NO DEJEMOS A NUESTRA MADRE SOLA
Ella vio cómo Su Hijo utilizaba una Cruz por lecho, una corona de espinas por almohada, la Sangre por cobija.
Ayer viernes nos acercamos a adorar la Cruz del Señor, pero ¿abrazamos nuestra Cruz de cada día con el mismo fervor con que Él la llevó por ti y por mí? «¿Qué voy a decir?, dice el Señor, ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he Venido! ¡Padre, Glorifica Tu Nombre!» (Jn. 12, 27).
¿Cómo Glorifica al Padre nuestra Cruz? En la Paciencia, en la Paz, en la Alegría. Cuando el otro ve mi sufrimiento y ve que así lo vivo, no porque soy “fuerte”, “valiente”, sino, porque soy cristiano.
Pero el Padre no se Glorifica simplemente con eso. Su Gloria Resplandece igualmente, cuando nuestra alma, mediante la Cruz vivida cristianamente, alcanza la Gloria para la que Él nos ha Destinado.
Por ello, incremento de este Dolor en el Corazón de María, es la falsa devoción, los abusos litúrgicos, la práctica de la Religión sin Fe, sin reverencia, sacrílegamente, en pecado mortal, no sólo cometido sino también admitido.
«Los que desean conseguir el Amor y la Gracia de la Santísima Virgen, dice S. Ambrosio, imiten cuanto puedan Sus Ejemplos».
La dejan sola aquellas almas que ya han cerrado sus cuentas con Dios, y se niegan irreversiblemente a reconocer su pecado, a pedir el Perdón Divino y a Repararlo con la penitencia. «El que esté muy seguro, tenga cuidado de no caer» (1 Cor. 10, 12): esta advertencia del Apóstol se nos hace guía segura en el camino, pues así como cómodamente no nos falta perspicacia para ver el pecado del prójimo, hemos de tener siempre presente lo que enseña S. Agustín: «Todos los hombres somos capaces, de todos los pecados, de todos los hombres».
La dejan sola quienes nunca la acompañan a meditar, llorar y agradecer la Dolorosísima Pasión de nuestro Señor. Este es mucho Sufrimiento, pues la sequedad y falta de reflexión de nuestra alma sobre el Misterio Cruento y Amoroso de la Pasión de Jesús, es la causa principal de que nos entreguemos fácilmente a los vicios y a la tibieza.
Pero no tenga nuestra alma la tentación de sentirse perdida, que aún falta recorrer una estación más.
Miro el Crucifijo y escucho a Jesús que dice: «Yo he Venido para echar Fuego sobre la tierra; y ¡cómo Quisiera que ya estuviera Encendido!» (Lc. 12, 49).
Ese Fuego ya estaba Encendido en un Corazón: el Corazón de la Santísima Virgen.
Quemaba el Corazón de María, por eso ardían Sus Lágrimas; ardían con el Fuego ardiente de la Caridad. Y he aquí dos Remedios para sanar los incrementos que antes vimos:
.- Todavía Jesús está en el sepulcro. Traigamos a nuestra mente el recuerdo del Camino de Dolor que recorrió por nosotros, y que nuestro corazón, si no puede sentir la profundidad del Dolor que el Sacrificio de Infinito Amor de Jesús merece, sí llenémonos de agradecimiento, y cogiendo nuestra Biblia, repitamos cada paso de aquel lastimoso Itinerario, y sólo digamos: “gracias, Señor”. Que finalicemos este Tiempo Litúrgico de Penitencia, habiendo aprendido al menos a darle gracias al Señor por Sus Beneficios. ¡Y qué mayor Beneficio que habernos Abierto la Puerta del Cielo! Con esto habremos dado un enorme paso en el camino de nuestra Salvación, y aliviaremos grandemente Su Corazón.
.- El siguiente Remedio, es una devoción especialísima a María. Y digo “especialísima”, no en cuanto a implementar formas nuevas de oración, sino, que sea especial en nuestro corazón. María, al igual que Jesús, no son simplemente “solucionadores de problemas”: Ella es nuestra Madre, y Quiere ardientemente ejercer ese Privilegio ayudándonos a amar cada vez más a Su Hijo.
«A Jesús por María». ¡Qué triste es ver a tantos hermanos nuestros e hijos Suyos, que la desprecian, que la abandonan! Tú y yo podemos Reparar eso, podemos ser consuelo para Su Corazón Dolorido. ¿Cómo? Cogiendo nuestro Rosario con el corazón inflamado de agradecimiento. La Santa Iglesia de Cristo nos enseña que Ella es Corredentora, pues María Aceptó y Ofreció el Sacrificio de Su Hijo al Padre. ¿Y eso no es algo que debamos agradecerle? Ha de arder nuestro corazón de agradecimiento, y este nos ha de llevar al ardor del amor.
¿Cómo no amar a Madre tan Generosa? En la mente de Pedro no podía pasar la idea del Sacrificio del Maestro (Mc. 8, 32-33). ¿Qué decir, pues, del Corazón de una Madre? Pero María era la «Esclava del Señor» (Lc. 1, 38), y aquella Esclavitud no era mero formalismo, era una Entrega incondicional de Su vida a la Voluntad de Dios.
Semper Mariam In Cordis Tuo.
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