Esta es una página de difusión de la Fe Cristiana a la luz del Magisterio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da Testimonio y Anuncia». (B. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, nº 24)
LA SANTÍSIMA PASIÓN, 
NUESTRO REMEDIO


«Muchas almas piadosas –dice un autor de nuestros días- están en una infidelidad casi continua en ‘pequeñas’ cosas: son impacientes, poco caritativas en sus pensamientos, juicios y palabras, falsas en su conversación y en sus actitudes, lentas y relajadas en su piedad, no se dominan a sí mismas y son demasiado frívolas en su lenguaje, tratan con ligereza la buena fama del prójimo. Conocen sus defectos e infidelidades y los acusan quizá en confesión, mas no se arrepienten de ellos con seriedad ni emplean los medios con que podrían prevenirlos. No reflexionan que cada una de estas imperfecciones es como un peso de plomo que las arrastra hacia abajo, no se dan cuenta de que van comenzando a pensar de manera puramente humana y a obrar únicamente por motivos naturales, ni de que resisten habitualmente a las inspiraciones de la gracia y abusan de ella. El alma pierde así el esplendor de su belleza, y Dios va retirándose cada vez más de ella. Poco a poco pierde el alma sus puntos de contacto con Dios, algo se ha interpuesto entre los dos. 

Para comprender mejor la malicia del pecado debemos contemplar lo que Jesucristo Sufrió por los nuestros. En la Agonía de Getsemaní le vemos Padecer, hasta lo indecible. Él, que no conoció pecado, se Hizo pecado por nosotros (2 Cor. 5, 21). Cargó con todos nuestros horrores, llegando a Derramar sudor de Sangre. Jesús, solo y triste, Sufría y empapaba la tierra con Su Sangre. De rodillas sobre el duro suelo, Persevera en Oración... Llora por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres. Es una escena que debemos recordar muchas veces, cada día, pero muy especialmente cuando las tentaciones arrecien.

En la lucha decidida por desterrar de nuestra vida todo pecado demostraremos nuestro amor al Señor, nuestra correspondencia a la Gracia.

Pidamos hoy a María que nos Conceda aborrecer, no sólo el pecado mortal, sino también el pecado venial deliberado, y la fuerza para luchar contra toda debilidad e imperfección. La Virgen Santa María, Refugio de los pecadores, nos Ayudará a tener una conciencia delicada para amar a Cristo y al prójimo, a ser sinceros con nosotros mismos y en la Confesión. Que así sea» (P. Francisco Carvajal).

Semper Mariam In Cordis Tuo.

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