Toda dádiva Buena
y todo Don perfecto viene de lo alto
«Toda dádiva Buena y todo Don perfecto viene de lo
alto, desciende del Padre de las Luces, pues ni el que planta es algo, ni el
que el que riega, sino Dios que Hace crecer» (Sant. 1, 19; 1 Cor 3, 7)
Oración apremiante: no hay
cosa más frecuente que ofender a la Majestad de Dios, en vez de honrarla, en la
oración. La oración que carece de la cualidad y condición necesaria, ahuyenta
Su Misericordia, y nada muestra mejor nuestra indolencia que pedirle con
negligencia y languidez. Cuando los deseos son vivos, los gritos son violentos,
y si a estos deseos falta la viveza, no es otra la causa sino que no estamos
verdaderamente deseosos de aquello que al Señor estamos pidiendo. ¿Y puede
haber mayor indignidad a los ojos de Dios que pedirle Gracias a las que luego
ningún caso hacemos? Estos hacen definitivamente inútiles e infructuosas las
santas oraciones y súplicas.
«Si alguno está falto de Sabiduría, que la pida a
Dios…y se la Dará. Pero que la pida con Fe, sin vacilar; porque el que vacila
es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una parte a
otra. Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como este, un
hombre irresoluto e inconstante en su camino» (Sant 1, 5-8).
Si hay algo que puede
conservarnos en el Santo Temor de Dios, es pensar que nos Separó del número de
Sus enemigos para colocarnos entre Sus hijos: «Si cuando éramos enemigos, fuimos Reconciliados con Dios por la Muerte
de Su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya Reconciliados seremos Salvos por
Su Vida!» (Rom 5, 10). Esto Costó nada menos que la Sangre de Su Hijo: «El que no perdonó ni a Su propio Hijo,
antes bien, lo Entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos Dará con Él
Graciosamente todas las cosas?» (Rom 8, 32). Por ello debemos hacer uso
Santo de todas las Gracias recibidas de la Bondad de Dios: trabajos según
nuestro estado, soledad, estudio, lecturas, oraciones, ayunos, adversidades…Son
Operaciones y Dones del Espíritu Santo y efecto de Su Infinita Liberalidad.
En todo tiempo: porque si
nuestra Obediencia se interrumpe, se destruirá nuestra fidelidad y constancia;
se perderá lo que quizás edificamos con algunas obras de desprendimiento. Dios
es el mismo en todas partes, y no hay lugar ni momento en que no se le deba
Obediencia profunda. «Quien se purifica
del contacto de un muerto y lo vuelve a tocar, ¿qué ha ganado con su baño de
purificación? Así el hombre que ayuna, y por sus pecados vuelve a hacer lo
mismo, su oración ¿quién la escuchará?» (Eclo 34, 25-26).
Despertemos ya: «Teniendo en cuenta el momento en que
vivimos…es ya hora de levantarnos del sueño; que la Salvación está más cerca de
nosotros que cuando abrazamos la Fe» (Rom 13, 11).
¿Qué es la vida del hombre
mundano, sino continuo y profundo adormecimiento? Buscan, unos la paz
–según la da el mundo, es decir, vivir
sin ningún problema-, otros buscan bienes, otros honor, otros el aplauso, otros
satisfacer sus pasiones…pero cuando durmieron su sueño, es decir, cuando llega
el final de su vida y Dios los Llama, se despiertan del funesto letargo en que
vivieron. Entonces reconocen, aunque tarde y sin poder volver atrás, que sus
pasiones los engañaron y todo fue ilusión. «Será
como cuando el hambriento sueña que está comiendo, pero despierta y tiene el
estómago vacío; como cuando el sediento sueña que está bebiendo, pero se
despierta cansado y sediento» (Is 29, 8). El que se preocupa por su
Salvación, no siempre está exento de este sueño, pues muchas veces tropieza y
cae, pero «Poderoso es Dios para
colmaros de toda Gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo
necesario, tengáis aún sobrante para toda obra Buena» (2 Cor 9, 8).
«Si hoy
escuchas Su Voz, no endurezcas tu corazón» (Sal 94, 8).
Semper Mariam In Cordis Tuo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario