.LA SANTIDAD ES POSIBLE.
Cuántas veces nos sentimos muy lejos
de vivir la vida de los Santos. Eso no es de admirarse, los Santos también se
sentían muy lejos de vivir la vida de otros Santos.
Cuando San Antonio Abad estaba por dejar este mundo, comenzó a temblar. Sus discípulos, sorprendidos, le preguntaron el por qué de aquella reacción. “¿Y cómo no he de temblar, respondió, si estoy por entrar en la presencia de mi Juez?”.
Y así es como debe ser.
Cuando San Antonio Abad estaba por dejar este mundo, comenzó a temblar. Sus discípulos, sorprendidos, le preguntaron el por qué de aquella reacción. “¿Y cómo no he de temblar, respondió, si estoy por entrar en la presencia de mi Juez?”.
Y así es como debe ser.
La Santidad es un trabajo de cada día, y pobre de nosotros si alguna vez sentimos que es ya tarea acabada en nuestra alma.
Los maestros espirituales enseñan que en la vida interior, detenerse no es estancarse, es retroceder. Es inevitable la caída cuando sentimos que no hay necesidad de hacer más, que la medida es suficiente. Aquello del Evangelio, donde Jesús hablaba del hombre que dejó limpia su casa, y que vagando el espíritu inmundo, tomó siete espíritus peores que él, y regresando, el final del hombre fue peor que su principio (Lc. 11, 24-26). Es decir, que cuando limpiamos nuestra alma de todo lo que no es Dios, es necesario no sólo apartarnos del mal, sino llenarnos de ese mismo Dios.
Y eso se hace entrando por la simbólica “puerta estrecha”.
«Esfuércense, dice Jesús, por
entrar por la puerta estrecha» (Mt. 7, 13).
¿Por qué “esfuércense”? Porque es innato en el hombre rechazar todo lo
que es difícil, duro, doloroso. La exhortación de Jesús, sin embargo,
trasciende estos sentimientos naturales. Y lo hace con la autoridad del
ejemplo: «Si es posible pase de Mí este Cáliz, pero no se haga Mi
Voluntad, sino la Tuya» (Mc. 14; 36). Por eso puede decirnos: «¿quieren seguirme? Tomen su cruz y vengan
detrás de Mí» (Lc. 9, 23). Él acusaba duramente a los fariseos de que
cargaban al pueblo con cargas legales que ellos no levantaban siquiera con un
dedo (Mt. 23, 4); pero nosotros no podemos decirle lo mismo a Jesús.
En la Parroquia, alguna vez me dijeron, “bueno, pero Él era Dios”. Perspicaz excusa.
En la Parroquia, alguna vez me dijeron, “bueno, pero Él era Dios”. Perspicaz excusa.
Sí, era Dios. Pero nunca se hizo trampa a Sí mismo. Nunca hizo un
Milagro para que la Sagrada Familia no tuviera necesidad de trabajar para
comer. ¿Para qué nacer en un pesebre? Tampoco se evitó a Sí mismo, el trabajo
junto a José. ¿Pudo hacerlo? ¡Claro que podía! Pero NO QUISO.
La noche de la traición, cuando Pedro cumple su palabra de morir por Él, le dice al Apóstol: «¿Crees que el Padre no enviaría un ejército de Ángeles para defenderme si se lo pidiera?» (Mt. 26, 53). Pero antes había manifestado: «¿Qué voy a decir? ¿Pase de Mí esta Hora? Pero si para esto he Venido» (Jn. 12, 27). Como Dios, no era posible que sufriera dolor o contrariedad alguna; pero al hacerse Hombre, NO QUISO ahorrarse Padecimiento alguno, para Salvarnos y para darnos ejemplo.
Escribe S. Pablo: «Debió ser en todo asemejado a Sus hermanos…a fin de expiar los pecados del pueblo» (Hb. 2, 17). Y S. Pedro: «…Cristo Padeció por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis Sus pisadas» (1ª 2, 21). Y con el Apóstol Pablo, podemos concluir: «Él mismo, porque fue Probado con lo que Padeció, PUEDE SOCORRER a los que son Probados» (Hb 2, 18).
Como Dios, todo lo Sabe; pero el conocimiento experimental es propio de Su Humanidad.
Por eso, la Cruz siempre da temor, pero el saber que no estamos solos, debe llenarnos de confianza. No es fácil para la sola razón; pero la Gracia sostiene la Fe. En este momento vivimos una especie de noche el huerto de los olivos: vemos hacia delante, y no hay muchas luces, sino más bien incertidumbre. Es el momento, pues, del salto, el momento de decirle a Dios, “Señor, aquí estoy para hacer Tu Voluntad”.
Que el temor ni la duda nos aplaste. No estamos olvidados del Amor de Dios Papá.
Contaba Jesús a Sus discípulos la Parábola de la higuera. “Arráncala”, ordenó el dueño de la viña. Pero el viñador le dijo: «Déjala aún por este año, que la cave y la abone, a ver si da fruto para el año que viene» (Lc 13, 6-8).
“Cavar” y “abonar”, el trabajo intenso y duro de remover del corazón todo lo que no es Dios, y la Gracia que es la que hace florecer en ese corazón los Frutos de Santidad.
Por eso, este ya no es tiempo de erudición, de
estudio como prioridad, es tiempo de priorizar la acción. No acción hacia
fuera: predicación, reuniones, planes…Es tiempo de acción hacia adentro; porque
la higuera eres tú y soy yo, y es en nosotros donde el Padre quiere encontrar
el fruto. Jesús, el Viñador, ha conseguido más tiempo, porque «usa de Paciencia
con nosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos vengan a Penitencia» (2
Pe 3, 9). Es la maravillosa Misericordia de Dios.
Pero el Apóstol dice que “vengan a Penitencia”, lo que implica un movimiento de nuestra voluntad. La Salvación depende no sólo de la Voluntad de Dios, sino también de nuestra respuesta. Por eso, Jesús nos exhorta a esforzarnos por entrar por la puerta estrecha, y si miras la vida de los Santos, es sorprendente como su actitud ante la vida diaria, dista enormemente del proceder común del mundo. Ellos, no solo aceptaban firmes en la Esperanza las adversidades, sino que voluntariamente buscaban lo más difícil, no temían padecer, y aún, perder la propia vida por Cristo.
Cierto, estamos en el comienzo del camino, y tales cosas se nos presentan más como un ideal, que como una realidad concreta en nuestra vida actual. Pero el Señor te exhorta, y me exhorta, a trabajar en ello. Si lo hace, si hace que sintamos tal deseo en nuestro corazón, y que este sea con fuerza, es porque podemos lograrlo. Llevamos la Palabra a otros, y eso es muy bueno. Pero aquí es donde comienza todo. Nadie puede dar lo que no tiene.
En su momento me preguntaban por qué fueron Beatificados los padres de Santa Teresita del Niño Jesús –hoy Canonizados-: lo hicieron por vivir Santamente su Vocación como esposos y como padres. No olvidemos que detrás de cada Beatificación y Canonización, hay un intenso proceso donde se busca cualquier mínima sombra en la vida del Santo, en sus palabras, escritos y ejemplos. Se escucha e interroga a decenas de testigos. Hasta que por fin resplandece, sin lugar ya a duda, la heroicidad en la Virtudes de esas personas.
Posiblemente nuestros nombres no se incluyan alguna vez en un proceso de esta índole. Pero eso ¿qué importancia tiene? El fin de la Iglesia no es darnos los nombres de cada Santo que habita el Cielo, esto es imposible, sólo Dios los conoce uno por uno.
Pero el Apóstol dice que “vengan a Penitencia”, lo que implica un movimiento de nuestra voluntad. La Salvación depende no sólo de la Voluntad de Dios, sino también de nuestra respuesta. Por eso, Jesús nos exhorta a esforzarnos por entrar por la puerta estrecha, y si miras la vida de los Santos, es sorprendente como su actitud ante la vida diaria, dista enormemente del proceder común del mundo. Ellos, no solo aceptaban firmes en la Esperanza las adversidades, sino que voluntariamente buscaban lo más difícil, no temían padecer, y aún, perder la propia vida por Cristo.
Cierto, estamos en el comienzo del camino, y tales cosas se nos presentan más como un ideal, que como una realidad concreta en nuestra vida actual. Pero el Señor te exhorta, y me exhorta, a trabajar en ello. Si lo hace, si hace que sintamos tal deseo en nuestro corazón, y que este sea con fuerza, es porque podemos lograrlo. Llevamos la Palabra a otros, y eso es muy bueno. Pero aquí es donde comienza todo. Nadie puede dar lo que no tiene.
En su momento me preguntaban por qué fueron Beatificados los padres de Santa Teresita del Niño Jesús –hoy Canonizados-: lo hicieron por vivir Santamente su Vocación como esposos y como padres. No olvidemos que detrás de cada Beatificación y Canonización, hay un intenso proceso donde se busca cualquier mínima sombra en la vida del Santo, en sus palabras, escritos y ejemplos. Se escucha e interroga a decenas de testigos. Hasta que por fin resplandece, sin lugar ya a duda, la heroicidad en la Virtudes de esas personas.
Posiblemente nuestros nombres no se incluyan alguna vez en un proceso de esta índole. Pero eso ¿qué importancia tiene? El fin de la Iglesia no es darnos los nombres de cada Santo que habita el Cielo, esto es imposible, sólo Dios los conoce uno por uno.
El fin que se persigue es pedagógico; como Madre y Maestra que es para
el mundo, invita a ver en cada Santo, la posibilidad de la Santidad; nos
exhorta a trabajar por ella, mostrándonos a tantos hombres, mujeres y niños,
modelos del Modelo que es Cristo.
Para que nadie pueda decir que no le es posible llegar a ser como Él, a
ser otro Cristo, como enseña S. Pablo (Gal. 2, 20).
Y todas esas personas, ¿en qué han sido diferentes a ti y a mí? Absolutamente en nada. O quizás lo fueron en una sola cosa: su sí rotundo ante el Llamado de Dios. Y respondieron cada cual en su estado: Religioso, Consagrado, Matrimonial.
¿Qué hizo que un niño de 14 años como José Luis (que fue Beatificado el 20 de noviembre de 2008), durante la persecución en México, en 1913, diera su vida gritando ¡Viva Cristo Rey! antes de morir fusilado. Y ese fue el final, porque primero le quitaron la piel de la planta de los pies y lo llevaron caminando hacia el cementerio donde iba a recibir la Palma del Martirio.
O Santa Inés, que con 15 años, y después de tremendos padecimientos, dio su
vida a la espada del verdugo, por negarse a apostatar de su Fe.
No era Sacerdote el uno, ni Monja
la otra. ¿Qué tenían en común, además de su corta edad? A Cristo en el
irrenunciable primer plano de sus vidas.
¿Por dónde comenzar el camino?
Perseverancia
en la oración –el Santo Rosario-, y perseverancia en la Comunión Eucarística. Tan simple
como eso. Jesús nos alimenta y sostiene con Su Cuerpo, y María nos ilumina y
sostiene con Su Compañía e Intercesión. Así lograremos revestirnos
de «entrañas de Misericordia, de
Bondad, Humildad, Mansedumbre, Paciencia, soportándonos unos a otros y
perdonarnos mutuamente...haciendo todo de corazón, como para el Señor y no para
los hombres» (Col. 3; 12-13 y 23).
Por eso no temamos enfrentar la vida. El
mundo vive una situación difícil, pero no desfallezcamos. Jesús nos mostró que
esto no es ilusión ni utopía, que el Cielo está pronto para franquearnos la
entrada.
No hay que caer en la humildad de escaparate, pensando, “no, yo soy
demasiado pecador para una vida así, para crecer así”.
Sí, somos pecadores, pero no podemos caer en los escrúpulos.
Graba esto en tu mente y en tu corazón:
Semper Mariam In Cordis Tuo.