Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
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I
«El cielo y la tierra pasarán, pero Mis Palabras no pasarán»
(Mt 24, 35)

Le pedimos al Señor que nos muestre nuestro pecado. Cuando lo descubrimos, es probable que sintamos horror por ello. Si así no fuera, entonces la situación es más grave de lo que podemos pensar.

«El pecado, como enseña el Catecismo, es una ofensa a Dios» (n. 1850).

Detengámonos un momento aquí. Guardemos silencio. Leamos otra vez, muy despacio.

«El pecado...ES...UNA OFENSA…

No es un error.
No es una equivocación.
No es una pequeña debilidad.
No es una faltita.

…A DIOS»

"Ofender", dice el diccionario de la Real Academia, que significa, entre otras cosas: "Herir el amor propio o la dignidad de alguien".

Y el ofendido, con nuestra acción, no es sólo "alguien" más, es el propio Dios.

Entre los hombres, la gravedad de la ofensa se mide según el status social: la misma palabra ofensiva dicha a una prostituta, no tiene el mismo efecto si se la decimos al Presidente de la República. Somos, sin duda, gravemente egoístas y discriminadores.
¿Pero qué sucede cuando la ofensa se dirige a Dios? Decía el Beato Pablo VI, que «el peor pecado, es haber perdido el sentido del pecado» ¡Cuánto nos cuidamos de que nadie se sienta ofendido con nosotros! ¡Cuánto cuidamos nuestras palabras y acciones delante de los demás! Ni hablar, si son nuestros superiores, o alguien socialmente importante.

Mientras, nos olvidamos que Dios es Infinito y si Sus Atributos se identifican con Su Esencia (Dogma de Fe), y por eso decimos que Su Poder Es Infinito, Su Misericordia Es Infinita, Su Amor Es Infinito...la ofensa hecha contra Él, ha de ser necesariamente Infinita. Meditemos esto, porque aquí está la clave para dar el primer paso al arrepentimiento sincero de nuestro corazón, y a la Conversión: el Santo Temor.

«El pecado, sigue diciendo el Catecismo, se levanta contra el Amor que Dios nos Tiene y aparta de Él nuestros corazones». Es cierto que Dios nos Ama a todos, pero a veces, por quedarnos en los números, perdemos la conciencia de que Dios Tiene un amor Personal hacia mí en particular. Y aquí vemos otro detalle de por qué el pecado no es algo para subestimar: no estoy ofendiendo sólo a alguien que tiene Dignidad o Jerarquía, como el director en una empresa; estoy ofendiendo a Aquel que Tiene un Amor Infinito por mí. ¡Qué de obras y palabras no ahorra satanás, el mundo y mi propia carne, para que yo todos los días ponga en duda esta Verdad! "Si Dios me Ama, por qué tal...o cuál...No seamos como el insensato del que habla el Salmista, quien «en su corazón dice: "No hay Dios" (Sal 14 [13], 1).

«El pecado es el amor de sí hasta el desprecio de Dios», escribe S. Agustín. Pensemos en una persona a la que amamos. Imaginemos que hemos dicho algo que la ofende y que la hiere. ¡De cuántos remordimientos no nos llenamos luego! Y si así somos con alguien que nos quiere, y puede dejar de hacerlo mañana, ¿tan duro es nuestro corazón para no sentir el mismo remordimiento por la ofensa a Aquel que nos Ama hoy y nos Ama para siempre? No son mis palabras, sino las Suyas: «Con Amor Eterno te he Amado» (Jer. 31, 3), pues «nos ha Elegido – me ha Elegido- en Él (en Cristo) antes de la Fundación del mundo» (Ef. 1, 4). 

Y el pecado no se trata de un simple “te dejo para más tarde”: el pecado es verdadero desprecio de Aquel que me Habla de Amor. ¡Qué poco pensamos en ello! Y cuántas excusas: soy débil…no pude...quise, pero…
Es cierto, nuestra carne es débil, el mismo Señor nos lo Advirtió: «El espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26, 41), y por eso Mandó: «Vigilen y oren». Pero un altísimo porcentaje de nuestras caídas tienen su origen, no en esa debilidad, sino en el amor profundo que tenemos por nosotros mismos; por eso vamos tras lo que nos gusta, lo que nos da placer, lo que nos es cómodo…aunque muchas de esas cosas ofendan al Dios cuya Vida decimos que queremos vivir. ¡Tan ciegamente soberbios!

No olvidemos otro signo de la gravedad de este verdadero Mal, que nos enseña el Catecismo: el pecado aparta de Dios nuestro corazón.  NOS APARTA DE DIOS. Ahora nos damos cuenta por qué satanás está tan preocupado por borrar la conciencia de pecado de las almas: porque una vez que nos ha sido borrado, su victoria está casi asegurada.

¿Qué es el Infierno? Estar apartados Eternamente de Dios. Y el pecado nos ofrece un lugar de lujo en él. “Cuentos de viejas”, lo llama el mundo. En la misma Iglesia de Cristo ya no se lo menciona. Pero «Jesús Habla con frecuencia de la "gehena" y del "fuego que nunca se apaga" (Mt 5, 22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y Convertirse, y donde se puede Perder a la vez el alma y el cuerpo (Mt 10, 28). Jesús Anuncia en términos graves que "Enviará a Sus Ángeles [...] que Recogerán a todos los autores de Iniquidad, y los Arrojarán al Horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que Pronunciará la Condenación:" ¡Alejaos de Mí Malditos al Fuego Eterno!" (Mt 25, 41)». (Catecismo Católico n. 1034).

«La Pena principal del Infierno, sigue diciendo el Catecismo, consiste en la separación Eterna de Dios en Quien únicamente puede tener el hombre la Vida y la Felicidad para las que ha sido Creado y a las que aspira» (n. 1035).

¿Por qué se hace necesario recordar estas Verdades de Fe? Porque «las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del Infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino Eterno...Y porque como no sabemos el día ni la hora, constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la Conversión» (Catecismo Católico, n. 1036).

Aunque la nieguen. Aunque la oculten. Aunque la desfiguren. «La Palabra del Señor Permanece Eternamente. Y esta es la Palabra: la Buena Nueva Anunciada a vosotros» (1 Pe 1, 25); y «si alguno os anuncia un Evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea Anatema!» (Gal 1, 9). 

II
«Líbranos de la Condenación Eterna y Cuéntanos entre Tus Elegidos»
(Misal Romano)

«El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...» (S. Agustín).

Hablar de pecado ya no es políticamente correcto; sin embargo, enseña el Catecismo que «la Conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia» (Catecismo Católico, n. 1848)

Sta Teresa de Jesús escribe: «Cuando no sientas disgusto por una falta que hayas cometido, teme siempre, porque el pecado, aunque sea venial, se debe sentir con dolor hasta lo profundo del alma...Por amor de Dios, procura con toda diligencia no cometer jamás un solo pecado venial, por pequeño que sea...Piensa: ¿qué cosa puede ser pequeña, siendo ofensa de una tan Grande Majestad?»

¿Qué sucede cuando la tentación nos sorprende y nos hace caer? Apenas nos damos cuenta de la caída, nos arrepentimos de ella, pedimos perdón al Señor, nos levantamos de nuevo y reemprendemos el camino. Cuando la caída es involuntaria, no nos detiene en el camino, pero nos obliga a estar más atentos, pues es indicio cierto de debilidad, como enseña el Apóstol: «llevamos este Tesoro en recipientes de barro» (2 Cor 4, 7). De esta forma, podremos, incluso, sacar más partido a la situación, ya que nos hace más conscientes de nuestra miseria, y nos lleva a la desconfianzas de nosotros mismos, pues como el mismo Apóstol advierte: «El que esté muy seguro, tenga cuidado de no caer» (1 Cor 10, 12). Experimentamos en cada caída, la Verdad de las Palabras de nuestro Señor: «Sin Mí, no pueden hacer nada» (Jn 15, 5). Quede claro, que hablamos de situaciones que no provienen de la mala voluntad, ni de la desobediencia, sino de la debilidad ante una situación imprevista.

«Dios Eterno, Piadoso y Misericordioso Padre, ten Piedad de mí, porque estoy ciego, sin ver nada, miserablemente miserable...Tú, Verdadero sol, entra en mi alma e Ilumíname con Tu Luz...Arroja de mi alma las Tinieblas y Dale Luz; Derrite en ella el hielo del amor propio e Infúndele el Fuego De Tu Caridad» (Sta Catalina de Siena).

El primer Domingo de Cuaresma, cada año, la Iglesia en su Liturgia nos recuerda el Misterioso suceso de las Tentaciones de nuestro Señor en el desierto. Una sarta de tonterías -cuando no, plenas herejías-, se cuentan alrededor de esto, queriendo hacer de Jesús un simple hombre, lleno de dudas sobre Sí mismo y sobre la Voluntad del Padre. Lo cierto es, y apenas resumiéndolo en pocas palabras, que el Señor, Verdadero Dios Hecho Verdadero Hombre, «Probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Hb. 4, 15), Aceptó la Lucha contra satanás, «en el límite máximo que permite Su Santidad, que es la Tentación. Jesucristo Enseña que ha Venido a Liberar al mundo del dominio del Maligno, y al mismo tiempo Merece para todo hombre la Fuerza con que vencer todas sus insidias» (P. Gabriel de Santa Magdalena OP). ¿Cuántas veces hemos vivido la experiencia de que una vez decididos por entero a hacer de los Preceptos Divinos nuestra Meta, el enemigo nos bombardea de todas las formas posibles, exterior e interiormente? Pero justamente, porque el Señor, como se dijo, "fue probado en todo", es que «tenemos un Sumo Sacerdote Capaz de Compadecerse de nuestras flaquezas» (Hb. 4, 15).

Prestemos atención a las Armas que Cristo utilizó para Vencer a satanás para siempre: Oración, Ayuno, y Palabra de Dios. Gran conocedor se mostró también el enemigo de ella, y en su miserable soberbia, pues él también «cree que existe Dios y Tiembla» (Sant 2, 19), intentó hacer tropezar a Jesús utilizándola hábilmente. A esta cualidad del enemigo no solemos prestarle mucha atención. Es hábil, sus Dones angélicos no los perdió, y por ello, es más hábil que nosotros. Se creyó más hábil que Jesús, cuya Divinidad ciertamente no conocía, y utilizó atrevidamente la propia Palabra de Dios para hacerle tropezar y descubrirle. «Si eres el Hijo de Dios», repite expectante. Pero a nosotros sí nos conoce. Sabe nuestras debilidades, y sabe dónde golpear. Y aquí es cuando las Armas de Jesucristo adquieren todo su potencial:

.- Penitencia: «El malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa todos Mis Preceptos...Vivirá sin duda, no Morirá. Ninguno de los crímenes que cometió se le recordará más; Vivirá a causa de la Justicia que ha practicado» (Ez 18, 21-22)

.- Oración: «Acerquémonos, confiadamente al Trono de Gracia, a fin de alcanzar Misericordia y hallar Gracia para una ayuda oportuna» (Hb. 4, 16). «¡Sean gratas las palabras de mi boca, y el susurro de mi corazón, sin tregua ante Ti, Yahveh, Roca mía, mi Redentor!» (Sal 19 [18], 15).

.- Palabra de Dios: Cada tentación maliciosamente fundamentada por el enemigo, recibió como respuesta: «Escrito Está» (Mt 4, 1-11). «Antorcha para mis pies es Tu Palabra, Luz para mi sendero» (Sal 119 [118], 105): conocer la Palabra de Dios es doblemente importante: primero, porque como dice S. Jerónimo, «desconocer la Sagrada Escritura es desconocer a Jesucristo», y segundo, porque en ella está delineado el único Camino que debo recorrer para alcanzar mi Meta, que es la Salvación: «¡Bienaventurado el hombre que soporta la Prueba! Superada la Prueba, recibirá la Corona de la Vida que ha Prometido el Señor a los que Le aman» (Sant 1, 12). Vale recordar aquí, una vez más, que en la oración soy yo quien habla a Dios, y en la lectura de Su Palabra, es Dios Quien me Habla a mí. «Verdad, los Juicios de Yahveh, Justos todos ellos, apetecibles más que el oro, más que el oro más fino; Sus Palabras más dulces que la miel, más que el jugo de panales. Por eso Tu servidor se empapa en ellos, gran Ganancia es guardarlos» (Sal 19 [18], 10-12)

A esto podemos agregar un Arma más, que recordábamos más arriba:

.- Vigilancia constante sobre mí mismo: «Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26, 41). «Hijo Mío, si los pecadores te quieren seducir, no vayas» (Prov. 1, 10). «Advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros» (Rom 7, 23): «ley, escribe S. Agustín, que pretende arrastrarme cautivo: por muy firme que me sienta debido a Tu Gracia, mientras lleve el cuerpo terreno, en el cual está depositado Tu Tesoro, seguiré temiendo por la fragilidad de este recipiente. Luego Tú eres mi Firmeza para que sea Fuerte en este mundo contra todas las tentaciones. Pero, si son muchas y me perturban, Tú eres mi Refugio. Señor, no me Salvaré sin Ti».

«¡Señor Jesús!, que al empezar Tu vida Pública Te retiraste antes al desierto, atrae a todos los hombres, ¡atráeme a mí!, al recogimiento del alma, que es el principio de la Conversión y de la Salvación. Apartándote de Nazaret, Quisiste probar la soledad, el sueño, el hambre, y enfrentar al mismo tentador, que Te proponía la prueba de los Milagros y a quien contestaste con la Firmeza de la Eterna Palabra, que es prodigio de Gracia Celestial.
No Permitas, Señor, que acuda a los aljibes agrietados (Jer 2, 13), ni que imite al siervo infiel, ni a las vírgenes necias; no Permitas que el goce de los bienes de la tierra torne insensible mi corazón...» (S. Juan XXIII).

III
«¡Dichosos los que Le buscan de todo corazón!»
(Sal 119 [118], 2)

«Presentía ya, no con los ojos de la carne, sino con los del corazón, lo que Dios Tiene reservado a los que Ama. Y viendo que las Recompensas Eternas no guardan proporción alguna con los breves sacrificios de la vida, deseaba amar a Jesús, amarle con pasión, darle mil muestras de amor mientras tuviese aun tiempo de hacerlo» (Sta Teresita de Lisieux).

Escribe el Beato Columba Marmión (Monje Benedictino): «No olvidemos nunca esta verdad: el valor de una persona se mide por lo que busca, por aquello a que se aficiona. ¿Buscas a Dios? ¿Vas a Él con todo el ardor de tu alma? Por muy cerca que estés de la nada por tu condición de criatura, te elevas, porque te unes al Ser Infinitamente Perfecto. ¿Buscas la criatura, y por tanto, satisfacerte de placer, honor, ambición; es decir, te buscas a ti mismo bajo estas formas? Entonces vales lo que la criatura vale, y por tanto, cuanto más despreciable sea la situación, más se envilece tu alma.

Dios, por un movimiento de Amor Infinito hacia mí, Quiere ser para mi alma, más que un Soberano de todas las cosas: Quiere ser un amigo, un Padre. Desea que Lo conozcamos como Es en Sí, Fuente de Verdad y de Belleza, aquí, en este mundo, bajo el velo de la Fe, y allá, en el Cielo, en la Luz de la Gloria. Quiere que por el amor le poseamos en nuestra vida aquí, y allá, como Bien Infinito y principio de toda Bienaventuranza».

No sorprende, pues, por qué el mundo ya no reconoce este lenguaje. Y tampoco, el hecho de que trate de ilusos, tontos, soñadores, fanáticos -por decirlo suavemente- a quienes intentamos seguir ese camino. Sin embargo, el Señor dijo: «Sed Perfectos, como Es perfecto vuestro Padre Celestial» (Mt 5, 48). Esta Palabra no ha perdido vigencia y son irreales las objeciones que se oponen, puesto que existe algo llamado GRACIA, «el Auxilio Gratuito que Dios nos Da para responder a Su Llamada: llegar a ser hijos de Dios (Jn 1, 12-18), partícipes de la Naturaleza Divina (2 Pe 1, 3-4), de la Vida Eterna (Jn 17, 3)» (Catecismo Católico, n. 1996). «Esta vocación a la Vida Eterna es Sobrenatural. Depende enteramente de la Iniciativa Gratuita de Dios, porque sólo Él puede Revelarse y Darse a Sí mismo. Sobrepasa la inteligencia y la voluntad humana» (Catecismo Católico, n. 1198). «Ciertamente, escribe S. Agustín, nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que Trabaja». Eso significa que esta Iniciativa Libre de Dios, exige nuestra libre respuesta. Por ello, «entre las Gracias especiales, sigue diciendo el Catecismo, conviene mencionar las GRACIAS DE ESTADO, que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana» (n. 2004).

S. Benito escribe: «Dios Se ha dignado contarnos en el número de Sus hijos, abstengámonos, pues, de contristar jamás a Dios con nuestras malas obras y no le obliguemos a Desheredarnos algún día como a hijos rebeldes que no quisieron obedecer a tan Bondadoso Padre».

En esta búsqueda, ¿hemos de enterrar nuestros talentos? No. Sólo debemos comprender que el fin no está en ellos. El fin es más elevado: «es Dios, dice el Beato Marmión, buscado por Sí mismo…Y buscar a Dios, es acercarnos a Él con una Fe cada vez más ardiente, con una fidelidad cada vez más exacta en el cumplimiento de Su Voluntad».

¿Cuántos años de nuestra vida hemos estado en el grupo de los que no pueden repetir con S. Francisco de Asís: «Mi Dios y mi Todo». De los que no pueden repetir con S. Pablo: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor...todas las cosas, las tengo por basura para ganar a Cristo» (Fil 3, 8). Sin embargo, Dios no se cansa de Llamarnos, como Él nos lo dice: «Estoy a la puerta y Llamo» (Apc 3,20). «¡Si escucharais hoy Su Voz –nos amonesta el Salmista-, no endurezcáis vuestro corazón!» (Sal 95 [94], 7-8).

«No tengamos, escribe Benigno Bossuet, las pequeñas aficiones de la concupiscencia como algo sin mucha importancia. Es subestimar la naturaleza de nuestro corazón, que por poco que se le deje, se concentra inmediatamente en ello y lo hace objeto de nuestro deseo. Hemos de arrancarlo todo, desasirnos de todo». Desasimiento, a ejemplo de los Apóstoles, quienes pudieron decir al Señor: «Lo hemos dejado todo para seguirte» (Mt. 19, 27).

Este no es camino sólo para Sacerdotes o para Religiosos. Es el camino para todo cristiano y «el Señor Es Fiel» (II Tes. 3, 3),  «no abandona a los que Le buscan» (Sal 9, 11), y «se Manifiesta a los que no desconfían de Él» (Sab 1, 2).

«A medida que la Fe, escribe S. Benito, y con ella la Esperanza y el Amor, aumentan en el alma, esta corre, dilatado el corazón, por los caminos de los Preceptos Divinos con dulzura de Caridad». Porque una de las razones, sino la principal, por la que no vivimos la Fe que decimos tener, no es otra que la falta de amor a Dios. Al principio decíamos que el pecado se levanta contra el Amor que Dios nos tiene, y ¿cómo puede ser esto, sino por una fuerza contraria al amor: el desamor? Pero, como dices Columba Marmión: «Si nuestra alma es leal, Dios nos Dará a conocer los estorbos que en ella se oponen a tender plenamente hacia Él. Nuestro Fin y nuestra Gloria es buscar a Dios», y como dijimos, buscarlo por Sí mismo, sólo porque es Él, para poder repetir con el Salmista: «Hermosa es la Herencia que me ha tocado» (Sal 16 [15], 6).

«Quizá no logremos realizar este ideal en un día, o en un año, nos advierte el Beato Marmión; y ciertamente no lo alcanzaremos sin trabajo y sufrimiento, pues se requiere una gran generosidad para con Dios, pero estemos seguros que Él, quien no se deja ganar en generosidad, Recompensará cada esfuerzo, porque si persevera, dice Sta Teresa, no se niega Dios a nadie; poco a poco va fortaleciendo el ánimo, para que llegue a la Victoria. Cuando el alma se resuelve, lo único que cuesta es el primer paso, pues desde el momento que nuestro amado Señor Ve nuestra buena voluntad, Él hace lo demás».

Digamos con S. Alfonso María de Ligorio: «Señor, Dame a entender qué es lo que quieres de mí, que yo quiero hacer todo lo que Tú quieras. Hazme entender que cuando quiero lo que Tú Quieres, entonces quiero mi mayor Bien, pues ciertamente Tú no Quieres más que lo Mejor para mí...Sé Tú, Señor, el único Señor de mi corazón. Poséelo todo; y que mi alma sólo Te ame a Ti, que a Ti sólo Te obedezca y trate de complacer...Jesús mío: te doy enteramente mi corazón y mi voluntad. Un tiempo Te fue rebelde, pero ahora toda Te la consagro a Ti, ¡Amor Digno de infinito amor!»

IV
«Aprende a volver a Aquel de Quien te habías apartado»
(S. Benito)

Buscar a Dios, implica volver a Aquel de Quien nos apartamos por el pecado. Satanás pecó, y arrastró tras de sí la tercera parte de la Creación, alejándola del Creador. Adán pecó, y arrastró tras de sí a toda su descendencia, alejándola también del Creador. Así nosotros. Como vimos en la definición de pecado, este es una ofensa que nos aparta de Dios, y si la muerte nos encuentra en Estado de pecado mortal, esa separación es Eterna. Pero El Señor, que es «lento para la Ira y Rico en Misericordia» (Sal 103 [102], 8), no nos deja ciegos en el camino para que busquemos a tientas, sin saber muy bien a dónde ir. Él Quiere que le busquemos, pero de la forma que Quiere ser buscado. Por eso no somos capaces casi de ningún progreso, porque muchas veces hemos creado una santidad a nuestra manera. El Apóstol S. Pablo nos enseña que Dios «nos ha Revelado el Secreto escondido desde hace muchos siglos» (Col. 1, 26), y estos Secretos que encierra el Plan Divino, el mismo Apóstol lo ha descubierto en pocas palabras: «Hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza» (Ef. 1, 10).

«Dios Quiere Dárnoslo todo, escribe el Beato Marmión, Quiere Darse todo entero, pero sólo se nos Da, por Medio de Cristo, en Cristo y con Cristo.

Dios Quiere que Le busquemos como Es en Sí mismo, pero, como dice S. Pablo, Dios «Habita una Luz inaccesible» (1 Tim 6, 16). ¿Cómo llegar a Él?: por Jesucristo, Dios Verdadero, Hecho Verdadero Hombre. Él es Quien se convierte en nuestro Camino (Jn 14, 16): Camino seguro, Infalible: «El que Me siga no caminará en la Oscuridad, sino que tendrá la Luz de la Vida» (Jn 8, 12); pues «nadie va al Padre sino por Mí» (Jn 14, 6).

¿Cómo viene a Ser Camino que nos Conduce al Padre? Con Su Doctrina y Ejemplo, porque «Hizo y Enseñó» (Hch. 1, 1)».

No podemos amar a quien no conocemos, frase repetida muchas veces. ¿Y cómo amar, e incluso buscar, a Quien no se conoce? Pero Jesucristo, el Hijo de Dios, «el Unigénito, Está en el Seno del Padre» (Jn 1, 18), y Él mismo ha Dicho: «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo Quiera Revelar» (Mt. 11, 27). Por otro lado, el Padre Celestial, confirma solemnemente Su Voluntad en dos ocasiones: durante el Santo Bautismo del Señor, y durante Su Transfiguración en el Monte Tabor: «Este es mi Hijo, El Muy Amado, en Quien Me Complazco» (Mt. 3, 17); «Este es Mi Hijo Amado, en Quien Me Complazco; escuchadle» (Mt. 17, 5). Repitamos, entonces, con Fe, junto al Apóstol S. Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú solo tienes Palabras de Vida Eterna» (Jn. 6, 69).

Jesús es Camino, además, con Su Ejemplo, como nos lo recuerda el Apóstol Pedro: «Cristo Sufrió por vosotros, dejándoos Ejemplo para que sigáis Sus huellas» (1 Pe 2, 21). El Señor nos Dice: «Os he Dado Ejemplo, para que también vosotros hagáis como Yo» (Jn 13, 15). Sus Ejemplos, pues, son Normas de Santidad, y sin miedo, a pesar de nuestros pecados, con absoluta confianza, debemos ir a Él, porque Él mismo nos Dice: «Al que venga a Mí no lo Echaré fuera» (Jn 6, 37). «No nos apartemos nunca de este Camino, escribe el Beato Marmión, pues si nos salimos de él nos extraviaremos y correremos peligro. Si le seguimos, desembocaremos infaliblemente en la Vida Eterna: «Padre, los que Tú Me has Dado, Quiero que donde Yo Esté, estén también Conmigo» (Jn 17, 24). Si nos dejamos Guiar por Quien es «Verdadera Luz del mundo» (Jn 1, 9), podremos andar con paso seguro»

«El que cree –en Mí-, tiene Vida Eterna» (Jn 6, 47)De esta forma, podré repetir con el Salmista: «Aunque ande en valle de sombra de Muerte no temeré Mal alguno, pues Tú Vas conmigo» (Sal 23 [22], 4).

Ya sabemos cuál es el Camino para volver a Dios; pero no basta conocerlo, hay que tener fuerza para recorrerlo. Y una vez más,  Jesucristo nos  Ilumina al Decir: «Como el Padre Tiene Vida en Sí mismo, así también Le ha Dado al Hijo Tener Vida en Sí mismo» (Jn 5, 26), ¿y cómo recibimos nosotros de esa Vida?, pues comiendo Su Cuerpo y bebiendo Su Sangre: «Porque Mi Carne es Verdadera Comida y Mi Sangre Verdadera Bebida» (Jn 6, 55), y «el que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, tiene Vida Eterna, y Yo le Resucitaré el Último Día» (Jn 6, 54).

Por eso no podemos volver a Dios, separados –mientras aun sea posible recibirlos, considerando la situación actual -, de los Sacramentos: Confesión y Eucaristía. El primero nos limpia, nos dispone para recibir dignamente al Señor y nos eleva con el reconocimiento de nuestra miseria, pues «todo el que se humilla será Ensalzado» (Mt 23, 12); y el segundo nos Diviniza uniéndonos al mismo Dios; haciendo, con ello, temblar al Infierno. 

«El camino de la Perfección, nos recuerda el Catecismo, pasa por la cruz. No hay Santidad sin renuncia y sin combate espiritual» (n. 2015). «El que asciende, escribe S. Gregorio de Nisa,  no termina nunca de subir, y va paso a paso. La Perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no tener límite»

CONCLUSIÓN

S. Juan Pablo II, en su Encíclica Dives In Misericordia, escribe:

 «Nadie ha Experimentado, como María, la Madre del Crucificado, el Misterio de la Cruz, el pasmoso encuentro de la Trascendente Justicia Divina con el Amor…Nadie como Ella, ha Acogido de Corazón ese Misterio…María, pues, es la que Conoce más a fondo el Misterio de la Misericordia Divina. Sabe su Precio y Sabe cuán Alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la Misericordia: Virgen de la Misericordia o Madre de la Divina Misericordia. Asunta a los Cielos, no ha dejado esta Misión Salvadora, sino que con su múltiple Intercesión continúa Obteniéndonos los Dones de la Salvación Eterna».

Recurramos a Ella en este tiempo de búsqueda de Dios, de regreso a Dios, y pidámosle que nos Alcance la Gracia de perseverar en esa búsqueda y en ese regreso, para que ambos sean según la Divina Voluntad. Que sea generoso para con Dios, que Infinitamente Generoso  ha Sido conmigo, pues «de tal manera me Amó, que Dio a Su Hijo Unigénito para que no Perezca, sino que tenga Vida Eterna» (Jn 3, 16).

«Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6): Camino fuera del cual me extravío y no llego a mi única Patria: el Cielo, pues  «nadie puede merecer la Gracia primera que constituye el inicio de la Conversión» (Catecismo Católico, n. 2027); Verdad fuera de la cual sólo camino en la oscuridad del error y la mentira; Vida, fuera de la cual solo hallo la Muerte, y esta, por la Eternidad.

«Dios, Padre Misericordioso, Concédeme, como al hijo pródigo, el Gozo de volver a la Casa Paterna. Cristo, Modelo de Oración y de Vida, Guíame a la auténtica Conversión del corazón, a través del camino de esta Cuaresma. Espíritu Santo, Espíritu de Sabiduría y de Fortaleza, Sostenme en la lucha contra el Maligno, para que pueda Celebrar con Cristo la Victoria Pascual.  Amén» (Misal Romano).

Santa María Madre de Dios, Ruega por mí, pecador, ahora, y en la hora de mi muerte. Amén.

«No me dejes, Señor, caer en tentación, y Líbrame del Maligno. Amén» (Mt 6, 13).


¡Levantémonos y comencemos a caminar!

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