, pidamos a Dios la Gracia, primero de la confianza en Él, sin importar cuál sea la situación que podamos estar viviendo. «¿Quién nos separará del Amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» (Rom. 8, 35).
Pidamos la Gracia que nos fortalezca en la Humildad; humildes al sabernos pobre y necesitados ante Dios, aunque en este mundo poseamos bienes, sean cuales sean.
Pidamos, finalmente, la Gracia del amor al prójimo; que seamos siempre capaces de ver más allá de nuestra nariz. Que aún cuando económicamente estemos con lo justo, nunca dejemos de ayudar a quien tiene incluso menos que nosotros. Y si tan poco tenemos, siempre existen otros medios igual de meritorios: una sonrisa cuando no tenemos ganas de sonreír, una palabra de aliento, un momento de escucha, nuestro perdón.
«Dios nuestro, que Amas la Inocencia y la Devuelves a quienes la han perdido, Dirige hacia Ti los corazones de Tus siervos, para que, inflamados con el Fuego de Tu Espíritu, permanezcan firmes en la Fe y sean diligentes para hacer el Bien. Por nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo, que Vive y Reina Contigo en la Unidad del Espíritu Santo y Es Dios por los siglos de los siglos» (Misal Romano).

Semper Mariam In Cordis Tuo.

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