SOY OBRA DE SUS MANOS
(Sal 137, 8)
Bibliografía
El
Padre Revelado por Jesucristo, P. Ángel Fuentes IVE. Audiencia General del Papa
S. Juan Pablo II, 23-10-85; 3-3-1999;
24-3-1999. Mensaje para la cuaresma, S. Juan Pablo II, 1999. Encíclica Dives In
Misericordia, S. Juan Pablo II, 30-11-1980. Encíclica “Deus Caritas Est”,
Benedicto XVI, 25-12-2005. Lectio Divina del Papa Benedicto XVI, 11-6-2012. El
Diario de mi alma, S. Juan XXIII. Entrevista al Cardenal Joseph Sarah,
20-2-2018. Noticias comentadas, P.
Santiago Martín FM, 11-1-2016. El Sacramento del Bautismo. Catecismo de la
Iglesia Católica. El Bautismo, Catecismo del Concilio de Trento (conocido como
Catecismo Romano). Confesiones, S. Agustín. Forja, S. José María Escrivá de
Balaguer.
En el escrito anterior vimos brevemente el
tema del pecado, su esencia y consecuencias.
Cuando iniciamos nuestra oración, comenzamos
siempre realizando el llamado Acto de Contrición: Pésame, Dios mío, y me
arrepiento de todo corazón de haberte ofendido, etc…
Sin embargo, podemos preguntarnos si
comprendemos la profundidad de lo que estamos diciendo. Sabemos que es a Dios a
Quien nos dirigimos, y eso puede inspirarnos cierto respeto; pero cuando le
digo que me arrepiento porque habiendo pecado “ofendí a un Dios tan Bueno y tan
Grande”, ¿de qué Bondad, o de qué Grandeza hablo?
En esta meditación vamos a ver nuestra
relación con la Primera Persona de la Santísima Trinidad: Dios Padre.
«Me
levantaré e iré a mi padre»
(Lc 15, 18)
«¡Qué
valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha merecido tener tan
grande Redentor!» Estas palabras del Misal Romano, nos
recuerdan dos cosas: el Valor Infinito de la Redención, y de que ella se Realizó
por mí, excepcionalidad reflejada con el singular “el hombre”, que aunque
genérico e indicador de toda la raza humana, también es particular para indicar
“por cada uno”.
Hubo necesidad de Redención, porque hubo una
pérdida irreparable: perdí el Amor de Dios por mi pecado, una vez en Adán, e
incontables veces en cada decisión personal de poner mi corazón en lo que no es
Dios.
La primera Pérdida Movió al Corazón de ese
Dios Infinitamente Ofendido, a Restaurar el Mal cometido con una Reparación
también Infinita: los Méritos de la Sangre de Su Hijo Hecho Hombre, y Muerto en
la Cruz por mi pecado.
La segunda Pérdida, hizo que Dios, en Su Infinita
Sabiduría, Dispusiera para mí, un Medio de Perdón: el Sacramento de la
Reconciliación, de la Confesión.
S. Juan Pablo II, explicando la Parábola del
hijo pródigo (Lc 15), establece tres momentos importantes:
«El
primer momento, dice, es el alejamiento. El pecado es siempre un despilfarro de nuestra
humanidad, despilfarro de valores muy preciosos, como la dignidad de la persona
y la herencia de la Gracia Divina.
El
segundo momento es el proceso de Conversión. El hombre, que con el pecado se ha
alejado voluntariamente de la Casa Paterna, al comprobar lo que ha perdido,
madura el paso decisivo de volver en sí: «Me levantaré e iré a mi padre» (Lc 15,
18). La certeza de que Dios «Es Bueno y me Ama» es más fuerte que la vergüenza
y que el desaliento: ilumina con una Luz Nueva el sentido de la culpa…».
¿Qué caminos propone Jesús en esta Parábola
para mi regreso a Dios?
El examen de conciencia, el arrepentimiento
y el propósito firme de Conversión. Aquí marca el Santo Papa, el tercer momento:
«En el hombre, sostenido por la Gracia,
surge la necesidad apremiante de reencontrarse a sí mismo y su propia dignidad
de hijo en el abrazo del Padre».
S. Juan Pablo II marca otro rasgo maravilloso
que se desprende de la Parábola, y que en definitiva, es el motivo,
incomprensible para nuestra debilidad, de la Misericordia de Dios: «El padre del hijo pródigo, escribe, es fiel a su paternidad, fiel al
amor que desde siempre sentía por su hijo».
Dios Es absolutamente Fiel (Dogma de Fe), e
imagen de esta Fidelidad Divina, es aquella del padre que aguarda a su hijo
cada día en el camino, esperando verlo regresar. Se expresa en la alegría que
manifiesta ante su regreso, en la fiesta que realiza. En la devolución de su
dignidad de hijo, simbolizada en aquellas prendas y en aquel anillo, con que le
viste.
Aunque hoy día se habla de una especie de
misericordia que parece justificar todo y que nada exige al que se alejó,
Jesucristo, de forma muy diferente, Enseña cuán importante es ese primer paso
que yo he de dar, ejemplificado en las actitudes del hijo pródigo: se
estremeció ante las consecuencias de su abandono de la casa paterna: «Deseaba
llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las
daba» (Lc 15, 16); reconoció el mal cometido: «Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado…» (Lc 15,
18); y finalmente dio el paso necesario para la Reconciliación definitiva: «Levantándose, partió hacia su padre»
(Lc 15, 20). «Primero el retorno a sí
mismo, dirá S. Agustín, luego al
Padre».
¿Qué me falta a mí para alcanzar esta
Reconciliación? Quizá conocerme a mí mismo en profundidad, es decir, reconocer
que en mí sólo hay debilidad e ignorancia. Para esto se necesita Humildad y ese
tal vez sea el otro problema, que aún carezco de ella.
Otro problema, es que quizá aún no conozco
realmente a Dios y por tanto no soy capaz de comprender las palabras del
Apóstol S. Juan cuando dice que «Dios Es
Amor» (1 Jn 4, 8).
«No
se comienza a ser cristiano, escribe Benedicto
XVI, por una decisión o una gran idea,
sino por el encuentro (…) con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida
y, con ello, una orientación decisiva».
Esa Persona, bien sabemos, es Jesucristo.
Por el momento, digámosle con S. Juan XXIII:
«Verdaderamente
soy, Señor, ese hijo pródigo. He disipado Tus bienes, naturales y
Sobrenaturales, y me he reducido a la más miserable de las condiciones, porque hui
lejos de Ti. Y Tú Eres el Padre Amorosísimo que Me Acogiste con Alegría, cuando
enmendando mis errores, volví a Tu Casa, cuando busqué de nuevo el Refugio a la
sombra de Tu Amor y de Tu abrazo. Tú volviste a tenerme por hijo, me Admitiste
de nuevo a Tu Mesa, me Hiciste otra vez partícipe de Tus Alegrías...¡Heme aquí,
en Tu Corazón! Dime, ¿qué Quieres que haga?»
«Nadie
conoce (...) bien al Padre sino el Hijo»
(Mt 11, 27)
«Conócete
a ti mismo, escribe S. Hilario, reconociendo al Dios que te Hizo» «Renuncias a saber quién eres, cuando desconoces al Dios que te Hizo. Y
no conoces al Dios que te Hizo mientras tengas de Él un conocimiento abstracto,
frío y lejano, ignorando Su Presencia Viva en el fondo de tu alma y mientras
carezcas de un contacto vivo y filial con Él» (P. Ángel Fuentes).
¿Cuánto conocemos a Dios Padre?
Comencemos por confesar nuestra Fe con las
palabras de S. Juan Pablo II:
«El Padre es Aquel que Eternamente Engendra al Verbo, al Hijo
Consustancial con Él. En Unión con el Hijo, el Padre Eternamente
"Espira" al Espíritu Santo, que Es el Amor con el que el Padre y el
Hijo recíprocamente Permanecen Unidos (Jn 14,
10).
El Padre, pues, es en el Misterio Trinitario el "Principio-sin
principio". El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado.
Es por Sí solo el Principio de la Vida, que Dios tiene en Sí mismo. Esta
Vida —es decir, la misma Divinidad— la Posee el Padre en la absoluta
Comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo, que son Consustanciales con Él».
«A
veces, escribe el P. Fuentes, entendemos esa Paternidad, confundiéndola con Su condición de
Creador; lo vemos como Padre, en el sentido de que es Causa de todas las cosas.
Pero
no es el modo de Paternidad al que alude Jesucristo. Él ha Dicho: «Nadie conoce (...) bien al Padre sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo Quiera Revelar» (Mt 11, 27). Si sólo
puede conocerlo aquel a quien el Hijo lo Revela, entonces se trata de una
Paternidad absolutamente Trascendente, Misteriosa, no accesible a la razón
humana.
¿Qué
puede tener de distinto esa Paternidad Divina? Ante todo, una Comunicación de
Vida totalmente especial: no es la donación del ser, sino de la misma Vida
Personal de Dios. Dios Diviniza al hombre, le participa Su propia Vida Íntima.
Además,
Dios, como Padre, Quiere Intimidad con Sus hijos, con cada uno en particular.
Su
Amor es también totalmente único, al punto de "Sacrificarse" por Sus
hijos, no solamente como cualquier padre terrenal lo haría por los suyos, sino
de un modo tal que ningún padre de la Tierra es capaz de hacer, y eso lo vemos
patente en la Muerte de Cristo en la Cruz.
La
Capacidad de Perdón de este Padre supera la comprensión humana. Los paganos
hablan de un "padre común", pero al que hay que aplacar con continuos
sacrificios, pues ellos no conocen la idea de Misericordia en un Dios».
«"Aquel
día -ha Dicho nuestro Señor-, comprenderéis que Yo Estoy en Mi Padre y vosotros
en Mí y Yo en vosotros. El que tiene Mis Mandamientos y los guarda, ese es el
que Me Ama; y el que Me ame, será Amado de Mi Padre: y Yo le amaré y Me
Manifestaré a él". Le dice Judas -no el Iscariote-: "Señor, ¿por qué
te vas a Manifestar a nosotros y no al mundo?" Jesús le Respondió: "Si
alguno Me ama, guardará Mi Palabra, y Mi Padre le Amará, y Vendremos a él, y
Haremos Morada en él"» (Jn 14, 20-23).
«Yo
Te buscaba fuera, escribe S. Agustín, pero Tú estabas dentro»
«Tanto
Amó Dios al mundo que le envió a Su Hijo Único para Salvarlo»
(Jn 3, 16).
El Apóstol S. Judas, en su Carta, nos llama: «los que han sido Amados de Dios Padre»
(v. 1)
¿Me juzgo así? ¿Percibo el Corazón del Padre y
Su Actitud Amorosa hacia mí? ¿Vivo confiado en esa Mirada Paternal?
«Si
la medida del amor, escribe el P. Fuentes, se pone de manifiesto en el don que se hace
a quien ama (pues el amor se manifiesta en dones, y la medida del amor en la
medida de los dones) entonces deberíamos concluir, siguiendo esta lógica, que
Dios ha Amado a los hombres tanto cuanto a Su Hijo Unigénito, pues ha sido
capaz de Entregarlo por nosotros. Esto es posible porque Dios Padre ha grabado
la propia Imagen del Hijo en el corazón de cada ser humano. Por este motivo el
Padre puede Amar a cada hombre con un Amor semejante al que Tiene por el Hijo.
Por
tanto, todo hombre en quien se encuentra la imborrable Imagen de Dios (…) puede
aplicarse la expresión "Amado del Padre". Lo confirma el mismo Jesús
en la Última Cena: «El Padre mismo os
Quiere, porque me queréis y creéis que Salí de Dios»
(Jn 16, 27).
Somos hijos de Dios, porque Dios Padre ha
Querido que seamos Sus hijos. Hay una Voluntad expresa de parte del Padre de
Hacernos hijos. Dice S. Pablo: «Dios
Envió a Su Hijo al mundo para que recibiéramos la adopción» (Gal 4, 4), «Eligiéndonos de antemano para ser Sus
hijos por medio de Jesucristo» (Ef. 1, 5), y «los Predestinó a ser Imagen de Su Hijo» (Rom 8, 29).
«Mirad
qué Amor nos ha Tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1
Jn 3, 1).
Dios Habita mi corazón, y sin embargo, ¿con
cuántas miserias no ha debido convivir durante los años de mi vida? Egoísmo,
ira, maledicencia, impureza...pero Él, calla. Y muchas veces hemos confundido
ese silencio de Dios con lejanía, falta de interés de Él por mí, o incluso, con
inexistencia, porque con nuestros labios confesamos Fe en Dios, y con las obras
actuamos como si Él no existiera.
«Sed
Perfectos como vuestro Padre Celestial Es Perfecto»
(Mt 5, 48)
¡Imitar a Dios! ¿Cuántas burlas provocan en
muchos estas palabras? Cuántos ojos no se abren grandes, como diciendo,
"¿te estás escuchando? ¡Es imposible lo que estás proponiendo!" Y
nosotros mismos comenzamos a alegar un cúmulo de límites que en nuestro
concepto, no nos van a dejar alcanzar nunca tales alturas de Perfección.
Y sin embargo, es el propio Jesucristo, no
sólo Quien lo dice, lo Manda: "¡Sean!"
Son Sus palabras y son Imperativas.
¿Qué es lo primero que nos enseña, entonces?
Que esas Alturas son alcanzables; que si no hemos volado hasta ellas es por el
peso que nosotros mismos nos hemos impuesto: ignorancia, debilidades, pecados.
No son otros los lastres. Al comienzo de la historia de la aviación, el
desconocimiento, y quizás también el miedo, hacía decir a muchos: "Si Dios
hubiera querido que el hombre volara, le hubiera puesto alas". Y lo cierto
es que Dios Sí Quiere que Vueles, y lo cierto es que Dios sí te Puso Alas. ¿A
dónde debes Volar? A donde Dios Habita: el Cielo. ¿Con qué Alas? Con la
Humildad y con la Caridad.
«Perfección
del Padre, escribe el P. Fuentes, es, ante todo, Ser Espíritu; imitar Su Perfección es, pues,
espiritualizarse tanto cuanto sea posible por el desasimiento de todo lo
creado, hasta alcanzar la libertad».
Sobre esta libertad hablaba S. Luis María
Grignion de Montfort: «Libres: almas
elevadas de la tierra y llenas de Celestial Rocío, que, sin obstáculo vuelen
por todos lados, movidos por el Soplo del Espíritu Santo. En parte, fue de
ellas que habló el Profeta cuando dijo: "¿Quiénes
son estos que vuelan como nubes?" (Is. 60, 8). Donde estaba el Ímpetu del Espíritu, allí iban».
«La
Perfección del Padre, sigue escribiendo el P. Fuentes, es Ser Dios. Imitar tal
Perfección, es dejarse Divinizar por Él tanto cuanto sea posible, -lo que se
logra a través de la Gracia Santificante que se infunde en nuestro corazón-. La Perfección del Padre es Darse todo
entero. Imitar Su Perfección, es encaminarme al don total de mí mismo»
S. Agustín nos cuenta su experiencia, que en
parte o en todo, es la nuestra: «Tarde Te
amé, Belleza, tan Antigua y tan Nueva, ¡tarde Te amé! Estabas dentro mío, y yo
Te buscaba por fuera...Me lanzaba como una bestia sobre las cosas hermosas que
habías Creado. Estabas a mi lado, pero yo estaba muy lejos de Ti. Esas
cosas...me tenían esclavizado. Me llamabas, me gritabas, y al fin, venciste mi
sordera. Brillaste ante mí y me libraste de mi ceguera...Aspiré Tu perfume y Te
deseé. Te gusté, Te comí, Te bebí. Me tocaste y me abrasé en Tu Paz».
Que el Padre nos Conceda también a nosotros la
Gracia de una sordera y una ceguera vencida.
Me advierte el Espíritu Santo: «Quien ama al mundo, el Amor del Padre no
está en él» (1 Jn 2, 15). Es un examen sencillo: todos los días he de mirar
en mi interior, y ver qué encuentro allí: si no encuentro a Dios, si no soy
capaz de sentir Su Amor y Cuidado Paterno, y no alcanzo con ello la Paz, es
porque mi corazón está invadido por otros amores, por otros intereses, por
otras búsquedas, que no tienen por qué ser pecaminosas, pueden ser
perfectamente lícitas y hasta buenas, pero no son Dios. ¿Qué cosas me distraen
en la oración? ¿Qué cosas alejan mi pensamiento durante ese momento de
intimidad con Dios? Jesús Dijo: «Donde
esté tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 21). También en el tenor de
esas distracciones podemos hallar una orientación de dónde están puestos
nuestros amores o intereses. Y Dios lo Permite: por un lado, como correctivo a
nuestra vida dispersa, y por otro, como medio de crecimiento espiritual, si es
que luchamos por vencernos en esos momentos de distracción.
Arriba decíamos que una de las Alas para volar
hacia Él, es la Caridad, el Amor. Dice el Espíritu Santo: «Quien permanece en el Amor, permanece en Dios, y Dios en él» (1 Jn
4, 16). No se encuentra en el ruido, en la calle, en el tumulto, en la
ostentación.
«Tu Padre Sabe lo que
necesitas antes que Se lo pidas»
(Mt 6, 8).
«Nadie
puede saber de antemano qué necesitamos, a menos que nos conozca muy bien y
esté atentísimo a los menores movimientos de nuestra alma.
El
silencio de Dios (¡terrible prueba para nosotros!), no debe ser interpretado
como ignorancia, desatención, indiferencia, despreocupación. Las Palabras de
Jesucristo no nos dejan siquiera pensarlo sin manchar nuestros labios con la
blasfemia. Por eso, de mi parte, debe haber, y hemos de luchar para que así
sea, confianza, seguridad, paz, tranquilidad.
Dios
Sabe qué necesitamos, lo que no siempre coincide con lo que nosotros pensamos
necesitar. Él Conoce sin posibilidad de error nuestras verdaderas necesidades,
algunas de las cuales nosotros mismos desconocemos o no sabemos expresar,
mientras que cuando digo "necesito", con frecuencia esta expresión
realmente quiere decir: "creo necesitar", o, "deseo", o,
"me gustaría". Dios no siempre responde a eso que creemos y
manifestamos necesitar, pero SIEMPRE lo hace con nuestras verdaderas
necesidades» (P. Ángel Fuentes).
Vale recordar aquí, lo que sucedió cierto día
en que el Seminario presidido por S. Vicente de Paul, se quedó sin sustento
alimenticio. «¡Bendito sea Dios -respondió el Santo-, que nos Permite ver si
realmente creemos en Su Providencia!».
«La
Escritura, enseña S. Juan Pablo II, nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando
narra que Abraham había aceptado sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios
no quería la muerte del hijo, sino la Fe del padre. Y Abraham la demuestra
plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el
holocausto, se atreve a responderle: «Dios Proveerá» (Gen 22, 8). E,
inmediatamente después, experimentará precisamente la Benévola Providencia de
Dios, que salva al niño y Premia su Fe, colmándolo de Bendición»
La
certeza del Amor de Dios nos lleva a confiar en Su Providencia Paterna incluso
en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa
admirablemente esta plena confianza en Dios Padre Providente, incluso en medio
de las adversidades: “Nada te turbe, nada te espante; todo pasa. Dios no Se
muda. La Paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo
Dios basta”».
«Debemos
ser solícitos enseña el Catecismo, sobre todo en la búsqueda de los Bienes
Celestiales. Éstos deben ocupar el primer lugar, como nos Pide Jesús: «Buscad primero el Reino de Dios y Su
Justicia» (Mt 6, 33). Los demás bienes no deben ser objeto de
preocupaciones excesivas, porque nuestro Padre Celestial Conoce cuáles son
nuestras necesidades; nos lo Enseña Jesús cuando Exhorta a Sus discípulos a «un
abandono filial en la Providencia del Padre Celestial que Cuida de las más
pequeñas necesidades de Sus hijos» (n. 305): “Vosotros no andéis buscando
qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que por todas esas cosas se
afanan las gentes del mundo; y ya Sabe vuestro Padre que tenéis de ellas
necesidad» (Lc 12, 29-30)».
«Cuando oréis, decid:
Padre nuestro...»
(Mt 6, 9-13).
Observemos con atención la oración del
Padrenuestro, y veremos cómo nos educa en el orden del Amor.
Nos enseña:
1-
A recordar que somos hijos de Dios, pero «es
necesario, dice S. Cipriano de Cartago,
acordarnos, que cuando llamemos a Dios “Padre nuestro”, debemos comportarnos
como hijos de Dios». Y «orar a
nuestro Padre, enseña el Catecismo, debe
desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales: el deseo y la
voluntad de asemejarnos a Él» (n. 2784).No puso Jesús el Título de “Padre” al comienzo de la oración como mera fórmula, o como simple aviso de a Quien hay que dirigirse. La intención de Cristo, de dirigirnos al Padre, es la de llenarnos de confianza: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que Está en los Cielos Dará cosas Buenas a los que se las pidan!» (Mt. 7, 11); y motivarnos al amor: «Yo amo a los que me aman» (Prov. 8, 17) «Porque, ¿qué cosa de mayor consuelo que el Nombre de Padre, dice el Catecismo Romano, el cual rebosa de Ternura y Caridad?» (n. 1082)
Saber que Dios es mi Padre me llena de confianza, pues «no puede agotarse Su Amor por los pecados de los hombres»; no se agota Su amor por Mí, por muchos y terribles que hayan sido mis pecados.
«¿Encerrará acaso Dios, pregunta el Salmista, en Su Ira Sus Misericordias?» (Sal 86 [85], 10). Esto mismo manifestó el Profeta Habacuc hablando con Dios, cuando dijo: «Cuando estuvieres Airado, Te Acordarás de la Misericordia» (Hab 3, 2). Y Miqueas lo explicó de este modo: «¿Qué Dios semejante a Ti? Que Quitas la maldad y Perdonas el pecado del resto de Tu pueblo. Ya no Descargará más Su Furor, porque Ama la Misericordia» (Miq 7, 18). «Cuando nos juzgamos más privados y más desamparados del Socorro de Dios, nos recuerda el Catecismo Romano, entonces es cuando nos Busca y Cuida de nosotros por Su Bondad Inmensa. Porque entre Sus Iras suspende el golpe de la espada de la Justicia, y no cesa de Derramar los Tesoros Inagotables de Su Misericordia» (n. 1092)
El Padrenuestro nos enseña también que:
«-
Somos DE Dios y PARA Dios, Creados para Glorificar a Dios: Santificado sea Tu
Nombre.
-
Que las Cosas de Dios nos deben importar más que las cosas de la tierra: Venga
a nosotros Tu Reino.
-
Que lo primordial es la Voluntad de Dios: Hágase Tu Voluntad.
-
Que nuestras necesidades materiales vienen después de Dios: Danos hoy nuestro
pan"
-
Que el Perdón Divino SÓLO se obtiene perdonando el mal ajeno que recibimos: Perdona
nuestras culpas.
-
Que sólo con Su Ayuda, esto es, con la
fidelidad a la Gracia, podemos vencer nuestra debilidad: No nos dejes
caer en la tentación
-
Y sólo unidos a Él, podemos derrotar al propio satanás: y Líbranos del Maligno»
(P. Ángel fuentes).
¿Por qué Dios no escucha mis oraciones si sólo
pido cosas buenas?" Y ciertamente lo hacemos, pero no siempre estamos
interesados verdaderamente en las Cosas de Dios. ¿Pido a Dios que Su Voluntad
se Haga en mí? A veces sí; pero ¿cómo reacciono cuando esa Voluntad no parece
condecir con lo que yo creo necesito o lo que supongo "bueno" para mi
vida?
Hijos en el Hijo
Es habitual escuchar la frase: “todos somos
hijos de Dios”. ¿Es esto cierto? Todos los hombres que habitan la tierra, ¿son
hijos de Dios?
Veamos qué nos enseña el Catecismo Católico:
«Por
el Bautismo somos Liberados del pecado y Regenerados como hijos de Dios,
llegamos a ser miembros de Cristo» (n. 1213) «El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en
el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre
Nuestro» (n. 1243) «Hecho hijo de
Dios…recibe el Alimento de la Vida Nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo» (n.
1244). «Puesto que nacen con una
naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan
también el Nuevo Nacimiento en el Bautismo… Por tanto, la Iglesia y los padres
privarían al niño de la Gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le
administraran el Bautismo poco después de su nacimiento» (n. 1250). «Los bautizados Renacidos [por el Bautismo]
como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la Fe que
recibieron de Dios por medio de la Iglesia» (n. 1270). «El Fruto del Bautismo, o Gracia Bautismal, es una Realidad rica que
comprende (…) el Nacimiento a la Vida Nueva, por la cual el hombre es hecho
hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, Templo del Espíritu Santo» (n.
1279).
¿Qué nos dice la Palabra de Dios?
«El
que está en Cristo, es una Nueva creación» (2 Cor.
5, 17). «Pero, al llegar la Plenitud de
los tiempos, Envió Dios a Su Hijo (…) para Rescatar a los que se hallaban bajo
la ley, y para que recibiéramos la Filiación adoptiva. La prueba de que sois
hijos es que Dios ha Enviado a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo que
clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo» (Gal 4,
4-7); hechos «partícipes de la
Naturaleza Divina» (II Pe 1, 4). «Y,
si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo»
(Rom 8, 17) Y finalmente, «Templos del
Espíritu Santo» (1 Cor 6, 9).
Explica el P. Santiago Martín: «Es verdad que TODOS somos Amados por Dios,
y es así, porque todos somos criaturas de Dios, Creadas a Su Imagen y
Semejanza. Pero, no todos somos hijos de Dios. Sólo hay Un Hijo, la Segunda Persona
de la Santísima Trinidad, y es EL BAUTISMO, el que nos hace hijos en el Hijo;
el Sacramento es el que nos concede el Don extraordinario e inmerecido de
transformarnos en hijos adoptivos de Dios. TODOS, criaturas Amadas, pero sólo
algunos, por la Gracia del Bautismo, sin mérito de nuestra parte, hemos sido Hechos
hijos adoptivos de Dios».
Esto, además de ser una respuesta para todos
aquellos que nos suponen blasfemos –incluso entre los mismos católicos-, cuando
decimos que no todos son hijos de Dios, debe llevarnos a una meditación
personal profunda de dos aspectos básicos en nuestra Fe Católica: primero, que no
todas las Religiones son iguales. No da lo mismo, pertenecer aquí o allá; y
segundo, y esta es la que nos interesa en este momento meditar, y es el valor
real le hemos dado a nuestro
Bautismo. Solemos celebrar el día de nuestro nacimiento a este mundo, ¿pero qué
sucede con el día en que hemos Nacido para el Cielo? ¿Lo recordamos? ¿Damos
gracias a Dios, al menos, de vez en cuando, por tamaño Don, inmerecido, como ya
hemos dicho?
Meditando sobre el capítulo 28 del Evangelio
según S. Mateo: «Id, pues, y haced
discípulos a todos los pueblos, Bautizándolos en el Nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo» (v. 19), el Papa Benedicto XVI señala la importancia
de las palabras elegidas por el Señor: «Si
leemos atentamente, dice, la elección
de la palabra "en el Nombre del Padre", es algo muy
importante: no dice EN Nombre del
Padre, como nosotros decimos que un embajador habla "en nombre" de un
gobierno. No. Él Dice: "EN EL
Nombre", es decir, una inmersión en el Nombre de la Trinidad, somos
insertados en el Nombre de la Trinidad, es una inter-penetración del Ser de
Dios y de nuestro ser. Como en el Matrimonio, por ejemplo, donde dos personas
llegan a ser una única carne».
El
Bautismo nos introduce, nos inserta en la Divina Trinidad, nos pone “dentro” de
Dios, y a su vez, hace que esa misma Trinidad nos penetre, Habite en nosotros.
El Bautismo no es mera fórmula o trámite para
pertenecer a un grupo religioso. Es una realidad profunda que no meditamos.
El mismo Benedicto XVI nos presenta tres
consecuencias de esta Verdad inefable:
1)
«Para nosotros, Dios, ya no es un Dios lejano, no es una realidad a discutir,
si existe o no existe, sino que nosotros estamos en Dios, y Dios Está en
nosotros. Por ello, la prioridad de Dios en nuestra vida es la primera
consecuencia del Bautismo.
2)
En la decisión de ser cristiano ciertamente participa mi libertad, pero no es
una decisión independiente, "yo ahora me hago cristiano”; es, sobre todo,
una Acción de Dios conmigo: no soy yo quien se hace cristiano, sino que soy
Asumido por Dios, tomado de la mano por Dios. Y este ser hecho cristiano por Dios,
implica ya un poco el Misterio de la Cruz: sólo puedo ser cristiano muriendo a
mi egoísmo, saliendo de mí mismo.
3)
Al estar inmerso en Dios, estoy unido a los hermanos, porque todos los
Bautizados están también en Dios».
Por ello, en la oración no decimos: “Padre mío
que estás en el Cielo”, sino, “Padre nuestro”.
Y así como estoy unido a todos los Bautizados
como hermanos, también tengo una obligación de Caridad para quienes no han
recibido todavía el Sacramento, como, por ejemplo, los miembros de otras
religiones, pues, como criaturas de Dios, a ellos también alcanza el Sacrificio
de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, y Dios «Quiere que todos los hombres se Salven» (1 Tim 2, 4).
«Si guardáis Mis Mandamientos permaneceréis en Mi amor, como
Yo he Guardado los Mandamientos de Mi Padre y Permanezco en su Amor»
(Jn 15, 10)
"Dios nos
Ama como somos", se oye decir a muchos, incluso Sacerdotes. Sin embargo,
el Señor ha Dicho: «Vosotros sois Mis
amigos si hacéis lo que os Mando» (Jn 15, 14): el Señor mismo es Quien
Condiciona Su Amistad. Y perder la Amistad de Cristo, significa perder la Vida
Eterna. Pero Dios no deja de Amarnos, pues si así fuera, debería entonces
abandonar a los pecadores, debería abandonarme a mí. Y Él me Ama: me Ama a pesar de cómo soy. Me Amaba cuando
faltaban aún siglos y miles y millones de años para darme el ser en esta
tierra. Me Amaba cuando sólo estaba en Su Pensamiento Eterno. Y esto lo
sabemos, porque así lo dice el Apóstol S. Juan, cuando afirma: «Él nos Amó primero» (1 Jn 4, 19). Nos
Amó, aun cuando en Su Ciencia Infalible Sabía todos los pasos, decisiones y
rebeldías que iba a vivir, y de cuántas veces iba a rechazar a ese Amor.
«Tú los Amaste, como Me has Amado a Mí»
(Jn 17, 23)
«Con estas impresionantes palabras, escribe el P. Ángel Fuentes, la Revelación de Jesús sobre Su Padre y Su
relación con nosotros llega a su cumbre. El Padre nos ha Amado del mismo modo
que Amó a Jesús. Con razón, cuando el Señor ha Resucitado, puede Decir a la
Magdalena: «Ve a Mis hermanos y diles:
Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20, 17).
Por ello, como enseña S. Pablo, podemos llamar a Dios «Abba, Padre» (Rom 8, 15).
¿Cómo podemos vivir una espiritualidad centrada
en la devoción a nuestro Padre del Cielo?
1) Trabajando para alcanzar el silencio
interior: no se puede hallar al Padre en el ruido. Él «Está Presente en lo secreto» (Mt 6, 6).
2) En la humildad, teniendo siempre presentes
las palabras del Apóstol: ¿Qué tienes
que no hayas recibido? (1 Cor 4, 7).
3) El cuidado de vivir en estado de Gracia,
pues sólo este estado asegura la Presencia de la Divina Trinidad, Padre e Hijo
y Espíritu Santo, en mi alma. Sería un sinsentido pretender amar al Padre y no
apreciar Su presencia en mi alma como lo más valioso de la vida. El estado de
pecado, cierra las puertas del corazón al Padre.
4) Vivir intensamente las tres Virtudes
Teologales: la Fe, la Esperanza y la
Caridad.
5) Trabajar día a día por ser dócil a la Voluntad
de Dios: «No todo el que Me dice 'Señor,
Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la Voluntad de
Mi Padre» (Mt 7, 21).
¿Qué Frutos trae esta unión devota con el Padre
Celestial?
1) La libertad, pues, como dice S. Pablo, toda
la Creación aspira a «participar de la
Libertad Gloriosa de los hijos de Dios» (Rom 8, 21). Nos liberamos del
egoísmo, de la dependencia y esclavitud de las realidades creadas, pues
aprendemos a encontrar la felicidad suprema sólo en Dios.
2) La Paz: «Que
la Gracia y la Paz de Dios nuestro Padre, y de Jesucristo, nuestro Señor, sea
con vosotros», reza el Apóstol (Ef 1, 2). Paz con nuestro pasado, pues nos
sabemos Perdonados por Su verdadera Misericordia Paterna; Paz respecto del porvenir,
pues sabemos lo que Él nos Prepara en Su Reino; Paz en el presente, porque nos
confiamos a Su Cuidado Providente.
3) La Alegría: «Que vuestra sociedad sea con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Y
nosotros os escribimos estas cosas, a fin de que vuestra Alegría sea completa»
(1 Jn 1, 4). Es el Gozo de saberme Amado y Habitado por Él».
«Recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace
exclamar:
¡Abbá, Padre!"
(Rom 8, 15)
«Adelantándose un poco, caía –el Señor-
en tierra y Suplicaba que a ser posible pasara de Él aquella Hora. Y Decía:
«¡Abbá, Padre!; todo es posible para Ti…» (Mc 8, 35-36). Abbá es una
palabra aramea que significa “papá”, “papito”; y es una «expresión del lenguaje infantil, que se usaba a diario en el ambiente
de Jesús» (S. Juan Pablo II). Es
importante notar esto, puesto que Jesús, en su Humanidad ya madura, es Quien
utiliza tal expresión. Jesús se Dirige al Padre con Ternura de niño, algo
inaudito en su tiempo. Y eso nos enseña a nosotros. Nos enseña a dirigirnos de
la misma manera al Padre. Por eso, para que comprendamos que no es privativo
del Señor, el Apóstol nos lo recuerda: por el Bautismo, TODOS, como hijos
adoptivos de Dios, podemos llamarle con el título amoroso de Papá; y aún con una
ternura más afectuosa: Papito.
Ese es el
espíritu que ha de animarnos al decirle Padre nuestro.
Vale recordar
aquí, la imagen del niño que con los brazos abiertos corre hacia el papá,
alegre por el reencuentro, decidido a subirse en sus brazos. Pues eso somos
cuando rezamos esta oración: niños que corren a los brazos de su Papá del
Cielo. Está bien, y es de necesidad, no perder el respeto hacia la Persona de
Dios; pero si nos quedamos sólo en el respeto, nunca lograremos trascender la
figura seria y cuando no, severa, del Padre, corriendo el riesgo de hacer de
Él, Alguien lejano. Y eso es lo que muchas veces sentimos y de lo que el
enemigo se aprovecha.
Recordar que
Dios es mi Papá, que es mi Papito, como lo llamaba Jesús, nos hace trascender
esa lejanía y nos ayuda a comprender que Él realmente se interesa por mí,
porque me Ama, lo que me lleva automáticamente a la confianza en tan Inmenso y
Tierno Amor.
Esa es la
relación que de aquí en adelante ha de animarme para con Dios.
CONCLUSIÓN
Todo lo que
aquí te he escrito y se puede decir, es poco y pobre, cuando uno se refiere a
Dios, pues es El Inabarcable. Pero podemos hacer nuestras las palabras de S.
Agustín:
«Dios mío de mi vida y Dulzura de mi alma, ¿qué
es todo esto que acabo de decir respecto de lo que Tú Eres?; ¿y qué es cuanto
puede decir cualquiera que hable de Ti? Pues aun los que hablan mucho de Ti, se
quedan cortos como si fueran mudos. Pero aun así, infelices y desgraciados
aquellos que de Ti no hablan»
Hemos dado un
primer paso para comprender la profundidad de nuestro Acto de Contrición, para
que sea un verdadero Acto de Contrición. No hemos ofendido con nuestro pecado,
nuestro olvido, nuestras dudas, a un Dios como esencia etérea, lejana. Hemos
tocado el Corazón de un Dios, que Es Personal, qué está tan cercano al punto de
Habitar en mí mismo, que Siente, que Ama, y que es Padre.
Finalicemos
esta meditación con el siguiente examen de conciencia:
(Invoquemos
primero, la Asistencia del Espíritu Santo: Ven, Espíritu Santo, Ven por Medio
de la Poderosa Intercesión del Inmaculado Corazón de María, Tu Santísima
Esposa…)
¿Es Dios
realmente un "Padre" para mí? ¿Tengo dificultades para dirigirme a
Dios como mi Padre? ¿Reflejan mis palabras a Dios, la ternura de un hijo? ¿De
dónde pienso que proviene mi dificultad de hablar con Dios Padre como un niño
lo hace con su padre de la tierra?
¿Cuál es mi
conciencia de ser hijo de Dios? ¿Cuál es mi intimidad y mi confianza con Dios
Padre? ¿Agradezco el Don del Bautismo?
¿Entiendo la
obediencia a Dios, como un acto de amor filial? ¿Busco imitar a Dios, es decir,
obrar como Él me Da ejemplo?
¿Cómo es mi
sencillez, mi humildad para con Dios? ¡Cómo es mi pureza, mi pudor, mi
modestia, mi Castidad, sin la que no puedo ser un verdadero niño ante Dios?
La imagen que
tengo de Dios Padre, ¿se parece al padre que describe Jesús en Su Parábola del
hijo pródigo?
¿Reconozco la
Acción de la Providencia Divina en mi vida diaria? ¿Tengo "ojos" para
la Providencia, es decir, soy capaz de descubrirla? ¿Soy agradecido con Dios?
¿Dónde están
mis preocupaciones? ¿Qué es lo que más busco? ¿En qué medida confío en la
Divina Providencia?
¿Cómo es mi
abandono en las manos de Dios? ¿Por qué miras y proyectos me guío: por los míos
o por los de Dios? ¿Hasta dónde me urge el buscar la Voluntad de Dios? ¿Discuto
a Dios cuando manifiesta Su Voluntad? ¿Siento dolor o desánimo cuando debo
aceptar la Voluntad del Padre?
¿De qué manera,
si es que lo hago, le demuestro mi entrega? ¿Soy capaz de adorar en silencio
los Planes Divinos que no puedo comprender?
¿He pensado que
Dios no se interesa por mí? ¿Veo en Dios sólo un Juez?
¿Miro este
mundo como un peregrino y desterrado?
«Si en la vida diaria, notas que no puedes, por
el motivo que sea, abandónate en el Señor y dile: "Señor, confío en Ti, me
abandono en Ti, ¡pero Ayuda mi debilidad!" Y lleno de confianza, repítele:
"¡Mírame, Jesús! Soy un trapo sucio; la experiencia de mi vida es tan
triste, no merezco ser hijo Tuyo". Díselo, y díselo muchas veces. No
tardarás en oír Su voz: "¡No temas! ¡Levántate y anda!"» (Escrivá de Balaguer)
Semper Mariam In Cordis Tuo.
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