NAVIDAD
«¿Qué es el hombre para que
de él te Acuerdes, el hijo de Adán para que de él te Cuides? (Sal 8, 5)
NAVIDAD ES AMOR DE
DIOS EN ACCIÓN.
Un
nuevo Tiempo Litúrgico de Navidad. Nuevamente diremos, y nos dirán: “¡Feliz
Navidad!”. Examinémonos a nosotros mismos. ¿Qué estoy diciendo yo, cuando deseo
a alguien “feliz Navidad”? Los slogans comerciales en general no dicen “feliz Navidad”, sino, “felices fiestas”.
¿Un intento de reducir saludos navideños y de fin de año a un solo saludo, o
una disolución sutil de una de las grandes Fiestas Cristianas, como es la
Natividad del Señor? Porque “Navidad” es
“Natividad”, Nacimiento, y ciertamente que es una Fiesta.
A
principios del siglo XX, el Papa S. Pío X publicó un Catecismo –al que se le
conoce como Catecismo Mayor, y como era costumbre de la época, enseñaba la
doctrina a base de preguntas y respuestas-, el cual comienza con este
interrogante:
“¿Eres
cristiano?”
“Sí.
Soy cristiano por la Gracia de Dios”
“¿Por
qué dices por la Gracia de Dios?”
“Porque
el ser cristiano es un Don enteramente Gratuito de Dios nuestro Señor, que no
hemos podido merecer”.
¿Qué
digo pues al desear feliz Navidad? No deseo para mi prójimo otra cosa que lo
que el Señor Vino a traernos Naciendo en Belén: la Salvación. Porque los
cristianos, la Noche Buena, festejamos eso, nuestra Salvación. ¿Es así como yo
lo vivo? ¿Es lo que deseo para mí, y para todo el que se acerca a saludarme? Probablemente,
el otro sólo vea una ocasión de festejo más, festejo familiar o con amigos. ¿Es
para mí también un festejo simplemente familiar? De hecho, se le llama “fiesta
de la familia”. Pero no, es mucho más que eso.
«…Nos ha Elegido en Él (en
Cristo), antes de la Fundación del mundo, para ser Santos e inmaculados en Su
Presencia, en el Amor; Eligiéndonos de antemano para ser Sus hijos adoptivos
por Medio de Jesucristo, según el Beneplácito de Su Voluntad» (Ef 1, 4-5).
¡Qué
lejos sentimos a Dios a veces, y sin embargo, el mundo, el universo, la
Creación toda no existía aún, y ya estábamos en Su Pensamiento! Y no como entes
individuales lanzados a la vida porque sí: ¡Elegidos!
Pero no nos perdamos en la cantidad: me Eligió a mí, de forma personal. Es una Verdad de Fe, que en Dios no
hay pasado ni futuro, sólo presente, y por ello, aunque aún faltaban miles de
millones de años para que mi alma se uniera con mi cuerpo, en Él, yo ya estaba
vivo. Él ya me veía, Él ya «me Escrutaba
y Conocía» (Sal 139 [138], 1). Por eso dirá el Apóstol San Juan: «Él nos Amó primero» (1 Jn. 4, 19).
¿Y
cómo nos Amó? No sólo Eligiéndonos, sino «que
nos ha Bendecido con toda clase de Bendiciones espirituales» (Ef 1, 3). El
primero: ser Sus hijos adoptivos. El segundo, consecuencia del anterior: ser
Santos. Todo ello sin mérito de nuestra parte, sólo por el Deseo de Su
Voluntad.
¿Y
de qué forma Cumpliría Su Designio? Por Medio de Jesucristo, el Hijo Natural de
Dios, porque sin Él, nuestra alma estaba destinada a la Muerte Eterna. Pero «de tal modo Amó Dios al mundo, que le Dio
Su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no Perezca, sino que tenga
la Vida Eterna» (Jn. 3, 16).
¡Cómo
va cambiando nuestra visión de la Navidad! Para el mundo, un feriado en el
almanaque. Para mi alma, un incomprensible movimiento de Amor Divino, porque
podríamos nuevamente preguntar a Dios: ¿Qué
es el hombre para que tanto de él te Ocupes, para que Pongas en él Tu Corazón?
(Job 7, 17)
Por
eso, Navidad es más que una fiesta de la familia; es un Invitación que el Señor
renueva cada año para que piense, medite, me dé cuenta que no es un Dios
lejano, que no me puso a caminar por este mundo abandonándome después. Dios Es
Eterno, y Es Amor (1 Jn 4, 8), y si desde la Eternidad me ha Elegido, Su
Elección y Su Amor por mí también es Eterno.
Aquí
puedo detenerme un instante, y meditar cómo ha sido mi respuesta a este amor.
Pero
no nos quedemos en lo obvio. No nos quedemos sólo en la mezquindad de nuestro
mal llamado “amor a Dios”; un amor que hoy se da y mañana se retira según los
vaivenes de la vida cotidiana. Es fácil descubrir nuestra pequeñez, pero que no
sean sólo palabras. Navidad es Amor de Dios en Acción por mí, pues me
conoce por mi nombre: «A las ovejas
propias llama por su nombre» (Jn 10, 3). No nos dediquemos, entonces, sólo
a dar una lista de nuestros desamores, porque al mirar nuestra pequeñez, vemos
lo que somos, una microscópica mota de polvo, flotando, no ya en el mundo, sino
en el mismo universo, y aun así, todavía somos más pequeños ante el Amor
Divino. Pero quedarse sólo aquí sería permanecer en la ingratitud.
Porque
Él ya Sabía de esa pobreza de amor en mi alma, de las dificultades que tendría
que afrontar para un día poder vencerme y «enderezar
los Caminos del Señor» (Jn 1, 23). Conocía desde la Eternidad, los años
pasados en tibieza. Ya se nos podía aplicar las palabras de S. José María
Escrivá de Balaguer: «Eres tibio si haces
perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con
cálculo el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu
comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado
venial; si obras por motivos humanos».
Pero
sería ingrato, digo, pues a pesar de eso, Él me Amaba; y a pesar de eso
me Eligió entre infinita cantidad de criaturas posibles, y me llamó un día a
ser Su hijo en el Hijo, a ser Su hijo por el Bautismo: «Mirad qué Amor nos ha Tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1), aunque por algún tiempo haya «Venido a nuestra casa, y no le hayamos
recibido» (Jn 1, 11).
Puedo
hacer aquí otro impasse, y volver a meditar en la pobreza de mi corazón, pero
ahora, en silencio, rodeado, traspasado de un lado a otro por el Amor de Dios,
que en un susurro me pide: «Dame, hijo
Mío, tu corazón» (Prov. 23, 26).
Le
doy a Dios mi corazón, se lo doy sin temor, pues «todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fil 4, 13). Este es mi
primer fruto de la Navidad.
UN NIÑO NOS HA
NACIDO (Is. 9, 5)
Dios
me dice: «Escúchame tú, de duro corazón,
que estás alejado de lo Justo. Yo Hago Acercarse Mi Victoria, no está lejos, Mi
Salvación no tardará» (Is. 46, 12-13).
Pensemos
en lo que sucede cada año en nuestras Navidades: gente corriendo de un lado a
otro, compras, planes de reuniones, compras, acopio de comida y de bebida,
música, baile, etc. Todo se repite cada vez, en mayor o menor grado.
Apartemos
un momento nuestra mente del ruido. «No
tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros, si queremos ser capaces
de percibir no sólo la Voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro
lado"
(Cardenal Sarah, “La fuerza del silencio”, 13).
Trasladémonos
al camino que preparaba la primera Navidad. ¿Cuántas veces lo hemos hecho?
En
esos días, aunque por distintas causas, también como hoy había un tumulto:
gente que iba y venía, llena de impaciencia y seguramente, al igual que
nosotros mismos, cargadas de cosas. Puede uno imaginarse que por las distancias
y dificultades del camino, en muchos casos los ánimos no serían los mejores.
Igual que por estas fechas por nuestras calles.
Y
entre ese tumulto, una pareja: San José y su Esposa Santísima, María. No
sabemos la edad de él –aunque es de presumir que sí sería joven-; Ella, una
adolescente de doce o trece años. Viajando como parte de alguna caravana,
pasaron totalmente desapercibidos. ¡Cuánto contrasta la Paciencia de María, y
la solicitud de José, con nuestra impaciencia y nuestra poca delicadeza para
con Dios y con el prójimo! ¿He pensado en ello?
¿Cuántas
veces nos quejamos también porque carecemos de tales o cuales comodidades, incluso,
lícitas y necesarias? Sin embargo, «el
Señor que Hizo el mundo y cuanto hay en él» (Hch 17, 24), en Quien nosotros
«vivimos, nos movemos y existimos» (Hch
17, 28), El Dios inabarcable, Moraba, pequeño, en el reducido seno de María, y
Sufría Pacientemente, junto con Su Madre, las incomodidades del viaje. ¡Cuánta
Humildad nos enseña el Rey del cielo y de la tierra! No sin razón dirá después:
«Aprended de Mí, que Soy Manso y Humilde
de Corazón» (Mt 11, 29).
«¡La Voz de Mi Amado! Mi Amado
ha tomado la palabra y Dice: Levántate ya, Amada Mía, Hermosa Mía, y Ven» (Cant. 2, 8.10). Pensemos
ahora, cuál no sería el Coloquio entre la Madre y Su Hijo.
«¡Madre querida! Tú que
Llevaste a Jesús tan Dignamente, enséñame a llevarlo dentro de mí...Enséñame a
llevarlo con Tu mismo Amor, con Tu Recogimiento, con Tu Contemplación y
Adoración continua. Enséñame, Madre mía, a viajar como Tú viajabas, en el
olvido completo de las cosas materiales y con la mirada del alma fija sólo en
Jesús a Quien Llevabas dentro de Tu seno, Contemplándolo y Adorándolo, y en
continua Admiración hacia Él, pasando por entre las criaturas como en sueño,
viendo como niebla todo lo que no es Jesús, mientras Él solo Brillaba y
Resplandecía en Tu alma como un sol, Abrasando Tu Corazón e Iluminando Tu
espíritu»
(B. Charles de Foucault).
«No
rehúses, Jesús mío, que te acompañe también yo, miserable e ingrato en lo
pasado, pero que ahora reconozco el agravio que Te hice...Cuando pienso, que
tantas veces por seguir mis inclinaciones me separé de Ti, renunciando a Tu
Amistad, quisiera morir de dolor; pero Viniste a Perdonarme; Perdóname pronto,
que con toda mi alma me arrepiento de haberte tantas veces dado la espalda y
abandonado. Mi alma quiere enamorarse de Ti, mi amable Dios Niño» (S. Alfonso
María de Ligorio).
«No tenían sitio en el
alojamiento»
(Lc 2, 7). Cada Navidad, esta Sagrada Familia llega hasta las puertas de mis
casas.
¿Casas?
Sí, ellos golpean en más de una puerta: la puerta de la casa de mi corazón, y
la puerta de la casa de mi Caridad.
Primero
han golpeado un año tras otro a la puerta de mi corazón. Quizás unas veces les
di cobijo, quizás otras, entre tanto ruido externo e interno, les dejé entrar
pero sin prestarles mucha atención, y posiblemente alguna vez desoí el llamado.
En
otras ocasiones han golpeado a la puerta de mi Caridad. Como el mismo Señor lo
Enseña luego: «Todo lo que hicisteis con
uno de estos hermanos Míos más pequeños, Conmigo lo hicisteis» (Mt. 25,
40). Y como en la ocasión anterior, tal vez alguna vez les abrí la puerta y en
otras quizá no.
«El mismo Señor –reza el tercer Prefacio de
Adviento- que se nos Mostrará entonces
Lleno de Gloria, Viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada
acontecimiento, para que lo recibamos en la Fe, y por el amor demos testimonio
de la espera dichosa de Su Reino» (Misal Romano).
Otras
veces, habrá Querido la Misericordia que yo mismo fuese como la Sagrada Familia
peregrina, y en mi necesidad Permitió Su Providencia que tampoco hubiera sitio
para mí en el alojamiento, y alguna vez, tampoco «tuviera donde reclinar mi cabeza» (Mt 8, 20).
La
miseria de aquel aposento, la presencia de los animales, el frío, nada les inquietó.
Ellos conocían la Palabra de Dios, y la Fidelidad de Aquel que dijo: «Yo Digo: Mis Planes se Realizarán y Mis
deseos Llevaré a cabo…Tal como lo he Dicho, así se Cumplirá, como lo he
Planeado, así lo Haré» (Is. 46, 10.11).
«Jesús, Te espero; los malos
te rehúsan; afuera sopla un viento glacial; soy muy pobre, pero Te calentaré
todo lo que pueda...A lo menos quiero que Te complazcas de los buenos deseos
que tengo de hacerte una buena acogida, de amarte, de sacrificarme por Ti» (S. Juan XXIII, “Diario del
alma”)
Nuevamente
me detengo un momento para meditar cómo he vivido estas tres etapas: cómo he
respondido al llamado a la puerta de mi corazón, al llamado a la puerta de mi
Caridad y cómo he vivido, si Dios lo ha Querido, la dureza de mi camino peregrino,
de aquellos momentos en que nada depende de mí, en que no tengo el control y en
que parece cerrarse toda posibilidad a los deseos de mi corazón.
La
Sagrada Familia Confiaba plenamente en el Amor del Padre: ¿cómo es mi
confianza?
«Fiel Es Dios» (1 Cor. 1, 9), y aún «si somos infieles, Él Permanece Fiel, pues
no puede negarse a Sí mismo» (2 Tim 2, 13). Si Dios, pues, Es Fiel, y ha
Dicho: «Buscad primero el Reino de Dios
y Su Justicia, y lo demás se les Dará por añadidura» (Mt. 6, 33), ¿creo en
el Poder Amoroso de Su Providencia? ¿Confío en Él, especialmente cuando la
adversidad me avasalla?
Está
a punto de suceder el Hecho más grande, más inefable de la historia: el
Nacimiento del Hijo de Dios, Hecho que maravilla a los mismos Ángeles, y va a
acontecer, no en un palacio, va a suceder en una miserable gruta. Pero ni
María, ni José se perturban. No hay quejas. No hay dudas o reclamos al Cielo.
Están llenos de Fe, son Humildes, y Confían. Pues «Así Dice el Excelso y Sublime, el que Mora por siempre y cuyo Nombre
Es Santo: En lo Excelso y Sagrado Yo Moro y Estoy también con el humillado y
abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el
ánimo de los humillados» (Is. 57, 15).
«Ven, Jesús, tengo tantas
cosas que decirte...¡tantas penas que confiarte!, tantos deseos, tantas
promesas, tantas esperanzas. Deseo adorarte, besar Tu frente...Oh pequeño
Jesús, darme a Ti de nuevo, para siempre....» (S. Juan XXIII, "Diario del
alma").
Mi
corazón es como la gruta de Belén: cuántas Navidades ha pasado en la frialdad de
la falta de amor, en la oscuridad de la ignorancia, y aún lleno de inmundicias,
mis pecados. Pero nada de esto tiene que desanimarme o desesperarme, porque el
mismo Niño que no tuvo a menos Venir a este mundo en semejante lugar, tampoco
rechaza hacerlo a mi corazón, aunque hoy esté todavía en esas condiciones, si
yo quiero.
«Despiértate, te dice S. Agustín, Dios se ha Hecho Hombre por ti. Despierta,
tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu Luz. Por ti,
precisamente, Dios se ha Hecho Hombre». «Pues Él acepta la pobreza de tu
condición humana, agrega S. Gregorio Nacianceno, para que Tú puedas conseguir las Riquezas de Su Divinidad».
¿Cuál
es esta Riqueza? El mismo S. Gregorio te lo dice: “la inmortalidad de tu alma para la Vida Eterna”.
Una
vez más: desearle Feliz Navidad al prójimo, es desearle la Vida Eterna, pues no
para otra cosa el Verbo se Hizo Carne. ¿Lleva mi saludo este deseo?
El
único sentido cristiano de celebrar la Navidad, es celebrar al Autor de la Vida,
y la búsqueda de esa misma Vida. «Hubieses
muerto para siempre, dice S. Agustín,
si Él no hubiera Nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne
del pecado, si Él no hubiera Aceptado la semejanza de la carne del pecado.
Nunca hubieras vuelto a la Vida, si Él no hubiera Venido al encuentro de tu
Muerte. Hubieras Perecido, si Él no hubiera Venido» ¿Recuerdo eso? ¿Lo
deseo? ¿Pongo constantemente todo de mí, para que la Navidad trascienda ese sólo
día, y cuando el Niño viene a mi corazón en cada Comunión Eucarística, entre,
no ya, en una gruta fría y sombría, sino en un verdadero hogar, cada vez más
lleno de amor?
El
deseo ferviente de la Vida Eterna, y el amor ardiente al Autor de la Vida. Este
es mi segundo fruto de la Navidad.
ENCONTRARÉIS UN
NIÑO ENVUELTO EN PAÑALES (Lc 2,
12)
El
Espíritu Santo me dice: «No vivas ya, como viven los gentiles,
según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y
excluidos de la Vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza
de su cabeza, los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al
libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas» (Ef
4, 17-19).
¿Por
qué Navidad es un llamado a la Pureza? Porque sólo «los puros de corazón verán a Dios» (Mt. 5, 8). Y como enseña el
Catecismo, «los
"corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y
su voluntad a las exigencias de la Santidad de Dios, principalmente en tres
dominios: la Caridad, la Castidad o rectitud sexual, el amor de la Verdad y la
Ortodoxia de la Fe. Existe un vínculo entre la Pureza del corazón, la del
cuerpo y la de la Fe»
(Cat. 2518).
Muchos
ven la Navidad como una excusa para celebrar de forma mundana, pues es una fecha
en la que ni siquiera creen. Otros, aunque conserven un cierto sentido religioso,
no llegan, sin embargo, a traspasar lo meramente exterior, porque si bien creen,
como las semillas «caídas entre abrojos,
oyen la Palabra de Dios, pero las preocupaciones del mundo ahogan la Palabra y
queda sin fruto» (Mt. 13, 22).
Pero
Dios nos llama a ir más allá de las apariencias.
«Os Anuncio una gran Alegría
–dijo el
Ángel a los pastores-…ha Nacido hoy, en
la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2, 11).
¿De
qué cosas se alegra el mundo en esta fecha? ¿De qué me alegro yo, cuando llega
Navidad? El Cielo me anuncia un motivo de Alegría que va más allá de la
comprensión humana: Nace un Salvador…Nació mi Salvador. ¿Vivo el Tiempo
Litúrgico de Adviento con esta expectativa? ¿Me alegra, hoy, el Cumplimiento de
la Promesa por parte de Dios? ¿Me motiva saber que ese Dios, no es una
Divinidad lejana, sino que es un verdadero «Dios
con nosotros» (Is. 7, 14), y por tanto, no estoy solo ante las adversidades
de la vida, ni abandonado a la profundidad de mis miserias?
Dice
S. Alfonso María de Ligorio: «El día de
Navidad debiera llamarse 'día de fuego', pues es un Dios Hecho Niño el que
Viene a encender el Fuego del Amor en los corazones de los hombres: "Fuego
Vine a Echar sobre la tierra", como dirá luego Jesucristo (Lc 24, 49), y así fue en
realidad. Antes de la Venida del Mesías, ¿quién amaba a Dios sobre la tierra?
Apenas era conocido en un rinconcito del mundo, es decir, en Judea. En el resto
del mundo, unos adoraban al sol, otros a los animales, otros a las piedras y
otros a las más despreciables criaturas. Pero después de la Venida de
Jesucristo fue el Nombre de Dios conocido por todas partes y amado por muchos
hombres". (El Amor de Dios en la Encarnación).
¿Cuántas
Navidades me han encontrado, quizá, adorando también ídolos: deseo de bienes,
impurezas, mi propia voluntad. Pero Jesús también Quiere echar en mi corazón
ese Fuego que todo lo consume. «Consideremos,
sigue diciendo S. Alfonso, este primer
día que el Verbo Eterno se Hizo Hombre para inflamarnos en Su Divino Amor.
Pidamos Luz a Jesucristo y a Su Santísima Madre, y comencemos».
Dios
Quiere, con el Fuego de Su Eterno Amor, Consumir el Mal y el pecado que pueda
existir en mi corazón ¡Este es el gran motivo de Alegría para mi alma!
Esto os servirá de Señal:
encontraréis un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc. 2, 12).
«Éste
es un signo de reconocimiento, una descripción de lo que se podía constatar a
simple vista…el verdadero signo es la
Pobreza de Dios» (Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”).
«En la gruta de Belén Dios
se nos muestra «Niño» Humilde para vencer nuestra soberbia. Tal vez nos
habríamos rendido más fácilmente frente al poder, frente a la sabiduría; pero
Él no Quiere nuestra rendición; más bien apela a nuestro corazón y a nuestra
decisión libre de aceptar Su Amor. Se ha Hecho pequeño para liberarnos de la
pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia; se ha encarnado
libremente para hacernos a nosotros verdaderamente libres, libres para amarlo» (Benedicto XVI, 17-12-2008).
«Quien no ha entendido el Misterio de la
Navidad, no ha entendido el elemento decisivo de la existencia cristiana: quien
no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el Reino de los Cielos»
(Benedicto XVI, 23-12-2009). ¿Ves por qué es necesaria la Pureza del corazón
para ver a Dios? El mundo sólo distingue y venera la fastuosidad, la grandeza,
los bienes, el poder. Dios Obra en la pobreza y en la debilidad: la pobreza de
un pesebre; la debilidad de una Cruz.
«Cuando escuchamos y
pronunciamos, en las celebraciones litúrgicas, la frase «hoy nos ha Nacido el
Salvador», no estamos utilizando una expresión convencional vacía, sino que
queremos decir que Dios nos Ofrece «hoy», ahora, a mí, la posibilidad de
reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores en Belén, para que Él
Nazca también en mi vida y la Renueve,
la Ilumine, la Transforme con Su Gracia, con su Presencia» (Benedicto XVI, 21-12-2011)
«Busco Tu Rostro, Señor –dile con S. Anselmo-; anhelo ver Tu Rostro. Si estás por
doquier, ¿cómo no descubro Tu Presencia? Cierto es que Habitas una Claridad
inaccesible, pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré
a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? ¿Qué hará éste Tu
desterrado tan lejos de Ti? ¿Qué hará Tu servidor, ansioso de Tu amor y tan
lejos de Tu Rostro?
Ten Piedad de mis trabajos y
esfuerzos para llegar a Ti, porque sin Ti nada puedo.
Enséñame a buscarte, y
Muéstrate a quien te busca, pues no puedo ir en Tu busca a menos que Tú me
Enseñes, y no puedo encontrarte si Tú no Te manifiestas. Deseando Te buscaré,
amando Te hallaré y hallándote Te amaré».
La
Pureza es, entonces, mi tercer fruto de Navidad
NO RETUVO
ÁVIDAMENTE SER IGUAL A DIOS.
Dice
el Espíritu Santo:
«Siendo de Condición Divina,
no retuvo ávidamente ser Igual a Dios. Sino que Se Despojó de Sí mismo Tomando
condición de Siervo Haciéndose semejante a los hombres y Apareciendo en Su
porte como hombre; y Se Humilló a Sí mismo, Obedeciendo hasta la muerte y
muerte de Cruz» (Fil 2, 6-8).
Una
vez más nos estremece la Humildad del Dios Todopoderoso, y nos muestra la
miseria de nuestro ser. María «le
envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). Comienza aquí el
abajamiento de Dios y ¡cómo nos cuesta despojarnos de lo más mínimo! Ni hablar,
si se trata de nuestros gustos y voluntad.
Por
otro lado, «el Acontecimiento de Belén se
debe considerar a la luz del Misterio Pascual: tanto uno como otro forman parte
de la única Obra Redentora de Cristo. La Encarnación y el Nacimiento de Jesús
nos invitan ya a dirigir nuestra mirada hacia Su Muerte y Su Resurrección.
Tanto la Navidad como la Pascua son Fiestas de la Redención… Dios Se Hace
Hombre, Nace Niño como nosotros, Toma nuestra carne para Vencer la Muerte y el
pecado» (Benedicto XVI, 21-12-2011).
Por
eso, el signo de la Navidad no es sólo el amor. El mensaje queda incompleto si
sólo hacemos hincapié en ello, olvidando que «tanto Amó Dios al mundo, que Dio a Su Hijo Único, para que todo el que
crea en Él no Perezca, sino que tenga Vida Eterna» (Jn 3, 16). El Verbo Se Hizo Carne, Obedeciendo el Eterno
Decreto de Salvación, para Dar Su Vida por ti. Y no la Dio de cualquier forma:
subió libremente al patíbulo cruel de la Cruz.
«El modo de humillarse, escribe Sto Tomás
de Aquino, y el distintivo de la Humildad
es la Obediencia; porque lo propio de los soberbios es seguir su propia
voluntad, ya que los soberbios buscan lo elevado, y lo elevado no se deja gobernar...y
por eso la Obediencia es contraria a la soberbia».
¿Cuántas
veces hemos sido obedientes a regañadientes? Hicimos, sin duda, lo mandado,
pero dejando los méritos perdidos por el camino.
El
Dios Todopoderoso Se Humilla y Se Hace Obediente, ¿y pretendo yo alcanzar la Vida Eterna, el Reino Eterno, abrazado
a mis voluntades y caprichos?
«Por eso, al Entrar en este
mundo, [Cristo] dice: No Quisiste sacrificio y oblación; pero Me has Formado un
Cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no Te agradaron. Entonces Dije:
¡He aquí que Vengo [...] a Hacer, oh Dios, Tu Voluntad!» (Hb 10, 5-7):
¿cuál es la Voluntad del Padre? «Que
todos los hombres se Salven» (1 Tim 2, 4). Para ello, Dios Se Forma un
cuerpo, y Jesucristo lo Ofrece al Padre sin reserva alguna, siendo la Cruz el
Altar del nuevo Sacrificio.
Navidad,
no es, entonces, sólo Tiempo de recibir, es también Tiempo de entregar: la
entrega de todo mi ser a la Voluntad de Dios. Una entrega libre, amorosa y
confiada.
«Más Quiere Dios tu Obediencia, me
recuerda S. Juan de la Cruz, que todos
esos servicios que piensas hacerle».
La
Obediencia es mi cuarto fruto de Navidad.
Un
ejemplo más, podemos todavía contemplar de ese Divino Niño recostado en el
pesebre. Él también se ha confiado, con una Humilde Confianza, a los brazos de
una Criatura, Excelsa, sí, sobre toda criatura, aún Angélica, pero humana. Y a
Sus brazos, los brazos de María, se entrega todo un Dios. Y si Dios se ha
Confiado a Ella de manera tan plena, ¿cómo no he de hacerlo igualmente yo? Y
para que no tenga dudas, el mismo Señor nos la Regala por Madre nuestra desde
la Cruz, diciéndonos como al Apóstol S. Juan: «Hijo, he ahí a tu Madre» (Jn 19, 26).
Digámosle
con Sta Catalina de Siena: «¡Cuánto me
agrada contemplarte así, oh María, profundamente recogida en la Adoración del
Misterio que se Obra en Ti! Tú eres el primer Templo de la Santísima Trinidad,
Tú la primera Adoradora del Verbo Encarnado, Tú el primer Tabernáculo de Su
Santa Humanidad.
¡María, Templo de la
Trinidad! María, Portadora del Fuego Divino, Madre de la Misericordia, de Ti ha
Brotado el Fruto de la Vida, Jesús. Tú eres la Nueva planta de la cual hemos
recibido la flor olorosa del Verbo. ¡María, Carro de fuego! Tú llevaste el
Fuego escondido y oculto bajo la ceniza de Tu humanidad» .
CONCLUSIÓN
«¡Glorioso San José!, fuiste
verdaderamente hombre bueno y fiel, con quien se Desposó la Madre del Salvador.
Fuiste siervo fiel y prudente, a quien Constituyó Dios consuelo de Su
Madre...Verdaderamente descendiste de la Casa de David y fuiste verdaderamente
hijo de David...Como a otro David, Dios te halló según Su Divino Corazón, para
Encomendarte con seguridad el secretísimo y sacratísimo Misterio de Su Corazón;
a ti te Manifestó los Secretos y Misterios de Su Sabiduría y te Dio el
conocimiento de aquel Misterio que ninguno de los príncipes de este mundo
conoció. A ti, en fin, te concedió ver y oír al que muchos reyes y Profetas
queriéndole ver no le vieron y queriéndole oír no le oyeron, y no sólo verle y
oírle, sino tenerle en tus brazos, llevarle de la mano, abrazarle, besarle, alimentarle
y guardarle» (S.
Bernardo). Ayúdame San José Castísimo a guardar la Pureza como tú lo hiciste, y
a crecer en la intimidad de amor con Jesús como tú la viviste.
«¡Amor Sumo y Transformador!
¿Cuándo, Jesús, me harás comprender que Naciste por mí?» (B. Ángela Foligno).
«¡Jesús! Déjame que Te diga
en un arranque de gratitud que Tu Amor raya en locura. ¿Cómo quieres que ante
esta locura mi corazón no se lance hacia Ti? ¿Cómo habría de tener límites mi
confianza? (Sta
Teresita de Lisieux).
«Dios está verdaderamente cerca
de cada uno de nosotros y Quiere encontrarnos, Quiere Llevarnos a él. Él Es la
Verdadera Luz, que disipa y disuelve las Tinieblas que envuelven nuestra vida y
la humanidad. Vivamos el Nacimiento del Señor contemplando el Camino del
Inmenso Amor de Dios que nos la Elevado hasta Él a través del Misterio de
Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Su Hijo, pues, como afirma S. Agustín,
«en [Cristo] la Divinidad del Unigénito se Hizo partícipe de nuestra
mortalidad, para que nosotros fuéramos partícipes de Su Inmortalidad». Sobre
todo contemplemos y vivamos este Misterio en la Celebración de la Eucaristía,
centro de la Santa Navidad; en ella se hace Presente de modo Real Jesús,
Verdadero Pan Bajado del Cielo, Verdadero Cordero Sacrificado por nuestra Salvación»
(Benedicto
XVI, 21-12-2011).
«Señor, tengo sed! ¡Fuente
de Vida, sáciame! ¡Ven, Señor!, no tardes. Ven, Señor Jesús; Ven a visitarme en
la Paz. Ven y Libra a este prisionero de la cárcel del pecado, para que me
alegre de todo corazón delante de Ti. ¡Ven, Salvador mío!» (S. Agustín).
TODO PARA LA MAYOR GLORIA DE DIOS
Semper Mariam In Cordis Tuo