¿DE QUÉ ME CONOCES?
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según S. Juan (1, 45-51).
«Felipe se encuentra con Natanael y le dice: “Ese
del que escribió Moisés en la Ley, y también los Profetas, lo hemos encontrado:
Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”. Le respondió Natanael: “¿De Nazaret
puede haber cosa buena?” Le dice Felipe: “Ven y lo verás”.
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
“Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Le dice Natanael:
“¿De qué me conoces?” Le respondió Jesús: “Antes que Felipe te llamara, cuando
estabas debajo de la higuera, te vi”. Le respondió Natanael: “Rabbí, Tú eres el
Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Jesús le contestó: “¿Por haberte dicho
que te Vi bajo la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”. Y le añadió: “En
Verdad, en Verdad os Digo: veréis el Cielo abierto y a los Ángeles de Dios
subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.
1. En la Liturgia, la
Iglesia recuerda a Natanael, el día 24 de agosto, llamada Fiesta de San
Bartolomé, Apóstol, y el día 5 de enero, durante el Tiempo Litúrgico de
Navidad. Mencionar esto es importante, puesto que en la lista de nombres de los
Apóstoles que los evangelistas dan, no
aparece como Natanael, sino, como Bartolomé: Mt. 10, 2-4; Mc 3, 16-19; Lc 6,
13-16. Y el mismo S. Lucas, en su Libro de los Hechos (1, 13), lo nombra de la
misma forma, aunque con la leve diferencia que en el Evangelio aparece
inmediatamente después de Felipe, y en Hechos, a Felipe lo sigue Tomás, y
luego, Bartolomé.
Bartolomé no es nombre
propio. La partícula “bar”, significa “hijo de”, lo que en este caso sería
“Bartolomé, hijo de Tolomé, o Tolomeo”. Funcionaría, como en nosotros funciona
el apellido. Aplicado al Apóstol, su nombre completo sería: Natanael Bartolomé;
Natanael hijo de Tolomeo. Por ello no hay contradicción al considerar ambos
nombres para identificar a la misma persona.
Primera parte
2. El contexto anterior
es claro: estamos en una etapa de Llamado al discipulado. Los primeros
discípulos siguen a Jesús, por la predicación de Juan el Bautista (Jn 1, 32-37). Simón sigue a Jesús a instancias de
Andrés (vv. 40-42). Jesús encuentra a Felipe y le Llama (v. 43).
2.1 Finalmente, es
Felipe quien va en busca de Natanael, para hacerle la primera proclamación: encontramos al que
Moisés y los Profetas han Anunciado. Jesucristo ya comenzó a formar Su Iglesia,
no como una organización meramente religiosa, sino como organismo vivo de
Anuncio. Y no de un anuncio simplemente doctrinal. De un Anuncio absolutamente
personal: la Iglesia no señala o enseña doctrinas; la Iglesia señala y enseña una Persona: Jesucristo.
El Bautista señaló a
Cristo: "Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios”
(Jn 1, 36).
Los discípulos que
siguieron al Maestro ante este Anuncio, le preguntaron dónde vivía (v. 38), y
Él les dijo: “Vengan y vean” (v. 39).
Andrés –uno de los dos
que lo había seguido- va en busca de su hermano Pedro, y lo lleva a Jesús, le
presenta a Jesús (vv. 40-42).
Felipe tiene la
Bendición de ser convocado cara a cara por el mismo Señor. Y cuando llega el
momento de presentárselo a Natanael, no se contenta con palabras, sino que lo
lleva a la presencia del mismo Señor, para que lo vea por sí mismo.
La presentación del
Bautista y de Andrés, fue por medio de palabras. Pero a las palabras siguió la
inmediata experiencia de la Compañía de Jesús.
2.1 ¿En qué se aplica
esto a mi vida? Que en mi anuncio cristiano no tiene el lugar más importante la
palabra, que es necesaria, sí, pero no tiene el privilegio. Que cuando en el
mundo me proclamo cristiano, no necesito acompañar esto con grandes discursos y
menos con la intención de que se vea cuánto sé de religión. Decía el Papa
Benedicto XVI: “los cristianos no creemos en algo, creemos en Alguien”; y el Beato Pablo VI: “El mundo no necesita
predicadores, necesita Testigos”. Andrés
y Felipe, si se quiere, los primeros Anunciadores, fueron muy escuetos en sus
argumentos: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 41), fue lo único que Andrés le
dijo a Simón; y Felipe le dijo a Natanael que había “encontrado a Aquel de
quien había escrito Moisés y los Profetas” (V. 45). Una simple frase cada uno. Pero ambas frases no son opiniones, son profesiones de
Fe. Ninguno dijo “me parece que aquí hay algo”; ambos fueron decididos en su
aseveración: lo encontramos. Y esa seguridad no parte de conocimientos
intelectuales, parte de la experiencia del encuentro con Jesucristo, del trato
personal que han tenido con Jesucristo.
2.2 Entonces, para
discernir cómo es mi Anuncio ante el mundo, primero debo descubrir cuál es mi
experiencia personal con Jesús; cómo es mi trato personal con Él. Y esto puede
medirse, por ejemplo, en mi oración: ¿tengo oración diariamente? ¿Mi oración es
concentrada? ¿Si me disperso –a veces Permite Dios esto para corregirme por la
dispersión general en que suelo vivir-, lucho constantemente por mejorar?
¿Cuándo puedo, dedico tiempo a la oración, o simplemente es algo a hacer entre
otras tantas cosas? ¿Soy consciente que la importancia de la oración la define,
entre otras palabras de Jesús, cuando dice, “Sin Mí no pueden hacer nada” (Jn
15, 5)? En la oración, ¿Dios es Alguien cercano, o es un ente que vive en la
lejanía? Cuando rezo, ¿sé que Dios se interesa por mí y por lo que le estoy
planteando? Estas preguntas me ayudan a descubrir, primero si tengo un
encuentro real con el Señor –la oración es un diálogo, por eso es pausada y no atropellada o para
cumplir-, y si me mueve el deseo de su cercanía, o lo tengo como un
“solucionador de problemas”. Y eso me lleva a otra consideración: ¿busco a Dios
por Dios, o por las cosas de Dios? Aquellos primeros cinco discípulos no habían
visto aún los Signos, que luego serían los Milagros, y sin embargo, el trato
personal con Jesucristo, les confirmó sin más maravillas, la Verdad Revelada en
el Antiguo Testamento, la Sagrada Escritura en que ellos creían.
2.3 También puedo
preguntarme: ¿qué grado de gusto tengo al estar en presencia de Jesús cuando me
encuentro con Él ante el Sagrario? Mi Fe me enseña que está allí, pero ¿lo vivo
como una Presencia real? ¿Alguien cercano que me está mirando y escuchando, y
con Quien puedo hablar, incluso sin palabras, sólo con un movimiento de mi
corazón? ¿Pienso en eso? Porque aunque parezca que hablo yo solo, Él no
solamente me escucha, sino que también habla a mi corazón aunque mis oídos no
escuchen. Puede hablarme con una inspiración o llenando mi corazón de Su
Gracia, o regalándome Su Paz, que no es la paz que el mundo da (Jn 14, 27).
Cuando le preguntaron al Santo Cura de Ars qué hacía durante tanto tiempo
sentado frente al Sagrario, respondió: “Nada. Lo miro y me mira”.
2.4 Lo segundo que me
sirve para discernir el grado de mi encuentro personal con Dios, es la escucha
de Su Palabra. Dios me Habla, y me Habla cada día y muchas veces al día, si yo
lo deseo. Y lo hace a través de Su Palabra contenida en la Sagrada Escritura.
¿Busco diariamente esta Palabra? ¿Sé y creo, que “Su Palabra es Viva y Eficaz” (Hb.
4, 12)? Viva porque tiene el Poder de Dar la Vida: “¿Dónde vamos a ir, si sólo
Tú tienes Palabra de Vida Eterna?” (Jn. 6, 68). Y Eficaz, porque tiene el
Poder, si yo lo quiero y me esfuerzo, de cambiar mi corazón: “Mi Palabra que
Sale de Mi Boca, no volverá a Mí vacía sin haber Realizado lo que Deseo” (Is.
55, 11). Dice el Salmista: “Para mis pies, Antorcha es Tu Palabra; Luz para mi
sendero” (Sal 118, 105): Su Palabra me descubre el Camino que debo seguir, y es
una Guía segura, especialmente en este mundo que nos toca vivir. ¿Veo la
Palabra de Dios con todas estas connotaciones? ¿Tiene esa importancia para mí?
¿Dedico tiempo? ¿Lo hago con la alegría de un encuentro entre personas? Si
busco interpretarla, ¿lo hago para conocer la Voluntad de Dios y el modo cómo
puedo yo vivirla? ¿Lo hago con la disposición de dejarme guiar, corregir, y
cambiar por Dios?
2.5 Es muy importante
este breve examen sobre mi oración y sobre mi escucha, pues la unión de ambas
actividades tienen que ver con el diálogo: en la oración hablo yo; en la
escucha me Habla Él. Y discernir cómo es este diálogo en mi vida, me indica
cómo es mi relación personal con Jesucristo. El no verlo cara a cara, como lo
vieron aquellos hombres, no disminuye en nada la calidad de mi comunión de vida
con Él. Y el crecimiento de la misma, sólo depende de mi disposición personal y
de mi esfuerzo de cada día, pues la Gracia de Dios, jamás falta.
Dice el Catecismo:
“La preparación
del hombre para acoger la Gracia es ya una obra de la Gracia. Esta es necesaria
para suscitar y sostener nuestra colaboración…”
Y en el mismo número,
refiere una enseñanza de S. Agustín:
“Ciertamente nosotros
trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que Trabaja.
Porque Su Misericordia se nos adelantó para que fuésemos Curados; nos sigue
todavía para que, una vez Sanados, seamos Vivificados; se nos adelanta para que
seamos Llamados, nos sigue para que seamos Glorificados; se nos adelanta para
que vivamos según la Piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios,
pues sin Él no podemos hacer nada» (Catecismo Católico, n. 2001).
Lo hablado hasta aquí
sobre nuestro encuentro con Cristo en Su Palabra, no implica todavía la
interpretación de la misma, aunque se mencionó algo brevemente en función del
examen de conciencia.
Segunda Parte
1. Natanael pregunta a
Felipe: “¿De Nazaret puede salir algo
bueno?” (Jn 1, 46). La primera
característica que podemos encontrar en Natanael, se nos presenta en el
encuentro que tiene con Felipe. Éste le anuncia que ha encontrado a Aquel del
que Moisés y los Profetas habían escrito. La reacción de Natanael ante
testimonio tan contundente fue de escepticismo. Escéptico porque conocía la
Sagrada Escritura – quizá más profundamente que los otros, como veremos en el
punto siguiente- y sabía que Aquel de quien había escrito los Profetas y
Moisés, es decir, el Mesías, tenía un origen distinto de Nazaret, debía Nacer
en la ciudad de David, Belén.
1.1 Este escepticismo,
que a priori parece algo negativo, tiene, sin embargo, una connotación
positiva, pues no es la actitud que niega porque no entiende, o niega porque va
en contra de su parecer o entender, sino que es la actitud de quien busca la
Verdad aunque no la entienda en un principio, o aunque vaya en contra de sus
conceptos personales. Felipe lo exhortó: “Ven y lo verás”, y él no se niega,
sino que lo sigue.
1.2 Jesús recibe a
Natanael, pues Jesús no rechaza al escéptico, siempre y cuando, ese buscador de
la Verdad, sea sincero en su intención, es decir, cuando admito en mi vida la Verdad,
cuando abro mi vida a la Verdad encontrada, cuando estoy dispuesto a cambiar, y
efectivamente lo hago.
Esta es una invitación
para nosotros, pues el cristiano no es un hombre de Fe ciega, el cristiano ha
de madurar su Fe con la búsqueda que se da en la meditación –continua de ser
posible-, de la Verdad que Dios Revela en Su Palabra. “Bienaventurado el varón
que no acepta el consejo de los impíos…sino que su voluntad está en la Ley de
Yahveh que medita día y noche” (Sal 1,1).
2. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo
de él: “Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay dolo”. Sabemos
que Jesús hablaba arameo, y en
arameo el adjetivo israelita casi no se usaba. “Normalmente se usa el mismo
nombre ‘Israel’, o ‘hijo de Israel’, con lo cual, el sentido de la frase de
Cristo es: “He aquí un hombre digno de llamarse Israel” (P. Manuel de Tuyá SJ). Aunque parezca que
esto no es importante para nosotros, tiene una lección: recibir el nombre
Israel equivale a reconocer a Yahveh como único Dios y a ser fiel a Su Ley.
Recordemos que Israel es el nombre del pueblo Elegido, el cual, para obtener y
mantener la Protección Divina, ha de ser fiel a la Ley de Dios. Yo soy
cristiano, y los cristianos, como enseña el Catecismo, “son llamados a llevar en adelante una “vida digna
del Evangelio de Cristo”. “Sus discípulos son invitados a vivir bajo la Mirada
del Padre “que Ve en lo secreto” (Mt 6,6) para ser “Perfectos como el
Padre Celestial Es Perfecto” (Mt 5,48).
Incorporados
a Cristo por el Bautismo (Rom 6,5), los cristianos están
“muertos al pecado y Vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6,11),
participando así en la Vida del Resucitado (Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en
unión con Él (Jn 15,5), los cristianos pueden ser “imitadores de Dios,
como hijos Queridos y vivir en el Amor” (Ef 5,1.), conformando sus
pensamientos, sus palabras y sus acciones con “los Sentimientos que tuvo
Cristo” (Fil 2,5.) y siguiendo Sus ejemplos (Jn 13,12-16)” (nn.
1692-1694).
¿Puede Jesús decir
de mí: he ahí un verdadero cristiano?
2.1 Se
dice que en Natanael no había engaño. “En el vocabulario de los Profetas, la
infidelidad religiosa a Yahvé es llamada frecuentemente falsedad o mentira” (P.
Manuel de Tuyá SJ), con lo cual se quiere decir que Natanael es un hombre
verdaderamente leal a Dios y fiel a Su Ley.
Según
esto: ¿puede Jesús decir de mí, que soy hombre en quién no hay engaño?
3. “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te Vi”.
Sentarse bajo una higuera, o bajo un
árbol frondoso, era costumbre judía para
descansar. Pero también lo hacían los maestros de religión para dar sus clases.
Y no es un dato menor, pues con toda probabilidad, Natanael pertenecía al grupo
de escribas, es decir, al grupo de los doctores intérpretes de la Ley. Y siendo
así, es muy interesante y una primera lección para nosotros, esta Elección de
nuestro Señor. Fijémonos en lo que luego será el Colegio Apostólico, la
Iglesia: gente sencilla representada en los pescadores, un escriba, un
publicano e incluso un zelote, un sedicioso contra el poder de Roma. ¿Por qué
es importante para mí? Porque me enseña que más allá de mi condición, de mi
formación, de mi capacidad, nadie queda excluido de la Misión, de ser y de dar
Testimonio de Cristo. Dios no deja a nadie por fuera de la Salvación y del
Anuncio. El Beato Pablo VI, escribe: “Es impensable que un hombre haya acogido
la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez
da Testimonio y Anuncia”. (Evangelii Nuntiandi, nº 24).
3.1 Ver a Pedro,
pescador como su hermano y los hijos de Zebedeo, no nos exime, ni nos da
excusa, sin embargo, de la responsabilidad de prepararnos, pues aunque
contrastados con Natanael, eran hombres sencillos, todos necesitaron de Cristo
para conocer la Persona del Mesías, la Salvación del Redentor, la Divinidad del
Hijo Hecho Hombre.
Esto, en nuestra vida, se
traduce en las dos Voces de Cristo: la Propia, es decir, y como vimos arriba, la
Palabra de Dios en la Sagrada Escritura; y Su Palabra a través de Su Cuerpo
Místico, la Iglesia: “El que a vosotros escucha, a Mí Me escucha” (Lc 10, 16).
Los Apóstoles escuchan la Palabra de Vida
Eterna (Jn 6, 68) directamente de labios de Cristo. Nosotros tenemos la misma
Bendición cada vez que abrimos la Biblia. A los Apóstoles, Jesucristo les
Explicaba Sus Enseñanzas: “…lo Explicaba todo en privado a Sus propios
discípulos” (Mc 4, 34); nosotros tenemos la misma Bendición, pues, “El Oficio
de interpretar auténticamente la Palabra de Dios Escrita o Transmitida ha sido
confiado exclusivamente al Magisterio Vivo de la Iglesia, cuya Autoridad se
ejercita en Nombre de Jesucristo” (Concilio de Trento).
3.2 “Cuando estabas debajo de la higuera te
Vi”, es decir, te Conozco antes de conocerte. Este encuentro tiene lugar
cerca de la Pascua, tiempo en que la higuera no tiene hojas, lo que significa
que aquel “te Vi”, por parte de Jesús se remonta a bastante tiempo atrás, y por
la reacción de Natanael, no al mero hecho material de verlo sentado, sino a un
Sondeo de su interior, un “Ver” el corazón. ¿Qué meditaba el Apóstol en ese
entonces? No se dice, pero queda en evidencia que debía ser algo muy íntimo,
algo que Jesús puro hombre no podía conocer por sí. Y esta Penetración por
parte del Señor, es lo que provoca la Confesión de Natanael: “Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el
Rey de Israel”.
3.3 Aunque le llama
Hijo de Dios, no es ésta una Confesión de la Divinidad de Jesucristo, sino que
aquí es una Confesión de la Mesianidad del Señor. Jesús no devela de forma
instantánea Su Condición Divina, sino que lo hace paulatinamente.
3.4 ¿Qué lección puede
dejarme este hecho? Que mi corazón está desnudo ante Dios. Que cuando intento
tranquilizar mi conciencia haciendo lo mínimo necesario, dejo de ser un
cristiano en quien no hay engaño, para ser un
cristiano engañado y engañador: engañado por mi carne y por el enemigo
que me hacen ver Virtudes que no tengo, y engañador del prójimo a quien muestro
una vida espiritual inexistente. “No hay engaño, dice S. Agustín, cuando el
pecador confiesa serlo. Pero si siendo pecador, se presenta como justo, hay
engaño en su boca”. Porque “todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a Quien
hemos de dar cuenta” (Hb. 4, 13). Debo esforzarme cada día por ser más
auténtico a los ojos de Dios, es decir, a trabajar sin desánimo y con confianza
para crecer en el Amor a Él y en la Virtud, que es la consecuencia del amor.
No
somos más virtuosos, porque nuestro amor a Dios es deficiente.
3.5 La Confesión de
Natanael y la delicadeza de Jesucristo para con Sus discípulos, elevándolos
poco a poco a la Verdad de Su Divinidad, han de ser para mí motivación a la
confianza. La vida espiritual es un proceso, pero que tiene por Iniciador y
Sostenedor a Dios: “El que Comenzó en
vosotros la Buena obra, la Perfeccionará” (Fil 1,6). Esto debe llenarme de
consuelo, confianza, fuerza y valor. No estoy solo en la lucha y “si Dios está
conmigo, ¿quién contra mí?” (Rom 8, 31). Yo he de poner lo que está de mi
parte: oración, Sagrada Escritura, búsqueda de la Verdad…Y el Señor me irá
dando las Luces en la medida de mi esfuerzo y de Su Plan para mí. ¿Hago mucho y
no parece haber resultado? Pues he de humillarme ante Dios, recordando tantos
llamados Suyos que quizá cayeron en el vacío, tantas Palabras suyas que quizá
escuché sólo como un murmullo sin relevancia para mi vida, tantas invitaciones
de Su Amor y que yo terminé desdeñando en favor de intereses o amores humanos,
tantas Ayudas de Su Providencia Amorosa a las que me cerré convencido de mi
autosuficiencia. El Amor de Dios por mí no ha disminuido un ápice, pero todo
camino hacia la cima, desde el fondo de mi miseria, cuesta. Por eso he de pedir
al Señor cada día el Don de la Perseverancia, pues “sólo el que persevere hasta
el final se Salvará” (Mt. 24, 13).
4. “En
Verdad, en Verdad os Digo: veréis el Cielo abierto y a los Ángeles de Dios
subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.
Jesús alude al sueño de Jacob: “soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya
cima tocaba los cielos, y he aquí que los Ángeles de Dios subían y bajaban por
ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella” (Gen. 28, 12-13). “En este caso, el
Hijo de hombre, no está en lugar de la escala, sino que es Soporte de la Gloria
Divina. El movimiento de los Ángeles simboliza la Manifestación de la Gloria de
Dios” (P. Manuel de Tuyá SJ). ¿Cuándo se manifiesta esta Gloria? En primer
lugar, en los Milagros, “pero, finalmente, por el Misterio del Hijo del hombre,
«Elevado» a la Diestra del Padre en la Gloria de la Resurrección» (P. Manuel de
Tuyá SJ).
4.1 La primera parte ya se cumple, en el relato del
Evangelio según S. Juan, durante las Bodas de Caná, donde luego de convertir el
agua en vino, dice el Apóstol que así “dio Jesús comienzo a Sus Señales. Y
Manifestó Su Gloria y Sus discípulos creyeron en Él” (2, 11). Pero el gran
Signo de lo que Él Es y de Su Misión, es el Milagro de la Resurrección.
4.2 Visto todo esto,
puedo preguntarme: ¿creo que los Milagros que el Señor Realizó, se agotaron con
los que el Evangelio hace referencia? Si no se han agotado, es decir, si
Jesucristo continúa aun hoy Realizando Milagros, ¿creo que los Puede y los
Quiere hacer en mi vida? “En Verdad os Digo que cualquiera que diga a este
monte: ``Quítate y arrójate al mar, y no dude en su corazón, sino crea que lo
que dice va a suceder, le será concedido. Por eso os Digo que todas
las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis
recibido, y os serán Concedidas” (Mc 11, 23-24): ¿esta es mi Fe?
4.3 Refiriendo lo
sucedido en la Boda de Caná, es de notar que el Apóstol no llama “Milagro” al
Milagro, sino que le llama “Signo”, “Señal”. ¿Es esto una negación del Milagro
como tal? ¿Es lo mismo? La respuesta es negativa a ambas preguntas.
La conversión del agua
en vino es ciertamente un Milagro, una Maravilla, un Portento. Pero S. Juan lo
llama “Signo” para invitarnos a ir más lejos, más profundo del hecho material
en sí. Hay que fijarse que este Signo trajo como consecuencia que Sus
discípulos creyeran en Él. Los discípulos, que deben haberse maravillado, y
mucho, no se quedaron con el hecho concreto, sino que supieron ir más a fondo.
Enseña S. Juan Pablo
II: “Se puede, pues, decir que los Milagros de Cristo, Manifestación de la
Omnipotencia Divina respecto de la Creación, que se Revela en Su Poder Mesiánico
sobre hombres y cosas, son, al mismo tiempo, las "Señales" mediante
las cuales se Revela la Obra Divina de la Salvación…La gente, viendo los Milagros
de Cristo, se pregunta: "¿Quién
será Éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mc
4,41), mediante estas "Señales",
queda preparada para acoger la Salvación Que Dios Ofrece al hombre en Su Hijo”
(2-12-87).
Entonces, cuando leo
sobre los Milagros Realizados por el Señor, ¿soy capaz de ir más allá del hecho
histórico y material, para verlo como una Señal de Jesucristo para mi vida,
donde, por ejemplo, me anima a la confianza en Su Providencia cuando multiplica
los panes (Mt 14, 13-21), o en Su Poder cuando calma la tempestad (Mc. 4,
35-41)?
4.4 El gran Milagro, es
la Resurrección de Jesucristo. Creo en ella, pues “si Jesucristo no Resucitó,
vana es nuestra Fe” (1 Cor 15, 14). Pero siguiendo lo que hemos visto, la
Resurrección de Jesús, ¿es un Signo de Dios en mi vida?: “En un instante, en un
pestañear de ojos, al toque de la trompeta final (…) los muertos Resucitarán
incorruptibles” (1 Cor. 15, 52). “Y Él (Jesucristo), separará a los unos de los
otros…Pondrá las ovejas a Su derecha, y los cabritos a Su izquierda…Y Dirá a
los de Su derecha: ‘Venid, Benditos de Mi Padre, recibid la Herencia del Reino
Preparado para vosotros desde la Creación del mundo (…) En Verdad os Digo:
cuánto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a Mí Me lo
hicisteis’. Entonces Dirá también a los de Su izquierda: ‘Apartaos de Mí,
Malditos, al Fuego Eterno, Preparado para el diablo y sus ángeles (…) En Verdad
os digo: todo cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también
Conmigo dejasteis de hacerlo’. E irán estos a un Castigo Eterno, y los Justo a
una Vida Eterna” (Mt. 25, 31.46).
La Resurrección de
Jesucristo, ¿es sólo un hecho
Litúrgico que celebro una vez al año? Si creo en Su Resurrección, y por tanto
en la mía, ¿es hacia dónde se orienta mi vida de cada día, consciente de que
cada obra que realizo o dejo de realizar, me pondrá en el lugar de las ovejas o
en el de los cabritos, con las consecuencias ya Advertidas por el propio Dios?
Conclusión
5. La Misa que se celebra en la Fiesta
de S. Natanael Bartolomé se inicia con una Antífona tomada del Salmo 95:
“Anunciad día tras día que la Salvación Viene de Dios, y proclamad Sus
Maravillas a todas las naciones”. Que el Señor nos Ayude a recordar que no
somos autosuficientes, que “en todo Interviene para el Bien de los que lo aman”
(Rom 8, 38), y que la proclamación de esas Maravillas Divinas no se realiza
sólo con palabras, sino con el ejemplo de una vida cristiana cimentada en la
Palabra de Dios y sostenida por la oración. Porque ¿qué valor tendría llenar mi
boca de palabras admirables para referirme al Señor, y cuando la adversidad me
golpea, mi familia, mi entorno, me ven desanimado, desesperado, alejado del
Dios que digo amar? ¿Qué testimonio doy, cuándo dejo con facilidad, por
ejemplo, la Santa Misa?
Hagamos nuestra, en primera persona, la
oración que la Iglesia dirige a Dios en la Fiesta del Apóstol:
“Fortalece, Señor, mi Fe, para que siga
a Cristo con la misma sinceridad de San Bartolomé Apóstol, y Concédeme, por su
intercesión, que sea un Instrumento eficaz de Salvación para todos los hombres.
Amén.” (Misal Romano).
Semper Mariam In Cordis Tuo.