Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
EL DEPÓSITO QUE RECIBISTE


"Los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos...y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas..."Y no les dejáis hacer nada por sus padres -les reclama Jesucristo- anulando así la Palabra de Dios por vuestras tradiciones, que os habéis transmitido..." (Mc. 7, 3-4.12-13).
Algunas veces se cree que nuestra Fe Católica se apoya, como aquella de los judíos, en "tradiciones", costumbres a las que les fue dado un grado de rito, como el de lavarse las manos, que para los judíos no era simplemente cuestión de higiene.
Nuestro Señor opone la Palabra de Dios, no a cualquier tradición, puesto que, como veremos, la Palabra de Dios se Transmite por Tradición -con mayúscula-, sino a lo que Él llama "vuestras tradiciones", la de los escribas y fariseos, tradiciones provenientes de las escuelas rabínicas.
Sin embargo, nuestra Fe nos enseña que que la Revelación Divina nos llega a través de dos Fuentes: la Sagrada Escritura (Biblia) y la Sagrada Tradición, siendo ésta, no distintas interpretaciones u opiniones de escuelas teológicas nacidas ya en los primeros tiempos de la Iglesia, sino la Tradición Apostólica: la Fe cristiana se basa en la Tradición o Transmisión que se remonta a los Apóstoles. LA MISMA BIBLIA ES PARTE DE ESA TRADICIÓN. Los Apóstoles no recibieron de Jesús ningún libro escrito y la mayoría de ellos (todos los cuales recibieron el Mandato de "ir y enseñar" por el mundo), no escribieron nada, sólo predicaron. Los primeros cristianos no tuvieron, en su comienzo, ningún escrito. La primera Carta del Apóstol Pablo a los Tesalonicenses -la que sería el primer escrito del Nuevo testamento-, se escribió hacia el año 51, alrededor de 15 años antes que el primer Evangelio, y cerca de 20 años después de la Ascensión de nuestro Señor al Cielo. Durante todos esos años, la Fe se nutre de la palabra viva de los Apóstoles, de la Tradición, la que luego tiene eco en la historia de la Iglesia. El Apóstol Juan, indica en Su Evangelio, que no todos los Hechos y Dichos del Señor se han puesto por escrito (Jn 20, 31). Y aunque algunas cosas Quiso Dios se escribieran, la predicación no finalizó con ello: "Timoteo, guarda el Depósito" (1 Tim. 6, 20). "Estoy convencido de que -Dios- Es Poderoso para guardar mi Depósito hasta aquel Día. Ten por Norma las palabras sanas que oíste de mí en la Fe y en la Caridad de Cristo Jesús. Conserva el Buen Depósito mediante el Espíritu Santo que Habita en nosotros" (2 Tim. 1, 12-14): es de notar que apela a la palabra "oída", y no a la escrita, siendo que para ese momento ya existían varias Cartas suyas y al menos, el Evangelio según S. Marcos.
El Magisterio de la Iglesia, es decir, el Oficio de enseñar que desempeñan los Sucesores de los Apóstoles no está por encima de lo que ha sido Transmitido, sino que su función es conservar, enseñar (según el Mandato de Cristo, el cual no se agotó con los Apóstoles), custodiar, defender e interpretar, como lo indica el mismo Apóstol Pedro en su segunda Carta: "Ante todo, tened presente que ninguna Profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca Profecía alguna ha venido de voluntad humana, sino que hombres Movidos por el Espíritu Santo, nos han hablado de parte de Dios" (1, 20-21).
Semper Mariam In Cordis Tuo.

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