Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
.Movidos por el Espíritu de Dios.

¿Cómo podemos darnos cuenta de que lo que deseamos está de acuerdo con lo más importante: la Voluntad de Dios?
El Padre Garrigou-Lagrange, en su obra “Las tres edades de la vida interior”, refiriéndose a las señales del espíritu según Dios, escribe
«El espíritu de Dios nos inclina a la mortificación exterior, ésta regulada por la discreción y la obediencia y no para hacernos notar o hasta arruinar la salud. Nos hace comprender a su vez, que esta mortificación vale muy poco, si no va acompañada de la del corazón, de la propia voluntad y del propio juicio. En esto difiere mucho de los pensamientos o sentimientos movidos por nuestra propia carne o por el enemigo de las almas.
El espíritu según Dios inspira la Humildad que no nos deja preferirnos a otros, que no teme el menosprecio.
Nos hace fieles escuchas de la Palabra de Dios y de la Iglesia.
Aviva la Esperanza…nos hace desear la oración, recordándonos que a ella debemos llegar por el camino de la Humildad y el renunciamiento de la Cruz. Nos hace santamente indiferentes para con los éxitos en las cosas humanas.
Acrecienta el fervor de la Caridad, el celo por la Gloria de Dios y el olvido propio. Nos lleva a pensar siempre en Dios primero sobre nuestros propios intereses y abandonar estos a su cuidado –trabajando como si todo dependiera de nosotros-.
Reanima nuestro amor al prójimo y nos hace ver en esto el índice de nuestro amor a Él.
El espíritu según Dios nos da Paciencia en las pruebas, amor a la Cruz y Caridad con los enemigos.
Nos da paz y a menudo, alegría interior. En la caída, nos da confianza en la Divina Misericordia y Perdón».
Aquí tenemos una breve guía para discernir si nuestro espíritu es movido según Dios. Con esto, también podemos descubrir cuándo es nuestra carne o el enemigo de las almas quien nos inspira. Si así fuera, tampoco debemos temer nada. En ese caso hemos de redoblar nuestros esfuerzos por subir por estos peldaños, confiando siempre en Dios, en Su Amor por nosotros, en Su Bondad y en Su Misericordia. Sabemos que el tiempo de este Destierro es tiempo de Salvación, tiempo de espera por parte de Dios, que no cesa de darnos todas las Gracias necesarias para alcanzar el último Fin, que es el Cielo. El deseo de Santidad, pues, es un llamado de Dios a alcanzar ese Fin. Porque la Santidad implica todo lo expuesto más arriba, y mientras la carne es naturalmente contraria a todo esfuerzo y sacrificio, sabemos, a su vez, que el enemigo de las almas nunca podría inspirarnos el deseo de ser Santos.
Semper Mariam In Cordis Tuo.

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